RITMO RÁPIDO – Vang Vieng, Laos. En mis anteriores visitas a Laos, cuando recorrí el país desde la norteña Luang Namtha a la sureña provincia de Champasak, donde se hallan las Cuatro Mil Islas del Mekong cercanas a la frontera de Camboya, comprobé que era un país exageradamente montañoso.
Por ello me asombró saber que el 2 de diciembre de 2021 el gobierno chino había inaugurado una línea ferroviaria de alta velocidad que iba desde Boten, ciudad fronteriza entre ambos países, hasta Vientiane, la capital laosiana, pasando por Luang Prabang. Está previsto que a finales de 2028 esta línea llegue hasta Bangkok.
Siendo un enamorado del ferrocarril, en cuanto recibí esa información decidí que mi siguiente viaje entre Luang Prabang y Vang Vieng lo haría en esos trenes chinos; con más razón porque el trayecto lo realizaban en cincuenta minutos, cuando por carretera duraba más de cinco horas.
Tal como comprobaría, los constructores chinos habían logrado esta abismal diferencia perforando montañas una tras otra, con el resultado de que la mayor parte del trayecto transcurría cruzando docenas de túneles, sin poderse ver los maravillosos paisajes laosianos y con la sensación de ir en metro.
Reconozco que la puntualidad, el confort y la limpieza del vagón eran impecables, lo que no me gustó en absoluto fue el chequeo de seguridad de la estación, que fue digno de un país fascista y ejecutado por unos policías malcarados. Además de manosear todo el contenido de mi equipaje, me quitaron mi querida navaja francesa Opinel, la que había viajado conmigo por medio mundo.
Un pasajero que llevaba un cigarrillo electrónico lo tuvo peor, pues tal artilugio estaba prohibido y se libró por los pelos de una multa.
Mi siguiente destino era Vang Vieng. Acerca de esa turística y pequeña ciudad, que ya había visitado en varias ocasiones, os recomiendo echarle un vistazo a las imágenes que encontraréis en internet, porque lo más destacable son sus hermosos paisajes montañosos, con sus bosques y sus cascadas, el río Nam Song y la Laguna Azul.
La primera vez que vine a Vang Vieng, creo que en el año 2005, todavía existían unas guerrillas tribales que se enfrentaban al gobierno comunista de Vientiane y, por cuestiones de seguridad, los vehículos que iban de una ciudad a otra lo hacían formando pequeñas caravanas.
De camino a esta ciudad en una furgoneta, coincidimos con a un camión que, al llegar a un control del ejército, pasó de largo, y fui testigo de un espectáculo digno de una película: Los soldados lo ametrallaron sin lograr que se detuviese. Entonces, un par de oficiales nos obligaron a parar la furgoneta y le dieron al chófer la típica orden: “¡Siga a este camión!”.
Poco después vimos una escena dantesca: el camión estaba detenido, el camionero tendido sobre la calzada, uno de los militares sobre su espalda encañonándole con una pistola, mientras el otro apuntaba con la metralleta a una chica y a un hombre que permanecían de pie sollozando.
PASO A PASO – Lanzarote, Islas Canarias, primavera de 1988. Continúa de la crónica anterior. Aquella primera noche en la isla fui a tomar unos cubalibres de ron amarillo a un local donde sonaba música fuerte. Allí conocí a un gallego de veintisiete años llamado Rasta, simpático y bromista, con el que terminaría uniéndome un gran amistad.
Poco después nos encontramos compartiendo la mesa con un tipo de unos treinta años, que le estaba contando a una chica:
“Viajábamos a la Argentina, subíamos al Perú desde Rosario, y comprábamos la cocaína: veinte, treinta o cuarenta kilos. Allí pagábamos el veinticinco por ciento del precio y ellos se encargaban de traerla hasta Buenos Aires. Entonces les entregábamos otro treinta y cinco por ciento y la metíamos en un carguero argentino que llevaba cereales a Rusia.
Desde el momento en que el barco cruzaba el estrecho de Gibraltar lo estábamos controlando con unos prismáticos y seguíamos su ruta con un camión en el que iban dos lanchas motoras. Si no había moros en la costa les dábamos, por radio, la orden de echarla al mar y la recogíamos. De no ser así, les dejábamos seguir hasta Rusia.
Al volver, cuando se detenían para tomar carga en Francia o en Italia, hacíamos la movida. Yo, que estaba encargado de la zona italiana, conducía un BMW nuevo e impecable. En los viajes en que llevaba dólares, casi siempre tenía que ir a Suiza, y el dinero iba metido en los neumáticos. Deberías ver la cara del mecánico al que, en los sótanos del banco, le ordenaba desmontar las ruedas.
Para transportar cocaína con seguridad paseaba a una pareja de viejos que habíamos sacado de cualquier residencia asegurándoles que les había tocado el viaje en una lotería. Los vestía como a unos marqueses, e incluso para figurar mejor, les ponía joyas y anillos. Ellos jamás imaginarían que iban sentados encima de diez kilos de polvo blanco.
El día en que nos cogieron llegué a la frontera de Irún con dieciséis millones de pesetas pegados al cuerpo con esparadrapo. En cuanto vi detenidos otros coches de la organización que estaban siendo registrados, lo tuve claro: tiré el arma en una cuneta y me entregué antes de que vinieran a por mí.
Años antes, cuando me enteré de que habían ligado a un colega con quinientos gramos de cocaína, me presenté ante el comisario con dos millones de pesetas, y al poco rato él ya estaba en la calle. Pero además recuperé el medio kilo, del que, por cierto, faltaban cincuenta gramos”.
El narrador, según dijo, se encontraba en libertad por falta de pruebas. No obstante, a la organización le tenían retenidos cincuenta automóviles y un montón de millones junto a un arsenal que incluía ametralladoras, pistolas y demás armamento.
Más tarde, mientras Rasta y yo continuábamos nuestro recorrido por distintos bares, él me preguntó: “¿Crees que cuanto ha contado ese tipo era verdad?”. A lo que respondí: “Hombre, sus historias no tienen desperdicio; así que me da igual si son ciertas o inventadas”. Y Rasta añadió: “Ha sido mejor y más barato que si nos hubiésemos metido en un cine”.
MIRA LO QUE PIENSO – Al enterarme esta semana que unos turistas españoles habían sido asesinados en Afganistán, me hice la misma pregunta que cuando en la India violaron a una española que había acampado en medio del campo: ¿Acaso la gente no se informa acerca de cómo están las cosas en la región que piensa visitar?
¿No es así que ante los problemas o incidentes resulta más determinante el estrés y las preocupaciones que te provocan? ¡Calma!
Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.
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