¿PREMONICIÓN? – Sauraha, Chitwán, Nepal. Después de escribir la crónica de la semana pasada en la que mencionaba las inundaciones que asolaron Sauraha en años anteriores, siendo especialmente devastadora la de 2017, empezó a llover torrencialmente en todo el Nepal y no cesó durante dos días.
Eran los últimos coletazos de los monzones, y provocaron inundaciones, avalanchas y también muertes que hasta el momento ya suman ciento noventa y dos en todo el país, a las que se pueden añadir sesenta y siete desaparecidos. Algunas poblaciones salieron especialmente malparadas; así fue en el Valle de Katmandú, donde hubo cuarenta y ocho fallecidos.
Como es habitual en un lugar tan montañoso como Nepal, las avalanchas de tierra cortaron muchas carreteras; la que va de Chitwán a Katmandú estuvo tres días cerrada al tráfico, después de que uno de esos desprendimientos enterrara varios autobuses.
Aquí, en Sauraha, empezamos a temer lo peor cuando el río Rapti dejó de tener su plácido aspecto habitual y, tomando el de una espantosa riada, su cauce ascendió más de seis metros hasta alcanzar los hoteles y restaurantes que se hallan por encima de su ribera. También cubrió las llanuras del Parque Nacional de Chitwán situadas en la orilla contraria.
Se desbordaron los arrozales que encierran la callejuela de mi pensión, la Tharu Lodge, convirtiéndola en una laguna por la que anduve con el agua hasta la rodillas, mientras unos felices pececillos nadaban entre mis pies. La pensión contigua, la Tree Land, que da directamente al río, terminó bajo el agua, e igual sucedió en algunas partes de la calle principal.
Peor lo tuvieron en una población llamada Sisneri, en la que una avalancha de tierra se llevó por delante treinta casas y enterró a seis niños.
El caos ocasionado por las lluvias, afectó especialmente a los turistas, que vieron cancelados sus vuelos o sus periplos por carretera, y aquí, en Sauraha, las excursiones por el parque o los recorridos en barca por el río Rapti. Pobrecitos. Iban desesperados y acelerados de un lado a otro sin saber adónde ir o cómo ir.
¡Cuántas veces habré aconsejado a mis amigos que no viajasen por la India o el Nepal durante los monzones, y cuántas veces creyeron que yo exageraba!
AQUÍ Y AHORA – Al regresar a Sauraha, claro, recibí el saludo del vecindario, “¿Cómo estás?”, “¿De dónde vienes?”. Y reencontré a mis viejos amigos, al perro Pelut y a su madre Paloma, que añoran a su amo (y paisano mío) desde que emigró a Bélgica. Curiosamente, allí trabaja para su cuñado nepalés. También su esposa Ranjana lo echa en falta, y tiene planeado ir a pasar una temporada con él.
El amigo Shankar, de la casta Thakur, la de los guerreros, se ha convertido en vegetariano y en abstemio a sus cincuenta y dos años. También había dejado de fumar maría, hasta que yo llegué….
En cuanto al amigo ruso, el Señor Tolstoi, recibió la mejor de las noticias cuando, en la embajada rusa de Katmandú, le renovaron el pasaporte, pues había temido que se lo negaran, obligándolo a regresar a su país, donde le habrían alistado forzosamente al ejército y habría terminado pegando tiros en Ucrania.
Me contó que en la embajada rusa había un grupo de jóvenes nepaleses que, atraídos por el fajo de dólares que les pagarían los esbirros de Putin, se disponían a hacer esa locura voluntariamente. En ese aspecto, el Señor Tolstoi también me explicó que en los campos de concentración de Ucrania ya hay más de quinientos nepaleses.
PASO A PASO – De Camocim a Jericoacoara, Brasil, 1988. Continúa de la crónica anterior.
A la hora fijada, los cinco europeos hundíamos las piernas hasta las rodillas para trepar a la barca del viejo pescador, llamada Verónica. Una embarcación de la que descubrimos lo pequeña que era en cuanto colocamos nuestros equipajes y nos acomodamos como pudimos. Las dos chicas alemanas se sentaron sobre una caja, dando la espalda al piloto.
Yo escogí el mismo lugar y me instalé al lado de Sandy, de quien seguía sin saber que era lesbiana. Pero Ramona, al apercibirse que yo iba vergonzosamente borracho y seguía tomando tragos de la botella de ron que llevaba en las manos, usó una buena dosis de psicología y cambió de sitio con su amiga.
Poco después, el motor se puso en marcha, y con éste el “pop-pop-pop-pop”, que nos acompañaría toda la noche.
Enseguida nos hicimos a la mar y, dejando las luces de Camocim a nuestras espaldas, nos adentramos en la oscuridad. No había luna, y miles de estrellas cubrían el firmamento. Pasé a los otros pasajeros la botella de ron y regresó acompañada de un porro de “maconha”.
La maría suavizó mis salvajes instintos etílicos y sufrí un devastador ataque de romanticismo que me convenció de abrazar suavemente a Ramona, empujándola hacia atrás, hasta acostarla sobre la caja mirando las estrellas, y empecé a besarla con mucha dulzura. Se podría decir que aquel beso duró toda la noche porque, aparte de las cortas interrupciones para dar sorbos de ron, nuestros labios permanecieron unidos mientras duró el viaje.
Regresamos a la realidad al detenerse el monótono “pop-pop-por-pop” del motor. Ramona y yo seguíamos abrazados. Al ver que amanecía, nos deseamos sigilosamente los buenos días con un beso, acompañado de sonrisas.
El oleaje zarandeaba la barca, los demás viajeros iban despertando lentamente y, al volverme, me quedé atónito. Mostré a Ramona el increíble espectáculo que teníamos frente a nosotros. Nos hallábamos a unos doscientos metros de la costa, ante un mundo cubierto de delicadas dunas que llegaban hasta la orilla. En todas direcciones, hacia el norte, sur y oeste, no se veían más que dunas y más dunas, entre las que, a veces, sobresalía una esbelta palmera.
Jericoacoara, encerrada por aquel desierto, era una aldea de dos calles y media, que en aquellos momentos, y bajo la tenue luz del alba, al no distinguirse un alma viviente tenía un aspecto fantasmagórico.
De pronto empezó a oírse otro “pop-pop-pop-pop” y vimos una barca más ligera, que se acercaba desde la playa. El viejo pescador que nos había llevado hasta allí, nos explicó: “Deberéis transbordar a esa otra embarcación porque yo, para evitar rozar fondo con la quilla de mi frágil Verónica, no me acercaré a la costa”.
Poco después, las dos barcas se juntaron y los cinco gringos empezamos a subir a la otra sin sospechar que la fiesta estaría a punto de terminar en tragedia. Debido al continuo balanceo del oleaje, en el momento en que Ramona saltó a la otra embarcación, ésta ya no encontraba en el mismo lugar, y mi amiga cayó entre ambas, corriendo el peligro de ser aplastada.
Por suerte, los dos experimentados marineros reaccionaron de inmediato y lograron mantenerlas separadas, mientras Rasta y yo sacábamos a Ramona del agua. Continuará.
MIRA LO QUE PIENSO – Aunque no entendía el idioma que hablaban, adiviné que criticaban a alguien porque, de pronto, empezaron a bisbisear, a pesar de que no había nadie por los alrededores que pudiera escucharles. ¡Ja!
El buen costo que fumo es el responsable de que escriba a ritmo de samba y redacte “las maravillas” que acabáis de leer. ¡Ja!
Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.