La crónica cósmica. El otro día celebramos el Holi Purnima

Dentro de unos meses se cumplirán sesenta y seis años desde el día en que llegué a este planeta en una diminuta y ovalada nave marciana de color blanco que, debido a su parecido con un huevo de gallina, confundió a unos y otros haciéndoles creer que yo era un pollito. Tras salir del “huevo” y abrir los ojos me encontré ante tres chicos de diferentes edades que sonreían bobaliconamente mientras me daban la bienvenida haciendo ridículas muecas. Mi instinto marciano me advirtió inmediatamente que aquellos papanatas, aparte de ser mis hermanos adoptivos, no eran de fiar. Acertaba plenamente, pues al poco ya habían descubierto que los marcianos éramos alérgicos a las plumas (de forma parecida a las devastadoras molestias que sufría Superman ante la “kriptonita”), y se apresuraron a encerrarme en un sádico círculo de éstas que me cortaba el paso hacia las partes más interesantes de nuestro hogar, ya fuese la despensa, la caja metálica en que se guardaban las galletas María (vaya, parece que la maría ya me atraía de pequeño…), o la puerta de la calle por la que siempre intentaba escabullirme.

Con el transcurso de los años, y entre los miembros de mi familia terráquea, se han dado varios casos de “cuentistas compulsivos crónicos” como en la familia de Henry James, que no pueden evitar pasarse el día juntando letras como si les fuese la vida en ello. Curiosamente, el más imaginativo de tan imaginativos hermanos terráqueos (provengo de una familia numerosa), el mayor, no ha sufrido nunca la enfermedad literaria a pesar de haber residido más de setenta años en un mundo de fantasía, ya fuese saltando en paracaídas o pilotando tanques en unas guerras sangrientas de las que él era el guionista, director y actor principal. He recordado estos hechos al recibir un correo de tal hermano preguntándome, “¿A qué se debe que los campesinos “sauraheños” hagan guardias nocturnas en los arrozales?”. Para empezar, y si hay electricidad, cuidarán de que la bomba de agua no deje de funcionar (desconocen la existencia del molino de viento, y también los temores y sufrimientos que pasan los campesinos que dependen de las lluvias en vez de tener un buen depósito de agua bajo tierra), y para continuar tendrán un ojo abierto por si aparece por allí una manada de cuarenta ciervos o jabalíes, y quizás algún rinoceronte (en cuanto a los elefantes, se limitan a rezar para que no venga ninguno).

Noticias de última hora: Hace cinco minutos que el amigo occitano ha partido de regreso hacia la India; un autobús (del que yo desconocía la existencia) le llevará hasta la frontera de Sonauli, otro a Gorakhpur, y desde allí tomará el tren de Rishikesh. Ranjana ha mostrado continuamente su clase al invitarme a comer cada uno de los finos platos del menú que pedía mi amigo. Como sucede habitualmente, y debido a que el occitano no ha dejado de viajar desde los diecisiete años (tiene cincuenta y dos), durante estas tres semanas no hemos hecho ni una sola excursión (aparte de los paseos del atardecer), y las hemos dedicado al backgammon, la charla, la maría y el ron (solamente permanecimos sobrios una noche, y estuvimos apunto de celebrarlo con unas copas) acompañados de Shankar y del señor Tolstoi. Tal como le sucede a casi todo el mundo, el occitano le ha dado el visto bueno a mi actual domicilio.

Los hindúes tienen diferentes nombres para la Luna, Chandra, dependiendo en qué fase se encuentra; cuando está llena se la llama Purnima, y el otro día celebramos la Fagu Purnima o Holi Purnima, o sea la fiesta de los colores parecida a un carnaval en la que las personas se pintan con polvos las unas a las otras, y lo hacen supuestamente por amor. Debido a los descontroles que se armaban sobretodo en las grandes ciudades, donde han pasado en pocos años de comer “bangh” (crema de maría) a emborracharse desde la mañana, y a usar incluso aceite de automóvil en vez de polvos (con las manos pintoras metiéndose bajo la ropa de las mujeres), el gobierno maoísta llenó las calles de policías que detuvieron a cualquiera que pintase a otro sin haberle pedido el debido permiso. Con el amigo occitano recordamos los Holi de sitios tan especiales como Omkareshwar, donde dura cinco días en vez de uno como aquí, o Vrindaván, en la que nos enfrentábamos diariamente a grandes y peligrosas bandas de chavales armados con pistolas de agua, y sólo interrumpíamos las “matanzas” para rellenar juntos y amigablemente nuestras armas en alguna fuente. Debido a que en esta ocasión optamos por permanecer al margen, nos desternillábamos al ver a nuestros amigos locales cubiertos de los pies a la cabeza con polvos de varios colores: te provocan una sensación muy especial que te habla de locura divertida y suave borrachera.

