Tumbas con vida: las ciudades-cementerio de Manila

Al pueblo filipino se le otorgan muchos atributos. Por ejemplo se dice de ellos que son divertidos y que no se pierden un jolgorio. También que se enorgullecen de su tremendo fervor religioso y que en devoción casi nadie les gana. Hasta son capaces de fustigarse para mostrar su pasión cristiana en semana santa. La familia para ellos, además, es sagrada hasta el punto en que muchos se dejan la piel por los suyos. Pero si yo he de quedarme con una de sus cualidades, la que más me fascina es su capacidad de sacrificio frente a las adversidades.

Filipinas es uno de esos lugares que siempre me ha regalado sonrisas en los sitios más dispares pese a sus enormes desigualdades sociales. Cuesta encontrar alegría en los opulentos centros comerciales para ricos en los distritos de lujo. Pero te vas a un vertedero donde la gente busca comida entre la basura y te topas con risas y felicidad en los rostros de quienes igual han de pasar el día con un dólar o dos.

Filipinas Manila Tondo
El barrio de Tondo, en Manila.

A los gobernantes del país, sin embargo, no parece importarles demasiado que -según sus cifras- un cuarto de la población viva por debajo del umbral de la pobreza. Es más, animan a quienes no tienen nada a que se vayan a buscar un futuro mejor a un país extranjero. Tanto, que Filipinas se ha convertido en el país que más trabajadores no cualificados exporta al mundo, hasta cinco millones repartidos por 190 países.

Eso es porque, en numerosas ocasiones, la alternativa es ciertamente cruda. Como explica la investigadora Adele Webb en su obra Chasing Freedom, el capitalismo clientelista de Filipinas favorece a los amigos de quienes están en el poder a expensas de aquellos que están abajo. Las leyes se escriben para fortalecer a quienes más tienen y perjudican a los que se mantienen sin recursos.

Y un gran ejemplo de lo difícil que puede ser ascender en la escala social está en los cementerios del país. Sobre todo en las tumbas de Manila.

El cementerio como hogar cuando todo lo demás falla

Hace algo más de una década, los periodistas occidentales empezaron a fijarse en un fenómeno social en Manila que cautivaba a los cazadores de historias sociales, cámara en mano, que buscaban lo rocambolesco fuera de sus fronteras. Y poco a poco muchos periódicos empezaron a publicar fotos de lo que se conoció como la vida en los cementerios manileños. Las ciudades suburbiales levantadas dentro de cementerios.

cementerio sur manila
Residentes en el cementerio sur de Manila.

Al personal le parecía todo aquello muy pomposo. ¿Una ciudad erigida en mitad de un cementerio? Es casi de argumento de película post-apocalíptica, pero la realidad es mucho más sencilla de lo que parece y se basa en algo muy simple. Manila es una ciudad con problemas de superpoblación y de peligrosidad donde, en demasiadas ocasiones, cuesta encontrar un lugar que no cueste dinero y donde haya paz. Y una necrópolis reúne sin duda dichas características.

El fenómeno de las ciudades-cripta se remonta a la mitad del anterior siglo, cuando algunas familias empezaron a buscar cobijo en el cementerio norte de la ciudad, donde a día de hoy residen más de 800 familias en comunión con alrededor de un millón de muertos. La necrópolis del sur es algo más pequeña, pero igualmente en ella viven muchísimas personas.

Pero ¿qué provocó que muchísimas familias decidieran buscar un hogar junto a una tumba? Al principio se estima que fueron personas que lo perdieron todo tras la muerte de un ser querido y lo único que quedó de aquel familiar era una tumba. Pero poco a poco los cementerios se llenaron de gentes sin recursos que no podían siquiera permitirse un hogar en algunas de las barriadas más humildes de Manila.

niños en el cementerio de Manila
Unos niños juegan entre tumbas.

El fenómeno inicialmente no se vio mal por parte de las autoridades, que lo vieron como una manera de mirar hacia otro lado y no preocuparse por un buen número de personas pobres. Y quienes tenían a sus familiares fallecidos en los cementerios se dieron cuenta de que era una oportunidad para encontrar a quienes cuidaran de los nichos de sus personas queridas. Los ricos enterraban allí a sus fallecidos y los pobres podían vivir con los enterrados a cambio de mantener las criptas en buen estado.

Comiendo entre tumbas.

Así empezaron a aflorar comunidades vecinales en los cementerios y a fusionarse las criptas y las tumbas con hogares comunes. Una cripta podía servir de espacio para echar una partida de póker y colgar la ropa recién lavada encima de cruces mortuorias se convirtió en común. De repente las tumbas se reconvirtieron en mesas donde comer toda la familia.

Atrapados en la espiral de la marginalidad

Domiline es relativamente joven, pero en su rostro uno puede ver las marcas de una vida cargada de sinsabores. En su hogar es fácil escuchar risas y alegría, ya que acostumbra a poner música durante las horas de sol. Si pasas cerca de la cripta donde ella habita en el cementerio sur de Manila seguramente te den ganas de entrar. Y ella no le cierra las puertas a nadie.

mujer filipina cementerio manila
Domiline frente a las tumbas donde reside.

En parte es normal, ya que tiene una fuerte presencia en el cementerio sur. Lleva allí gran parte de su vida y ha forjado una familia al calor de la cripta cuyos dueños un día decidieron dejarle a su cargo. En aquel momento fue con su marido tras haberse quedado los dos sin empleo. En la ruina y sin hogar, fueron al cementerio a buscar ayuda.

La pareja tenía varios hijos que pudieron ir a la escuela más cercana al cementerio, mientras Domiline buscaba la manera de llevar dinero a la cripta. Electricidad nunca les faltó y la seguridad estaba garantizada al cerrar la necrópolis sus puertas cada noche. Sin embargo, su marido estuvo siempre muy débil. Jamás supo qué enfermedad tenía, al fin y al cabo no hubieran podido costearse ningún tratamiento médico.

Domiline me cuenta su historia sin tristeza en el rostro. Es la vida, dice ella. Luego me enseña la tumba de su esposo, que se encuentra en el mismo cementerio sur. «Rehice mi vida con otro hombre a quien conocí en este lugar y con quien me casé aquí mismo», me desvela antes de enseñarme la habitación donde ambos duermen y en la que hay fotos de los niños y también del primer marido. La vida y la muerte conviven con naturalidad en la necrópolis y la mujer filipina es feliz al tener cerca suyo a los dos hombres de su vida.

habitación filipinas tumba
La habitación donde duerme Domiline con su marido.

Cuando le pregunto a Domiline por sus hijos me dice con orgullo que son nueve e insiste en presentármelos. «Están aquí cerca, todos viven en el cementerio», me revela. Tras un paseo en el que la mujer saluda a unos y a otros, llegamos al barrio donde pernocta su familia, que ha ocupado un puñado de nichos. Algunos de ellos ya tienen descendencia, y Domiline habla orgullosa de lo creciditos que están algunos sus nietos pese a no tener ella ni cincuenta años.

La alegría de Domiline es contagiosa y sus ganas de vivir también. Sus hijos ríen y juegan con los nietos de la valerosa mujer filipina que me acompaña durante todo el camino. Y sin embargo el rostro de ella se tuerce cuando le pregunto por su mayor deseo.

«Me encantaría poder acabar con esta espiral y que mis hijos lograran salir del cementerio».

Es cierto que en la necrópolis viven tranquilos e incluso felices pese a las enormes necesidades que tienen. Al menos eso es lo que parece. Pero tras hurgar algo más allá nos encontramos con que el cementerio es salvación y tormento. «Mis hijos todos estudiaron en la escuela pública, pero para los que vivimos aquí no hay otro futuro, es imposible lograr el dinero para salir del cementerio», lamenta Domiline.

Mujer filipina en el cementerio de Manila
Domiline en su casa.

Es lo que ella define como la espiral del cementerio. