El primer día que nos prepararon el desayuno en la riad alucinamos. A las 10 en punto como habíamos quedado, subimos a la azotea donde Houda nos empezó a sacar el manjar: té, zumo de naranja, crepes, sandía troceada y panecillos redondos recién hechos; y en unos recipientes, como los que se usan para servir el cus-cus pero en miniatura, puso aceite, mermelada y mantequilla. Un desayuno más que completo, completamente hipercalórico para soportar la fatigante mañana de visitas por Marrakech que nos esperaba.
Decidimos ir en un petit taxi desde la plaza Djemaa el Fna para que nos acompañase durante toda la mañana a los diferentes puntos que queríamos visitar. El precio por disponer del vehículo durante varias horas, aunque intentamos regatear fue innegociable: 200 Dh.
Nuestra primera parada fue el Palais de la Bahia, un palacio nada modesto construido a finales del siglo XIX por el visir Ahmed ben Moussa, no se si familia, tocayo o el mismo que nuestro famoso “moro Musa”, y que lo quiso dedicar a una de sus “preferidas”, a la concubina más bella. No se puede visitar por completo la residencia que consta de patios, jardines, salones y decenas de habitaciones para esposas y concubinas, pero en las zonas abiertas al público se puede apreciar la ostentosa decoración que refleja y hace que imagines la vida que debían llevar allí. Nos perdimos largo y tendido por sus estancias filmando y fotografiando fuentes, paredes y techos, y cuando nos hartamos de tanta pompa nos marchamos a buscar al taxista.
El fuerte calor empezaba a calar hondo…
Antes de proseguir con las visitas acordadas, el taxista nos “invitó” a pasar a una “farmacia bereber”. Acalorados como llegamos agradecimos el aire acondicionado de la tienda, que no dejaba de ser igual que los puestos de los zocos pero algo más limpio y ordenado. ¡Y vaya si era lo mismo…! el vendedor de la “farmacia” nos recitó casi textualmente lo mismo que el vendedor del zoco, empezando por las especias y terminando por las cremas. Las únicas diferencias eran la presentación, mucho mas cuidada para que colase mejor y el precio, algo más caro. Los productos los mismos: especias para la comida o como dicen ellos sin cortarse ni un duro “para la mujer que no sabe cocinar”, aceites, jabones, hierbas para evitar los ronquidos, cremas para la cara, para el cuerpo, para hacer peeling. De todo menos lo único que se me hubiese ocurrido comprar que es lo único que me faltaba en el botiquín: una crema de cacao para los labios que se me empezaban a resentir con tanto calor. Sorprendentemente salimos de allí con las manos vacías, una de las pocas veces en las que ganamos nosotros, pues la visita no fue por voluntad propia y solamente nos fuimos de allí con una botella de agua fría de la tienda de al lado.
La temperatura seguía subiendo…
El taxista nos llevó entonces al Palais Badii, del que después de ser saqueado tras la muerte del visir Ahmed el-Mansour quedaba ya bastante poco de , solo ruinas y más ruinas. Poco nos importó que se tratase de un antiguo y esplendoroso palacio con 360 habitaciones o que tuviese 4 enormes pabellones; y tampoco nos dejamos impresionar imaginando las murallas cuando estuvieron llenas de materiales preciosos. Lo único que nos llamó la atención fue una pared con una entrada en uno de los socavones de las ruinas desde donde llegamos a sus pasadizos subterráneos y, como si fuésemos 2 niños jugando en un laberinto, nos divertimos haciendo fotos y disfrutando de la sombra y la agradable temperatura de allí abajo…
…Arriba el bochorno empezaba a ser insoportable.
Y de una excentricidad nos fuimos a otra, aunque mejor conservada, pues su finalidad era asilar al visir y su numerosa familia en su descanso eterno: las Tumbas Saadies. La necrópolis, que consta de numerosas tumbas y varios mausoleos, está rodeada de jardines por los que pasean los turistas .Tras muchos años se puede visitar el recinto que permaneció tapiado durante décadas por otro sultán pretendiendo borrar el recuerdo de sus predecesores. Quizás por eso es tan popular y se han convertido hoy en uno de los sitios más visitados de Marrakech. Le dedicamos el mínimo tiempo necesario al lugar, más por su llamativa decoración que por su historia y a los 20 minutos yo ya estaba más pendiente de los gatos que correteaban por los jardines que de filmar las tumbas, así que cuando Toni decidió que ya tenía bastantes fotografías subimos al taxi y nos marchamos de allí.
Bajé la ventanilla del coche con la esperanza de sofocar el calor, pero el viento me abrasó la piel y la volví a subir inmediatamente. El taxista nos dejó en la puerta del jardín Majorelle y precavido, se fue corriendo a aparcar a cobijo del sol. La guía de Lonely Planet recomienda textualmente “visitarlo a mediodía o en un brillante día de verano” y nosotros nos lo cogimos al pie de la letra y lo hicimos todo a la vez: a mediodía en un brillante y además caluroso día de verano!
Los amantes de las plantas no pueden dejar de ver este espectáculo botánico, capaz de dejar boquiabierto a cualquiera. Creado el 1919 por Jaques Majorelle y más tarde restaurado por Yves Saint Laurent, en este jardín hay cabida para todo tipo de plantas: bananeros, yucas, ninfas , jazmines, palmeras, buganvilias, cocoteros, bambúes y cactus de todo el mundo. Cuanto disfrutaría mi padre recreándose con los enormes cactus que pueblan el inmenso jardín: altos y bajos, flacos y gordos, con pinchos y con pelos.
Aunque empezábamos a resentirnos de tanto calor y el cansancio hacía mella, disfrutamos de un agradable paseo que invitaba a gozar a la vista y al olfato. Los jardines y charcas repletas de nenúfares y ranas abrían paso a estrechos caminos por los que íbamos haciendo fotos y posando entre las plantas, al tiempo que aprovechamos para hacer algunos videos, los últimos, porque la pobre cámara sucumbió a las altas temperaturas en un golpe de calor del que ya nunca más se recuperó.
Una hoja, un macetero colorido o un hueco entre dos plantas, cualquier cosa nos parecía buena para posar hasta que encontramos un banquillo en la pared del chalet en el que nos acomodamos y nos relajamos unos minutos. Y entre tanta flor vivaz nosotros quedamos marchitos, después de tan fatigante mañana nos merecíamos la siesta que más tarde nos daríamos.
Dormimos varias horas al mediodía en nuestra fresquita habitación mientras afuera, los 50 grados que marcaban los termómetros se hacían los dueños de las calles. Cuando nos despertamos recordamos que teníamos que ir a comprar los billetes de autobús para el día siguiente en dirección Essaouira, así que nos dimos una ducha y salimos con un mapa que consistía en 4 rayas mal trazadas que nos proporcionaba una escueta información pero que nos bastó para no perdernos por la medina. Nos adentramos otra vez en las callejuelas y nos dispusimos a buscar la estación. Esta vez no nos paseábamos por las calles de tiendas transitadas por turistas, sino por la zona más poblada, su morada. Por allí cada cual iba a lo suyo, nadie te molestaba intentándote vender algo a cualquier precio. La muchedumbre invadía las vías, unos paseaban y otros trabajaban y nosotros dejábamos de ser el objetivo de los vendedores para convertirnos en blanco de miradas curiosas que a veces incluso llegaban a ser desafiantes cuando veían la cámara de fotos.
Las motos, casi siempre conducidas por jóvenes majaretas, circulaban temerarias a una velocidad casi incompatible con la estrechez de las calles y en una de tantas curvas cerradas casi se me llevó por delante un muchacho, que además de darme un susto de muerte se fue gritándome como si no hubiese tenido bastante con el sobresalto. Sentí alivio cuando salimos de aquel enjambre y llegamos a la estación de autobuses, que aunque también estaba repleta noté que había suficiente espacio para respirar. El problema vino al ver que las taquillas estaban ya cerradas y no nos quedó más remedio que ir a la estación de tren, esta vez ya en taxi y preguntar allí. Pero de ninguna de las maneras tuvimos suerte: cuando finalmente encontramos una taquilla abierta descubrimos que ya no quedaban billetes para el día siguiente. Así que hubo un cambio de planes: el martes lo dedicaríamos a hacer compras e intentaríamos alquilar un coche.
El mismo taxi nos dejó otra vez en Djemaa el Fna, y una vez en la plaza no nos resistimos a volver a perdernos en el jolgorio. Esta vez no me pude escapar de un grupo de músico que se percataron de que estaba observando el espectáculo de percusión que estaban dando y sin darme tregua me cogieron del brazo y me metieron en medio de ellos para que Toni me hiciese una foto.
Paseando encontramos un restaurante desde cuya terraza nos tomamos un refresco mientras contemplábamos la marea de gente que paseaba a esas horas, y ahí, disfrutando de la ligera brisa que tímidamente llegaba mientras desaparecía del todo el sol, cenamos tajín, otra vez…
Una pregunta… es peligroso llevar cámara colgada? imagino que como en todos los sitios del mundo… pero si son tendentes a echarle mano a bolsos, cámaras… etc? Gracias.
Enhorabuena por el blog :) me encanta leer vuestras experiencias!