Lo primero que deberíamos preguntarnos es si en México hay algo más allá de su comida, Cancún – Riviera Maya, San Cristóbal de las Casas y un paso fugaz por el DF.
OBVIAMENTE, con mayúsculas, ROTUNDO SÍ. Es un país inabarcable y tan bonito y diverso que necesitaríamos mínimo tres meses para devorarlo entero.
Así que para facilitar las cosas, aquí te voy a mostrar una selección ‘deluxe’ de qué ver y hacer en México para que cada cuál lo adapte a su tiempo, a sus gustos y sobre todo a su atrevimiento.
Y recuerda que el país tiene varios aeropuertos grandes de entrada (Cancún, Ciudad de México, Monterrey y Tijuana) y que todos los destinos interiores están muy bien conectados y a precios asequibles; que no hay trenes de pasajeros y que la extensa malla de rutas de buses y minivans llegan a todos los rincones del país.
Yo le he dedicado un año entero y en la selección te mezclaré destinos y temáticas más o menos conocidas con perlas escondidas de un país que, hagas lo que hagas, te va a sorprender a lo grande.
Y tranquilo, es verdad que México tiene un problema congénito con su violencia, pero eso no te afectará en tu periplo como viajero o turista, como tampoco me ha afectado a mí. Comenzamos.
Qué ver en México
La comida
Llegar y comer. No es un destino en sí, pero ha de ser una declaración de intenciones al llegar al país. Casi antes de comprar la tarjeta SIM hay que probar unos ricos platillos y una frías chelas (cervezas), porque como en muchos países -pero en este aún más- comer es una forma de viajar.
El Pacífico mexicano en general, y el de los estados de Sinaloa y Oaxaca en particular, son dos polos gastronómicos muy lejanos entre sí pero que son de los más atractivos del país. Disfrutar de los ceviches de pulpo, atún y camarones de Mazatlán, del marlín ahumado y de los tacos gobernador y de las carnes de res a la brasa en El Fuerte no te defraudará.
Bajar a Puerto Escondido para degustar sus pescados y tacos marineros y subir después a la capital, Oaxaca de Juárez, para perderte entre sus moles, sus tlayudas y sus chapulines os atrapará.
Si se entra por el Caribe, te entregarás a la comida yucateca, a sus tacos de cochinita pibil, los tamales de pollo, los poc chuc, los panuchos y salbutes (antojitos típicos de la zona) y los aguachiles y ceviches de la costa y de Cozumel. Y de postre una marquesita.
También viajar por los estados del centro, y en especial por Puebla, otro de los focos gastronómicos del país, pasar por Ciudad de México que es un verdadero crisol de toda la gastronomía del país y de la cocina internacional allí presente, y avanzar hacia el norte hasta Nuevo León, donde tan orgullosos están de sus cortes de carne de res y de su cabrito.
Y acompañar esas viandas ya no sólo con cheves (cervezas), el vino se está haciendo su hueco sobre los manteles porque desde hace años se facturan muy ricos caldos en varias zonas del país y especialmente en el Valle de Guadalupe (Baja California).
Vamos, que por algo la Unesco ha declarado a la comida mexicana Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Cozumel
La isla mejor conservada pese a su puerto para cruceros. Hay que salir en moto o en carro del centro turístico y disfrutar del resto de la isla, selvática y llena de playas vírgenes en el este.
Y en el oeste, mirando hacia Cancún y Playa del Carmen, hay que ponerse las gafas de esnorquel o bucear para disfrutar de los corales de la barrera Mesoamericana, que tiene aquí uno de sus puntos más atractivos, aunque no de los mejor conservados.
La oferta gastronómica de San Miguel de Cozumel es muy variada, marinera pero también con mucha carne, cómo no, y la música en directo en los bares del centro histórico y el malecón le da un leve toque a La Habana.
Laguna de Bacalar
Perdida al sur de Quintana Roo, al sur de Tulum, se esconde (ya no tanto) Bacalar, un pequeño pueblo cargado de encanto cuyo principal atractivo es su exótica laguna rodeada de manglares, de aguas cristalinas que con el efecto del sol puede alcanzar, dicen, hasta siete colores.
Después de disfrutar de los deportes náuticos que ofrece la laguna, bien merece la pena dar un salto a las también escondidas ruinas mayas de Calakmul, primas hermanas de sus vecinas Tikal (Guatemala) y Palenque (Chiapas), mucho menos explotadas para el turismo pero igual de impactantes, así que te puedes imaginar la belleza que atesoran.
