La crónica cósmica. ¡Y dicen que fumar no es sano!

Cada lugar tiene una época ideal para ser visitado, y justito ahora acabo de descubrir que, al contrario que el Valle de Katmandú, al que os recomiendo dar una mirada en mayo, el mes ideal de Godawari es el de abril. Lo averigüé después de haberme estado felicitando día a día mientras recorría unos senderos encantadores explorando nuevas partes de estos bosques en los que no me cruzaba con ningún animal peligroso (aparte de una mamá faisán de un tipo desconocido que me dedicó un espectacular número multiplicando aparentemente su tamaño y agresividad para defender a sus polluelos).

Yo iba a lo mío, canturreando tranquilamente bajo un verdor alegre parecido al de las hayas, cuando, al detenerme para fumar el porrito obligado de tal ritual, noté una picazón sobre uno de mis pies, y todos mis sentidos se pusieron en alerta al ver una sanguijuela que estaba tomando unas tapitas de sangre (extremadamente tóxica, pobrecita). Entonces, al agacharme para ahuyentarla con la brasa del porrito (así se sueltan por sí mismas y no te dejan parte de la dentadura dentro. ¡Ja, y dicen que fumar no es sano!), advertí aterrorizado que las había a docenas y me tenían acorralado. ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! Las siguientes imágenes incluyen a un servidor trotando de regreso con el claro conocimiento de que las vibraciones que producía al andar eran como una llamada de aviso, “¡Venid, venid, sangre calentita y sabrosa!”.

Al mismo tiempo que me reía de mi cómica situación, yo controlaba dónde pisaba, porque los senderos son diminutos y la ladera empinada, y un paso en falso se acompañaría de un buen batacazo. Mi desesperada carrera terminó momentáneamente cuando hallé una roca a la que me encaramé sabiendo que, por lo general, no son del gusto de las malditas sanguijuelas. Luego prendí de nuevo el porro (¿a quién se le ocurre fumar andando?), y, una a una, fui librándome de la veintena de sanguijuelas que se hallaban sobre mis pies y piernas, ahora cubiertos de pequeñas cicatrices. Debido al anticoagulante que te inyectan, las dos únicas soluciones (si no deseas sangrar durante horas dejándolo todo pringado) son las de cubrir repetidamente la herida con ceniza (que no tendrás a menos que estés ante una hoguera), o, mucho más efectivo, adherirle un papel de liar (que es por supuesto de la marca Smoking y representa una nueva prueba del porqué los fumadores sobreviven mejor en la jungla).

Como podéis “ver” la fauna de estos bosques es distinta a la que corre por las llanuras del Terai, desde donde continúan llegándome las noticias habituales: “Una anciana salió de su casa para echar una meadita matinal, y tras agacharse ya no se volvió a levantar al ser aplastada por un elefante que no vio a pesar de tenerlo al lado”. “Un tigre mató primero a un campesino que recolectaba leña, y a continuación hizo lo mismo con otro que, negándose a esperar la llegada de los guardas forestales, aseguró a los atemorizados aldeanos que él cogería vivo al gatito”. “Un leopardo se comió a un crío de dos años que jugaba frente a su casa”.

Nepalidades telegráficas

  • A pesar de que este país está cubierto de publicidad alcohólica, en ningún caso aparecen en ella las palabras vodka, whisky, ron o ginebra, sino absurdos como música o agua.
  • El vecindario de estos lugares rústicos regresa invariablemente de sus paseos llevando leña para la hoguera.
  • En esta época se recolecta un tipo de alubia tierna que debido a su forma “infinita” se vende por metros.
  • En estos países se puede distinguir de lejos a un occidental simplemente por su manera de andar y moverse.
  • En medio del enjambre de mosquitos que se les echa encima cada atardecer, los “sauraheños” no usan mosquiteras o tan siquiera alguno de los buenos repelentes locales, y como mucho le prenden fuego a un pedazo de cartón que les mareará con su apestoso humo. Caso parecido al de un autobús en el que, junto al obligado letrero prohibiendo fumar, ardían seis varillas de un incienso que era evidentemente tóxico.
  • Según una encuesta reciente, los nepaleses piensan que el cóctel de la felicidad debe incluir dinero, comida, libertad, sabiduría e ideología.
  • En mi pueblo, y debido a lo estrechas que son las aceras, los peatones (¡Qué palabra, si parece un insulto! “¡¿Cómo?! ¡¿Peatón yo?!”) están acostumbrados a “circular” por la de la derecha. Aquí en Asia, y si no deseas tener accidentes o complicaciones, te ves obligado asimismo a adaptarte a las normas locales, en unos países haciéndolo por la derecha y en otros por la izquierda; un buen ejemplo se da en Sauraha, donde, si no vas por la izquierda, de día te darás de bruces con los elefantes, y de noche se te echará encima algún ciclista kamikaze de los que van a toda hostia y sin luz.
  • Cuando los amigos como el Señor Chacal o el occitano visitaron el Nepal, opinaron que, al venir de un país tan abarrotado como la India, éste parecía vacío (Umm, no subieron a Katmandú…).
  • Aunque ya ni me moleste en comentarlo, durante todos estos meses se han continuado organizando huelgas generales por las más insólitas razones, que sin embargo no afectan mínimamente la vida de sitios como Sauraha o Godawari. Aquí en el Valle de Katmandú, y en un solo día, se hicieron seis distintas; además los invitados a una boda interrumpieron el tráfico de una céntrica calle porque la policía no les permitía viajar en el techo del autobús que habían alquilado. En otro desaguisado parecido cercenaron un árbol inmenso con el que lograron cortar el tráfico de una carretera durante todo el día.
  • El concierto de la jungla incluye los “lamentos” del bambú al balancearse con el viento.
  • En los comercios de estos sitios aislados donde resido se venden botellas de gasolina junto con las de agua o zumo, porque la gasolinera más cercana se halla a varios kilómetros de distancia.
  • Imágenes domésticas: El conductor de la moto (por supuesto sin casco) tenía once años, sentada detrás iba su hermanita de siete, y montado sobre el depósito llevaba a un bebé de un año.
  • Cuando me fui de Sauraha, el templo de Shiva al que iba todas las mañanas se hallaba rodeado de maría silvestre que alcanzaba mis hombros. Junto a sus muros se había instalado recientemente un loco que se empeñaba en postrarse ante mí para tocarme respetuosamente los pies, y yo huía de tan absurdo espectáculo desternillándome.
  • Al llevar ya varias eternidades comiendo con la mano (por supuesto la derecha) me resulta inimaginable hacerlo de otro manera; ¿si no cómo voy a mezclar debidamente el arroz con el curry? – Recientemente descubrieron a un atleta nepalés que se había dopado, lógicamente, con heroína.
  • Algunos elefantes se detenían en la casa de Shankar para adquirir forraje (por supuesto hierba de elefante) como si se tratase de una gasolinera.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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700 438 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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