La crónica cósmica. Dejé mi destino en manos del Cosmos

Han transcurrido treinta y tres años desde la gloriosa fecha en que, tras “enloquecer”, dejé de planear y empecé a vivir realmente sin preocuparme de los valores sociales. Asimismo, aproveché aquel cruce de caminos para olvidarme de un futuro que, como ha de ser evidente para cualquiera que experimente intensa y continuamente al presente, simplemente no existe. Para explicar de alguna manera esa irrazonable decisión, os confesaré que dejé mi destino en manos del Cosmos porque, después de reflexionarlo profundamente observando a los demás, llegué a la conclusión de que si seguía con el mismo guión terminaría aburrido y amuermado.

De todas maneras, a pesar de ponerme en manos de la suerte, “Vamos a ver qué pasa”, al ser un marciano simplón y robótico al que atemorizaba el caos, creé algunas reglas aparentemente absurdas que me han sido de gran ayuda. Entre éstas se halla la de evitar las malas energías que comporta la compañía de quienes no me quieren, o las de los sitios en que no soy bienvenido. Acoplando tales normas a la vida del trotamundos, a veces me voy de un sitio acuciado por una razón de peso. Un ejemplo de esto se dio cuando mi mujer me comunicó, “No deseo vivir más contigo”, justo antes de que yo hiciese el equipaje en diez minutos y ella aparentase olvidarse de tales palabras. Supongo que, después de intentar convertirme en un marido alemán, pretendía que reaccionase como tal y empezase a pegar gritos y romper cosas, o sea la locura del perro encadenado; pero, claro, al ser yo un pájaro migratorio en vez de un macaco, me limité a salir volando hacia tierras más cálidas.

Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones mis escapadas se deben a “cosas pequeñas” que, aun sin tener mucha importancia, de juntarse tres de ellas logran alcanzar el nivel de “grandes”. De forma parecida, también pueden guiar mi camino algunas “cosas pequeñas y positivas” como las que se han dado estos días mientras continuaba esperando la señal cósmica que me ayudase a decidir hacia dónde ir. La primera me llegó por parte de mi hermana del alma (tengo dos… hermanas) al pedirme, “Ven, ven”. La siguiente fue una hermana tribal diciendo, “Si aparecieses por aquí podrías pasearme a la perra”. A pesar de cuánto les debo a ambas mujeres, la balanza no se inclinó hasta que se juntó con ellas la tercera “cosa pequeña”; ésta tuvo la forma de una nota que apareció en el “Kathmandu Post” anunciando que Qatar Airways haría un 25% de descuento en los vuelos que partiesen de la capital nepalesa durante el mes de junio con la condición de que los tiques se hubiesen adquirido entre el 4 y el 10 de mayo. Era perfecto, y de pronto se desvanecieron los otros destinos posibles (Penang en Malasia, Naggar en el norte de la India, y Nuwara Eliya en Sri Lanka). En cuanto llegué a Katmandú, me metí en una agencia de viajes conocida, “¡Hombre, tú por aquí!”, y salí con un tíquet en el bolsillo que me llevará a Barcelona el próximo 5 de junio.

Tras caer en la debilidad de hablar acerca de mi mujer (ella sigue considerándome su esposo…), os confesaré que cuando todo iba más o menos bien entre nosotros, en más de una ocasión me plateé, “Si ahora es así de complicado, ¿cómo será el día en que se líe un poco la cosa?”. Y puestos ya a confesar, “Ave María Purísima”, “Sin pecado concebida”, os aclararé que, después de portarme fatal y estúpidamente con las novias de la juventud, y de hacer posteriormente acto de contrición prometiéndome enmendarme, desde entonces tuve unos “detallitos” (“Átame”) con “mis” mujeres que, curiosamente, fueron recibidos con indiferencia a pesar de que, al observar la relación de otras parejas (y también en las novelas), unos casos parecidos provocaban reacciones positivas y agradecidas, sino amorosas. Umm, al pretender alimentar vuestra imaginación y no vuestro lloriqueo, pondré punto y aparte.

El Valle de Katmandú (visto sobre el mapa) tiene una forma aproximadamente circular que parece elevarse en sus extremos formando una especie de cráter. Según me habían asegurado, en esas alturas se encontraban algunos sitios que podrían ser de mi gusto; pero, tras informarme mejor, deseché uno en el que sería difícil conseguir acomodo barato, otro debido a la larga distancia que debería andar con el equipaje a cuestas, y un tercero porque era el destino predilecto de los “katmanduenses” para ir de picnic. Al fin me incliné por un lago que era famoso por la diversidad de aves que pululaban por allí; afortunadamente, al saber que quedaba cerca, en el último momento decidí hacer un viaje exploratorio sin llevar los trastos conmigo, y descubrí que el supuesto lago era una birria tan artificial como impresentable.

