GOTA A GOTA – Uttarakhand, India. Ayer me mostraron un mapa del servicio metereológico en el que el subcontinente indio se hallaba cubierto de cabo a rabo por un manto de nubes monzónicas.
La única excepción era esta parte de las Colinas Kumaon en que resido, donde se había formado una especie de cuña, como si un Moisés indio hubiese apartado las aguas para evitarnos parte del diluvio que está cayendo en las comarcas limítrofes, en las que ya han habido inundaciones y avalanchas a mansalva.
Sirva de ejemplo que, igual que ocurre todos los años, ayer, en el vecino y montañoso estado de Himachal Pradesh, había más de cien carreteras cortadas.
Con esto no pretendo decir que aquí no esté lloviendo, pero lo hace moderadamente y permitiendo que el sol asome todos los días algún rato.
A mí, como amante de la naturaleza, siempre me ha maravillado la transformación que se da en los bosques durante los monzones, que al cubrirse de hojas tiernas parecen renacer. Diariamente, por todos lados, brotan flores de distintos tipos, como las orquídeas que cuelgan de los troncos.
Salgo a pasear por la mañana y veo cientos de flores de color rosado que llenan un prado, donde la tarde anterior no había ninguna. Completad estas imágenes mentales con la neblina que se adhiere a las copas de los árboles, y las luciérnagas que iluminan de noche mi camino cuando regreso a casa.
¿Sabíais que el lugar más lluvioso de la Tierra está en la India? Pues sí, concretamente en el estado oriental de Meghalaya y en pueblo llamado Mawsynram, en el que, debido al cul-de-sac que forma el Himalaya al final de la Bahía de Bengala, las precipitaciones superan anualmente los 11.871 mm.
Mis anfitriones se marcharon a Nueva Delhi porque él tenía que pasar por el quirófano. Sin embargo, no estoy solo en casa, ya que ellos, cuidando siempre de mi comodidad, lo dejaron todo organizado para que siga recibiendo mis alimentos y los obligados vasitos de chai sin tener que salir de mi habitación. Se encarga de mí un hombre canoso, de unos cuarenta años, que sonríe continuamente como hacen los habitantes del Sudeste Asiático.
Es un tipo muy mañoso, que igual lidia con la electricidad, la fontanería o con la carpintería. Sobre todo, con lo que más me importa a mí, es que cocina de maravilla sorprendiéndome con su inventiva.
Quien en realidad le paga el sueldo y la habitación que ocupa en la planta superior de esta casa es un juez del Tribunal Supremo del estado de Uttar Pradesh, que se está construyendo una vivienda en un bosque cercano.
El señor juez tendrá unos cincuenta años, es esbelto, mide más de metro noventa, habla un inglés impecable y su trato no podría ser más cortés. Solo de vez en cuando se deja caer por aquí y, si no está presente su empleado, él mismo se encarga de servirme el chai.
Cuando mantuvimos algunas conversaciones y se enteró de que yo escribía estas crónicas, me pidió que se las enviara, convirtiéndose en lector habitual.
EL INDOSTÁN – Durante los doce meses anteriores, los servicio sociales rescataron a 23.530 niños que eran forzados a trabajar en penosas condiciones. Así mismo, liberaron a 2.766, a los que explotaban sexualmente, y a 1.092, que estaban obligados a mendigar en las calles.
Nueva Delhi produce diariamente once mil toneladas de basura.
El suicidio es la principal causa de muerte de los indios que se hallan entre los quince y los veintinueve años de edad.
¡Los indios están locos! Una señora muy fina me entregó una tarjeta de visita con una foto en la que figuraban ella y su marido. Sonriendo me aseguró que solo con mirarla un rato todos los días durante un mes se curarían mis enfermedades y desaparecerían todos mis problemas.
India es el segundo país del mundo en mortandad durante el embarazo y el posparto. La siguen el Congo y Pakistán. Siendo Nigeria el primero de tan penosa lista. Kerala, siempre más avanzada, es el estado indio en el que se dan menos muertes maternales; mientras que Madhya Pradesh se destaca por todo lo contrario.
PASO A PASO – Arequipa, Perú, otoño de 1988. Continúa de la crónica anterior. La gran diferencia entre las dos cordilleras más altas de la Tierra, ambas todavía en proceso de crecimiento, está en que, mientras el Himalaya cuenta con muchos valles y poblaciones situadas entre mil y dos mil metros de altitud, los Andes, con pocos puntos intermedios, se alzan directamente hasta sus grandes pampas y valles a cuatro mil metros, siendo menos habitables que la cordillera asiática.
