Hay viajes que no te llevan a un lugar nuevo, sino a un estado distinto. Un liveaboard – o vida a bordo – es uno de ellos. Una experiencia que te permite vivir en un barco durante un tiempo explorando lugares únicos buceando todo lo que se pueda. Es como vivir dentro del océano, aceptando su ritmo, dejando que el día se organice según la luz, las mareas y tú cuerpo.

Desde el primer momento en que subes al barco, algo se reajusta. El tiempo deja de ser una línea recta y se convierte en una secuencia natural: despertar, bucear, comer, descansar… y volver al agua.
Esta vez mi historia no comienza con que “fue un viaje inesperado”. Desde el año pasado que fui con este grupo de fotógrafos buceadores a la Micronesia, me propuse viajar una vez al año a cualquier sitio que ellos eligieran. Así que esta vez eramos 19 chinos (malayos, menos dos de Hong Kong, uno de Macao y una pareja super amorosa de Shangai) y yo, la española que vive en Melaka. También mencionar que en el barco nos recibieron 25 staffs, cada uno de una parte de Indonesia, casi todos de la zona que estábamos a punto de navegar y se convirtieron también en familia durante el tiempo que convivimos todos juntos.
Una experiencia que verdaderamente te ¨ensancha el alma”. En un liveaboard hay amaneceres que ocurren justo delante del nuevo punto de inmersión. Las noches donde el mar se escucha con los ojos cerrados en tu camarote. Dormir sobre el agua cambia tu relación con ella, ya no es un destino al que vas, es el lugar donde estás. Vivir donde buceas realmente, lo transforma todo.
Despertarte, ponerte el neopreno y saltar al agua sin tener que desplazarte, es lo más. Qué el primer buceo del día ocurra cuando la mente aún no ha terminado de despertarse y el cuerpo se mueve casi por instinto, mola mucho. Un desayuno {light} decían ellos, para mi perfecto. Fruta, café y unas tostadas, de más para una europea entre tanto chino acostumbrados a los buffet de noodles y arroz para desayunar, (eso tocaba en el segundo desayuno.)

Así que te metes en el agua y se crea una conexión difícil de replicar desde tierra. Con tres o cuatro inmersiones diarias, el buceo deja de sentirse como una actividad puntual y se convierte en un estado continuo. No hay prisa por “verlo todo”. Empiezas a observar mejor, a esperar, a leer el entorno. Y el océano, cuando no lo presionas, responde.
La verdad que íbamos sin expectativas, y Joni el líder de la expedición nos decía que había luna llena y poca visibilidad – a lo que están en este lugar acostumbrados – pues nos decía lo que podíamos ver, si teníamos suerte. Y creo que nuestro grupo tuvo bastante. Luego te cuento alguno de los encuentros más alucinantes de mi vida.
Cuando practicas el “slow diving” – el buceo tranquilo – te fijas más en lo que ves y empiezas a entender más el escenario donde estás. Esperas a grabar exactamente lo que buscas, sin crear movimientos bruscos que espantan a todo lo que se intenta acercar. “En este lugar están todos los peces del mundo” Era la frase que no paraba de repetir cada vez que salía de una inmersión. Nunca había visto tantos peces y tanta vida junta. Básicamente, los peces delante tuya ni se inmuta por tí. Es como que nunca hubieran visto a un humano. Te dejaban grabarles y casi se te chocaban ellos contigo con todo el descaro.
La cantidad de distintos ecosistemas de arrecifes, según el lugar y las condiciones me dejó alucinada. Cada buceo era un escenario coralino distinto.

En unos había muchas más gorgonias y esponjas. Otros, corales blandos parecían jardines. En otros, los corales duros parecían ramas de un bosque tupido pero sin hojas. Cada uno un escenario. Y en cada escenario distintas criaturas como protagonistas.
Mención especial a los Buceos Nocturnos, son ideales para fijarse exactamente en cada minúsculo-micro hábitat ínfimo donde se escondían los seres más coloridos y bonitos del mundo.
Cada zona crea un ecosistema coralino distinto y esto en verdad depende según las corrientes, la luz, profundidad y sustrato. Podemos decir que no es “un arrecife”, son muchos arrecifes dentro del mismo sistema. Y aquí te lo describo un poco para que teletransportes a cada uno de ellos, a través de las palabras.

