La crónica cósmica. El momento adecuado de mover el culo

HASTA LUEGO… – Kuala Tahan, Malasia. Se van a cumplir dos meses desde que llegué aquí, a la Park Lodge, junto al Parque Nacional de Taman Negara, y he decidido que es el momento adecuado de mover el culo. Como hago habitualmente en tales ocasiones incluiré en esta crónica unos trazos que completen la acuarela imaginaria que os he estado pintando hasta ahora.

Acerca del entorno en que se halla mi cabaña, repetiré que difícilmente podría ser mejor, pues me siento como si me hallase dentro de la jungla, y solamente salgo de aquí para pasear y hacer un poco de ejercicio físico (y tomar unas cervezas…). 

La Park Lodge recibe muchos huéspedes españoles gracias al reportaje que publicó hace varios años conmochila.com, y no es de extrañar que Jab, el dueño, me salude todas las mañanas diciendo en perfecto castellano: “¡Buenos días!”. Nada une tanto a las personas como la risa compartida, y con Jab son muchas las veces en que nos desternillamos juntos. 

Otros detalles de cómo funcionan las cosas en la Park Lodge. El agua proviene de un manantial. Anoche unos jabalíes arrasaron el huerto, especialmente las matas de chili. Un ratón encantador permaneció varios días dentro del retrete de mi cabaña hasta que logré rescatarlo; no podía salir por sí mismo y cada vez que intentaba sacarlo se refugiaba en la tubería del agua.

Un hormiguero ha invadido el reloj que hay en el vestíbulo abierto a los cuatro vientos y ahora es difícil ver la hora. Ayer un lagarto monitor se paseaba entre los preciosos faisanes que picoteaban por el jardín.

De camino hacia el pueblo de Kuala Tahan cruzo un bosquecillo en el que hay un camión abandonado al que únicamente vi después de pasar por allí muchas veces, porque se lo ha tragado la naturaleza y ya forma parte de ella.

Aparte de los pájaros con sus trinos, de unas ranas cuyo croar se parece a los cuac-cuac de los patos, y del canto de unos cómicos sapos que parecen oboes desafinados, el único que rompe el silencio que reina aquí es el imam de Kuala Tahan cuando llama a los fieles a la oración.

Aunque la mezquita se encuentra a un par de kilómetros de distancia, se le puede oír perfectamente gracias al potente equipo de sonido que usa; afortunadamente, es un cantante nato y resulta un auténtico placer escuchar su voz atravesando el espacio.

Al haber permanecido tanto tiempo aquí en la que es mi cuarta visita, todo el mundo me conoce y saluda. De hallarme en otro país, quizás podría resultarme pesado responder a unos y otros; pero, por suerte, el saludo de los malayos se limita a un cruce de miradas acompañadas de una inclinación de la cabeza y una sonrisa.

Y así lo hacen también las mujeres y las chicas, que me sonríen encantadoramente cuando pasan pilotando sus motocicletas o desde los puestos de sus comercios en el bazar demostrando que la versión malaya del islam es más tolerante que la de otros países.

Ya que menciono a las motocicletas, las de la marca Honda han estado pintadas con los colores y los emblemas de Repsol desde que Marc Márquez se coronó campeón del mundo de Moto GP por primera vez.

Otro detalle local: aprovechando que en la carretera de setenta kilómetros que va desde Kuala Tahan hasta la ciudad de Jerantut nunca se ha visto a un policía, los motociclistas jamás llevan casco.

Algunos precios. Euro: 4’95 ringgit malayos.

  • Una lata mediana de cerveza Tiger: 10 ringgit.
  • Arroz frito con pollo, piña y verduras: 7 ringgit.
  • Curri de gambas y verduras: 8 ringgit, y el arroz que lo acompañaba: 2 ringgit.
  • Un kilo de mangos: 5 ringgit. Las bananas son caseras y me salen gratuitas.
  • El típico desayuno local (que yo como diariamente para almorzar) de arroz con coco, salsa sambar, medio huevo duro, unas rodajas de pepino, cacahuetes asados, pescaditos secos y tres empanadillas de sardinas con chili, envuelto en hoja de bananera: 3 ringgit.
  • Un kilo de atún fresco: 6 ringgit.
  • Unas sandalias de la marca Brikenshoes copiadas de las Birkenstrock alemanas: 15 ringgit.
  • Un litro de gasolina: 2’05 ringgit.
  • El tique del lujoso autocar con el que vine desde Kuala Lumpur: 25 ringgit.

PASO A PASO – Pushkar, Rajastán, India. Otoño de 1987. Continúa de la crónica anterior. Aparte de la obligada dieta vegetariana y de la prohibición del alcohol, en Pushkar se estaba llevando a cabo la persecución implacable de cualquier otro tipo de droga. La detonadora de esta cruzada había sido la creciente adicción a la heroína de muchos jóvenes locales que se relacionaban con yonquis occidentales.

Debido a esta grave situación, los hombres importantes de la población se presentaron ante el jefe de la policía local exigiendo medidas. El triste resultado es que ahora, obtener los adictivos polvos, resultaba más fácil que conseguir el inocuo costo. 

Los controles policiales, aparte provocar las inevitables paranoias, habían logrado que se cerraran incluso las tiendas de bangh, la crema de marihuana usada habitualmente tanto por las mamás, los papás y los brahmanes pujaris; aunque de todos modos se seguía sirviendo mezclada con lassi (el yogur líquido) o en los helados que vendían los vendedores ambulantes. 

