La crónica cósmica. Un paseíto de cuatro o cinco años

CON UN PAR DE COJONES – Kumaon, Uttarakhand, norte de la India. Desprecio la cobardía en la misma medida que valoro la valentía, y al ser un trotamundos (un poco desnatado: sé sincera, sinceridad…) admiro a los hombres y las mujeres que exploraron el mundo de la antigüedad.

¡Rediós!, aunque ya me considero un tragamillas por haber pasado veinticuatro horas en un autobús, o tres días en un tren, u ocho en un barco ascendiendo por el curso del Amazonas, ¿acaso me podría comparar a aquellos valerosos tipos que recorrieron medio mundo a patita mil años antes?

Y no precisamente por un camino de rosas, pues me refiero a los aguerridos (y aguerridas…) que hacían un paseíto de cuatro o cinco años cruzando la India y trepando la cordillera del Himalaya para tratar de llegar al restrictivo Tíbet (Free Tíbet!). Un periplo que muchas veces terminaba al llegar a un puesto fronterizo tibetano en el que les negaban el paso y tenían que volver sobre sus huellas.

Esto los pocos que conseguían llegar, puesto que la mayor parte moría en el camino a causa de alguna enfermedad, devorados por un depredador o al ser asaltados por bandidos.

Los primeros de los que se tiene constancia fueron monjes itinerantes (como los santones hindúes de la actualidad) que durante el primer milenio recorrieron la China, el Tíbet, el Nepal, Bután y la India. Mucho más tarde, los primeros europeos en seguir este peregrinaje fueron los misioneros portugueses que cumplían las órdenes del Vaticano tratando de convertir a los hindúes y a los budistas al catolicismo. ¡Qué falta de respeto! Pero fracasaron.

Los portugueses trajeron con ellos un alimento que, igual que había sucedido en Europa, mejoraría en gran manera la dieta (y la salud y la longevidad) de quienes vivían en las grandes altitudes del Himalaya (como los sherpas): me refiero a la patata.

Pero quienes más mano metieron en los asuntos asiáticos fueron los británicos. Aunque sus razones fuesen sobre todo económicas, como eran las de los comerciantes que viajaban en las caravanas, y en algunos casos estuvieran subvencionados por la Compañía de las Indias Orientales, no por ello dejaron de ser unos grandes exploradores que, aparte de delinear unos mapas en los que ya aparecía un pequeño y montañoso país llamado Kumaon, entre otros logros señalaron el nacimiento del río Ganges y el Brahmaputra.

Durante el Siglo XVIII y el Siglo XIX aparecieron en esta parte del mundo un tipo de exploradores a los que se podría considerar de románticos: eran los botánicos «cazadores de plantas» y se dedicaban a recolectar vegetales y, sobre todo, flores.

Entre las semillas más codiciadas estaban las del té, que el gobierno chino evitó durante muchos años que fuesen exportadas porque era su forma de mantener equilibrada la balanza de pagos con los británicos, que se enriquecían vendiéndoles el opio que obligaban a cultivar a los campesinos indios.

Cuando al fin la semilla del té y la del opio cruzaron las fronteras en uno y otro sentido, y los chinos empezaron a cultivar su propio opio (después de la Primera Guerra del Opio y la Segunda Guerra del Opio), la región de la India donde comenzó a cultivarse el té fue precisamente en este valle de las Colinas Kumaon en que me hallo.

Pero, a pesar de que la altitud, la latitud y las temperaturas fuesen las adecuadas, les faltó mano de obra porque la población local pertenecía a la casta brahmán, que no se dedicaba precisamente a tales quehaceres, y al fin optaron por plantar el té en Darjeeling.

Al ser abandonados los cultivos de té de este valle, ahora, casi dos siglos más tarde, mientras paseo por algunas partes de estos bosques, encuentro auténticos árboles de té que no creo que existan en otras partes de la Tierra.

ALGUNOS PRECIOS – Euro: 82’02 rupias indias. El costo que en el año 2000 yo compraba en el Valle de Parvati a 125 rupias la tola (una tola: 11’6 gr.), ahora se vende en Delhi a 3.500 rupias. Por el contrario, el precio de un chai, un encendedor o un paquete de bidis (el bidi original no llevaba tabaco y se enrollaba con la hoja de un árbol llamado Tendu) se ha mantenido invariable desde hace una eternidad: 10 rupias. El salario diario de un albañil es de 700 rupias y el del peón de albañil, 500. Una mujer que hace este curro frente a la granja en que vivo, trae con ella a sus dos hijitos, que juegan a su aire mientras ella trabaja.

ALGUNAS TRADICIONES – Durante las festividades de Diwali dedicadas a la diosa Laksmí, no se come ajo ni cebolla. Cuando fallece una persona, los familiares que convivían con ella han de permanecer trece días sin salir de casa, donde sólo comerán lo que les lleve otra gente, pero sin sal ni fritanga, y no les está permitido sentarse en las sillas ni los sillones.

Pero no habíamos terminado, y cuando se celebra el primer aniversario de una defunción (llamado Barsi) se organiza un carísimo banquete al que se invita a todo el vecindario a comer los platos preferidos del difunto. Se llama Rakhi la festividad en que las hermanas hacen regalos a sus hermanos y les atan una pulserita de tela en la muñeca deseándoles salud y longevidad. En otra fiesta similar (que no sé la denominación) la esposa ayuna durante un día en que reza pidiéndole a dios una larga vida para su marido.

FOTOGALERÍA INDIA – Aquí van unas cuantas recomendaciones más para los que planeáis visitar la India.

  • Las primeras fotos son de zonas montañosas
  • Estas otras fotos os permitirán ver cómo son las Colinas Kumaon en que yo me hallo
  • Estas son parecidas a las fotos anteriores y muestran estaciones de montaña cercanas a Delhi
  • Las siguientes os mostrarán algunos hoteles de las playas del sur de la India
  • Y en estas últimas aparecen diferentes paisajes que podréis ver desde el tren

PASO A PASO – Gambia, África Occidental, 1987. Tras haber permanecido un mes en la aldea de Kerr Seringg decidí hacer un cambio de aires y, al mismo tiempo, satisfacer a Musa, mi anfitrión, que no dejaba de pedirme que fuésemos a pasar unos días en un sitio de Senegal llamado Cap Skirring.

Llegamos a la cercana frontera en un taxi que compartimos con media docena más de pasajeros, y allí comprobé cómo funcionaba la burocracia africana. Antes de continuar os recordaré que yo me hallaba ilegalmente en el país, pues mi visado había expirado varias semanas antes.

La pequeña cabaña que hacía las veces de aduana se encontraba bajo unos árboles en medio de unos campos áridos y solitarios. Por la estrecha y maltrecha carretera no pasaba ni un alma. Aparte de una alambrada oxidada, no había ninguna barrera que levantar, y solamente se encargaba de advertir que aquello era una frontera la presencia de un soldado, que hacía guardia con un viejo fusil apoyado sobre su hombro.

El taxi nos había dejado en un cruce que quedaba a unos cien metros distancia y nos dirigimos andando a la aduana. En el interior había varios soldados acostados en unos camastros y un oficial sentado tras una mesa. El lugar era agradable y se encontraba impecablemente limpio y ordenado.

El oficial echó una mirada a mi pasaporte y me espetó con mucha seriedad: “Estás ilegalmente en nuestro país y sólo por esto te podría meter inmediatamente en el calabozo. Tendrás que ir a Banjul (la capital de Gambia), al Ministerio de Extranjeros”. Pero entonces vi de reojo que Musa me hacía señales moviendo los dedos como si contase dinero.

Comprendiendo de pronto cuáles eran las reglas del juego, saqué las pocas monedas que llevaba en el bolsillo y las deposité sobre la mesa. El oficial, sin cambiar el semblante, me estampó tranquilamente el pasaporte y pudimos partir sin más problemas.

Después de cruzar la frontera senegalesa, y mientras nos dirigíamos a una aldea cercana para coger el autobús hacia Casamance, pensé sonriendo: “Por una puta vez me habrá servido de algo este papanatas que tengo como hermano africano (o sea Musa). Y en cuanto al aduanero, seguro que si le hubiese entregado unos pocos dalasis (moneda de Gambia) me habría vendido a su hermana”.

FAUNÓPOLIS – En el Nepal, y durante el segundo día de Diwali, se celebra una festividad llamada Kukur Tihar que está dedicada a los perros y a otros animales asociados con Yamaraj, el dios de la muerte y la justicia. Los amantes de los perros honran a los callejeros y a las mascotas poniéndoles guirnaldas de flores color naranja y les dan de comer carne, huevos y leche. Se calcula que solamente en el valle de Katmandú hay más de veinte mil perros callejeros. Durante esa festividad se considera pecado actuar de manera irrespetuosa con los perros y otros animales.

Acerca de los perros de este valle en que resido, me sorprendió que, al contrario de lo que harían los de mi tierra, no se asustasen en absoluto y permanecieran inmutables mientras estallaban a su alrededor las tracas y los petardos que forman parte de las fiestas de Diwali.

Cuando conté a mis amigos indios que me había cruzado con un leopardo el principal día de Diwali, me felicitaron asegurando que aquel lindo gatito era ni más ni menos que la diosa Lakshmí, quien, como todos los dioses, se convertía de vez en cuando en un animal de su gusto, y que tal encuentro me traería buena suerte.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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