El ansia por ser el protagonista es algo común en nuestra especie. Supongo que se trata de una forma de suplir todas esas inseguridades que nos ahogan y la realidad es que es algo que veo día a día en el turismo de fauna salvaje, sea en cautividad o en vida libre.
He trabajado en varios centros de rescate y zoológicos, y en todos ellos he visto en mayor o menor medida la misma actitud: la insistente costumbre humana de llamar la atención de los animales una y otra vez con el objetivo de que nos vean.
A veces me pregunto si en verdad vamos a un parque natural, a un santuario o a un zoológico a ver animales o vamos a que ellos nos vean. ¿No seremos nosotros su particular pasarela, destinados a traer novedad -en muchas ocasiones, con connotación negativa- a sus vidas? ¿Buscamos en las reacciones de un jabalí o un mono la atención que nos falta de nuestros congéneres?
Respetar la naturaleza, un vínculo aún más fuerte
No somos capaces de observar a los animales realizando sus conductas naturales entre ellos. Y esto es un fenómeno que ocurre tanto en nuestras visitas al campo como cuando vemos animales salvajes en entornos controlados.
Uno de los ejemplos más claros es el hecho de alimentar animales salvajes, algo que como ya comentamos en este artículo que os enlazo (¿Por qué no debes alimentar animales salvajes en tus viajes?), trae numerosos perjuicios para la naturaleza. ¿Por qué no somos capaces de asumir que debemos respetar la conducta natural de los animales sin influir en la misma?
Hace unos meses volví a mi tierra natal a disfrutar de la berrea en Somiedo, un paraje entre lo salvaje y lo domesticado. Recuerdo lo difícil (y gratificante) de buscar con los prismáticos a los machos de ciervo, recortados contra el horizonte en las empinadas cumbres que rodean uno de los miradores de Somiedo. Recuerdo también ver, años atrás, a unos turistas intentar atraer ciervos con comida en el parque Phoenix de Dublín.
Ese contraste de enfrentarse a la misma especie en dos contextos totalmente diferentes, ambos en vida libre. Tal vez tengo “romantizado” lo bonito de realizar puro avistamiento de fauna silvestre. O tal vez sea ese concepto romántico del vínculo con los animales, mal entendido, el que está equivocado. Ese concepto de vínculo basado en el toca-toca, en el que un ciervo se te acerca y tenéis un momento de conexión espiritual, cual película de fantasía.
¿Y si pusiéramos de moda un vínculo con la naturaleza diferente? Un vínculo que tal vez tenga más que ver con dejar a ese ciervo su espacio, lejos del hombre. Un vínculo que nos tenga en cuenta también a nosotros como parte de la naturaleza, como una especie que puede disfrutar de las montañas pero no puede pretender tratar a otros animales como si fueran mascotas.
La cautividad, la otra cara de la moneda
En cautividad ocurre exactamente lo mismo, algo que no es de extrañar. Muchas personas van a zoológicos y santuarios para ver animales de una manera más cercana de lo que lo harían en vida libre, pero un centro de este tipo no tendría que ser sinónimo de que no observemos las conductas naturales de los animales.
Tristemente, la cercanía del público a estos centros, unido a la falta de control y desconocimiento, hace que a veces sobreinteraccionemos con los animales que están bajo cuidado humano. El caso es especialmente doloroso en los santuarios, donde muchas veces los animales se recuperan precisamente de relaciones dañinas con el ser humano.
Los zoológicos tampoco debieran fomentar ni permitir ciertas interacciones con los animales, las cuales invitan a intervenir en la conducta de los mismos, interrumpiendo conductas naturales. En teoría, estos centros deberían tener carácter educativo, algo que se diluye si el público está más pendiente de intervenir en la vida de los animales que de aprender de la misma.
Y es que precisamente, el interaccionar con estos animales puede fomentar que en el imaginario colectivo se creen percepciones confusas de lo que debería ser una relación sana con los animales salvajes. ¿Si en un zoo o en un santuario puedo alimentar a un animal salvaje, porque no voy a poder hacerlo en vida libre?
¿Si normalizamos que en cautividad cada vez las interacciones y la cercanía con los animales sea más estrecha, cómo podemos esperar que en vida libre no queramos dar ese paso más cercano? Probablemente el establecer cierta distancia entre visitantes y animales en estos centros ayude a dar un mensaje más claro sobre la relación que debiéramos tener con la fauna.
De nuevo, hay mucho trabajo aún para difundir un nuevo concepto de vínculo con la fauna silvestre, también la cautiva. Entender que se puede trabajar rehabilitando fauna silvestre sin abrazar animales, y que también los animales en cautividad deben ver su vida alterada por el hombre lo menos posible.
Porque la realidad es que este vínculo con la fauna, mal entendido, es algo transversal. Que vemos en gente que ama a los animales y que quiere protegerlos, pero también en aquellos que los ven como un accesorio. Que lo vemos en gente que vive cerca de la fauna salvaje o gente que vive en ciudades.
Por eso, os invito a que aprendamos a observar de forma pausada a la fauna silvestre. Que no llamemos su atención, sea con comida en el monte o golpeando un cristal cuando están en cautividad. Que disfrutemos de su vida de manera pausada, sin interferir. Tal vez nos enseñen mucho más de lo que esperamos, y tal vez consigamos miradas más reales que la mera reacción frente a una molestia. Podemos aspirar a más.
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