CON MOCHILA

La crónica cósmica. ¡Respirar puede matar!

REPETICIÓN DE LA JUGADA – El título de esta crónica también podría ser: “Como ir fácilmente de Kanchanaburi a Langkawi”, o “Así puede viajar cualquiera”, y también, plagiando el logo que llevan pintado los aviones de AirAsia, “Now everybody can fly”.

La cuestión es que, como os confesaba hace unas semanas, en los últimos tiempos me he aburguesado mucho, e igual que hice la pasada primavera al partir de Kanchanaburi para coger un avión a primera hora de la mañana, en aquella ocasión hacia Luang Prabang, recurrí al taxi para ir al aeropuerto de Don Mueang de Bangkok, a ciento cuarenta kilómetros (dos horas).

A pesar de salirme un poco más caro, me ahorré muchas molestias: un tuk-tuk hasta la estación de autobuses de Kanchanaburi, dos horas de microbús a Bangkok, un taxi hasta dar con una pensión donde pasar la noche y, por la mañana, otro taxi que me llevara al aeropuerto. Igual que la vez anterior, el taxista me recogió puntualmente en la pensión Sugar Cane a tan intempestivas horas, como lo eran las cuatro y media de la madrugada.

El impecable servicio de AirAsia incluyó el amplio asiento de primera fila, que me había reservado el amigo valenciano. Desde el aire pude comprobar que la capital tailandesa se hallaba bajo un letal manto de polución: ¡Respirar puede matar!

Igual que hace dos meses al venir desde Katmandú a Chiang Mai, durante la corta escala que hice en Kuala Lumpur, en una solitaria oficina destinada a los pasajeros de tránsito me solventaron los trámites de inmigración sin tener que hacer colas y me concedieron el visado gratuito que me permitirá permanecer tres meses en Malasia.

El segundo vuelo, también en una ventanilla de la primera fila, me permitió contemplar la colección de preciosas islitas cubiertas de verdor tropical que decoran la costa occidental de la península malaya en el Mar de Andamán.

Mi destino era el pequeño aeropuerto de la isla de Langkawi, donde, como prueba de que así puede viajar cualquiera, me esperaba Gonzalo, el amigo gallego que lleva catorce años residiendo en Malasia, quien ya me tenía reservada la casa en que me hospedo. Pero esto os lo contaré la próxima semana.

FAUNÓPOLIS – Érase una vez… Al desembarcar en Venecia del barco que me había traído desde Izmir, en Turquía, los perros de la policía estaban olisqueando meticulosamente el equipaje de los pasajeros en busca de drogas. Pero al llegar junto a mí, para asombro de los agentes, dejaron de cumplir sus obligaciones laborales saludándome amistosamente y moviendo la cola. ¡Ja, era una prueba más de la buena relación que siempre he mantenido con los perros!

Ridículo y patético: hará cosa de cien años, un juez estadounidense condenó a cadena perpetua a un pobre perro por haber mordido al gato de cierto gobernador. Ahora, en Sauraha, Nepal, han metido entre rejas a dos tigres que se habían zampado a varias personas, por lo que pasarán el resto de su existencia arrepintiéndose de su supuesto delito.

¿Sabíais que los microscópicos tardígrados, también llamados osos de agua, cambian su ADN para adaptarse y sobrevivir a la radioactividad? ¡Esos grandes supervivientes ya estaban aquí cuando nosotros llegamos y seguirán existiendo después de que hayamos desaparecido!

¿Asimismo, sabíais que los habitantes de los Urales, montes que, al oeste de Rusia, separan Europa y Asia, curan tradicionalmente el dolor de espalda de las personas sentando sobre ellas a un oso?

PASO A PASO – Río Negro, Brasil, 1988. Continúa de la crónica anterior. La noche había caído sobre la selva y de ésta salía el habitual concierto de graznidos y cantos. La pareja alemana y yo acabábamos de llenar nuestros estómagos en aquel vetusto hotel flotante y nos columpiándonos en las hamacas del porche posterior. Sobre una de las mesas se encontraba una especie de coco, que resultó ser el tipo de nuez más grande del planeta.

