Borneo: selva, orangutanes, buceo extremo, piratas, gitanos del mar, petróleo y pobreza

A la isla de Borneo, a su selva, a los tres países que la habitan y a toda su tangente marítima se le puede dedicar un mes o un año. La tercera isla más grande del mundo después de Groenlandia y Papúa Nueva Guinea (Australia queda excluida al ser considerada continente por su hegemonía en Oceanía, según los geógrafos) engancha tanto y es tan diferente al resto del Sudeste asiático que al viajero siempre le va a saber a poco.

Adentrarse en la selva, ya sea en la parte malaya o en la indonesia, llamada Kalimantan, para buscar los orangutanes que viven en libertad, los narigudos, los elefantes, cocodrilos y su gran diversidad de aves, entre otros muchos animales, es impresionante. O entregarse a sus cuatro mares (el de la China Meridional, el de Java, el de Célebes y el de Sulu) para navegarlos o bucearlos.

Y hacer el pequeño esfuerzo de meternos un poco en la cultura de sus gentes, en su diversidad étnica y racial, en la autenticidad de sus tribus, dialectos y costumbres y, cómo obviarlo, en sus desigualdades sociales, en la pobreza y en el destrozo medioambiental al que se está sometiendo a uno de esos trocitos imprescindibles del planeta por su rica biodiversidad.

La relación entre humanos y la fauna de la jungla

En los últimos 50 años el péndulo del desarrollo humano se ha balanceado peligrosamente desde el edén de la pureza de la selva primigenia y la sosegada vida tropical hacia el otro extremo, al precipicio de la deforestación masiva y la sobreexplotación de recursos, para unos negocios, el de los petrodólares y el del aceite de palma, que no dejan precisamente en la isla el rédito pecuniario de sus abusos.

El Borneo malayo y el indonesio es mucho más pobre y subdesarrollado que el resto de los territorios hermanos que se gobiernan desde Kuala Lumpur y Yakarta, y cuya prosperidad es financiada en buena parte con lo que la isla genera. West Malasia y West Indonesia, como aquí se les llama con retintín despectivo, se llevan de la isla la parte del león y no reinvierten en ella ni el mínimo exigible. Solo el Sultanato de Brunéi es el que retiene aquí su inmensa riqueza, en ese pequeño priorato musulmán ubicado en el norte de la isla.

Los animales de la selva y los humanos de la isla viven ahora mucho peor porque se están quedando sin sus territorios originarios, que ahora se dedican a la plantación masiva de palma para la extracción de ese aceite que es ya la más consumida en el planeta.

Pero no todo está perdido. Al igual que se puede intentar parar la deforestación del Amazonas, o al menos hacer mucho ruido para incomodar a gobiernos, depredadores de jungla y asesinos de indígenas, también aquí en Borneo es el momento del pataleo, es hora de gritar para que tomen nota los 9 sultanes de Malasia que controlan el cotarro y también el centro de poder de Yakarta y toda su saga de corruptos.

Y en lo que a nosotros nos atañe, turistas y viajeros, tomar un poco de conciencia y hacer de uno de los viajes más alucinantes del mundo también una experiencia de concienciación social, de acercamiento a los problemas para no pasar de largo mientras buceamos con tiburones o avistamos a los orangutanes en las copas de los árboles.

Sólo es cuestión de mirar a los ojos de la gente y preguntarles por sus vidas, tienen ganas de hablar y compartir y muchos de ellos pilotan buen inglés, sobre todo en la parte malaya.

De la Malasia continental a la isla salvaje

Después de más de dos meses viajando por la península malaya y recuperándome de una grave infección en el pie que se me fue de las manos, di el salto a Borneo. Hay algo más de dos horas de vuelo desde Kuala Lumpur a Kota Kinabalu (KK), la capital del estado de Sabah.

Decidí entrar por el este de la isla para dejarla por el oeste un mes después, tras devorarme la zona oriental, el centro (Brunéi incluido) y el estado de Sarawak, en lo que conforma toda esa gigantesca franja horizontal norte que pertenece a Malasia y representa en torno al 20% de todo el territorio de Borneo.

La Malasia continental, como comentamos en un post anterior, es un país más o menos rico, con solo 32 millones de habitantes (su vecina Indonesia tiene 280 millones de habitantes) y una clase media muy consolidada y consumista.

El negocio del petróleo y el gas, su desarrollo industrial, la bicoca del aceite de palma, la producción maderera y el haber sido una plaza financiera de protectorado británico les ha dado riqueza y eso se nota en la calidad de vida de sus gentes, en sus infraestructuras, en el diseño de sus ciudades, en el nivel de sus hospitales y universidades, en los trillones (quizá exagero un poco) de centros comerciales al más puro estilo “western”, en la limpieza de sus calles y en la bajísima tasa de desempleo.

