El sentido común terminó ganando a las pocas ganas que yo tenía de seguir viendo ruinas. Tras una charla en la que no parecía que lo tuviésemos demasiado claro ninguno de los cuatro la conclusión fue que teníamos que ir ¿Cómo podíamos dejar de ir a visitar otro de los patrimonios de la humanidad de Sri Lanka? Polonnaruwa fue durante un par de siglos la sede de reyes cingaleses y además formaba parte del triángulo cultural. Teniendo nuestro propio vehículo no podíamos dejar pasar la oportunidad.
Lo primero que visitamos a nuestra llegada a Polonnaruwa fue el museo, pero porque el baño estaba dentro. Habíamos tardado dos horas enteras en llegar desde Dambulla y sin perdernos ni una sola vez, pero ahora tocaba coger la guía, plasmar el mapa de la zona en nuestra cabeza y empezar a recorrer el recinto, aunque para ser sinceros yo me dediqué a seguir a los demás y dejarme llevar. Mis recuerdos de ese día son imágenes sueltas de ruinas y la mayoría de ellas ni siquiera las se ubicar. Como a Toni le gustaron estas ruinas más que las de Anuradhapura le concedo el honor de hacer un bonito post con fotos e información completa.
Si mal no recuerdo una de las primeras ruinas que vimos fueron las del palacio real, donde dos enormes muros daban la bienvenida a la colosal residencia de Parakramabahu de la que tan solo quedaban las paredes y algo de su excéntrica decoración. A pesar del sindrome postangkoriano que padezco (cuyos síntomas son que todas las ruinas me saben a poco después de la visita a los templos de Angkor), aquello me sorprendió. Puede que los elefantes de la decoración y los leones esculpidos tuviesen algo que ver con que esta se convirtiera en la ruina que más me gustó del recinto.
La siguiente visita fue la del Cuadrángulo, un lugar con una alta concentración de piedras y reliquias que alberga la mayor parte de edificios. De todas las que había, el Vatadage con su forma circular y sus figuras de buda fue la que más captó mi atención. Alrededor de esta se concentraba también gente intentando hacer fotos en la que no apareciese ninguna persona, cosa muy difícil por cierto. Se de buena tinta que salí en la foto de alguien muy a su pesar, como pude comprobar por sus gruñidos… ¡mala suerte chaval! Ahora tienes una foto con cuatro budas y una Carme ¿Qué más quieres? Hatadage, la gran piedra Gal-Pota y otros nombres que no consigo recordar son los del resto de edficios de aquella zona.
Para desplazarnos de un grupo a otro lo hacíamos siempre con el tuk tuk y cada vez que volvíamos nos encontrábamos con alguna sorpresa que nos habían dejado los omnipresentes macacos como la crema solar esparcida por el asiento trasero o restos de comida. Cada vez que bajábamos del vehículo los veíamos acercarse al mismo tiempo que nos alejabamos nosotros. Enseguida aprendimos a no dejar nada dentro durante nuestras salidas.
Las dagobas también estuvieron presentes aquel día, así que durante nuestro recorrido hacia el norte añadimos unas cuantas fotos más a nuestra colección de imágenes de estas enormes “campanas”.
Otra de las ruinas que recuerdo más bonitas fue las del templo de Lankatilaka en cuyo interior hay una imagen de un buda decapitado. Y cabe mencionar también que entre tanta visita y tanta ruina hicimos también algunas paradas para descansar un poco.
Finalmente llegamos al grupo más al norte en el que se encuentran las figuras más famosas y representativas: Gal Viharaya. Tres budas enormes esculpidos en una misma pared de granito, uno más pequeño que no llegamos a ver de cerca. De izquierda a derecha el primero que se ve está sentado y en posición de meditación. Inmediatamente después hay otro también sentado, pero mucho más pequeño y protegido por una vitrina. Siguiendo con la visita de izquierda a derecha finalmente nos enconrtamos con los dos más grandes, y para observarlos bien subimos a una roca que había justo enfrente de estos. El primero está de pie con los brazos cruzados y el segundo, mucho más grande, es un buda de nada más y nada menos que 14 metros y reclinado.
Tras todas las fotos de rigor miramos el reloj y nos dimos cuenta de que llevábamos 3 horas de andanza. Al final, y pese al cansancio, sentí que había valido la pena ir hasta allí a visitar Polonnarwa pues, aunque hay bastante que visitar, hay algunas ruinas que valen mucho la pena de ver.
Como quedaban otras dos horas de viaje de vuelta teníamos que ir saliendo ya si no queríamos que oscureciese antes de llegar a Dambulla, por lo que nos metimos en el tuk tuk y comenzó el regreso. De vuelta sentí como una sensación de satisfacción me recorría el cuerpo, pues lo más pesado del viaje ya estaba hecho. Ahora quedaba lo que más me gustaba, naturaleza y fauna salvaje. De momento el día siguiente nos íbamos a empezar a acercar a las tierras altas de Sri Lanka, nuestro siguiente destino era Kandy.
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