Cuando hay una dominancia de corales blandos se forman Jardines de corales blandos (soft coral gardens) que parecen auténticos campos de flores. Sus colores intensos como rosas, lilas, amarillos…forman un campo de flores acuático. Las especies que lo forman, necesitan mucha corriente, por eso cuando tienen mucho alimento pueden crecer de forma exuberante. Es como un ecosistema muy dinámico, lleno de peces pequeños de colores y con un movimiento constante. Se ve que respira con la corriente.
Luego están los Arrecifes de corales duros (hard coral reefs), son los que dan la estructura, la geometría y solidez. La dominante es la Acropora, también la Porites y Montipora. No necesitan tanta corriente, así que se desarrollan en zonas más estables creando recovecos que forman hábitat de alta biodiversidad ya que es refugio, cría y alimentación del arrecife, como la ciudad de los mares.

Pero de repente te sumerges y encuentras unas paredes inmensas que caen al infinito del azul profundo. Y estas paredes están llenas de colores por los abanicos que forman las gorgonias (sea fan walls) increíbles hipnóticas criaturas de una elegancia indescriptible. Aquí he encontrado las gorgonias más gigantescas de mi vida. Creciendo en paredes y drop-offs que con la claridad del agua, aunque dijeran que no había buena visibilidad, nunca vi unas aguas tan claras y bonitas en mi vida. Y los colores de las distintas variedades de hermosas gorgonias que parecía que tenían siglos de edad, unas imágenes espectaculares han quedado en mi memoria. Ni siquiera en la cámara quedan tan lindas como las veíamos en vivo.
Eligen esas paredes verticales porque necesitan corrientes laterales constantes, por eso siempre están orientadas hacia el flujo de agua. Es como un ecosistema tridimensional, donde los peces parecen que están suspendidos y donde tienes que tener alerta a tu computador para saber exactamente a qué profundidad estás.

A más profundidad, menos tiempo. Y normalmente estos cortados despistan mucho. Sueles encontrarte a los tiburones de arrecife o las barracudas y cuando te das cuenta estás a más profundidad de la que debes.
Por otro lado, a veces nos encontramos como en una transición entre mundos. Una mezcla de corales duros, blandos y esponjas de colores vivos. Pendientes coralinas (reef slopes) se llama, y va cambiando con la profundidad. Te vas dando cuenta que a mayor profundidad, más filtradores. Es como un ecosistema de transición donde ves más cambios de comunidad en muy pocos metros.
También están los arrecifes asociados a manglar uno de los grandes tesoros de este lugar, donde a menos luz, agua más turbia distintas especies de corales son capaces de crecer bajo las raíces de los manglares adaptándose a estas condiciones extremas. Por motivos de un cocodrilo que andaba merodeando por la zona y la climatología, cambiamos de isla y esta inmersión no la hicimos. Pero la que la sustituyó fue alucinante.
Las islas van formando como canales estrechos entre ellas y creando intensas corrientes que favorecen el transporte de nutrientes, así que no es casualidad ver “jardines”, “paredes” o “ciudades” creando distintas comunidades coralinas. Esta parte del Planeta Azul que tuvimos la suerte de navegar, es biodiverso no solo por tener muchas especies, sino porque permite que cada ecosistema encuentre su lugar.
Uno de los objetivos era ver los cuatro caballitos de mar pigmeo endémicos que se encuentran en este lugar. He de decir que vimos 3 de los 4 que hay. Las cámaras de mis compañeros tomaron unas imágenes de revista alucinantemente bellas y te aseguro que no fue nada fácil. No solo por lo ínfimo que eran sino también por las condiciones, a veces había corrientes justo en donde estaba la gorgonia que alojaba a estos pequeños.