La influencia filipina y española

Al llegar a Borneo parece que no estás en Malasia. Todo está más sucio y es menos moderno, pero también en ello radica parte de su encanto. Es todo más territorio comanche, mucho menos estricto en cuanto a esos modos de vida que tanto gusta prohibir a los exégetas del Islam.

Se nota que aquí hay mucha influencia de la vecina Filipinas y de la mezcla de tantos grupos indígenas, gitanos del mar y esos piratas sin pata de palo que llegaban y aún arriban desde el mar de Sulu (también llamado mar de Joló).

Nunca pudieron ser sometidos del todo ni por el imperio británico ni por el español ni por la sharia de los sultanes, de ahí que en pleno siglo XXI se siga percibiendo esa bendita anarquía de los rebeldes.

Sean rebeldes o no solo hay que preguntarles por cómo se vive en Borneo para que se quejen de cómo les tratan los sultanes de la Península y nos recuerdan que ellos siempre quisieron ser independientes, su pertenencia al país de las Torres Petronas es un mero accidente de la Historia.

Aprovecho mis primeros días en Kota Kinabalu a pasear por sus mercados, el más grande de todos el Filipino Market, en mitad de un largo malecón en el que se vende de casi todo, lleno de restaurantes y puestos callejeros que te preparan el pescado y el marisco al momento.

Todo se cose, se descose y también se repara en donde la rotación del consumo no es una obligación, así que los derredores de los mercados de KK están repletos de costureros y zapateros, todos ellos hombres, que en un solo metro cuadrado tienen montado su taller con el aire acondicionado de la brisa del mar.

Los fines de semana es el Gaya Market del centro de KK el que acapara el ajetreo y nocturnidad de los locales, comida local y ricos laksa estilo Borneo (la sopa de curry con mariscos más popular de Malasia).

El estado de Sabah y sus plantaciones de palma

Me pongo en ruta camino del este del estado de Sabah, son siete horas de bus en las que compruebo a pie de campo que el 90% de todo lo que me alcanza la vista a derecha e izquierda son plantaciones de palma para el aceite de ídem.

Llego a Sandakan, ciudad fea y portuaria que sirve de base para dar el salto a la jungla de los orangutanes y en la que la ratas y las cucarachas toman el control de las calles en la noche, cuando los humanos se van en retirada. Os lo digo por propia experiencia porque soy de los que no se retira pronto.

Señales

Una minivan nos lleva hacia el río Kinabatanbang, que hemos de cruzar en barquita para ir al lodge. A este lado del río las plantaciones de palma, y en el otro está la selva, en un juego de equilibrios que no sabemos cuánto más aguantará.

Los propios guías, a los que bombardeo a preguntas, me confirman que si voláramos un julandron podríamos comprobar cómo se va estrechando el cerco sobre la jungla virgen y obviamente sobre los espacios de vida salvaje de los animales.

Por suerte para los turistas y desgracia para ellos es más fácil ver aquí a los grandes animales porque tienen que arrejuntarse (verbo aceptado por la RAE) en espacios cada vez más reducidos.

En tres días con varias salidas en barca y trekkings por la selva me inflo a ver cocodrilos, monos narigudos (proboscis), algunos elefantes, hornbills (cálao) y otras miles de aves, reptiles, insectos; vamos, lo que viene siendo una feria de la naturaleza.

Y cuando ya empezaba a cundir la desesperación, en la última salida con la lancha a las seis de la mañana y tras una hora de navegación sur por el Kinabatanbang aparece la madre gigante con su retoño a la espalda, en la copa de un árbol que tenía no menos de 30 metros.

Fue un momento mágico que duró más de media hora, porque el orangután nos deleitó con su recolección de fruta, la peló, la compartió con el hijo y luego se dispuso a bajar con esos largos brazos que parecen duplicar en longitud al torso.

Y apareció el orangután gigante con su cría

Se nos plantó enfrente, sin hacernos ni caso, y ahí estuvimos en silencio mirando sus ojos claros y su majestuoso cuerpo. A la vuelta, las dos orillas del río, como todas las mañanas, estaban salpicadas de cocodrilos de todos los tamaños y las ramas y copas de los árboles de narigudos, hornbills y garzas.

Y ahí va el dato: a finales del siglo pasado había en Borneo unos 250.000 orangutanes, pero sólo entre los años 1999 y 2015 han muerto por causas no naturales unos 150.000, según un estudio publicado hace unos años en el revista Current Biology.

Están desapareciendo por culpa de la deforestación y pérdida de sus hábitats, por la caza furtiva y tráfico ilegal y por ser asesinados por los guardas cuando entran en las fincas buscando la comida que ya no encuentran en su jungla.