La amiga “holadesa-moluqueña” que reencontrara en Laos es una marchosa de cuidado; sirva como ejemplo que tiene cincuenta y pico años y, aparte de que se ha matriculado para realizar unos nuevos estudios universitarios, ayer me decía que acababa de correr treinta y siete kilómetros entrenándose para el maratón en que participará dentro de unos días. Viva la vida.

Escenas domésticas

  • La madre de Narmada apareció llevando un cuenco de aceite de mostaza recién exprimido en las manos, y lo hizo cuando estábamos gozando de los primeros rayos del Sol de la mañana con una taza (metálica) de chai en la mano. En un santiamén, y a excepción (en esta ocasión) de un servidor, toda la familia se estaba untando de aceite sin dejar libre un solo pelo o centímetro de piel.
  • Los dos becerros de búfalo (que permanecerán prisioneros en casa hasta que dejen de mamar y se les permita pasar el día en la jungla con mamá) participan encantados y pasivamente en los juegos de los dos cabritos que incluso tienen la desvergüenza de trepar sobre sus cabezas.
  • Encuentros en la tercera fase: Un pato doméstico de espectaculares dimensiones y libido descontrolada le echó un polvo a una gallina; como era de esperar, el gallo cornudo se lo tomó fatal, y se lanzó contra el pato sin sospechar que llevaba las de perder (el chico era joven y tal…), pues éste le dio de palos, o mejor dicho picotazos, e incluso nos vimos obligados a separarlos para evitar que terminase por romperle el esfínter. Por cierto, que esos patos, negros con pintas blancas y cabezota cubierta de protuberancias rojas, salen volando de vez en cuando a toda velocidad y sin ganar mucha altura, y te obligan a saltar a un lado si se te vienen encima con sus bastantes kilos.
  • Shankar construyó un corral para los lechones, pero una gallina clueca se les adelantó, y allí se quedó, en la pocilga-gallinero.
  • Lo de que quien va a Sevilla pierde la silla es especialmente cierto en el Nepal, donde incluso quitan el asiento de la mujer que esté cocinando y se haya levantado un momento para coger algo.
  • Magia negra: Era de mañanita cuando encontré un pájaro muerto al que habían colgado de una pata en la verja que separaba las dos fincas. Cosas del vecindario.
  • Mientras estaba charlando con Shankar y su hijo, ambos levantaron de pronto la mirada y abrieron la boca al ver que un milano descendía como un rayo y agarraba a una gallina despistada que, por lo menos, tuvo oportunidad de volar realmente antes de ser devorada.

Telegráficamente hablando

  • Era joven, educado e inteligente, pero sin embargo soltó la mayor parida de la historia al decir, “Pienso que no tengo mente”. Umm, sin comentarios.
  • Los ingleses bautizaron al espectacular árbol que se cubre de carnosas y grandes flores rojas (antes de hacerlo con las hojas) como el “Árbol del Algodón”, y yo he bautizado a una de las amigas de Ranjana que va invariablemente muy pintarrajeada con el apodo de “Labios Ardientes” (en homenaje a “MASH”).
  • Junto a mi ventana duerme un pájaro solitario que es el primero en empezar a soltar trinitos de madrugada siguiendo el horario natural, y consigue despertarme cada día un poco más temprano (hoy a las cinco y cuarenta minutos).
  • La vida social afecta peligrosamente a mi salud, pues, aparte de fumar y beber más y dormir menos horas, ando poco y, sobretodo, canto menos (para no perder las amistades…), con lo que no escupo tanto (de no escupir la mierda que se acumula en los pulmones ya estaría criando malvas).
  • Umm, no pudimos celebrar la “Hora de la Tierra” porque nos habían cortado el servicio eléctrico.
  • Un jeep se llevó por delante a un anciano que se ganaba la vida vendiendo maría. Sucedió cuando el pobre tipo salió corriendo tras uno de sus patos con la tranquilidad de siempre y no vio llegar al vehículo. Al morir pocas horas después, la noche de Sauraha se llenó de llantos.
  • Cuando estaba deseándoles los buenos días al padre Sol y la madre Naturaleza, el agua del río pareció encabritarse, y un cocodrilo del que solamente vi la larga cola se desayunó un pato Brahmín.
  • Por aquí corre un elefante al que con el occitano apodamos “el Jaín” debido a que, como los seguidores de tal religión, avanza barriendo frente a sí con una rama (para evitar pisar tan siquiera a un insecto).
  • Sistema comercial perfecto: Robaba (por ejemplo) un equipo de música que un colega suyo se encargaría de vender en el mercado negro a un panoli al que supiesen dónde encontrar; más tarde se disfrazaría de policía y, tras llamar a la puerta del comprador pegándole un susto de muerte, recuperaba el equipo que continuarían vendiendo eternamente.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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