Yo tuve la suerte de fotografiar uno, porque no siempre llevaba la macro pero desgraciadamente no es una foto de enseñar comparada con la de mi compañero Allan, por ejemplo.
Los caballitos de mar pigmeos son uno de los grandes tesoros microscópicos dentro del mundo de la fotografía submarina. No solo por su tamaño, apenas unos centímetros, sino porque representan como pocos la especialización extrema dentro de los ecosistemas coralinos. Su vida está íntimamente ligada a las gorgonias.
Cada una de las cuatro especies está asociada a hábitats muy específicos: Dos de ellas, Hippocampus bargibanti y Hippocampus denise, viven exclusivamente sobre gorgonias, principalmente del género Muricella. Su camuflaje es tan preciso que no solo imitan el color del coral, sino también la forma y tamaño de los pólipos. Parece que se esconden entre la gorgonia formando parte de ella.
Otra especie, muchisimo más díficil de encontrar ya que es más pequeña y está a más profundidad Hippocampus severnsi, es mucho menos conocida. Puede aparecer asociada tanto a gorgonias como a corales blandos. La cuarta especie, Hippocampus pontohi, rompe el patrón, ellos prefieren las algas o los hidroides. Así que como ves, son pistas para saber donde buscar. Porque son animales altamente fieles, pasan toda su vida en el mismo coral o estructura.
Si esa gorgonia desaparece, el caballito desaparece con ella. Su supervivencia depende directamente de la salud del arrecife. No se desplazan buscando alternativas.
Por eso, observar un caballito de mar pigmeo es un momento mágico, además de una señal de que ese micro-ecosistema funciona. Aún así te he de confesar, que aunque yo considere que vimos bastantes, porque no me lo esperaba. Los “spotters” que eran nuestros “buscadores” (que iban buscando todos los bichillos pequeños para poder fotografiarlos), nos comentaban que habían menos que los años anteriores.
Uno de los grandes regalos del liveaboard es la calidad de los encuentros. Al acceder a zonas remotas y poco transitadas, la fauna marina se comporta de forma más natural. No está condicionada por el ir y venir constante de barcos o buzos que entran y salen a toda velocidad.
Por eso, en un liveaboard ocurren cosas que no se pueden programar. Sólo dejar que el Océano te sorprenda. Lo mismo a lo lejos del azul, te aparecen mantas y eres el único grupo que las ve, o de repente se te acercan unos delfines curiosos, como nos pasó en nuestro segundo día durante la primera inmersión. O buceos nocturnos donde la vida parece explotar de color y vida en cada centímetro. Al estar más tiempo debajo del agua, el océano empieza a aceptarte sutilmente, deslumbrándote poco a poco cada vez más secretos.
Existen estaciones de limpieza sobre fondos arenosos donde, si hay suerte, distintas especies acuden a dejarse cuidar por peces limpiadores. Ese día era luna llena y decían que la corriente era muy fuerte. Tampoco nos dieron muchas esperanzas. Sólo podían bajar dos grupos de cada vez, (cada grupo era de 4 y el nuestro sólo de 3) teníamos que esperar un poco y si hay suerte disfrutarlo. Si no, continuar con el arrecife que hay al lado. Éramos el primer grupo, los últimos serán los primeros, cada día nos íbamos turnando.

En cuanto bajamos una corriente fuerte nos recibió, lo suficiente como para sacar yo voluntariamente el hook y engancharse en el arrecife mientras esperábamos… con esa mezcla de paciencia y emoción que solo entienden los buzos.
Mientras tanto, algunos peces territoriales se acercaban demasiado, recordándonos que allí abajo todo tiene dueño.
Y entonces, a lo lejos, apareció una sombra inmensa.
Primero parecía que volaba…
Y cuanto más cerca estaba, más grande se volvía, hasta que finalmente nos pasó por encima.
Más de 5 metros de envergadura. Un momento imposible de olvidar. Un animal glorioso.
Estas gigantes visitan estas estaciones de limpieza para dejar que pequeños peces retiren parásitos y tejido muerto. Cuando llegan reducen la velocidad, se mantienen en una postura estable y realizan giros lentos que parecen coreografía. Un ritual silencioso.
A pesar de su tamaño y su inteligencia (poseen uno de los cerebros más grandes en el mundo marino), aún tenemos más preguntas que respuestas sobre ellas. Se sabe que son altamente migratorias, capaces de recorrer cientos o miles de kilómetros. También que realizan inmersiones profundas, registradas hasta 1.000 metros, siguiendo capas de plancton que ascienden desde la oscuridad.
No conocemos sus zonas exactas de reproducción.
No hemos documentado partos en libertad.
No entendemos del todo su ciclo de vida.
Ni siquiera sus rutas completas.