Otra opción desde Bacalar es subir un poco hacia el norte ya sea a Mahahual, un pequeño pueblo de la Riviera Maya ideal para descansar, comer marisco y hacer buceo, o llegar a Tulum y compaginar buenas playas por el día y fiesta por la noche.
Mérida
Mucha gente se queda en Cancún, Playa del Carmen, la bella Holbox o llega en la excursión de un día a Chichén Itzá. Pero yo te pido un pequeño esfuerzo para robarle a tu plan un par de días para conocer Mérida, la capital cultural del este de México.
Es junto a Oaxaca y Guanajuato de esas ciudades medianas que transpiran buen rollo, tranquilidad, belleza arquitectónica y actividades culturales por los cuatro costados.
En la vibrante capital del estado del Yucatán confluyen sin eclipsarse los patrimonios colonial y maya con un bailongo ambiente nocturno, una variada gastronomía y una amplia oferta cultural de teatro, cines, galerías de arte y exposiciones.
Y no nos olvidemos de Valladolid, muy cerca de Chichén Itzá, menos visitada aún pese a contar con un centro colonial espectacular y un silente aroma de ciudad pequeña que te atrapará.
Chiapas
No nos quedemos solo en San Cristóbal de las Casas, sin duda una de las ciudades más bonitas y con mejor vibra de Latinoamérica. Aquí podemos pasar tres días o dos meses, porque solo en cines, teatros, galerías de arte, rutas gastronómicas, mercados, callejearla entera y salir por la noche a bailarla tenemos tarea de sobra.
Pero Chiapas es mucho más. Esa selva Lacandona de la que emergió el Movimiento Zapatista es ahora un destino a visitar de jungla tropical, ríos, lagunas y cascadas.
En Chiapas podemos ir al Cañón del Sumidero, a las cascadas de Misol-Ha o Chiflón, a los lagos de Montebello o a los yacimientos de Toniná o Bonampak.
Oaxaca
Sin miedo a pasarme de frenada creo que Oaxaca de Juárez condensa por sí sola un buen trocito del alma mexicana. Una ciudad combativa y revolucionaria, con una idiosincrasia sureña sin complejo alguno frente a las andanadas clasistas del norte rico, que se muestra al resto del país y del mundo como un destino para amar su cultura popular.
Cuna de artistas, escritores y pintores, y hasta padres de la patria, todos oaxaqueños, cuenta con una panoplia de teatros, museos, galerías de arte, talleres y diseñadores textiles, catedral, iglesias y conventos que se pierden por las calles de su inmenso centro colonial y su Zócalo central.
Hay que visitar todos los mercados de la ciudad, darse unos buenos homenajes gastronómicos, empaparse de los olores y sabores del mole y del chocolate, como cantaba Lila Downs, y por supuesto pasear por los coloristas y artísticos barrios de Jalatlaco y Xochimilco.
Ciudad de México (CDMX)
La Tenochtitlán de los mexicas es ahora una de las capitales latinas más vibrantes y atractivas desde Río Bravo a Ushuaia. Pese a ser una mole de diez millones de habitantes (veinte con el área metropolitana) que durante años estuvo semi excluida de los circuitos turísticos, Ciudad de México ha sabido hacer sus deberes.
Es una ciudad cómoda y verde, inabarcable y agobiante a veces por su tráfico y su caos, pero llena de parques, alamedas, bulevares y ciclovías, con un transporte público (metro y autobús) que funciona razonablemente bien y por la que ahora sí se puede pasear.
Es el enclave de todo el país con mayor diversidad e intensidad gastronómica y cultural, bastante segura, con un centro histórico y un Zócalo muy bonitos, pero atestado de locales y turistas. También hay mucho barrio trendy (La Condesa, Roma, Polanco, Nápoles, Escandón…) y los más turísticos Coyoacán y Xochimilco.
Todos ellos merecen unos buenos pateos, mientras se disfruta de la mejor cocina de México y un aceptable contrapeso de comida internacional de calidad, además de un ambiente nocturno diverso y que si se quiere no tiene fin. Tanto de día como de noche, la ciudad es cien por cien ‘LGTBI friendly’.
Pero el plato fuerte de CDMX es su oferta cultural, sus museos (El Nacional y el Antropológico son de obligada visita), su Cineteca (¿la mejor de América Latina?), galerías de arte, teatros clásicos y de vanguardia, librerías, cafés teatro y música en directo a todos los niveles.
