Viaje a la tierra del aceite de palma, ¿qué esconde la ‘industria deforestadora’?

En el sureste del continente del este hay algo que huele raro, muy raro; o más bien que canta a fritanga. Pero a una fritanga aún más molesta al olfato incluso que aquella de las freidoras de los bares de carretera españoles donde mezclaban desde las bravas hasta las patas de calamar sin cambiar de aceite ni de sartén. Y es que lo del sureste asiático está a otro nivel. Porque al refrito que huelen las calles de ciudades como Bangkok o Kuala Lumpur es al de aceite de palma recalentado.

Casi todo el aceite que se usa en Indonesia, Malasia y Tailandia es de palma. Mientras que en Occidente se conoce a esta bestia negra de la alimentación por su presencia en los alimentos procesados y no por estar en los hogares, en el sureste la palma es el arroz -o el óleo- de cada día en toda cocina, y sobre todo en los puestos callejeros. Pese a su fortísimo hedor cuando se recalienta.

Sin embargo, lo que huele mal del aceite de palma no es su aroma característico cuando se cocina, ya que el olfato es lo de menos. Lo que para muchos es realmente feo es el uso de este aceite, el más barato de producir y también el más reutilizable. E igualmente el cercenador del ecosistema en una parte del mundo. Una joya para los empresarios y un cisma para la ecología.

Una ‘bañera’ de aceite de palma para freír, en un puesto callejero de Bangkok.

De todo ello sabía yo muy poco hace un buen puñado de años, cuando una carambola me abrió las puertas hacia los entresijos de una de las industrias más vilipendiadas del mundo. Me había fijado en el olor y en el color cobrizo de la fritanga callejera del sureste, claro, pero desconocía qué había detrás de todo ello.

En realidad, la información sobre el aceite de palma en Europa es bastante escasa. La mayoría piensa que en el viejo continente no se consume este producto por la mala fama de la que goza, y muchos sacan pecho de ello. Desconocen que la Unión Europea -detrás de India, Indonesia y China- es uno de los mayores consumidores de los derivados de la oleína de palma a nivel mundial.

El asunto tiene truco. ¿Por qué en el sureste asiático se usa el aceite de palma de manera indiscriminada y es también muy popular en algunos países latinoamericanos? Primero porque es más barato y segundo debido a que aguanta muchas más frituras antes de ennegrecerse. Pero esa no es toda la realidad.

Si no se usa en Occidente no es porque los europeos tengan una mayor conciencia ecológica, el motivo por el que no lo vemos en los supermercados es mucho más peculiar: el aceite de palma solo tiene buen aspecto si se almacena a temperaturas más o menos cálidas.

aceite de palma
Botellas de aceite de palma en una tienda de conveniencia de Bangkok. El único disponible.

Si la temperatura ambiente donde se almacenan las botellas baja de los 10ºC el asunto se pone turbio y el aceite de palma empieza a lucir grumoso, de forma que el líquido exhibe un aspecto bastante deplorable, como si estuviera podrido cuando en realidad no lo está. Y es por eso que nunca ha funcionado su comercialización en Europa de cara al consumidor final, si bien eso no impide que se venda en grandes bidones no transparentes para las cadenas de restauración.

No, el motivo de que en Europa no se encuentre el aceite de palma en el súper desde luego que no es que la gente esté más informada. Simplemente, es que no puede venderse porque en invierno el comprador pensaría que el aceite es putrefacto.

Para la industria lo del color turbio no importa y por eso es gigantesco el negocio de la grasa de palma, un derivado del aceite que se utiliza masivamente en la elaboración de postres, chocolatinas, margarinas, jabones y un sinfín de productos. Cuando miras la etiqueta de un Kit Kat y dice contener aceites vegetales en realidad se refiere a las grasas palmíticas, aunque ahora la Unión Europea pelea porque este truco no les sirva a las multinacionales.

grasa de palma.
Aspecto de un tipo específico de grasa de palma, en una zona productora en Liberia. Foto con licencia Creative Commons.

El aceite de palma, pese a la deforestación que provoca, es el más popular en el mundo. Su consumo se ha doblado en la última década y ya supone el 39% de toda la producción mundial. Sus defensores afirman que, pese a ello, requiere menos extensión de suelo que otros aceites. Lo que no dicen es que, claro, donde crece la palma no hay nada más.

