Cap. 16 – Últimos días en Ton Sai

Los últimos días de descanso en la playa de Ton Sai no fueron tan animados como a mí me hubiese gustado. La lluvia, que hacía acto de presencia en los momentos más inoportunos, terminaba frustrando cualquier intento de ver nada, sobretodo cuando pronunciábamos la palabra kayak.

Lloviendo en Ton Sai
Lloviendo en Ton Sai

La mayor parte del tiempo la dedicamos a descansar, pues a mi me quedaba poco más de una semana para despedirme de Tailandia y pegarme de bruces otra vez con la cruda realidad. Y cuando la electricidad nos lo permitía, ya que solo funcionaba desde las siete de la tarde, trabajábamos un poquito en el blog. Por eso pasamos muchísimas horas en el porche de nuestra cabaña en compañía de mis queridos gatitos, que siempre andaban por allí cerca para dejarse acariciar, como si supieran que son mi debilidad. Por suerte a nosotros no vino a visitarnos ninguna serpiente como a nuestros vecinos, a los que encontramos una noche en la puerta de su cabaña temblando y dudando en si entrar a sacarla o dejar que la sacara el gato, que era quien la había “descubierto”…

Aprovechando para adelantar el blog
Aprovechando para adelantar el blog

Al caer la tarde, cuando el hambre llamaba, andábamos un poquito hasta el Mama’s chiken y comíamos algo y si lo que queríamos era una cerveza tan solo teníamos que acercarnos a Small World y dejarnos caer en alguno de sus rincones donde casi siempre había alguien dispuesto a entretenernos con Cariocas de fuego, equilibrio sobre slackline… el espectáculo variaba cada noche.

Espectáculo nocturno
Espectáculo nocturno

Varios fueron lo intentos que hicimos de hacer una excursión en kayak para visitar las otras playas de la península de Railay pero las nubes amenazantes nos echaban siempre atrás. Por fin una mañana salió el sol y salimos lo más rápido que pudimos a alquilarlo, junto a un par de tubos y gafas de snorkel y nos pusimos en marcha.

Empieza nuestra travesía en kayak
Empieza nuestra travesía en kayak

Empezamos a remar mar adentro sin nada de coordinación al principio, lo que hacía que en vez de avanzar nos estuviésemos dando golpes con los remos sin movernos del lugar, pero tras un poco de práctica y unos cuantos gritos empezamos a desplazarnos.

A medida que nos separábamos de la playa la visión de la península era más bonita y los peñascos que avistábamos desde la orilla iban haciéndose más grandes. En uno de los acantilados vimos una cueva en cuyo interior se habían formado unos pasillos por los que se podía acceder con el kayak. Toni remaba y yo dirigía la canoa, y así la atravesamos hasta salir por la otra parte donde seguimos paseando por el laberinto formado por unas cuantas rocas. El agua era completamente transparente y las rocas del fondo se podían apreciar con total claridad.

En el interior de la cueva
En el interior de la cueva

Seguimos navegando y admirando el paisaje y cuando dejamos atrás el primer gran acantilado apareció delante de nosotros una playa bastante más bonita que la de Tonsai, Railay oeste. Aparcamos la canoa y cogimos las gafas y los tubos, pero ni las gafas se ajustaban a nuestra cabeza ni por allí había peces que ver, así que nos cansamos enseguida y no tardamos mucho en volver a subir e ir a la siguiente playa.

Los enormes peñascos sobre el agua transparente
Los enormes peñascos sobre el agua transparente

En Ao Pranang, la siguiente playa a la que llegamos, había bastante más movimiento. En la orilla descansaban unos cuantos barcos anclados y grupos de jóvenes bebían bajo el sol amenizando el lugar. Bajamos otra vez del kayak y fuimos andando hasta una cueva en la que centenares de falos de distintos tamaños, formas y colores estaban expuestos. Por lo visto Pranang es una cueva sagrada para los pescadores de la zona.

La cueva de los falos
La cueva de los falos

Tras un breve paseo por las rocas, las nubes, que ya nos habían respetado demasiado, nos amenazaron y obligaron a subir rápidamente a la piragua. Nos vino muy justo volver a Ton Sai, pues en el último tramo y ya cerca del acantilado el mar empezó a picarse y a arrastrar peligrosamente el kayak hacia las rocas. Y justo cuando quedaban escasos metros para llegar a la playa empezó la tormenta. Volvimos corriendo a nuestra casita de madera, con un par de cervezas bajo el brazo, y de allí ya no volvimos a salir.

Éste fue el primero y último contacto que tuvimos con las playas durante nuestra estancia en Ton Sai. Con la escalada, aunque nos tentó, no nos animamos finalmente pues no teníamos equipo ni experiencia, y con el mal tiempo no quisimos tentar a la suerte.

Y así fue como, sin pena ni gloria, transcurrieron los últimos días de mis vacaciones que para nada reflejaban lo que había significado el viaje para mí. Cuando perdimos la esperanza de disfrutar de la playa y nos dimos por vencidos abandonamos Railey en dirección a Bangkok para poner punto y final a la aventura tailandesa, pero eso os lo contaré en el siguiente capítulo.

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