Cap. 13 – Excursión a la playa de Betania

A la hora exacta que habíamos concretado el día anterior nos dirigimos a la entrada del jardín de nuestra casa y enseguida vimos al joven Fara que hacía algunos minutos que nos esperaba. Siguiendo sus primeras instrucciones compramos bebida fresca para la excursión en una tienda cercana e inmediatamente fuimos al tramo de río que bordeaba la avenida por la parte opuesta a la de playa. Allí estaban su piragua y su amigo Theodor, quien nos iba a acompañar también para ayudar con los remos y la comida.

La hora de la salida con Fara y Teodor
La hora de la salida con Fara y Teodor

Subimos a la embarcación, junto a Bobby y Selva que se habían animado a venir y cuando los chicos la pusieron en marcha bordeamos toda la avenida de hoteles y hostales hasta llegar a un frondoso manglar. El ruido de barcas y turistas desaparecía para dar paso al silencio y el color verde tan solo era interrumpido por el azul eléctrico cuando hacía acto de presencia algún presumido Martín pescador.

Con Boby y Selva mientras navegábamos por el manglar
Con Boby y Selva mientras navegábamos por el manglar

Tras una relajante vuelta por la zona, abandonamos la vegetación para acercarnos otra vez a la arena y en breves minutos llegamos a nuestro destino. La playa de Betania era enorme y lo mejor de todo, estaba vacía. Tan solo unas cuantas canoas aparcadas y centenares de cangrejos en la orilla interrumpían nuestro paseo en busca de un lugar en el que montar el campamento base.

La llegada a la hermosa playa de Betania
La llegada a la hermosa playa de Betania

Atravesamos toda la isla hasta llegar a la parte oeste desde la que ya no se veía Morondava. Debajo de uno de los toldos dejamos la mochila y fuimos corriendo a nadar a la playa y mientras Toni jugaba con un grupo de niños a volleyball disfruté de mi baño.

La bonita playa donde nadamos
La bonita playa donde nadamos

Más tarde, sentada en la arena, observaba como los barqueros volvían ya a esas horas a la orilla con sus pequeñas canoas llenas de pescado mientras Fara y Theodor aprovechaban la ocasión para comprar nuestra comida. En un minuto tuvieron un cubo lleno de gambas y pescado y andaron hasta debajo de un toldo donde empezaron a preparar el fuego.

Los pescadores saliendo a la arena con el pescado
Los pescadores saliendo a la arena con el pescado

Mientras Fara peleaba con la parrilla y para mantenernos entretenidos hasta que la comida estuviese lista, el más joven de nuestros guías decidió llevarnos, sin muchas ganas, a dar un paseo por el poblado de pescadores que había en medio de la isla. Selva prefirió echar un siestecilla en la arena, así que Bobby, Toni y yo salimos detrás de Theodor hasta llegar a las primeras casas a unos 200 metros de allí. Se trataba de un pequeño y modesto pueblo con casas de madera que se podía atravesar en menos de 10 minutos. Los niños, curiosos como siempre, nos miraban y señalaban esperando seguramente algún caramelo de parte de los vazahars.

Camino de la aldea de pescadores
Camino de la aldea de pescadores

Cuando ya habíamos dado la vuelta al pueblo Theodor, que se mantenía siempre en la distancia, decidió acercarse unos metros a nosotros tan solo para mover el brazo y señalar en dirección a una de las calles más estrechas. En ella había una casa con toda una familia reunida en la puerta esperando para enseñarnos algo. El padre había decidido que tener un lémur atado en el porche de su casa sería divertido para los turistas y con eso ganaría algo de dinero. El pobre animal se movía histéricamente de un lado a otro dando un salto cuando la cuerda que lo ataba le impedía avanzar más. Tras unos segundos aguantando aquella escena el hombre acercó su mano y la abrió pidiendo algo de dinero. En vez de eso lo único que recibió de mi parte fue una cara triste e indignada y me fui de allí con la impotencia de no poder explicarle al hombre que eso ni era divertido ni le iba a hacer ganar dinero. Nadie allí hablaba algún idioma con el que podernos comunicar, ni siquiera el joven guía que tan a desgana nos estaba acompañando por aquella zona de la playa.

El señor y su lemur...
El señor y su lémur…

Cuando volvimos a la playa la comida ya estaba preparada, nos sentamos todos a la sombra y Fara nos acercó un plato lleno de gambas y otro con pescado. Llevábamos ya unas tres horas desde que habíamos salido de casa y estábamos hambrientos por lo que la comida duró poco en nuestras manos. Estaba preparado sin salsas, sin acompañamiento y sin adornos, pero estaba exquisito. Se notaba que el mayor de los guías hacía las cosas con más ganas que su joven aprendiz.

Nuestro improvisado restaurante en la arena
Nuestro improvisado restaurante en la arena

De repente nos percatamos de que Bobby había desaparecido y nos dimos cuenta de que tan sigiloso y discreto como siempre se había metido debajo de una de las canoas de las que estaban colgadas boca abajo y estaba durmiendo a la sombra de ésta. Yo preferí volver al agua a nadar.

El último chapuzón (y la canoa con Boby debajo...)
El último chapuzón (y la canoa con Bobby debajo…)

Después del último chapuzón y otro descanso en la arena recogimos todo y fuimos en dirección a donde estaba aparcada nuestra canoa, y como si nos hubiesen anestesiado subimos a la piragua y nos dejamos caer. Hicimos el mismo recorrido de vuelta aunque esta vez vimos barcos mayores atracados junto a la playa, desde donde a veces nos saludaban al pasar.

Uno de los barcos grandes
Uno de los barcos grandes

Veinte minutos más tarde estábamos tomándonos una cerveza en el porche de nuestra casa junto a Edgar y Esther, que habían empleado el día buscando vuelos o alternativas para llegar a su siguiente destino y, con anécdotas que tanto nos gustan a los viajeros cuando nos encontramos por el camino, se nos pasó la tarde. Como las batallitas de seis personas dan para mucho, decidimos continuar con ellas cenando en «La terrazza» un restaurante italiano muy cerca de allí. El hasta el momento “introvertido” Bobby se abrió aquella noche contándonos historias de China y escuchándole atentamente terminamos la velada con una agradable sintonía.

La cena al final del día
La cena al final del día
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