Son enormes, visibles, majestuosas… y aun así siguen envueltas en misterio. Me parece increíble y bastante revelador sobre la falta de protección en muchas zonas. El desconocimiento, se traduce en ausencia de acción. Protegerlas requiere ciencia, medios y una voluntad real de aprender de ellas.
Me encanta ver como cada manta tiene un patrón único de manchas en el vientre, como su huella dactilar, o al menos a nosotros nos permite identificarlas en bases de datos y así, intentar seguir sus viajes a través del océano.
Aquel día, mientras la corriente nos sostenía y ella flotaba sobre nosotros, entendí algo, hay seres cuya grandeza no reside en su tamaño, sino en todo lo que aún guardan en secreto.
Cuando una manta oceánica pasa sobre ti, sientes una cosilla de saber que estás enfrente de una memoria viva del planeta. Algo que aún, ni comprendemos.
Cada día era único pero el segundo día, ninguno de nosotros lo olvidaremos seguro. Fue un momento tan único que aún me vibra el corazón. Vivimos algo totalmente irrepetible.
No sé si sabes lo que es una salpa, pero ahora te lo explico. Pero imaginate, una especie súper difícil de ver, como un tesoro para los “frikis” de los biólogos marinos. Y mientras estaba grabando mis primeras salpas unidas en el mar, formando una cinta de luz transparente flotando como galaxias alargadas… de repente!! Delfines salvajes cruzando la escena como si todo estuviera destinado.

En Galicia hace años, se nos cruzaron delfines pero fue muy fugaz, pero… ¡¡aquí fue increíble!! Se acercaban ellos. Eran como un montón. Había madres con las crías y bueno, fue todo un espectáculo oceánico.
Vayamos por partes, las salpas son tunicados pelágicos, parientes lejanos de los vertebrados (sí, nuestros parientes remotos). Aunque en verdad parecen medusas, pero están más emparentadas con nosotros que con un cnidario.
Estos organismos transparentes se desplazan expulsando agua a través como si fueran pequeños motores biológicos. Pueden vivir solas o unidas en largas cadenas ondulantes, formando cintas enormes que parecen criaturas de ciencia ficción como me las encontré.

Lo curioso de estas criaturas es que son “limpiadoras” del océano, cada una puede filtrar litros y litros de agua por hora, atrapando fitoplancton. Así que son esenciales para el equilibrio del mar, aunque unas grandes desconocidas para muchos. De hecho todos estaban alucinando conmigo, que me quede grabandolas mientras los delfines empezaron aparecer.
Estas criaturas, guardan otro importante secreto, secuestran CO₂ transformándolo en carbono que se hunden al fondo del océano, así que ayudan a combatir el cambio climático sin que nadie hable de ellas.
Si tienes la suerte de encontrarlas recuerda que son totalmente inofensivas, pero como siempre, nunca debes intentar tocarlas y simplemente observar como la luz refleja a través de ella como si fueran figuras de cristal. Un diseño biológico muy eficiente para el mar abierto.
La verdad es que aquel día superó todas mis expectativas. Jamás imaginé vivir algo así con delfines salvajes. A las 6:30 am nos metimos al agua para nuestro primer buceo del día… y de repente, una enorme familia de delfines vino a jugar con nosotros. Qué grandes son. Qué presencia. Cómo te buscan la mirada, como si quisieran conectar con el alma.

Dentro de la familia de delfines mulares (Tursiops) tan amistosa, vimos a varias mamás con sus crías, enseñándoles a pescar, se movían en perfecta sincronía, un momento bastante tierno. Y creo que también les estaban enseñando a como “jugar” con los humanos, sin peligro, (aunque esto son más suposiciones mías). El océano nunca deja de sorprender. Infinitamente agradecida por todo lo que nos muestra, cada día.
Los delfines tienen muy buena fama, los respetamos y es de los animales marinos que más conocemos su cultura y comportamientos. La demostración de su inteligencia han hecho ganarse nuestra simpatía. Y es por eso que los estudios desvelan que como parte de la comunicación entre ellos, las miradas son esenciales. Y aquel día yo noté que buscaban contacto visual mientras se acercaban a jugar con las burbujas.
El wobbegong, es un tiburón alfombra, es uno de los grandes maestros del camuflaje del océano. Vive apoyado sobre el fondo del arrecife, inmóvil, confundido con rocas, esponjas o corales, hasta el punto de pasar completamente desapercibido incluso para buceadores experimentados, porque parece parte del escenario.

