La crónica cósmica. A los laosianos les gustan los colores

Yo creo (que solamente existe lo que creemos) que el entorno es el responsable directo de cómo nos sentimos, del humor que tenemos, y, claro, de nuestra salud. En tal juego entran las energías, los olores, los ruidos, y demás componentes del cóctel que se encarga de recargar nuestras baterías. En el caso de mi actual domicilio pesa sobretodo lo que entra por los ojos, pues por otro lado voy sobrado de los ruidos nocturnos que arman las multitudes de jóvenes turistas occidentales que han invadido Vang Vieng al acercase las Navidades. Con vuestro permiso voy a intentar definirlo con unos trazos.

Cuando me despierta el canto del gallo y abro los ojos, veo el mosquitero rectangular que abarca toda la cama de matrimonio formando una estancia aparte. Más allá están los muros de madera parda de mi pequeña habitación (3 x 4 m.). Con la misma madera (tengo que preguntar de qué árbol es) se edifican las casas tradicionales de Tailandia y Laos usando placas de un palmo de ancho y un dedo de grosor que se ensamblan al gusto para hacer los muros, los tabiques, y el suelo (también el de los puentes peatonales). Tras las dos ventanas de esta caja de madera cantonera destalla el verdor de un cocotero enano que crece en el jardín junto con algunas papayas y el obligado bambú.

La casa, que tiene ya ochenta años pero se conserva perfectamente, dispone de seis habitaciones (imaginaréis su tamaño si os digo que la mía es la mayor) que dan a una galería (con forma de ele y de unos 8 x 5 m.) a la que voy a parar al salir con la toalla enrollada sobre el trasero. La vista que hay me muestra, a unos 15 metros por debajo, el río, las copas de los árboles de la isla llana como la palma de la mano, luego la parte más ancha del río y la llanura cubierta asimismo de árboles que hay tras la otra orilla. Al fondo se levantan las colinas rocosas que en su mayor parte también están cubiertas de verdor; se parecen a ciertas partes de la China, Vietnam o Tailandia, pero sin ser tan espectaculares aunque algunos de sus muros verticales superan los doscientos metros de alto.

Gracias a que el tabique de bambú del baño solamente me llega al pecho, tomo mi ducha matinal gozando de tales paisajes, con la neblina agarrada todavía a las copas de los árboles, y con los primeros rayos dorados del Sol cayendo sobre la parte alta de esas moles rocosas que, de ser un poco fantasioso, te harían creer que se trata de los torreones y las murallas derruidas de un castillo gigantesco. Después de ducharme desciendo por una empinada escalera de madera que no es apta para quien sufra de vértigo, pues, aparte de tambalearse y caerse en pedazos, por debajo de sus frágiles escalones solamente está el vacío. Luego llego ante el más vetusto de los puentes que cruzan el río, y empiezo la caminata matinal por la parte deshabitada de la isla dedicándome a mis horrorosos cantos.

En algunas partes el Río Song alcanza hasta cien metros de anchura, pero nunca llega a cubrir totalmente, y te permite dar largos paseos con el agua, limpia y transparente, remojándote las rodillas. Cuando los habitantes de Vang Vieng van a tomar un baño, llevan consigo una red circular y se dedican a pescar unos pececillos que van guardando en un recipiente metálico que está atado su cintura. Desde allí, mire hacia donde mire, cuanto alcanzo a ver es de un color verde que, regresando a lo del principio, recarga sin duda alguna mis baterías. Finalizados estos placenteros ejercicios matinales, cruzo el río por otro puente, y trepo hasta la única calle con cierto trajín (tráfico: nulo), donde tomó un té entre los tenderetes del mercadillo en el que las rústicas mujeres locales, que siempre están bromeando y desternillándose, venden verduras, frutas, guindillas, pescado, escarabajos vivos, caracolas, limas, lechugas, setas, y la sopa del desayuno.

El vicio compulsivo que me empuja a leer cuanto pasa ante mis ojos es el responsable de que esté haciendo siempre una estadística acerca de la popularidad de las camisetas de diferentes equipos de fútbol. Por lo general, y bastante lejos de los demás, andan por delante el “Manchester United” y el “Barça”, seguidos del “Chelsea” y el “Madrid”. Sin embargo aquí en Vang Vieng la camiseta líder es “La Roja” de la selección española.

