Uno no visita Jodhpur sin tener al Mehrangarh Fort en el punto de mira. Es imposible ignorarlo: domina el perfil de la ciudad desde lo alto de una colina rocosa, como si protegiera desde siglos atrás cada calle azul que se extiende a sus pies.
Se ve desde casi cualquier punto, imponente, elegante, y con ese aire eterno que tienen solo los grandes monumentos de la historia.
El fuerte abre todos los días y se puede visitar por libre o con audioguía. También dispones de un tour privado por Jodhpur con guía en español por si deseas pasar un día bien completo.
La entrada al fuerte Mehrangarh es de pago, pero el coste incluye el acceso al museo, al complejo completo y a exposiciones temporales.
Ya sabíamos que el fuerte era uno de los más grandes de la India. Lo habíamos leído, lo habíamos visto en fotos. Pero ninguna imagen hace justicia a la sensación que provoca estar allí, frente a esos muros colosales de piedra roja que se elevan hasta 120 metros sobre el horizonte de Jodhpur.
Ni a lo que se siente al cruzar sus puertas, cada una con nombre propio y cicatrices de batallas pasadas.
El fuerte Mehrangarh fue fundado en 1459 por Rao Jodha, el mismo gobernante que dio nombre a la ciudad. Se eligió una colina estratégica para su construcción, conocida como colina de Bhakurcheeria (la colina de los pájaros), desde donde se podía controlar toda la región de Marwar.
A lo largo de los siglos, el fuerte fue ampliado por distintos maharajás, resistió múltiples ataques y se convirtió en símbolo de identidad y poder para el pueblo rajput.
Una leyenda local cuenta que, al construir el fuerte, se desalojó a un ermitaño que vivía en la colina y que maldijo el lugar. Para contrarrestar la maldición, se ofreció un sacrificio humano voluntario: un hombre llamado Rajaram Mehra fue enterrado vivo en los cimientos. Hoy, hay una pequeña lápida en su honor junto a la entrada principal.
El Mehrangarh Fort es una obra maestra de la arquitectura rajput. Todo en su diseño está pensado para impresionar, defender y al mismo tiempo habitar con dignidad.
Los muros exteriores, de hasta 36 metros de altura y 21 de grosor en algunos tramos, siguen el contorno natural de la colina, adaptándose a la roca en lugar de imponerle una geometría artificial.
La piedra arenisca rojiza de Jodhpur, utilizada en su construcción, le da ese tono cálido que cambia con la luz del día.
El acceso principal al fuerte se hace a través de una serie de puertas monumentales (pol), cada una con nombre propio: Jai Pol, Fateh Pol, Loha Pol… Algunas conservan aún marcas de los proyectiles disparados durante antiguos asedios, y otras muestran huellas simbólicas como las manos de las reinas que practicaron sati, esculpidas en la piedra a modo de despedida.
Una vez dentro, el contraste con el exterior es total: la crudeza de los muros defensivos da paso a la delicadeza de los palacios internos, con sus balcones esculpidos, columnas finamente talladas, patios geométricos y celosías que filtran la luz.
Los arquitectos rajput combinaron influencias mogolas e hindúes, y añadieron un estilo propio, más austero en lo religioso y más detallista en lo cortesano.
Los jharokhas —balcones colgantes de piedra tallada— son una constante. Decorativos y funcionales, servían para observar sin ser vistos y ventilar los interiores en los días más calurosos.
Las salas reales, en cambio, exploran otra cara de la arquitectura: techos recargados, espejos, pan de oro, vitrales de colores. El fuerte se convierte así en un juego constante entre fortaleza y palacio, entre defensa y belleza.
Dentro hay palacios, patios, templos, balcones con celosías de piedra, salones decorados con espejos, vitrales y pinturas. Todo está ahí, expuesto con gusto, sin saturar, sin forzar. La visita se convierte en un recorrido por siglos de arte rajput, donde cada sala parece tener su propia atmósfera.
El Moti Mahal —o Palacio de la Perla— es una de las estancias más impresionantes. Era la sala del trono, donde el maharajá se reunía con sus ministros. El yeso blanco brillante de las paredes refleja la luz como si fuera nácar. Los vitrales proyectan colores sobre el suelo de mármol, y los nichos tallados en la parte posterior servían como discretos miradores para las mujeres de la corte. Todo en esta sala respira solemnidad y equilibrio.
El Phool Mahal, o Palacio de las Flores, era el salón privado de audiencias. Aquí, la decoración es abrumadoramente refinada: techos dorados, paneles con motivos florales, pinturas minuciosas y una atmósfera casi teatral.
Se dice que esta sala solo estaba reservada para ocasiones especiales, lo cual no sorprende al ver su nivel de detalle.
El Sheesh Mahal, el Palacio de los Espejos, es más íntimo pero igualmente hipnótico. Paredes y techos cubiertos con fragmentos de espejo incrustado que multiplican la luz en todas direcciones. Un espacio de devoción, reservado para momentos espirituales, que hoy conserva esa misma sensación recogida, casi mágica.
Entre una sala y otra, los patios interiores permiten respirar el aire seco del Rajastán y asomarse a las vistas.
Las celosías talladas de los balcones (jharokhas) permiten mirar sin ser visto, recordando el papel que las mujeres reales jugaban en la vida del fuerte.
En conjunto, la arquitectura es a la vez militar y poética, pensada para resistir, pero también para vivir con belleza.
El museo del fuerte está organizado de forma clara y sin pretensiones. Las colecciones incluyen armas ceremoniales, palanquines reales, trajes, instrumentos musicales y manuscritos. Hay también una colección de miniaturas rajput digna de cualquier museo de arte. Todo, sin apabullar.
Sí, y mucho. El Mehrangarh Fort ofrece una audioguía muy bien producida, disponible en varios idiomas (incluido el español), que permite recorrer el fuerte a tu ritmo mientras escuchas la historia del lugar contada con contexto y detalles que no se encuentran en los carteles.
Lejos de ser monótona, la narración está salpicada de anécdotas, sonidos ambientales y música tradicional que ayudan a imaginar cómo era la vida en la corte, cómo se defendía el fuerte y qué simboliza cada espacio.
Además, como el recinto es grande y lleno de rincones con su propio significado, la audioguía ayuda a no pasar por alto aspectos importantes: los nombres de las puertas, las funciones de cada sala, los elementos decorativos, o las leyendas que envuelven el lugar.
Es una forma ideal de visitar el fuerte sin prisas y sin guía físico, manteniendo la libertad de detenerse donde uno quiera, repetir fragmentos o simplemente sentarse a escuchar mientras se mira el paisaje desde las murallas.
Por el precio que tiene (suele estar incluido o costar poco más con la entrada), es una de esas herramientas que realmente enriquecen la experiencia.
Para subir, se puede tomar un tuk tuk desde la ciudad vieja, o bien ascender a pie por una de las rutas que serpentean por la colina. Recomendamos llegar temprano en la mañana o bien por la tarde, para evitar las horas de más calor y aprovechar la mejor luz para disfrutar de las vistas.
En la cima hay una cafetería con terraza, perfecta para hacer una pausa con vistas al desierto y al mar de casas azules que es Jodhpur. Y justo al pie del fuerte se encuentra el Rao Jodha Desert Rock Park, una reserva natural con senderos que atraviesan formaciones geológicas y vegetación autóctona, ideal para completar la experiencia.