Los asuntos de salud con el consumo del aceite de palma son más complejos. Hay quienes dicen que sus grasas saturadas son muy perjudiciales, pero también están quienes afirman que no es más calórico ni más perjudicial que la mayoría de opciones baratas, como los de girasol o soja. El sabor -como el olor- sí que es algo bastante característico de la variedad de palma y no para bien.

Pero esta historia no quiere ahondar en lo que puede suponer el consumo de aceite de palma. Ni siquiera en cómo puede afectar la deforestación a países como Indonesia o Malasia. Sino más bien hasta qué punto un producto tan castigado a nivel mediático puede influir en un lugar del mundo. Y sobre todo cómo funciona su industria. El por qué de su éxito.

Una región rendida a la plantación de palma

deforestación palma indonesia
Plantación de la productora Agriprima, en la región de Papua, en Indonesia. Foto: Ulet Ifansasti / greenpeace.

La primera vez que aterricé en el aeropuerto de Kuala Lumpur me fascinó la belleza de su vegetación. Primero a través de las ventanas del avión, y después en el trayecto en autobús hasta la ciudad. Todo el camino estaba amenizado a ambos lados de la carretera con majestuosas palmas, de un verde bellísimo y luciendo gran frondosidad.

Al cabo de un rato, claro, lo que te sorprende es la homogeneidad del paisaje. Da igual allá donde vayas en Malasia, en muchos lugares el paisaje natural es el mismo. Terrenos y más terrenos de infinita palma, una vegeración que puede parecer hermosa al principio, pero que esconde un secreto económico.

El aceite de palma es mucho más que un negocio en Malasia e Indonesia, donde se elabora cerca del 90% de la producción mundial. En Malasia, por ejemplo, supone un 4% del PIB total y es su gran logro económico en la agricultura. Su importancia es tal que se considera como una commodity con un precio fijo establecido por la Bolsa de Malasia.

El problema es que se les ha ido de las manos. Malasia agotó hace dos años todo el espacio posible para plantar palma, e Indonesia -pese a su enorme extensión- está cerca de ello. Lo del campo disponible para la plantación de palma no se refiere a los espacios libres, sino a los aptos. Lo que puede llegar a ser pernicioso.

Plantaciones de palma en la zona de Kluang, en la zona peninsular de Malasia.

Malasia e Indonesia vieron un filón en la plantación de palma para vender un producto que, sin duda, ha gozado de un éxito arrollador, sin importar que para su producción se arrollaran infinidad de ecosistemas. Las plantaciones de palma son como el caballo de Atila, allá por donde pasan no crece nada más.

Hoy en día son pocos los que niegan la deforestación, cuando de los 18 millones de hectáreas de plantaciones de palma en el mundo se conoce que la mayoría de dichos territorios fueron previamente bosques. Además de haberse destrozado el ecosistema, la fauna y la flora de muchos lugares, también se ha generado más polución. Todo ello sin comentar cómo Malasia e Indonesia han transformado su biodiversidad y la han homogeneizado para ganar más dinero.

Pero, ¿cómo es el sector del aceite de palma? Sin duda, muy esquivo. Las malas prácticas y la deforestación han generado muchísimo hermetismo por parte del sector productor. Es casi imposible acceder a las plantaciones y menos aún a las fábricas. A menos, claro, que seas comprador.

¿Qué opina en realidad la industria de palma?

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Deforestación en la isla de Papua, Indonesia. Foto: Ulet Infasasti / Greenpeace.

Recuerdo con nitidez las palabras con las que un empresario cubano me convenció para colarme dentro del negocio del aceite de palma en Malasia. «Necesito a alguien que conozca la zona y que me sirva de intérprete, nosotros no hablamos inglés ni hemos ido nunca a Asia». En principio iba allí solo a traducir.

La oferta procedía de una empresa pública cubana dedicada a la compra de productos alimentarios para satisfacer las demandas de su isla. Tras haber comprado casi todo el aceite de soja que se consumía en Cuba a China, el país decidió que era el momento de buscar una alternativa más barata. Se querían pasar, cómo no, al aceite de palma.