Pero no habíamos terminado, y cuando el otro día me pateé los tres kilómetros que hay hasta el primer bazar un poco decente, con un auténtico mercado y demás, creí alucinar al ver a todo un equipo femenino vistiendo la camiseta anaranjada, amarilla y tornasolada del Barcelona; eran idénticas en todos los aspectos, con el escudo del equipo, lo de la “Fundación Qatar”, la Unicef, e incluso la bandera catalana en la nuca, y solamente se diferenciaban en que llevan los nombres de las jugadoras. El partido se celebraba en el cuidado estadio municipal, y el constante griterío femenino me recordó al que acompañaba a los conciertos de “Los Beatles” en los años sesenta. En un momento dado pitaron un penalti, y todo el público entró en el campo rodeando la portería; debido quizás al barullo reinante, la encargada de chutarlo mandó literalmente el balón hacia el cielo.

Después de hacer mis compras, y mientras regresaba por la carretera, pasó un pick-up en el que iba un equipo de futbol masculino vestido también con la misma camiseta. Otro comentario futbolístico: Hay un canal deportivo de la tele tailandesa dedicado exclusivamente a la liga española, y el otro día estuve viendo (a las 7 de la mañana, tócate los huevos) el partido entre el Levante y el Barcelona.

A los laosianos les gustan los colores, y las prendas que visten acostumbran a destellar debido a su colorido. Con ello nos hallamos de nuevo ante otro fallo de psicología por parte de los gobiernos comunistas, pues el laosiano vistió a toda la población con unos sosos monos de color azul marino como si intentasen anular la alegría nacional, y actualmente no ves a nadie que use el color azul. Por cierto, que el gobierno comunista laosiano parece copiar a la perfección al gran hermano de Pekín, y se mantiene en el poder con la bandera roja en el mástil mientras se dedican a enriquecerse siguiendo el sistema capitalista. Una muestra del sistema comunista: Es el único sitio en que haya estado donde no hay periódicos; recuerdo que en Vientiane podía conseguirse (incluso en versión inglesa) el desnatado periódico gubernamental, pero aquí en Vang Vieng, ni eso.

Telegráficamente hablando

  • El salario mínimo laosiano es de 40 euros mensuales, y el de Tailandia de 120.
  • En cuanto al sexo, Laos no se parece en nada a Tailandia, y si te cogen con una puta te mandan a la frontera. De ser con una novia laosiana (o sea sin haber pasado por la vicaría), te imponen una multa.
  • En las calles de los lugares turísticos hay carteles publicitarios con los que se trata de educar y orientar a los extranjeros sobre la forma correcta de comportarse; uno de éstos te muestra a una pareja de occidentales, él con un porro inmenso entre los dedos y ella vistiendo solamente un bikini. En otro anuncio piden a los turistas que no hagan la vista gorda ante los pederastas y los denuncien.
  • Actividades turísticas de Vang Vieng: que si un neumático de camión para descender por el río parando a tomar cervezas en los chiringuitos que hay junto al cauce, que si un viaje en unos globos cuyas sonoras llamaradas me empujan a levantar la vista creyendo que se me viene encima un dragón, y que si (que si, que si…) una gran borrachera nocturna.
  • Entre “la turisma” destacan por su número los australianos, los ingleses, los suecos y los norteamericanos que rondan los veinte años; lógicamente también hay muchos franceses a pesar de que aquí, al contrario que en Vientiane o Luang Prabang, ni dios habla francés (y muy pocos inglés).
  • Las gallinas laosianas son delgadas, tienen las patas largas, son buenas corredoras, las hay a montones, y andan libres por todos lados como un ciudadano más; de ahí que un plato de pollo sea siempre sabroso y barato.
  • Los perros de Vang Vieng son unos individuos muy serios que van por la calle como si estuviesen siempre muy atareados y me recuerdan a los de Benasque.
  • En uno de los templos hay un árbol sagrado, grandioso y elegante, en el que pasan la noche cientos de pájaros “mhyna”; y al atardecer, debido a la algarabía que organizan, te enteras de su existencia aunque te halles en el otro extremo del pueblo.
  • En ese mismo momento del ocaso, pero paseando por la pradera que hay tras la orilla contraria del río, creí alucinar al ver algo parecido a una columna de humo que serpenteaba horizontalmente por el espacio desplazándose hacia oriente; tendría varios kilómetros de largo, y tardó un buen rato en terminar de pasar: estaba formada por miles de pájaros.
  • El nombre histórico de Laos era “El País del Millón de Elefantes”, y cuando las fuerzas aéreas norteamericanas se dedicaron a bombardear sistemáticamente el país, lo hicieron sobretodo en los valles nororientales donde estaban muchos de los elefantes que el Vietcong usaba para transportar armas.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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