Al ritmo actual, que no se ha frenado, para 2050 habrán desaparecido otros 50.000 de estos primates, señala el estudio auspiciado por universidades de Leipzig y Liverpool. Continúo viaje y no paro en Sepilok, el centro en el que alimentan y cuidan a los orangutanes que están en semilibertad.

Durante las seis o siete horas de trayecto en autobús desde que dejo la selva hasta Semporna, en el Mar de Célebes, no paro de ver plantaciones de palma a izquierda y derecha.

Semporna es la pura antítesis de los extremos, la paradoja de la brutalidad del desarrollo, es una ciudad pobre y fea, auténtica y necesaria como ella sola, ubicada frente a uno de los mares más límpidos y alucinantes del mundo.

El Mar de Célebes y su Triángulo de coral

La riqueza de ese mar de Célebes y sus maravillosos fondos contrasta con la pobreza de las calles y los niños y no tan niños, la mayoría de ellos gitanos del mar, que vagabundean cargando a cuestas con su miseria mientras buceadores de todo el mundo pagan el peaje de la corrupción para sumergirse en las aguas de Sipadan.

Yo no lo pagué porque no me gusta tirar el dinero y porque previamente pregunté a los lugareños en qué bolsillos caen los centenares de dólares que hay que abonar para que te dejen entrar en las aguas de Sipadan y poder bucearlas, con la excusa de pagar la tasa ambiental (solo entrar en el parque supuestamente protegido cuesta 495 ringgit, casi 100 euros).

Sumergirte en la espiral que forman estos miles de peces con cara de mala leche en el Barracuda Point y cruzarte después con los tiburones (de arrecife, martillo), mantarrayas gigantes y peces loro es alucinante y puede tener un precio u otro, eso va en gustos del consumidor.

Pero si ese dinero va en exclusiva a la empresa que detenta el monopolio de la explotación del spot por su conexión con los poderes del sultanato local, que posteriormente no destina ni un maldito ringgit a calles, hospitales y escuelas ni en Semporna ni en Borneo, a algunos se nos empañan las gafas de buceo y lo vemos todo un poco borroso.

Hay mucho más buceo por todo el archipiélago. Yo me inflé a bucear por la zona repartiendo mi dinero entre varias escuelas de buceo locales e hice bastante esnórquel y tours en lancha (obligatorio subir a la cima de la isla Bohey Dulang para ver en perspectiva la barrera de coral).

Hay tantos puntos para hacer esnórquel (de los mejores del mundo) que los que no buceéis no tendréis problema para disfrutar de la vida marina y veréis barracudas de las que andan (más bien nadan) por libre, no las de Sipadan.

Los tours de esnórquel os llevarán por las bellísimas islas de Matabuan, Sibuan y también por las más alejadas y paradisiacas Pom Pom y Timba Timba, con su larga lengua de arena y los rabiosos colores de sus corales.

Los piratas ya no atacan y la zona es segura

Cerca de ellas está Mataking, también con su lengua de arena y un puesto militar de vigilancia con una especie de metralleta que lleva muchos años sin usarse, me dijeron los soldados.

También pasé un par de noches en Mabul y su pared de coral ideal para bajar en apnea (free diving) y hacerte amigo de las tortugas que viven allí. Recordemos que estamos en pleno Triángulo de Coral, una área marítima tropical de seis millones de kilómetros cuadrados donde mejor se conservan los corales de todo el mundo y que se reparten Indonesia, Malasia,, Papúa Nueva Guinea, Filipinas, las Islas Salomón y Timor Oriental.

También pude comprobar en directo el despliegue militar y los otros puntos de avistamiento del ejército malayo en previsión de posibles ataques de los piratas del mar, esos que forman el grupo terrorista Abu Sayyaf y popularizaron Sipadan en el año 2000 cuando secuestraron a un grupo de turistas extranjeros.

Dicen por aquí que la última vez que secuestraron fue a unos chinos que son de pagar rápido, hace unos seis o siete años. Desde entonces la cosa está tranquila y no tocan a los turistas, aunque sí han atacado algunos pesqueros y barcos de carga.

He conocido (años 2023 y 2024) en Borneo a algunos holandeses y daneses que no han ido a Semporna ni a Sipadan porque sus gobiernos les recomiendan no hacerlo por ser supuestamente peligroso. Confiad en mí, todo Borneo, incluido el Mar de Célebes, es muy seguro para el viajero.

En esa línea se expresa mi amigo el boss, no recuerdo su nombre pero tuve la suerte de conocerle en Mabul. Es el dueño de la homestay sobre palafitos en la que pasé dos noches. Me impresionó su perfecto inglés y su mejor cultura y conocimiento no solo de su país y Asia en general sino también de Europa.

