CON MOCHILA

La crónica cósmica. Al final todo salió de maravilla

UN VIAJE MÁS – De Nepal a Tailandia. En la crónica de hace un par de semanas os informaba que las compañías aéreas de la India y el Nepal, ya fuese debido a las falsas alarmas de bomba o a la niebla invernal, sufrían frecuentes retrasos.

Por ello os advertía que, si planeabais visitar estos países, pensaseis en ello en el momento de fijar los enlaces entre diferentes vuelos, para evitaros líos como el que tuvieron unos paisanos míos que vinieron a Sauraha. Cuando el avión que debía llevarles de Bharatpur, el pequeño aeropuerto de Chitwán, a Katmandú, se demoró cuatro horas, no sólo perdieron el vuelo desde esta ciudad a Nueva Delhi, sino también el que les tenía que llevar de vuelta a Barcelona.

Yo partía de Sauraha ese mismo día e iba a tomar asimismo tres aviones diferentes: de Bharatpur a Katmandú, de allí a Bangkok y después a Chiang Mai, al norte de Tailandia. Por precaución, preferí madrugar a pesar de que debería aguardar casi seis horas en Katmandú.

Y acerté, pues el aeropuerto de Bharatpur permaneció cerrado dos horas debido a la niebla matinal, y el pequeño avión de la compañía Buddha Air despegó con mucho retraso.

Aunque llegué a Katmandú a tiempo, me inquietaba que también el segundo vuelo pudiese partir con retraso, pues la escala que haría en el aeropuerto Don Mueang, de Bangkok, era sólo de una hora. Además, allí tendría que pasar el control de inmigración, donde suelen formarse grandes las colas.

Afortunadamente, mi eficiente agente de viajes, el amigo valenciano, había previsto tal posibilidad y haría ambos vuelos con Thai Air Asia. Así que, de darse algún descontrol, esa compañía sería la responsable de cuidar de mis intereses. Al final todo salió de maravilla: el vuelo despegó puntualmente y me mostró unas maravillosas vistas del Himalaya, que incluyeron al emblemático Everest.

En Don Mueang me sellaron el pasaporte en una solitaria oficina destinada a los pasajeros de tránsito y me concedieron dos meses del visado gratuito.

Debido a que soy un poco masoquista y me preocupo en vano, mi otra duda era si mi equipaje llegaría conmigo en este nuevo vuelo, que era doméstico. Pero en el aeropuerto de Chiang Mai me aguardaba una empleada de Thai Air Asia con un cartel en el que constaba mi nombre, y me entregó mis bolsas aparte de las de los demás pasajeros. Definitivamente, Thai Air Asia es una buena compañía.

Esta ajetreada jornada empezó a las seis de la mañana y terminó a las once de la noche, cuando me acosté en la cama del fino Y Smart Hotel de Chiang Mai. Al día siguiente reemprendí la marcha y, durante cinco horas, recorrí en un microbús doscientos cincuenta kilómetros en dirección a la ciudad de Mae Hong Son por una de las carreteras más espectaculares de Tailandia, ascendiendo entre las densas junglas de varios parques nacionales.

Es una de las rutas predilectas de los aficionados al motociclismo porque, según dicen, tiene más de mil ochocientas curvas. En ese aspecto os remito al reportaje que escribió Luis Garrido-Julve, colaborador de este mismo blog y tailandés de adopción, que la recorrió en moto en la llamada «la vuelta a Mae Hong Son«.

UN NEPALÉS AUTOSUFICIENTE – Uno de mis vecinos habituales de Sauraha es un personaje insólito en este mundo en el que prima lo artificial. Sus alimentos provienen del huerto y los arrozales que cultiva.

Caso parecido al del aceite de mostaza de sus campos y los peces que cría en una charca o los que pesca con red en el río Rapti, enfrentándose a veces a cocodrilos. Le leche que usa para preparar chai la ordeña de sus vacas. También fuma la maría y el tabaco que planta.

La sal y el azúcar son los únicos productos que adquiere en el bazar. Se entretiene con la oreja pegada al transistor que le trajo su mujer cuando visitó a un hijo suyo que vive en Bélgica. Definitivamente, es un caso único.

PASO A PASO – Santarem, Amazonas, Brasil, 1988. Continúa de la crónica anterior. El único exotismo de Santarem estaba en las docenas de comercios dedicados a la compra del oro que los buscadores extraían de la selva. A Rasta y a mí nos pareció una población sosa y aburrida, en todos los aspectos, si olvidamos la presencia del Amazonas: un mar inmenso que terminaba en un lejano horizonte, tras el que justo asomaban las copas de grandes árboles.

A pesar de su tamaño, Santarem no tenía la mitad de marcha ni el encanto de Breves. Además de meternos en el Cine Meia e ir con las chicas alemanas Sandy y Ramona a una calurosa sala de baile a escuchar música en vivo, en Santarem no encontramos nada que hacer, aparte de organizar nuestra pronta partida.

Rasta compró un billete para volar cuatro días más tarde de regreso a Belem en un avión de dos hélices. Estos días decidimos pasarlos en Alter do Chaô, un lugar cercano que nos había recomendado un joven de Breves.

Después de despedirnos de las dos alemanas, que continuarían ascendiendo por el Amazonas, Rasta y yo partimos en un autobús que nos adentró en la selva circulando cuarenta kilómetros por una pista forestal.

Alter do Châo era un pueblecito al que los habitantes de Santarem iban a pasar los fines de semana. Allí no había “tiras”, o sea policías, ni teléfonos, farmacias o médicos. La razón de ser de aquel centro de vacaciones, compuesto de unas pocas casas de madera, un colmado, un restaurante y una pensión, eran las preciosas playas de arena blanca que había junto a las limpias aguas verdosas del río Tapajós, un afluente del Amazonas que, frente a Alter do Châo, formaba una bahía de diez kilómetros de ancho.

Igual que en Santarem, al mirar hacia la orilla opuesta sólo divisábamos las copas de los árboles que lograban superar la línea del horizonte.

En la playa que había debajo de la pensión, se formaba una laguna de aguas quietas, que se llenaba durante la marea alta por una estrecha abertura.

Día a día, el mundo amazónico iba dándonos nuevas sorpresas: si hasta entonces habíamos descubierto docenas de ranas de distintos colores y mariposas grandes como pájaros, si habíamos visto centenares de grandes murciélagos frugívoros cruzando el cielo enrojecido del atardecer y árboles más altos que edificios, en Alter do Châo aprendimos que los ríos también tenían mareas altas y bajas, playas paradisíacas y grandes delfines de color rosado. Continuará.

MIRA LO QUE PIENSO – Cada vez que leo noticas acerca de los hombres que han asesinado a su mujer e incluso a sus hijos, no me limito a exclamar, qué barbaridad, sino que doy por sentado que han enloquecido, y me pregunto a qué se habrá debido.

Y no hablemos ya de la violencia doméstica de la que no tenemos noticias. ¿Se ha hecho algún estudio al respeto?

El caso de los kamikazes que se inmolan asesinando a docenas de inocentes es distinto, pues está claro que son unos idiotas a los que les han comido el coco.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
Share:
Published by

Nando Baba

    Deja una respuesta

    Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *