Tenerife, la isla de contrastes que me sorprendió

La nueva normalidad nos ha hecho parar y lastrar un poco nuestras ganas de recorrer el mundo y viajar de punta a punta del globo. Fruto de estas limitaciones, muchos hemos comenzado a valorar y aprovechar para conocer lo que en verdad tenemos más cerca de nuestras regiones, practicando un turismo más local y sostenible.

¿Cuántos de nosotros hemos hecho un viaje exótico a otro continente, y sin embargo desconocemos pintorescos pueblos, parques naturales o regiones enteras de las que apenas nos separan menos de 100 kilómetros? Es buen momento para valorar lo que tenemos cerca y darnos cuenta que tenemos parajes maravillosos a los que podemos llegar en una tarde.

Este es al menos mi caso, y dado que llevo un par de años viviendo en Canarias (concretamente en Fuerteventura), es un tanto delictivo que apenas haya visitado el resto de islas del archipiélago canario. Así que decidí aprovechar la «nueva normalidad» para visitar islas vecinas con tranquilidad, y hoy os voy a contar mi periplo por Tenerife.

Tenerife, tierra de contrastes

Como buen asturiano, el ambiente desértico que encontré al aterrizar en Fuerteventura me pareció desolador. Me he terminado acostumbrando y aclimatando, pero me sigue pareciendo un tanto marciano. Por eso me sorprendió gratamente sobrevolar Tenerife y ver la sombra del Teide oscurecer las zonas verdes de esta curiosa isla del archipiélago canario.

Una de las cosas que más me sorprendió de la isla fue la enorme cantidad de contrastes que alberga: en un día puedes encontrarte en los espesos bosques de Anaga, recorrer los pinares del centro de la isla o llegar a las cañadas del Teide con su aspecto lunar. O también puedes hacer una incursión en el sur, disfrutar de los acantilados de Masca y las playas paradisíacas de Los Cristianos.

Anaga, el bosque en la niebla

La laurisilva canaria es uno de los fenómenos más interesantes de las islas, y en Tenerife tenemos una representación muy importante (junto al parque de Garajonay, en la Gomera). El nombre de este bosque viene de «selva de laurel», y se traduce en bosques a medio camino entre los bosques mediterráneos y las selvas tropicales.

Al igual que las selvas tropicales, la variedad de árboles es mucha (no son bosques de una o dos especies). El clima canario, con estaciones pero sin contrastes y temperaturas extremas, permite la supervivencia de este bosque que recuerda a los bosques que poblaron Europa hace millones de años. Las glaciaciones acabaron con las últimas laurisilvas de la cuenca mediterránea, dejando únicamente supervivientes como hiedras, acebos y laureles.

Gracias a los vientos alisios, mares de nubes rompen contra las elevadas altitudes de Tenerife, trayendo a la laurisilva esa niebla característica o lluvia horizontal, lo que provoca que estos bosques sean especialmente húmedos. Una de las cosas que más sorprende de la laurisilva es la enorme cantidad de musgo, líquenes y helechos. El bosque rezuma humedad, que gotea por toda su extensión, dando la impresión de estar llorando.

Para descubrir los bellos parajes del norte de la isla, lo mejor es dirigirse al Mirador Cruz del Carmen, que se encuentra a la entrada de Anaga, y desde allí informarse de qué senderos te convienen más dependiendo de la época del año, el clima o el tiempo del que dispones. Los alisios te reciben al subir a este imponente mirador, desde el que parte el coqueto sendero de los sentidos, y desde el que se contempla el Teide en días despejados.

Para los que venimos del clima cantábrico, Anaga es una sorpresa en las Canarias. Sus árboles húmedos y sus senderos en niebla recuerdan a partes primitivas del Camino de Santiago más cercano a Galicia, y es un remanso para el corazón para los que echamos de menos el verde, porteado por acantilados con bosques de fayas y brezos.

En cuanto a fauna, en Anaga destacan las palomas de la laurisilva: la paloma rabiche y la paloma turqué. Dos especies endémicas de estos bosques, que se alimentan de sus bayas y que se encuentran amenazadas. Verlas es una suerte y un privilegio que pude tener durante mi viaje por Anaga.

De camino al infierno del Teide

El Teide remata la isla de Tenerife y se ve desde todas sus localizaciones. Hay muchas formas de llegar a él: cruzando los enormes pinares de pino canario desde el norte por el centro de la isla, llegando desde el sur a través de Masca o subiendo por los pueblos y viñedos que rodean a La Orotava. Todas las formas de llegar a los pies del pico más alto de España destacan por el cambio paulatino al ecosistema que rodea al Teide.

La ascensión de altitud en Tenerife hace que la vegetación comience a transformarse: el verde se apaga y las plantas son cada vez de menor tamaño y con más nudos y espinas. Finalmente, las Cañadas del Teide aparecen como una gran depresión sin apenas vegetación y con suelos azufrados que parecen de otro planeta.

Es en estos emplazamientos donde te das cuenta de lo increíble que es la geología de esta isla, con depresiones y elevaciones fruto de su origen volcánico, sobre las que la flora, la fauna y el pueblo guanche han tenido que tejer su forma de vida, dando lugar a adaptaciones biológicas y etnográficas de lo más pintorescas.

De Tenerife me quedo con el contraste de mar, montaña y bosque. Pero también con sus bellos pueblos, su rica gastronomía canaria y lo extraño que es ver una punta de lanza del turismo español en tiempos de pandemia. Incluso lugares como Tenerife necesitan parar para que los disfrutemos de una manera diferente. Pero sobre todo, me llevo un golpe de realidad de lo curiosas, variadas y únicas que son estas islas del Atlántico.

Contexto salvaje, de Eugenio Fernández
CONTEXTO SALVAJE, de Eugenio Fernández
2000 1124 Eugenio Fernández

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