Puebla
A la Heroica Puebla de Zaragoza va uno a perderse por sus calles del centro desde la catedral barroca y también a perderse por sus mercados para degustar su peculiar gastronomía que rivaliza sin proponérselo con la de Oaxaca.
¿A quién quieres más a mamá o a papá? ¿Cuál es tu mole preferido, el oaxaqueño o el poblano? Duras disyuntivas sin respuesta las que plantea esta ciudad de la que no te puedes ir sin tomar su pipián de pollo, su molote con huitlacoche o un buen café.
Con una vista privilegiada del mayor volcán en activo de México, el Popocatépetl, Puebla nos invita también a visitar la vecina Cholula, con su gran pirámide y su Capilla Real, inspirada en una mezquita, con sus siete naves y 49 cúpulas. Un espectáculo.
Real de Catorce
El corazón de México es puro altiplano, una inmensa meseta encajonada entre las sierras Madres Oriental y Occidental, con enclaves tan visitables como San Luis Potosí, Guanajuato, Zacatecas, Aguascalientes o Durango.
En un punto alto y frío (en la noche) de ese altiplano semidesértico emerge Real De Catorce, un pueblo bello y enigmático, que fue rico por sus minas de plata, que esconde el pueblo fantasma que dejaron los mineros y que es ‘capital’ ceremonial de la cultura huichol y por extensión también de la cultura del peyote.
Cuesta subir a él por una carretera empedrada rodeada de desierto, peyote y mezquites, y porque hay que atravesar un estrecho túnel, pero una vez allí se puede disfrutar de su arquitectura peculiar y de su rica comida de la zona, con las gorditas con sus guisos como platillo estrella. También de su tranquilidad, sus paseos y de la visita al didáctico museo del peyote.
Guanajato
Cervantina, culta, divertida y colorista, llena de universitarios, teatros, pequeños cines estudio (La Mina, Museo del Quijote…), exposiciones y una entramado de calles, catedral, iglesias y palacios neoclásicos que confieren a Guanajuato el marchamo de ser (quizá, siempre quizá) la ciudad más bonita de México.
Miguel de Cervantes y sus dos personajes, Don Quijote y Sancho Panza, tienen gran presencia en la ciudad, en la que la Plaza Allende y el Teatro Cervantes ejercen de centro, aunque en realidad toda la ciudad está plagada de sitios que ver.
El rosáceo y barroco Templo de San Francisco, las iglesias virreinales, las mansiones neoclásicas y los edificios victorianos y afrancesados del Paseo de la presa, que mandó a construir el dictador Porfirio Díaz, que en sus delirios de grandeza hizo traer a los arquitectos europeos del momento.
No hay que perderse la Alhóndiga de Granaditas, la visita a la universidad pública, el museo de Diego Rivera, el de las momias, subir al cerro de la Bufa o al mirador de Pipila y zamparse una inmensa guacamaya (torta de pan rellena de carnitas y chicharrones con mil salsas) en el mercado.
Hemos de reservar al menos un día para visitar Zacatecas desde Guanajuato, aunque si hay algo más de tiempo que sean mejor dos días, para disfrutar de su arquitectura rosa, de su catedral, sus paseos y sobre todo del museo Rafael Coronel.
Tequila y mezcal
Sólo en puridad podríamos considerar que el tequila y el mezcal son dos licores, porque en realidad son mucho más, son la idiosincrasia de un país y una de las bases de su sentimiento nacional, son la pura savia que sella las amistades y la tabla de salvación de sus más de 125 millones de habitantes ante las contradicciones de su querido México.
Y son también una buena excusa para viajar y degustar. Si viajamos por el centro hay que hacer una visita al estado de Jalisco y al pueblo que le da nombre, con sus plantaciones de agave azul. Degustar el elixir en sus diferentes formatos (blanco, joven, reposado, añejo…) y hacer una visita a Guadalajara.
El mezcal, por su parte, nos habrá llevado de su mano por el recorrido en Oaxaca, aunque también lo vamos a degustar en el altiplano, en especial en San Luis Potosí y Zacatecas.
Nayarit
Y ya que estamos aquí nos acercamos a darnos un chapuzón al Pacífico de Puerto Vallarta (visitar la cala de Yelapa) y a las vecinas y más tranquilas y auténticas playas del pequeño estado de Nayarit, una de esas perlitas escondidas de México.
San Blas, Sayulita, Guayabitos, Lo de Marcos y Chacala son playas poco concurridas y poco conocidas incluso para los propios mexicanos.
