Viajando por el mundo me cruzo a veces de forma casual con algún viejo amigo: “¡Hombre, tú por aquí!”. Tales hechos se dan con más frecuencia en unas ciudades que parecen formar parte de las rutas mundiales, como si se tratase de intersecciones de unas autopistas invisibles, por ejemplo, Atenas, Bangkok, Varanasi o Katmandú. La que de todos modos se lleva el premio en ese aspecto es Delhi, por donde pasamos inevitablemente los amantes de la India, aunque lo hagamos a toda hostia antes se seguir nuestro camino hacia destinos más apetecibles.
Es por las callejuelas del barrio de Paharganj por donde he tenido docenas de esos encuentros fortuitos a través de los años: un italiano que acababa de permanecer un año en Australia, un holandés al que había conocido en una isla tailandesa, una escocesa que regresaba de Méjico…
En las escaleras de la estación central de los ferrocarriles de esta ciudad me di de bruces con el bueno de Bhim, un suizo al que no había visto desde hacía más de una década. Luego están los trotamundos como el amigo occitano, con el que, como ya os he contado otras veces, nos hemos ido reuniendo periódicamente aquí y allá desde que nos conocimos en 1992 en una playa de Kerala, al sur de la India, y sigue visitándome fielmente año tras año desde que yo he dejado de regresar a Europa.
Debido a las desorbitadas distancias que habré rebasado durante mi vida, actualmente no sería capaz de hacer un viaje en plan fin de semana, y me sorprende que los amigos valencianos no teman hacerlo, a pesar de que la suma de sus kilómetros recorridos debe de ser similar a la mía.
Tras ensuciar estas trece líneas ya puedo aclararos la razón de esta parrafada: contaros lo que sucedió hace unos pocos días aquí, en Kanchanaburi, en el centro de Tailandia, cuando llegó el periodista Luís Garrido-Julve (os recuerdo que es el autor del blog Bangkok Bizarro). Aunque le esperaba porque me había escrito con antelación anunciándome su visita, me quedé boquiabierto al descubrir que no venía solo, sino acompañado por el amigo valenciano, quien en realidad había organizado secretamente este encuentro, y acababa de cruzar medio mundo para pasar unos pocos días conmigo en esta pensión, donde nos conocimos hace cuatro años. Le abracé y le insulté. “¡Cabrón!”, le dije tratando de disimular mis sentimientos.
Aquella inesperada reunión también tenía otro fin: los tres íbamos a grabar (yo digo filmar) una nueva edición de “Una cerveza con…”, en la que el amigo valenciano presentaría oficialmente a Luís como el nuevo colaborador de conmochila. Lo celebramos con una botella del fabuloso ron guatemalteco Zacapa y el no menos fabuloso pedo que compartimos. Tras esta fiesta, que terminó a las tantas de la madrugada, Luís regresó por la mañana a Bangkok a juntarse con su familia tailandesa.
Por la tarde, mientras el amigo valenciano y un servidor jugábamos unas partidas de backgammon en la veranda de esta pensión que da al Río Kwai (Kwae), nos planteamos un poco avergonzados que, tras haber venido a Kanchanaburi repetidamente, quizás debiéramos tomar el famoso Tren de la Muerte, la mayor atracción turística de esta ciudad, que va hasta Nam Tok, recorriendo una parte de la ruta ferroviaria que los japoneses construyeron para abastecer a las tropas que tenían en Birmania durante la Segunda Guerra Mundial.
El ejército japonés llevó a cabo esta obra en un tiempo récord usando mano de obra esclavizada: 250.000 tailandeses y birmanos de los que, debido a las condiciones infrahumanas, a la malaria y al bochorno habituales de estas tierras, se calcula que murieron más de 80.000 individuos. De todos modos, en Occidente se ha mencionado con más frecuencia a los 60.000 prisioneros de guerra británicos, australianos, holandeses y norteamericanos, que asimismo fueron obligados a currar de sol a sol y a golpe de látigo, de los que murieron más 13.000.
Partimos de mañanita mientras amanecía y empezamos la excursión cruzando el también famoso puente sobre el Río Kwai que, como ya he repetido otras veces, no es el original; lo que no es óbice para que lo visiten diariamente miles de turistas. Hicimos el viaje de dos horas hasta Nam Tok en un antiguo vagón con asientos de madera, teniendo como única compañía a un grupo de campesinos tailandeses: era una versión distinta al lujoso tren con a/c en el que irían la mayoría de los turistas a media mañana pagando tres veces más. El revisor nos advirtió con mucha seriedad que no nos asomásemos por la ventanilla y ni tan siquiera sacásemos los brazos; poco después comprobamos que no había exagerado, pues muchas veces el denso muro de la vegetación rozaba el vagón ya que precisamente eran los trenes los que se encargaban de podarla.
Tal como sucede generalmente con las buenas excursiones, el recorrido fue tan satisfactorio que el destino pasó a ser secundario: llanuras encerradas entre peñas kársticas cubiertas por un manto de verdor, auténticas junglas de bambú, extensos cultivos de caña de azúcar y, por el oeste, las cercanas colinas tras las que se hallaba la frontera birmana.
El momento cumbre del recorrido fue cuando la línea ferroviaria colgaba prácticamente sobre el vacío, soportada por pilotes a muchos metros por encima del Río Kwai, ofreciéndonos unas vistas tan impresionantes que me provocaron un poco de canguelo.
Al llegar al pueblecito de Nam Tok descubrimos que la única forma de ir a las turísticas cascadas de Erawan o al famoso Hellfire Pass que se hallaba a unos veinte kilómetros, era alquilando un taxi. Alquiler que consideramos demasiado caro y decidimos dar simplemente un paseo por los alrededores, hasta los preciosos saltos de agua de Sai Yok Noi, donde empieza el parque nacional del mismo nombre.
Cuanto vimos nos pareció de maravilla, por lo que regresamos a Nam Tok sintiéndonos plenamente satisfechos. Tomamos unas cervezas Leo y comimos un delicioso curri “massaman” de pollo esperando el tren de vuelta; tren que llegó con varias horas de retraso porque, debido a una avalancha de tierra, una gran roca dejó a la locomotora muy maltrecha a unos diez kilómetros de Nam Tok y tuvieron que mandar otra que la remolcase y trajese más tarde los vagones.
– Mientras escribo estas líneas, el amigo valenciano ya se halla de camino al aeropuerto de Bangkok y esta noche dormirá en su casita de la campiña inglesa. –
ESTO ES ASIA
MIRA LO QUE PIENSO
Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.
Daniel González says:
Cuánta sabiduría, señor. Cómo disfruto sus letras.
Nando Baba says:
Gracias. Me alegraste el día. Un abrazo.