Los murciélagos volaban por el corredor persiguiendo los insectos atraídos por las lámparas de petróleo. El papagayo rojo hacía la ronda descendiendo sonoramente por las estrechas escaleras.

Aguinaldo, nuestro guía, salió de la cocina con una nueva ronda de “caipirinhas”, y nos propuso un paseo nocturno con su piragua. Remando silenciosamente bajo una gran luna, nos encaminó a la laguna en que habíamos pescado las pirañas.

Dejando el remo, nos susurró: “Ahora observad dónde enfoco con la linterna”. Cuando el rayo de luz cruzó la oscuridad alcanzando la orilla, resplandeció en ella algo parecido a un par de rubíes rojos. Aguinaldo me entregó la linterna ordenándome: “Mantén la luz en esa dirección”. Remando de nuevo, nos fuimos acercando a los supuestos rubíes. Pero en el último instante, un reflejo lunar nos traicionó y los dos puntos rojos desaparecieron bajo el agua.

Aguinaldo nos explicó: “Éste era un caimán al que el rayo de luz le tenía hipnotizado”. Luego tomó otra vez la linterna y enfocó la orilla mostrándonos docenas de parejas de rubíes, y dijo: “A pesar de que la madre se nos escapó, nosotros vamos a conocer a uno de sus cachorros”.

Poco después atrapó a un bebé de caimán, que no medía más de un palmo, y me lo entregó aconsejándome: “Cuidado con sus dientecitos, porque son como alfileres”. Acaricié extasiado al pequeño caimán, el cual pareció encantado con mis muestras de cariño y permaneció absolutamente relajado. “¡Rediós, eres un encanto!”, exclamé emocionado antes de devolver al reptil a su medio, donde se quedó flotando tranquilamente un rato antes de decidir regresar a su escondrijo.

Nuestro guía nos explicó: “Los caimanes son caníbales, y las madres, para proteger a sus crías, se instalan en rincones que consideran seguros como éste, donde lucharán con uñas y, sobre todo, dientes contra cualquier congénere que intente invadir su territorio”.

Le pregunté si todos los rubíes rojos que veíamos eran vástagos de la hembra que había salido por piernas. “Así es, ya que la señora es capaz de poner montones de huevos”.

La chica alemana quiso saber si el jueguito de agarrarla no hubiese sido muy peligroso, y Aguinaldo nos explicó: “Sí, claro que tiene su riesgo; pero estos caimanes, que como mucho llegan a medir dos metros, no tienen nada que ver, por ejemplo, con los monstruos australianos que, de correr por estas aguas, seguramente ya habrían hundido la piragua de un mordisco y nosotros hubiésemos terminado en su estómago”.

Al alba, mientras Aguinaldo, el cocinero y la pareja alemana seguían en el mundo de los sueños, yo abandoné la protección del mosquitero para zambullirse por primera vez en las aguas del Río Negro.

No creáis que al meterme en aquel ecosistema acuático habitado por anacondas, pirañas y demás fauna depredadora estuviese más desquiciado de lo normal, sino que, según mi forma lógica de pensar, di por sentado que nadie me estaría esperando. De no pasar demasiado rato en remojo, las posibilidades de un mal encuentro serían mínimas. Y así fue porque, en cuanto me hube lanzado de cabeza y dado cuatro brazadas, me encaramé a la barandilla y regresé a bordo sin problemas.

Por otro lado, tenía claro que iba a pasar muchos días de bochorno navegando por aquel río y seguramente me bañaría docenas de veces en sus aguas si no quería morir de calor. Continuará.

MIRA LO QUE PIENSO

  • El personaje de una novela, aseguraba que leíamos historias de ficción para no pensar en nosotros y en nuestra vida de mierda.
  • ¿Das las gracias por educación o porque te sientes agradecido por algo que otra persona ha hecho con gusto; como un amigo mío que siempre está dispuesto a echar una mano, pero le molesta que se lo agradezcan?
  • Siempre he opinado que Donald Trump estaba loco de remate y terminaría encerrado en un manicomio vestido de Napoleón. Pero ahora veo que, empeorando las cosas, pretende emular a un desquiciado como Hitler.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
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Nando Baba

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