En cuanto al costo, yo lo conseguía a través de un hombre que gozaba de fama internacional: un brahmán que regentaba el restaurante Roof Top, un local que creó escuela y, con el paso de los años, sería copiado por muchos otros. El renombre de tal personaje se debía más a sus dotes como relaciones públicas que a las gastronómicas.

Aunque la comida, aparte de ser cara, no era nada del otro mundo, los clientes pasaban el rato riendo gracias a sus ocurrencias. Estaba claro que el brahmán hubiese podido triunfar en los escenarios.

Otra de las virtudes de aquel restaurante parecido a una atalaya era la vista que ofrecía del centro de la ciudad y de gran parte del lago. Así, mientras comían, los clientes podrían mirar, por ejemplo, como el pujari del templo que había al otro lado de la calle salía con un gran saco lleno de chapatis, que primero repartiría entre lo pobres que le esperaban haciendo cola y después entre los monos langur y las vacas.

Los esbeltos monos de piel negra y pelo blanco también formaban parte del espectáculo del Roof Top y, si el brahmán los llamaba, trepaban hasta allí para divertirse con unos juegos que incluían premio cuando él escondía en su mano un delicioso anacardo y el mono de turno iba abriendo uno a uno sus dedos hasta que aparecía el fruto.

Transcurridos los primeros días en los que me dediqué plenamente a recorrer cada rincón de aquella ciudad perdida en el tiempo, empecé a explorar sus alrededores. Fue así como descubrí que el oasis se extendía a oriente de la urbe y que bajo su verdor había grandes jardines de flores destinadas a la producción de una mermelada de gran calidad.

Por el oeste y el sur, y donde terminaban los edificios, empezaba el desierto al que, paulatinamente, iban llegando más y más caravanas de camellos, vacas y caballos que acudían a la feria de ganado. 

Allí, con un chai en una mano y un bidi en la otra, vería diariamente amanecer entre los gruñidos de ruidosos camellos que, al fin, sumarían más de cien mil. Cuando después de cruzar el desierto de Thar del Rajastán llegaban en grandes manadas, estos animales de largos cuellos daban la impresión, por la forma de moverse, de ser avestruces.

La elegancia del los rajastanos, con sus tradicionales trajes blancos y los grandes turbantes de colores primarios, llegaba a ser sublime cuando montaban alguno de los camellos o caballos, corceles de campeonato a los que pasearían con orgullo en la exhibición reservada a los pura sangre.

La feria, aparte de atraer a pueblos enteros venidos de todos los confines de aquel estado desértico, también provocaba la aparición de la inevitable colección de lisiados de todo tipo que mostrarían sus deficiencias y vendajes ensangrentados pidiendo limosna, así como la llegada de tribus de gitanos cuyas hermosas muchachas, vestidas y pintarrajeadas provocativamente, asaltarían desvergonzadamente a los visitantes masculinos sin que llegasen a quedar claras cuáles eran sus intenciones.

Como sucede en cualquier oasis, en Pushkar se juntaban todo tipo de animales buscándose la vida. Los pavos reales paseaban por calles y huertos. Impresionantes toros sagrados dormitaban donde se les antojaba. Los milanos planeaban sobre el mercado. Los cuervos, que por supuesto dominaban el cotarro allá adonde fueren. Los martinetes sacaban pececitos del lago, junto al que paseaban pequeñas cigüeñas mientras una especie de urogallo cantaba entre las matas. Cualquier árbol estaría lleno de docenas de ruidosos loros.

Al anochecer, los grandes murciélagos frugívoros planearían sobre las aguas del lago dando sorbos y asustando a los perezosos peces, que a veces alcanzaban hasta un metro de largo. Los monos macacos competirían con los langures para dominar el territorio. Y en las cloacas abiertas se pasearían los cerdos peludos, que no pertenecían a nadie, cuyos lechones serían cazados de noche por jaurías de perros.

Acerca de los canes se contaban las peores historias. Se decía que, en cuanto caía la oscuridad y las calles quedaban desiertas, más de un turista había sido atacado por ellos.

Una noche, cuando yo regresaba hacía mi hotel después de haberme emborrachado por el simple hecho de que estuviese prohibido, al pensar en los peligrosos perros decidí comprobar la veracidad de tales leyendas y empecé a llamarles con silbidos. Mis deseos se hicieron realidad en un santiamén y, por un lado y otro, empezaron a aparecer tan “temibles” animales. Se acercaron moviendo alegremente la cola y me agaché para acariciarlos permitiendo que me husmearan a gusto.

Poco después, al llegar al portal del Hotel Pushkar Palace, el sorprendido guarda vio como me despedía de una docena larga de sonrientes canes. Continuará. 

MIRA LO QUE PIENSO. A los cinéfilos que estáis un poco hartos de las películas hollywoodenses en las que ya es fácil adivinar la trama completa desde el mismo principio, os recomiendo estas imaginativas producciones europeas: La gran belleza, de Pier Paolo Sorrentino, La inspiración – El gran Pirandello, de Roberto Andò, y Lamb, de Valdimar Johannsson.

Esta última está filmada en Islandia y armoniza bastante bien con la lectura de la interesante novela Heima es hogar en islandés, de la autora Laia Soler.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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