Al poco, mientras tomaba un chai esperando el autobús para regresar, recordé a un francés al que encontrara varias veces en Sauraha, quien dirigía un orfanato en un lugar del valle llamado Godawari y aseguraba que era una maravilla. Fui de Katmandú a Patan en un microbús (ambas ciudades están pegadas), y de allí partí en una camioneta que empezó a ascender inmediatamente por una carreterita. Tras cruzar varios pueblos rodeados de campos de cultivo, llegamos a un valle diminuto que se hallaba encerrado entre colinas cubiertas de bosques densos y sanos. Todo era de color verde, y el único ruido era el de los pájaros, los perros y las vacas. Andando un kilómetro bajo las copas de los árboles, pasé ante un áshram cristiano de delicada arquitectura, recorrí los muros del “Jardín Botánico Nacional” y los de los “Laboratorios del Herbolario Nacional”, y terminé el paseo ante una laguna. Junto a ésta se encontraba la diminuta aldea de Godawari formada por cinco casas, cuatro restaurantes, tres tiendas, dos monasterios budistas tibetanos, y un hotelito. Bosques, agua, pájaros, mariposas, soledad y tranquilidad. ¡Rediós, cuanto veía multiplicaba mi alegría!

Sin embargo, ésta solamente alcanzó el clímax al llegar frente a un templo de piedra y aspecto milenario dedicado al Dios Shiva; logrando la perfección, en su interior había un estanque que se llenaba continuamente gracias al caudal de agua que escupían las esculturas de cuatro dragones bajo las que los peregrinos recibían la mejor de las duchas. Adiviné inmediatamente que, si conseguía una buena habitación, habría dado con otro de mis paraísos, pues no dudaba que me encontraba en mi ecosistema ideal. El chaval que llevaba el hotelito (demasiado caro: mil rupias) no conocía las artes del regateo, y se quedó sin tan fino cliente.

Entonces, cuando ya empezaba a desanimarme, el propietario del Restaurante Shivam me presentó a un anciano que acababa de construir una vivienda para su hijo, quien vivía en el piso y podría alquilarme los bajos. No tenían las llaves a mano, y le di una mirada desde afuera; la habitación que ocuparía (3 x 5 m.) tenía una cama, dos ventanas, tres sillones y, gracias a San Andón, patrón de los trotamundos, el simpático precio de cuarenta euros mensuales. Y aquí estoy, encantado de la vida y escribiendo estas líneas rodeado de unos bosques que sirven de ruta migratoria a los animales entre el Himalaya y las llanuras del Terai. El propietario del Shivam ha adaptado sus precios a las necesidades de mis bolsillos y me tendrá continuamente como cliente. Cambio de altitud (estoy a unos 1.500 metros) y cambio de comida: deliciosos “chapatis” en vez de arroz, y unas especias y unas verduras que, a pesar de ser distintas a las de Sauraha, tampoco han “viajado” (¿expresión del Pirineo aragonés?)

Talibania

  • No había planeado martirizar vuestras mentes con esta sádica sección, pero al fin he cambiado de opinión para dejar constancia de unas barbaridades de las que ya habréis tenido noticia porque se han dado en el “civilizado mundo occidental”; me refiero a los dos “amorosos” padres sevillanos que intercambiaron a sus hijitas para violarlas, y al tipo de Cleveland que ha tenido raptadas, encerradas, atadas y humilladas a unas chicas durante diez años. Alegría, alegría. Añádase a tan “entrañables” hechos el de un amante abuelito indio que vendió a su nieto a través de Internet por 830 dólares.
  • En la India mueren anualmente 300.000 bebés recién nacidos. Umm, como podéis suponer, en tales estadísticas no entran los que son sistemáticamente asesinados por el simple hecho de pertenecer al sexo femenino.
  • Mientras hacía cola en la Oficina de Inmigración para extender mi visado, estuve charlando con un paquistaní que se había visto obligado a exiliarse con su esposa debido a que él era musulmán y ella cristiana: “No nos teníamos que enfrentar solamente al vecindario, sino sobre todo a mi familia; y nos fuimos porque temíamos por nuestras vidas”. Como es habitual, aproveché para hacerle las preguntas adecuadas; y él me confirmó que, efectivamente, y tal como podéis comprobar continuamente a través de la prensa, los diferentes grupos islámicos se odian a muerte entre sí como lo hacían los cristianos de la edad media.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

Artículos por : Nando Baba
1 comentario
  • Me da la sensación de que sólo has cambiado de escenario, pero sigues mirando para el suelo. Las pistas para encontrar las respuestas se hallan al levantar la vista…

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