Me comentaba que el grupo yihadista Abu Sayyaf está casi desmantelado por la lucha coordinada de los gobiernos filipino y malayo contra ellos, y los pocos que quedan ya solo se mueven por el archipiélago de Joló.

El boss también es musulmán y tiene dos mujeres y dos familias, me recuerda que el estado de Sabah, donde estamos, perteneció al Sultanato de Joló y que por eso y por las migraciones posteriores hay tanta influencia filipina en el este de Borneo. Los españoles no fueron capaces de someter ni mucho menos convertir al catolicismo a los habitantes y piratas de Joló, que siempre han sido independientes y rechazan el pasaporte filipino.

Sabah quiere el control de su oro negro

De ahí que el boss también sea partidario de la independencia de Sabah de Malasia porque ellos han pertenecido más a Filipinas y a España (me bromea con esto, claro) que a la West Malasia. Podrían ser autosuficientes y ricos con sus propios recursos, porque de Sabah y del vecino estado de Sarawak, al oeste de Borneo, sale más del 80% de la producción de petróleo y gas que enriquece Malasia.

Con sus pozos de petróleo y gas, su decenas de miles de hectáreas de plantaciones de palma, su pesca, el turismo y el negocio de las granjas flotantes de algas para el mercado japonés y para los cosméticos en Europa, “Sabah sería rico y tendríamos buena educación y buenas carreteras”.

Se ríe cuando le pregunto por la deforestación del segundo bosque primario (bosque virgen que permanece intacto, sin explotar) más importante del mundo, después de la Amazonia, y me dispara en reversa que los europeos deforestamos nuestros bosques primarios hace 200 o 300 años para cultivos y después para industrializarnos y producir energía.

Sobre los plásticos que flotan en los mares del Sudeste asiático también despliega su armamento de defensa al reconocer que sí, que en Asia se abusa del uso de los plásticos y que la cosa no parece tener arreglo, pero que muchos de esa basura que flota o yace en el mar ha venido y viene de Europa por la sobreproducción industrial y consumista.

Defiende a muerte la extracción y producción de oro negro porque me cuenta además que según las últimas prospecciones bajo las aguas del norte y este de Borneo, mares de la China Meridional, de Joló y de Célebes, hay muchas bolsas de petróleo y gas esperando ser extraídas.

Por eso China está colocando en pequeños atolones de coral y en zonas someras de poca profundidad su bandera y tomando posiciones, enfrentándose a Malasia, Filipinas, Taiwán, Vietnam e Indonesia. Son aguas que pertenecen a estos países y no a China, pero la colonización de esas áreas flotantes por la armada de Xi Jinping con la excusa de la pesca va a seguir generando conflictos en la zona.

La tribu de los Bajau, los nómadas del mar

Interesante también fue su visión sobre la vida y situación de los gitanos del mar, los Bajau o nómadas del mar, una tribu que vive esencialmente en el entorno de las costas de Filipinas, Borneo y Brunéi. No tienen ni nación ni DNI ni pertenecen a ninguna autoridad institucional, son más o menos libres en su hábitat, el mar.

Son capaces de bajar en apnea y aguantar lo impensable para pescar y extraer perlas, pero también utilizan por supuesto artes de pesca, y la mayoría de ellos viven en pequeñas barcas (llamadas lepa lepa) que son sus casas y están ancladas al fondo en las protegidas bahías de algunas islas.

Pero también los hay que deciden vivir en tierra, como es el caso de la aldea principal de la isla de Mabul. Estuve con ellos viendo sus casas y a sus hijos, sus criterios de limpieza y calidad de vida no se pueden procesar ni entender bajo el tamiz del filtro occidental, así que nada que opinar al respecto.

Se dedican a vender lo que pescan y muchos de ellos a pedir por las calles de Semporna y otras ciudades y pueblos del Borneo oriental. El gobierno de Sabah les permite ir al hospital y solo tienen que pagar un ringgit por ello, me cuenta el boss, que reconoce que nunca alfabetizan a sus hijos. No saben leer ni escribir, pero tienen una cultura e idiosincrasia vitales muy arraigadas e interesantes.

Fue una gozada poder compartir con el boss horas y horas de conversación mientras mirábamos desde la terraza de su homestay esas aguas cristalinas del Mar de Célebes, por cuyos fondos se dejaban ver de vez en cuando tortugas sorteando los palafitos que sustentaban la casa.

Me despedí de toda la familia de Mabul para volver al puerto de Semporna e ir avanzado hacia Tawau. Dejo para un segundo artículo todo el periplo hacia el centro y oeste del Borneo malayo, la parada friki de varios días que me hice en Brunéi y la despedida desde la entrañable y disfrutona Kuching.

Sin billete de vuelta, por Balta
Sin billete de vuelta, por Balta
1400 933 Baltasar Montaño

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