La crónica cósmica. Se me apareció Dios mientras me hacía una paja

En cierta ocasión se me apareció Dios mientras yo me hacía una paja, y me recriminó que todavía estuviese siguiendo el rumbo que marcaba mi polla como a los catorce años. Siendo un devoto ferviente, me tomé en serio Sus palabras, y ordené a mis cinco esposas que cambiasen sus vestidos por unos de tela gruesa; pero además les dejé claro que éstos, aparte de empezar en el cuello, deberían cubrir completamente sus brazos y piernas. Creí haber acertado plenamente hasta que ellas, siempre empeñadas en alterar mi paz interior, empezaron a provocarme con sus sonrisas, y para no ver sus atractivos labios se los tapé con una tela. No obstante las muy malvadas no cejaron en su empeño, y estuvieron lanzándome incitantes miradas hasta que disimulé sus ojos tras un velo. A continuación bajé cándidamente la guardia, y con ello permití que ellas contraatacasen de la forma más vil al tratar de atraerme con los movimientos de los sensuales dedos de las manos y los pies (¡Uf, qué dedos!); así que no tuve más remedio que ordenarles llevar guantes y calcetines incluso en la ducha. Me sentía mucho mejor, y suponía que había llegado ya a la perfección cuando, tras advertir que sus cabelleras eran terriblemente hermosas y, así, tentadoras, llamé al barbero para que les afeitase la cabeza. Cualquiera hubiese supuesto que con todo ello habría terminado con sus artimañas, pero no era así, y poco después me quedé atónito al descubrir que ahora usaban sus atrayentes voces, cantos y risas para llevarme a la perdición, y las forcé a permanecer en silencio a base de palos. Mis vecinos se rieron de mí cuando cubrí el trasero y las ubres de las vacas y las cabras porque no dejaban de provocarme con sus cantoneos. Desde entonces pensé que me había salido con la mía, y solamente empecé a dudar tras descubrir que sentía una creciente atracción hacía mi bigotudo vecino; y ahora estoy dudando entre suplicarle que se cubra el rostro o pedirle una cita (sino ambos…). Fin. Cualquier parecido con personajes reales es pura mala leche.

Al ser permanentemente un extranjero (incluso en casa…) te habitúas a que tu presencia atraiga la atención de la gente. En un bullicioso bazar indostano, y a cien metros de distancia, se puede descubrir a un occidental simplemente por la forma de moverse; mientras que en África tal distancia alcanza hasta un kilómetro, “¡Tubab, tubab!” (Blanco). A pesar de que a través de los años me acostumbré a hacer abstracción de las miradas, pongamos por caso de los asiáticos o los africanos, en los últimos tiempos me ha sorprendido comprobar que, aparte de los chinos, incluso los occidentales me observan como si estuviesen alucinando (de ahí que cuando me cruzara con Eva en Laos me sorprendiese más el “cómo”, pues te taladra con su mirada, que no el “qué”). Debido a todo esto he empezado a sufrir el síndrome del famoso, y ando siempre con la vista baja para evitarme docenas de encuentros visuales (también lo hago para no tropezar o pisar los escarabajos rojos que corretean de un lado para otro). De levantar los ojos, ahí están los fotógrafos.

Anteayer, de mañanita, terminé soltando carcajadas mientras era ametrallado por una docena de grandes cámaras, “clac, clac, clac”; lógicamente, eran chinos, quienes me amargan esos paseos porque también tienen el vicio de madrugar (¡Rediós, ¿dónde están los buenos turistas latinos que no saltan de la cama hasta el mediodía?!).

En otro momento y sitio, al mismo tiempo que tomaba un chai viendo como un rinoceronte cruzaba el río, un hombre (¡Chino!) estuvo fotografiándome un buen rato; éste por lo menos tuvo la delicadeza de tomarme de perfil (¡Qué mal gusto!) evitando simbólicamente que le viese; caso contrario al de varias chicas (¡Chinas!), que me metieron los objetivos sobre la nariz asegurando que yo era “Very cool”.