La oportunidad era ideal para mí. Me ofrecían la posibilidad de presentarme en las más importantes fábricas de aceite de palma de Malasia y visitar sus plantaciones cobijado por el Gobierno cubano, que llegaba con la intención de comprar varias decenas de toneladas de aceite de palma para abastecer la isla. Por supuesto, sin que supiesen en ningún momento que mi verdadera profesión es la de informar.

Durante un par de semanas acompañé a los cubanos en busca de su aceite de palma, llevándoles en coche a través de las plantaciones de palma en Malasia y también visitando todas las fábricas importantes. Lo que querían en dicho negocio era claro y así me lo hicieron saber.

—Hemos de apretarles, necesitamos el precio más bajo, en Cuba no hay dinero.
—¿Aunque se ponga en juego la calidad?
Hay que encontrar explotadores —me dijo el empresario cubano sin miramientos—.  Las fábricas que están vetadas en Estados Unidos o en Europa por asuntos de explotación son las mejores, están desesperadas por vender y ahí es donde les apretamos las tuercas y les bajamos el precio.

No tardaron mucho los cubanos en encontrar su fábrica ideal. Una mañana, desayunando en un hotel cerca de Kuala Lumpur, abrí un periódico local y me encontré la noticia que hizo felices a los caribeños. IOI, el entonces quizás mayor productor de aceite de palma, sufría una crisis interna por haberse destapado que habían deforestado más allá de lo permitido y que les gustaba esclavizar a sus empleados. El tipo de gente ideal para tener a tu lado como socio en los negocios, vamos. Al menos para aquellos cubanos.

Greenpeace se movilizó contra IOI frente a sus sedes. Foto: Han Choo / Greenpeace.

El caso de IOI era serio y no solo ocupaba las portadas de los diarios en Malasia, sino que tuvo su importancia en Europa. La multinacional con sede en Kuala Lumpur se había convertido en gigante con el aceite de palma -tiene plantaciones en su país y en Indonesia, además de varias refinerías-, pero dispone de promociones inmobiliarias y hasta centros comerciales. Es uno de los nombres comerciales más valiosos en Malasia, como lo es LG en Corea del Sur, por ejemplo.

Visitarles fue muy fácil. En aquel momento pasaban por una tormenta mediática que les había hecho perder una tercera parte de sus ventas en Europa, ya que empresas como Nestlé habían dejado de comprar su aceite. Los barcos de IOI no podían atracar en Rotterdam, ya que Greenpeace los paralizaba.

—Os vamos a dar un precio imbatible —nos dijo la directora comercial de IOI nada más empezar nuestra reunión—, queremos el negocio cubano y también ser vuestro único proveedor de aceite de palma.
Dile a la china que necesitamos el mejor precio por los bidones de 20 litros —me pidió el representante cubano que tradujese.

El precio sin duda fue bajo, el bidón lo dejó a unos 11 dólares puesto en el puerto. Teniendo en cuenta que en el Sureste Asiático el litro embotellado cuesta cerca de un euro en el súper, no estaba nada mal. Era, además, el mejor precio que le dieron a los cubanos tras una semana de visitas a fábricas. Yo, tras haberme paseado por aquel mastodonte que era la sede de IOI, no pude evitar hacer una pregunta incómoda.

—¿Y qué hay de la deforestación? —solté ante la mirada curiosa del cubano, que desconocía lo que estaba preguntando al hablar en inglés.
—No hay deforestación —contestó la directora mirándome fijamente a los ojos—. Mañana podrás verlo por ti mismo, lo que hacemos es reforestar, volvemos a plantar.

Por supuesto, lo que volvían a plantar era más palma tras haber arrasado con el ecosistema de la zona. Pero para aquella agresiva vendedora todo valía. Al día siguiente nos citó en la fábrica, a unos 300 kilómetros al sur y muy cerca de Singapur. Yo conduje el coche alquilado por los cubanos, ella cogió un vuelo para tan ínfima distancia. De esos que contaminan una barbaridad, asunto que no parecía preocupar demasiado en IOI.

bidones de aceite de palma.
Bidones, en formato Jerry Can, de aceite de palma. Fabricados por IOI.