La comida marinera de esta zona, sus antojitos de atún y las ostras y ostiones que puedes ver cómo los buzos las sacan de las rocas del mar y van directas al plato.
Sinaloa
El estado más seguro de México porque por ahora está controlado en exclusiva por la familia del Chapo y nadie se atreve a tocarlo. Os lo aseguro porque me lo he recorrido en coche dos veces, sólo por las zonas turísticas, eso sí.
Así que os recomiendo hacer el tren Chepe de las Barrancas del Cobre, la cuna de la cultura tarahumara, que arranca en Creel (Chihuahua) pero para en El Fuerte, que ya es Sinaloa y bien merece una noche para disfrutar de su arquitectura, de su comida marinera y de los cortes de carne de res que son todo su orgullo.
De los Mochis, donde acaba el tren, enfilamos la ruta 15 hacia Mazatlán, una de las ciudades más turísticas y seguras de México (ojo, no confundir con Culiacán, la capital de Sinaloa, la que sale en todas las series).
El mejor marisco de México está aquí o al menos es el sitio en el que mejor se respeta su sabor primigenio y su materia prima. Así que te invito a recorrer Mazatlán con vuestro olfato y a disfrutar de sus callejuelas, su mercado central, su malecón y la zona de los resorts.
El desierto de Sonora
Otra perlita si no escondida sí que poco visitada. Aquí necesitamos coche o moto, porque conducir en sí es un placer para el viajero. Las rutas atraviesan desiertos y dunas, montañas, ecosistemas diversos y largas, bellísimas y vacías playas.
Y todo ello frente al mar de Cortés, esa lengua alargada del Pacífico, santuario de ballenas, que separa la Península de Baja California del resto de México.
Desde Álamos, el pueblo mágico de María Felix, a Guaymas, la Bahía de San Carlos y el Cerro Tetakawi hasta la Bahía del Kino llegando bien al norte de Sonora hasta Puerto Peñasco para visitar la Reserva de la Biosfera El Pinacate y Gran desierto del Altar.
Sonora y su desierto bien se merecen unos días, es de las zonas más desconocidas e impactantes de México.
Rutas del vino
Aquí también te recomiendo alquilar coche (en Tijuana podría ser y así te das un baño de aroma fronterizo) para hacer tu propia ruta del vino por el Valle de Guadalupe. Ponemos proa hacia Ensenada y sus siete valles con microclima mediterráneo, como ellos dicen.
Elegimos las bodegas que más nos gusten (hay 64 en toda Baja California) y nos dedicamos a probar los mono y multivarietales, aquí trabajados al estilo del vecino del norte del californiano Napa Valley.
Lo mejor es hacer un par de catas y acabar en alguno de los restaurantes de las propias bodegas para terminar la jornada con un rico maridaje.
El otro punto vitivinícola de referencia está también en el norte, pero en el estado de Coahuila, en un valle u oasis en altura (2.200 metros) donde se ubica el pueblo mágico de Parras de la Fuente y la bodega más antigua de América Latina, Casa Madero, que montaron unos monjes españoles en 1594.
Es un pueblo tan agradable y tranquilo que os bajarán las pulsaciones y el vino se encargará del resto. Yo aposté por la bodega Don Leo y triunfé, por la calidad de sus vinos y maridaje y por el enclave, un valle encajonado entre cerros semidesérticos con unos viñedos en línea rodeados de reses, venados, bisontes y peyote.
Cactus y playas
Baja California Sur y su Cabo San Lucas está en todas las guías mundiales de turismo, ‘parquetematizado’, ‘agringado’ y masificado, así que te recomiendo que llegues allí para hacer la excursión en barca, la foto al Arco y poco más. Pero bueno, cada uno a su gusto.
Recorrer Baja en coche con sus cactus gigantes, sus playas desiertas, sus cabos (Pulmo…) y sus rutas infinitas que se pierden en el horizonte y recuerdan a la esteparia Patagonia argentina.
Inevitablemente tendrás que parar muchas veces para ponerte en modo pitufo al lado de los cactus gigantes y hacerte esas fotos maravillosas con el desierto o las olas del Pacífico de fondo.
Hay ruta de subida desde San Lucas tanto por el este como por el oeste, a cual más bonita, así que toca elegir y llegar a La Paz, la tranquila capital con su maravilloso malecón y su relax sureño. Y a disfrutar de los paseos, la comida y los atardeceres.
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