Tras el avistamiento del leopardo y todos los demás animales en Yala el día anterior tuvimos la sensación de haber cumplido otra de nuestras misiones en la isla. Habíamos visto la Sri Lanka cultural, parte de sus mejores paisajes, su flora y su fauna más salvaje. Nos quedaban todavía más de diez días para recorrer el sur del país así que decidimos cogernos unas pequeñas vacaciones en la playa y el destino elegido fue Tangalle, no muy lejos de donde nos encontrábamos. Antes de salir de Tissa estuvimos buscando alojamientos en la guía e internet, también Diana nos mandó un mensaje con la dirección del hostal en el que se encontraban ella y Fede. Apuntamos un par o tres de estos, cogimos las mochilas y subimos al tuk tuk. Por el sur de la isla ya no llovía tanto y el viaje en tuk tuk no fue, como en otras ocasiones, una odisea, sino un agradable paseo por carreteras asfaltadas y bonitos pueblos costeros llenos de tiendas a ambos lados de la calzada.
Antes de mediodía llegábamos a la ciudad de Tangalle y fuimos al primero de los alojamientos que teníamos anotado, Sandys’ cabanas. Suerte que conducíamos nuestro propio tuk tuk, pues se encontraba algo alejado del centro de la ciudad aunque eso hacía que el sitio fuese verdaderamente tranquilo. El “resort” tenía unas cuantas cabañas y entre las más baratas había un par cuyo precio oscilaba entre los 30 euros con desayuno y cena incluidos. A pesar de que se escapaba de nuestro presupuesto fue entrar al jardín, ver una de las cabañas y tenerlo claro enseguida; sabíamos que había llegado el “momento homenaje” Además cuando volvimos a mirar nuestras anotaciones comprobamos que era el mismo sitio donde estaban Diana y Fede.
De camino a la parte del resort que da a la playa vimos al par de andaluces tomándose una cerveza y unas tapas. ¡Diana y Fede! “Pi arpaaaaa” fue lo que gritó Toni y acto seguido aquello se convirtió en un momento de alegría (y de otra ronda de cervezas). Ni que decir tiene la de ratos que pasamos disfrutando juntos aquella noche.
Desde el momento en el que entramos en nuestra pequeña casita y descargamos los trastos hasta el último de los cinco días siguientes nos olvidamos prácticamente del resto del mundo. La distancia del resort hasta los vecinos facilitó mucho las cosas y el hecho de que no todas las cabañas estuviesen llenas, también. Entramos en un extraño estado de standby en el que no nos importaba nada del mundo exterior y nuestra única preocupación era elegir bien lo que desayunábamos o cenábamos en aquel buffet de variados y sabrosos platos que ofrecían. Por las mañanas llenaban la mesa de frutas, verduras y mermelada de distintos sabores y al tener un horario concreto esto se convirtió en una excusa para evitar quedarnos durmiendo y madrugar cada día.
Y por las noches uno podía crear sus propias ensaladas, sus platos de pasta, currys o sopas. Además justo delante del restaurante en la misma arena un señor preparaba trozos de pescado, gambas o calamares en unas brasas que iluminaba tenuemente una parte de la playa. Las mesas que se encontraban cerca, donde un encantador señor se encargaba de la parrilla y de que no nos quedásemos con hambre, eran nuestras preferidas, pues cenábamos en la playa a la luz de unos cuantos reflejos y sin escuchar apenas el pequeño barullo que salía del comedor del restaurante.
El resto del día lo empleábamos dando algún pequeño paseo que no duraba más de veinte minutos, nadando en las pequeñas charcas de agua caliente donde se quedaba el agua atrapada entre las rocas o leyendo a la sombra de los techos de paja. Sino siempre podíamos subir a relajarnos a la acogedora terracita de nuestra bonita casa. Aquella cabaña no llegaba prácticamente a los 10 metros cuadrados, pero estaba hecha con tanta gracia que se convirtió en nuestro pequeño palacio con vistas a un arreglado jardín.
Como último recurso siempre teníamos la sabrosa Lion beer con la que pasar los ratos muertos, y esas papas de mandioca que nos sacaban con cada cerveza y que eran un vicio. Nada resultaba más placentero que observar una tempestad a lo lejos con estos ingrediente encima de la mesa.
Tan solo hicimos un par de viajes a la ciudad pues después de más de un año de mucha marcha, mis queridas chanclas de Pai estaban tan maltrechas que decidí darles un merecido retiro. Buscando zapaterías descubrimos que en Tangalle no había mucho que hacer, pero al menos vimos algo el ambiente de los alojamientos en las playas que, comparado con la costa de Tailandia, era muchísimo más sosegado.
Así es como pasaron los cinco días que habíamos dedicado a descansar de la carretera, de las caminatas y de las visitas interminables a ruinas y recargamos las pilas completamente para empezar con el sur de Sri Lanka. La isla todavía nos tenía alguna que otra sorpresa preparada…
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