A diferencia de otros tiburones, no persigue a sus presas. Es un depredador de emboscada, espera paciente, observa y, cuando un pez se acerca lo suficiente, abre la boca con una velocidad sorprendente y lo succiona en una fracción de segundo. Aunque es tranquilo y poco activo durante el día, puede reaccionar si se le molesta y es que siempre hay que respetar el espacio.
Después de unos días a bordo, el cuerpo se adapta. El cuerpo entra como en un modo “oceánico”. Comes mejor, duermes profundo, te cansas de otra manera. El cansancio es físico, no mental, pero tampoco lo notas. El ruido interno desaparece.Es volver a un ritmo biológico más puro, uno que nuestro cuerpo reconoce aunque lo hayamos olvidado. O el sistema acelerado en el que vivimos no nos deja tiempo para recordarlo. El mar simplemente fluye y eso, se siente.
Es una pasada sentir como los días se alargan. Tan sólo en el segundo día has vivido ya tanto, que te sientes completamente dentro de una nueva comunidad flotante. Donde disfrutamos de cada buceo y aún más, de compartir cada experiencia debajo del agua.

Cuando salimos y nos relajamos antes de volver al agua, nos gusta compartir las fotos. Y es bonito ver como unos a otros nos ayudamos con el equipo, nos recomendamos y aconsejamos para el próximo buceo, alabamos las buenas fotos de cada uno, porque sabemos lo complicado que es sacar determinadas tomas debajo del agua. Y esos momentos, llenan el alma.
Somos personas distintas, unidas por una misma forma de mirar el mundo. La pasión por el mundo subacuático ha confluido en aquel barco tan especial, un velero tradicional herencia marinera de Sulawesi tipo phinisi, adaptado para expediciones de buceo. La emoción de los reencuentros con algunos con los que ya había viajado anteriormente, y darte a conocer a los nuevos, te hace sentir vivo. Desde el principio, todo se reorganiza fácilmente.
Te das cuenta que las conversaciones cambian, sabemos de lo que hablamos y nos gusta. Convives con personas que sienten lo mismo que tú. Las conversaciones se vuelven más profundas con el sonido del mar y las estrellas.
Al pasar los días, se va notando el cansancio en el ambiente, pero la adrenalina al oír la campana de un nuevo buceo a la vista, te daba el impulso que necesitabas para compartir sonrisas cómplices una vez más. Es como una constante estimulación hacia un mundo que cada vez se siente más nuestro.
La tripulación, los buzos, el espacio reducido… todo contribuye a una intimidad extraña y hermosa. Es una micro-comunidad temporal. Durante unos días, todos flotamos en la misma estructura fuera de aquel mundo terrestre.

Te sientes privilegiado. Sabes que entras a zonas con acceso controlado, a zonas sensibles, que requieren del menor impacto terrestre posible y permisos especiales. Zonas donde identificar especies y la observación de comportamientos, aún puede ser un nuevo campo de estudio.
Pero también exige responsabilidad. Sin ética, límites y educación real, puede repetir los mismos errores del turismo convencional. Proteger el océano no es solo visitarlo, es aprender sus lecciones y saber cuándo retirarse.
Algo cambia.Te vuelves más paciente. Más lento. Más consciente de tu impacto. Empiezas a entender que el mar no se “consume”, se habita, aunque sea de forma temporal.
Después de un liveaboard, una parte de ti se queda flotando allí. En el azul, en el silencio entre inmersiones, en esa sensación de no necesitar nada más que respirar y dejarse llevar.

Y cuando vuelves a tierra firme, lo sabes: tienes “Mal de Tierra” se te empieza a mover todo en el aeropuerto, tu cuerpo no quiere volver al bullicio del sistema humano… lo achacas al cansancio pero al día siguiente tu casa también tiene un pequeño bamboleo… así que es lo que llamo yo “mal de Tierra”.
Eso al cabo del día se pasa, lo que no se pasa es la sensación de no haber venido solo de un viaje. Si no de haber experimentado un cambio de estado. Haber vivido una experiencia inigualable. Un recordatorio de lo que es importante en la vida. Una llamada de atención de lo qué de verdad te hace estar dentro de tu paz mental y en consecuencia, sentirse plena con la vida. Y agradecida, por la posibilidad de entender el mar y el arrecife, un poquito más.
Algo dentro de ti, sabe que se ha quedado allí, flotando en ese azul tan vivo que las palabras se quedan cortas para poder describirlo con exactitud, hay que vivirlo.
