Cap. 10 – Primer día en los templos de Angkor

A las ocho de la mañana nos esperaba puntual el pobre Oein, y digo pobre porque después de venir tuvo que salir Toni a decirle que pasara un pelín mas tarde, que con la resaca se nos había pasado la hora (bueno, esto último se lo ahorró y no se lo dijo). No tuvo inconveniente así que aprovechó y se fue a hacer unos recados mientras desayunábamos. Presentíamos que sería un día largo además de fructífero, es por eso que nos pedimos un bocata enorme de tortilla y tomate que nos espabiló y nos  aportó energía suficiente para aguantar las largas caminatas que nos aguardaban.

Nuestra idea era ir el primer día a hacernos el pase de una semana para visitar los templos de Angkor  y aprovechar que íbamos en tuk tuk para hacer una visita general de todas las ruinas. Los demás días ya podríamos ir en bici  con calma y verlos todos uno a uno para hacer las fotos y videos.

Con Oein camino de Angkor
Con Oein camino de Angkor

Llegamos a la entrada en 15 minutos ya que con cualquier vehículo motorizado se llega en un instante, aunque vimos un montón de gente que se apuntó a la moda de ir en bicicleta. Oein nos dejó en la entrada para hacernos el pase y allí mismo, al contrario de lo que creíamos, nos hicieron una foto (que salió  como salió) para incluirla en el carné de visitante. Cogimos el de una semana pensando que seria mejor para verlos con tranquilidad y así descansar algún día de templos si nos agotábamos o nos salía mal tiempo.

Los pases (vaya caretos...)
Los pases (vaya caretos…)

Con nuestro pase en mano entramos al recinto y lo primero que hizo Oein fue mostrarnos un mapa para explicarnos que es lo que íbamos a ver paso a paso. Así que una vez fijado el mapa en la cabeza y un poco más orientados volvimos a subir al tuk-tuk y emprendimos la marcha hacia la primera parada.

La entrada y el primer templo estaban separados por una carretera con diversos puestos de fruta y una curva final que escondía la primera maravilla. Conforme la íbamos girando iba apareciendo ante nosotros un enorme foso lleno de agua que como si lo supiese y receloso, protegía a uno de los más preciados patrimonios de la humanidad: Angkor Wat.

El foso de Angkor Wat
El foso de Angkor Wat

Lo leí en la guía y lo sentí en mi propia piel: la sensación que tuve esa primera vez que vi el templo asomarse no la volví a tener ninguna de las veces que volvimos. El tuk-tuk avanzaba y la ruinas se hacían cada vez más y más grandes, enormes. Quedé hipnotizada con la majestuosidad de tal construcción y no bajé de la parra hasta que paró el tuk-tuk delante del puente de la entrada, y como imanes, saltaron disparados todos los niños que había a 50 metros de diámetro. “Do you want a bracelet? Ten for one dólar, look at: one, two, tree, four, five, six, seven, eight, nine and ten” “one guide?” “one postcard?” “where are you from?  From spain? ok” “¿una pulsera? Diez por un dólar mira: una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve y diez” “¿una guía?” “¿agua?” “¿una postal?”. Aparecieron tantos niños y algunos tan pequeños que tuvimos que huir de allí con cuidado de no pisarlos. Nos despedimos de Oein y le dijimos que tardaríamos un par de horas.

Nos acercamos al enorme puente de entrada que sirve para atravesar el foso que lo rodea. Una vez pasada la zona del agua, el puente seguía por enl medio de un enorme jardín para llegar al fín, a las puertas de Angkor Wat.

El esplendoroso Angkor Wat
El esplendoroso Angkor Wat

Cuando conseguimos adelantar al numeroso grupo de japoneses que ametrallaban las piedras con flashes nos encontramos con una mujer que guardaba una figura mutilada de Buda a la que habían llenado de adornos sin piedad. Nos dio una barita de incienso a cada uno y nos hizo inclinar 3 veces seguidas recitando algo que no conseguí entender muy bien pero debía ser algo como lo de salud, dinero y amor en España.  El ritual consistía en plantar las varitas donde estaban las demás y claro, dejar algo de dinero, por que ya se sabe que quien algo pide algo le cuesta, aunque se lo pidas a Buda.

Imagen de Buda
Imagen de Buda

Anduvimos arriba y abajo observando cada rincón de las ruinas. Sus imágenes, sus bajorrelieves, sus columnas, su foso, su magnitud, hasta sus piedras amontonadas nos recordaron su historia, sus recuerdos y cuantos siglos llevaban ahí aguantando temporal y guerras, a lo que los últimos 50 años se habían sumado también turistas de todo el mundo.