Debido a que hace bastante tiempo que no cruzamos nuestros pasos, he creído necesario explicaros qué ven en mí todos esos bobalicones: En la cabeza me quedan cuatro pelos a los que, cuando me peino por la mañana, saludo por su propio nombre, “¿Cómo vamos?”. (Quedarte calvo en plena juventud es realmente dramático: ¡Ja!). Sobre mi (cada vez más amplia) frente han ido apareciendo las típicas y aristocráticas manchas parduscas de la vejez. En las mejillas se marcan las arrugas de la alegría y la tristeza. Las cejas tienen la forma de una jungla a la que de vez en cuando le pego un recorte con las tijeras logrando invariablemente un resultado miserable. El bigote tiene el color del té que bebo. La barata dentadura de plástico destella con los colores de la nicotina. Para terminar, y eclipsando estos elegantes rasgos, está la barba (blanca, eso sí…) que fue aseada por última vez en noviembre y ahora se parece a la que llevaba Sadam Husein cuando le arrestaron. Como diría cierta amiga de la infancia, mi aspecto se acerca bastante al de un indigente que ha cumplido los sesenta y cinco años y pesa cincuenta y cinco kilos.

Voy a confesarlo: En Laos tomé drogas duras. ¡Qué vergüenza, ¿verdad?! Después de tantos años manteniéndome limpio, y al fin, por una infección de nada (que duraba incontables meses), acepté los consejos de un chamán y consumí antibióticos durante cinco días. Otra droga: Se llama “chifir”, y se prepara así: un ¼ de vaso (metálico) con té negro (azúcar al gusto), agua hirviendo, poner el vaso sobre el fuego durante un ratito, y beberlo sin remover; según dicen es parecido a la cocaína. Otra se llama “nasvai” (en Rusia la venden a escondidas en todos lados): mierda de pollo, cal y maría; se coloca una bolita en las encías y también se parece a la coca. En cuanto a la locura de respirar gasolina, no hay otra mejor que la de helicóptero, con la que se alucina como si hubieses tomado setas mágicas (aparte de masacrarte las neuronas). Y ya que estamos en el tema de las medicinas, los granjeros de Chitwán completan la dieta del ganado con melaza porque, según creen, el azúcar ayuda a limpiar los pulmones. Más cultura local: Aplican tomate sobre las quemaduras. Otra: Era de noche, y Kale (el bebé) no dejaba de llorar; entonces, el tatarabuelo (quien, como ya os había señalado, es un respetado chamán) diagnosticó que le habían echado mal de ojo, y durante una hora estuvo recitando “mantras” para contrarrestarlo hasta que el pequeño se durmió. “Duérmete niño, duérmete ya…”.

Telegráficamente hablando

  • La pobreza del Nepal alcanza incluso a sus embajadas, y han puesto en venta las de Londres y Berlín porque se caen a pedazos y no tienen dinero para restaurarlas.
  • La gripe aviar sigue galopando por estas tierras, y hace poco descubrieron que en un granja cercana a Katmandú alimentaban a los cerdos con las aves muertas que deberían haber incinerado. Ya os conté que Shankar engordaba a los lechones a base de arroz con leche, y ahora añadiré que de mayores les da de comer los restos de arroz, verduras y patatas que consigue en las cocinas de varios restaurantes. Qué diferencia, ¿verdad?
  • Aunque hay gallinas en todas las casas, nunca se les ha ocurrido recoger los huevos, y éstos son invariablemente empollados; así, en cualquier momento, pongamos a las seis de la tarde, pueden decidir comer pollo para cenar, y en un santiamén ya escucharás el aleteo y las quejas; a continuación la hoz (que se usa para descuartizar un ciervo, cortar las verduras o pelar las patatas) decapitará a una víctima a la que desplumarán, destriparán y trocearán (con la misma hoz) antes de echarla a la sartén.
  • Detuvieron a unos contrabandistas que llevaban cuatrocientos veinticinco kilos de sándalo rojo hacia la frontera tibetana.
  • ¿Sigue existiendo el pasaporte llamado “Apólides” de las Naciones Unidas que todo el mundo tiene derecho a solicitar sin perder el de su propia nacionalidad?

Mira lo que pienso

  • Un día de estos tendré que enfadarme, o terminaré por olvidar cómo se hace.
  • Supongo que los periodistas que avasallan a los famosos con sus micrófonos y sus cámaras deben tener conciencia de que son asquerosos y rastreros.
  • Cada vez que trepo hasta una cumbre y miro a lo lejos, pienso que solamente un ser obtuso dudaría de que la Tierra es redonda.
  • De la misma forma que sucede con ciertas asignaturas, la búsqueda de la perfección interna no es para todos.
  • Resulta muy positivo ser guionista, director y productor de tu propia comedia.
  • El asco que siento ante el patriotismo y los himnos nacionales abarca incluso a los escritores, músicos y actores de culto patriotero que hay en cada país. – Si no fuese como soy, me gustaría ser como soy.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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700 544 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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