Desearía alegrar el día o por lo menos distraer a los que os halláis en esa especie de arresto domiciliario provocado por el puto coronavirus, sobre todo si estáis en un espacio reducido y abarrotado. Me gustaría escribir una crónica en plan “qué bueno, qué rico, qué lindo”, que por un rato liberase las mentes de los que piensan y sueñan continuamente acerca de esa nueva Gripe Española versión Siglo XXI que padecemos (¿No será que reaparece en escena de vez en cuando como ciertos meteoritos viajeros?).
Sería una crónica parecida a tantas otras que escribí aquí en Sauraha (Chitwán, Nepal) durante la última década. Ha estallado la primavera y el verdor de este gran jardín se ha intensificado como si se hubiera puesto una camisa limpia, la maría silvestre crece por doquier y en el templo de Shiva, dios aficionado a fumarla, hay miles de plantas (no exagero) que ya levantan un metro del suelo. También os podría contar que cada día escucho nuevos cantos de pájaros migratorios que acaban de llegar y que las temperaturas son ideales, o que me siento de maravilla e insoportablemente alegre, a pesar de saber la que se avecina.
Pero si le diera esos colores a la crónica sería como si hiciese un recital de poesía mientras a mis espaldas se libraba una batalla campal: sería, en parte, una ficción como los «Relatos Divergentes«. Asimismo sería un poco hipócrita, puesto que os estaría ocultando la versión nepalesa de esta epidemia. Es una guerra contra un enemigo invisible, y lamento recordaros que en ese tipo de confrontaciones casi siempre vence el más pequeño. Como cuando se enfrentan dos hormigueros y las hormigas enanas acaban rápidamente con las gigantes.
Nepal siempre se las arregla para ir con retraso, y en esta ocasión lo ha hecho con el coronavirus. Hasta el 22 de marzo, y mientras la enfermedad se extendía por todo el mundo, el único infectado nepalés había sido un estudiante que regresó precisamente de Wuhan, y lo superó sin más problemas. Fue una suerte porque, en armonía con lo que mencionaba antes del retraso crónico de este país, no se había preparado nada: en el aeropuerto de Katmandú solamente instalaron centros de chequeo la semana pasada. Anteayer se decretó que todos los recién llegados pasasen catorce días de cuarentena, pero no hay agentes que impongan esa norma y nadie la cumple.
De todos modos, el lío con mayúsculas únicamente estalló cuando, como ocurre en China, empezaron a regresar miles de nepaleses que se encontraban en el extranjero. Se calcula que en los últimos días entraron en el Nepal desde la India más de treinta mil. A partir de ese momento los acontecimientos se precipitaron. ¿Recordáis aquella escena de la película “Big Fish” en la que el tiempo, tras detenerse por unos minutos, comienza a transcurrir de nuevo y lo hace a toda prisa? Lo de aquí fue parecido. Todos estábamos informados de lo que sucedía en el resto de mundo, pero en el bazar de Sauraha no se veía ni una máscara y nada se movía o cambiaba. Hasta que, de pronto, y prácticamente en un solo día, ¡Boom!, pasó de todo.
Los hospitales de esta comarca de Chitwán tenían salas de aislamiento que permanecieron vacías hasta el día 23 de marzo, cuando ingresó el primer paciente. ¡Alarma, el virus anda cerca! El mismo día se dio un caso en un pueblo más cercano. ¡Ah!
Y entonces los holgazanes gobernantes maoístas de Katmandú promulgaron una orden tras otra: cierre de las escuelas (dijeron que habían esperado a que terminasen los exámenes); cierre de los puestos fronterizos (que en muchos casos son porosos e incontrolables); prohibida la entrada de viajeros que hayan estado recientemente en los países que sufren la pandemia (pero, absurdamente, China no se halla entre ellos: ¿será que esperan ansiosamente sus miles de turistas habituales?); prohibido el tráfico rodado, por ejemplo, entre Sauraha y la cercana ciudad de Hetauda; prohibido viajar libremente de un lado a otro (bien, así nos libran de la avalancha de gente que venía los fines de semana desde Katmandú y otras grandes ciudades); cierre de los comercios que no sean esenciales (la tienda de licor abrirá una hora por la mañana: ¡Ja!); cierre durante dos semanas de las oficinas gubernamentales que atienden al público, como la de Inmigración donde se tramitan los visados.
El número de extranjeros que nos encontramos actualmente en el Nepal es de mil treinta, y a quienes les caduque el visado en ese tiempo, se lo extenderán gratuitamente cuando reabran las oficinas.
Añadiré que se oyen continuamente bulos de nuevas órdenes y contraórdenes (por ejemplo, que la prohibición de viajar sólo afectará a los vehículos públicos, pero no a los privados) y que yo exclamo frecuentemente: “¡No entiendo nada!”.
CURIOSIDADES
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Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.
Rocío says:
Ouhyeah!!!! Gracias Papanata Maior !!!! Da gusto leerle !!!