Uno de tantos bajorrelives de Angkor Wat
Uno de tantos bajorrelives de Angkor Wat

Recorrimos todo perdiéndonos en más de una ocasión. Los nativos que se adueñaban de cualquier esquina daban al lugar más autenticidad si cabe: niños jugando, durmiendo, guiando a las vacas, jugando. Lástima que la mayoría de ellos no se divertían tanto y tuviesen que dedicar la mayor parte del día a intentar vender alguna cosa.

Sin terminar de verlo a fondo fuimos a la siguiente parada que fue Bayon, el templo de las 1000 caras. A lo lejos, llegando con el tuk-tuk, lo único que veíamos era una montaña de piedras desorganizadas que parecían haber caído de algún lugar, algún día sin que nadie se hubiese atrevido a tocarlas. Pero el garabato tomaba forma a medida que nos acercábamos,  lo que no tenía apariencia de nada se convirtió en miles de columnas de distintas alturas talladas todas con formas de caras. La construcción se dividía en tres niveles, y cuando llegabas a la más alta que se alcanzaba subiendo unas escaleras empinadísimas podías ver las caras más grandes, famosas por haber sido retratadas millones de veces y aparecer en fotos y postales.

Las inquietantes caras de Bayon
Las inquietantes caras de Bayon

Esta parada no duró tanto como la anterior, empezábamos a estar cansados y no nos preocupaba no ver demasiado ese día ya que íbamos a volver con más calma. Así que salimos en busca de Oein que estaba comiendo en uno de los puestecillos que había en un jardín y fuimos a ver el último templo más representativo: Ta Prohm. ¿Quién no ha visto alguna vez alguna imagen de estas ruinas? Fotografiadas por millones de personas incluidas algunos de los mejores fotógrafos del mundo que se han encargado en diversas ocasiones de acercarnos a este templo que refleja como ninguno el abandono sufrido por Angkor. Después de siglos en el olvido, la naturaleza ha sido quien se ha adueñado de éste, fundiéndose casi literalmente con él. Los altísimos árboles han brotado de entre sus ruinas y sus raíces se han apoderado de cada piedra dándole ese aspecto salvaje que tiene a día de hoy.

Las raíces centenarias en Ta Prom
Las raíces centenarias en Ta Prom

Recorrimos de punta a punta Ta Prom ya con ganas de subir al tuk-tuk y que nos diese el aire en la cara. Coger un pase para más de un día había sido un acierto ya que es prácticamente imposible verlo todo en menos de 24 horas y más difícil todavía disfrutarlo. Los templos de Angkor son enormes, hay mucho que ver, mucha gente y hace mucho calor, así que después de haber estado creo que el pase es la mejor opción.

Dijimos hasta luego a los templos y salimos en dirección Siem Reap, exhaustos de tanta emoción en un  día creo que los dos estabamos disfrutando ya solo de pensar en la ducha que nos íbamos a dar y la cerveza que nos íbamos a hacer después. Y así fue. Nos apuntamos el número de Oein, nos dijo que si volvíamos a necesitar un tuk-tuk le llamásemos y nos fuimos a la habitación a acicalarnos. Una hora más tarde ya estábamos en el que empezaba a ser nuestro bar en Siem Reap, el Temple Pub. Happy hour a partir de las cinco, un dólar dos cervezas Angkor bien fresquitas y a relajarse…

La cervecita de rigor en Temple Pub
La cervecita de rigor en Temple Pub

Necesitábamos ese descanso y mientras nos tomábamos la bebida sacamos cuentas… Las entradas nos habían costado 120 dólares las dos y teniendo en cuenta que nuestro presupuesto de viaje conjunto era de 50 dólares al día nos tocaba apretarnos el cinturón; esta noche tocaba cenar en los puestos de comida callejeros. Así que después de rehidratarnos salimos del glamour de la calle pub street hacia los rudimentarios puestos de comida. Unos cuantos se dedicaban a cocinar en las ollas que habían sacado en medio de la calle y otros tantos atraían a los clientes para que se sentaran a cenar en las mesas improvisadas. Nuestro único requisito era que fuese barato, así que el primer chaval que nos dijo que en su puesto cada plato valía un dólar nos convenció y nos sentamos.

Ñam, ñam, ñam!!!
Ñam, ñam, ñam!!!

Así que por 4 dólares tuvimos 2 platos de arroz con verduras y pollo, una cerveza y una cocacola. Teniendo en cuenta que otra vez no habíamos comido nada desde  el desayuno, la cena nos supo a gloria. Y después de esta cena tan auténtica entre camboyanos nos fuimos hacia la Popular guesthouse.

El día siguiente tocaba empezar a ver a fondo cada una de las ruinas.

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