Por ello, Arequipa y su valle, que se hallan en la civilizada altitud de dos mil cuatrocientos metros, es la parte más rica y frondosa del Perú. Los conquistadores castellanos encontraron allí el clima perfecto para levantar aquella elegante y señorial ciudad, hecho que corroboraban las docenas de edificios coloniales y, sobre todo, la Plaza de Armas, que es digna de la mejor ciudad castellana.
Añádase a esto que los arequipeños, gente muy seria y trabajadora si la comparamos con el resto del país, han convertido los desiertos circundantes en prados, donde pastan manadas de vacas, y en campos donde se cultivan cereales y toda clase de árboles frutales.
Como sucede habitualmente en las partes más ricas de todos los países, los habitantes de Arequipa, tan orgullosos de su tierra como de sus logros, tienen un sentimiento independentista que les lleva a proclamar, bromeando, “La República Independiente de Arequipa”. Incluso había librerías en las que se vendían pasaportes de esta nación ficticia.
Después de pagar la cuenta y despedirnos de los hermanos camioneros que nos habían llevado desde la costa del Pacífico hasta Arequipa, el británico Simon me guió hacia la calle Jerusalén y a la Residencia Guzmán: una casa antigua con un gran patio interior al que daban las habitaciones, amplias y de buen precio, donde me sentí de maravilla.
Tras instalarnos y librarnos de la mugre que habíamos acumulado durante los dos días de viaje, le comenté a Simon que yo había tenido mucha suerte al cruzarme con alguien como él, que ya había estado en Perú, y me llevaba de la mano sin que tuviese que preocuparme por nada.
El británico dijo sonriendo: “Lo mismo puedo decir de ti, porque continuamente compruebo lo diferente que es el trato que recibo de la gente al ir con un hombre como tú, al que creen peruano; alguien que, además, es un auténtico trotamundos y se sabe al dedillo los trucos del viaje”.
Yo, cada vez más asqueado de la ceguera de muchos patriotas, apreciaba que mi compañero, al conocer a fondo a los británicos, los criticara sin clemencia.
En Arequipa tuve claro rápidamente que, si quería sobrevivir en aquellas alturas, necesitaría más prendas de abrigo. Después de arduos regateos adquirí unos pantalones de pana, un jersey de lana de alpaca (la única lana que no me irritaba la piel), y unos zapatos de cuero, para substituir mis habituales sandalias.
Sintiéndose como en casa con el uso de la lengua castellana, continué alimentando mi cultura comprando “La ciudad y los perros”, novela del peruano Vargas Llosa; y metiéndome en un cine a ver películas como la israelita “Detrás del Muro”, o la norteamericana “Saigón”.
También adquiría a diario algún periódico. Así, en “La República”, encontré una curiosa noticia que leí a mi compañero: “Autoridades del Ministerio de Salud advirtieron contra el consumo de chocolates ingresados de contrabando desde Bolivia, con indicios de contener ácido lisérgico (LSD)”. “¡Rediós”, exclamé riendo, “ahora mismo voy a comprar chocolate boliviano!”.
Aún había otra noticia folclórica en aquel periódico: “Un cura brasileño de setenta y siete años, detenido en diciembre pasado en Ginebra por haber importado a Suiza nueve kilos de cocaína, fue condenado hoy a ocho años de reclusión, así como a la prohibición de permanencia en el país por el periodo de quince años”. Continuará.
MIRA LO QUE PIENSO – Cuando Julio Cesar decía cosas tan sabias como,“Espera lo mejor y prepárate para lo peor”, me pregunto si tales opiniones eran de cosecha propia o tenía a alguien que se las escribía.
Los superhéroes de los cómics y de las películas me parecen absurdos y superficiales porque ninguno de ellos tiene poderes mentales. La única excepción fue “El Malo”, que aparecía en la primera temporada de la serie Jessica Jones, quien dominaba la mente de los demás y acababa con la vida de sus víctimas ordenándoles simplemente que dejaran de respirar.
¿Os habéis percatado de que, cuando los actores lloran en las películas, acostumbran a hacerlo solamente por el ojo derecho?
Se da por sentado que los hombres no nos acojinamos ni lloramos, como yo vi hacer a un par de amigos míos cuando se enfrentaron a la muerte.
Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.