Algo olía a podrido y no era la sede de IOI, cuyo ambientador de lujo dejaba una fragancia mucho más elegante que la que desprende la fritanga cocinada con aceite de palma. Pero no era difícil de adivinarse: la crisis de IOI había dejado a la empresa con una gran cantidad de excedentes que no sabían a quien endosar. Y el pueblo cubano era un buen candidato a ello.

Al día siguiente, nos presentamos en la principal refinería de IOI tras visitar las ya por entonces aburridísimas plantaciones. Kilómetros y kilómetros iguales, sin variación y por supuesto sin fauna salvaje. La directora comercial se quejó de su vuelo. «Al final se tarda lo mismo en coche que en avión por todo el embrollo de los aeropuertos».

Los representantes cubanos estaban en una nube. Habían cerrado una compra de muchas decenas de miles de euros a un precio por debajo de lo que esperaban, y sin tener que negociar con empresas pequeñas. Iban a firmar con uno de los gigantes del aceite de palma.

—Yo solo os informo de que he estado investigando sobre esta empresa y parece ser que emplean a extranjeros ilegales de países pobres en situación de esclavitud —le insistí de nuevo a los isleños—, es vuestro negocio pero no sé qué pensaría el pueblo cubano si supiera de donde viene el aceite.
—Al pueblo lo que le interesa es que el producto sea barato, y a nosotros igual. Ya te lo hemos dicho, si hay casos de explotación es mejor para nosotros, ya que nos pone en mejor situación para negociar.

Los cubanos pidieron visitar también la fábrica hermana de IOI Loders en la misma zona, donde se elaboran grasas de palma para la elaboración de chococales y margarinas, entre otros productos.

Frutos aceite de palma.
Los frutos con los que se elabora el aceite y las grasas de palma. Foto con licencia Creative Commons.

La sorpresa fue con ellos. La fábrica de grasas estaba formada en buena parte por científicos, y comercialmente eran nulos en comparación con la agresiva directora de la sede de la compañía.

Nos dieron un paseo por la fábrica bastante faltos de ganas, y se quejaron de que no supiéramos nada a nivel técnico sobre las grasas. Les respondimos lo que pudimos.

—Yo solo soy el traductor —me excusé frente al técnico que acababa de soltar un montón de parrafadas sobre química, apoyado en sendas fórmulas de química orgánica que me recordaban al bachillerato.
—Y yo soy el dueño de la empresa, he venido aquí a comprar y a mirar precios. Yo le digo a los de Cuba que os envíen las especificaciones y vosotros me hacéis una oferta barata.
—Pero… ¿y la calidad del producto no os interesa? —se extrañó el técnico.
—Claro, pero en Cuba lo que interesa es el precio, tú hazlo barato.

El tipo se tomó muy en serio lo de «hacérselo barato». Porque a la hora de la comida le habían pedido que nos invitaran para seguir hablando de negocios, y sin cortarse un pelo los técnicos nos llevaron a un McDonald’s. Biodiversidad y fauna no había allí al sur de Malasia, pero desde luego que no faltaban los Big Mac del payaso americano.

Entre hamburguesas radiactivas y patatas fritas presuntamente recalentadas con aceite de palma, no fue difícil lograr que el jefe de los técnicos se sincerase ante mí. Bastó con preguntarlo una vez.

—Bueno, ¿y qué hay de la deforestación?
—Pues claro que se deforesta —contestó mientras sostenía un pedazo de hamburguesa que chorreaba salsa encima de su bandeja de plástico—, mira cómo hemos dejado el país.
—Tu jefa insiste en que se reforesta…
—¡Ja! Con lo mismo. Mira, nos hemos cargado todo, ¿pero sabes lo peor? Que hemos de trabajar aquí.
—No entiendo…
—Yo soy químico, a mí me encanta mi profesión. ¿Dónde puedo tener un trabajo con tantos recursos y tan bien pagado como este? El aceite de palma es un negocio gigantesco. No me gusta lo que se está haciendo, pero para mí es una oportunidad enorme para desarrollar mi profesión.

Los cubanos miraban sonriendo, sin tener ni idea de lo que hablaba yo con aquel técnico enervado con su empresa. No le compraron grasas de palma a ellos, ni siquiera les pidieron presupuesto cuando volvieron a la isla. Pero creo que en dicha decisión pesó mucho lo de obligarles a comer hamburguesa yanqui en la tierra de la palma.

Un negocio al alza en una tierra que agoniza

Greenpeace aceite de palma Malasia Indonesia
Un agente de Greenpeace inspecciona una plantación de IOI durante el boicot a la compañía. Foto: Ulet Ifansasti / Greenpeace.

Después de aquellas semanas junto a los cubanos visitando fábricas y plantaciones, obviando decirle a los fabricantes que mi profesión real era periodista y no comprador de productos alimentarios, traté de volver a meterme a fondo en la industria del aceite de palma. En muchas ocasiones lo logré, pero al final se me vio el plumero cuando nunca quise comprarles ni un litro de aceite.

Por su lado, IOI limpió su nombre y ahora ya no vende aceite al mercado cubano. Los isleños prefieren comerciar con China, que les ofrece créditos maravillosos si ponen sus infraestructuras como aval. Y los de Malasia volvieron a vender en todo el mundo cuando las noticias dejaron de salir en prensa.

El aceite de palma, en Malasia, está cada vez más controlado y el mundo se ha rendido a aceptar las condiciones de la asociación de fabricantes, que vela por mantener el negocio dentro de unos límites y sin excesos. Greenpeace también suscribió lo dicho por ellos.

Pese a ello, los efectos de la producción de aceite de palma están ahí. Y es bueno, como consumidor, conocer qué hay detrás del precio barato. El relato del viaje por Malasia expone la realidad económica, en la que todo el mundo sabe las consecuencias de la comercialización del producto. Pero todos quieren ganar más dinero, compradores y vendedores.

En el sureste seguiremos consumiendo fritanga elaborada con el aceite de marras de la zona. Pero, a nivel personal, nuestra decisión importa también. En mi casa de Bangkok yo seguiré comprando aceite de oliva, aunque el Gobierno tailandés infle a impuestos al que algunos llaman «el oro alimenticio». Al fin y al cabo, el tercer productor mundial de aceite de palma es el Reino de Siam, que vende casi toda su producción dentro de sus fronteras. Los intereses comerciales, como siempre, pesan más que la salud o el medio ambiente.

A contrapelo, por Luis Garrido-Julve
A contrapelo, por Luis Garrido-Julve
1400 933 Luis Garrido-Julve
4 comentarios
  • Extraordinario artículo.

    Un saludo.

  • Poco sabía sobre este producto hasta que hace no mucho se empezó a hablar de la deforestación del Amazonas porque hay muchos intereses económicos para que esta palmera sea sembrada en ese lugar. Este problema, además de la deforestación y el impacto tan negativo que tiene en ese sitio lleno de flora y fauna, entre otras cosas también ha generado consecuencias en el Caribe, particularmente donde yo vivo, en Quintana Roo (México), pues las costas se han llenado de una alga invasiva a la que denominamos «sargazo». Se dice que las aguas del Mar Caribe se ha llenado de nutrientes que impulsan el desarrollo del sargazo, entre otras muchas cosas, a causa del uso irracional de fertilizantes que se emplean en el Amazonas de Brasil.

    El problema del arribo masivo de sargazo a las costas va más allá de la actividad turística, a la que ya ha afectado severamente, pues también ha causado daños en especies del mar, como es el caso de las tortugas marinas que de mayo a octubre suelen llegar a las costas mexicanas para desovar, pero en los últimos años se complican con las toneladas de sargazo que hay por donde sea.

    Excelente artículo, Luis. Es un deleite leer lo que escribes. Saludos.

  • Qué bueno saber que sigues por la península de Malaca, Nando. No me extraña para nada que la Inglaterra fuera de la Unión Europea busque el beneficio rápido y dejar al mercado en libre albedrío. Pero es curioso cómo tantísima gente en el Sureste ve el Brexit con buenos ojos por situaciones, cuando menos, oportunistas. ¡Abrazo!

  • Hola, Luís, desde Kuala Terengganu. A mí me sucedió lo mismo cuando fui en autocar desde Pinang a Kuala Lumpur: ¡Qué verde, qué bonito y cuántas palmeras! Ayer leí en el periódico local New Straits Times que Malasia está a favor del brexit porque esperan que el gobierno británico dejará de poner trabas al aceite de palma como hace el de la Unión Europea. Un abrazo.

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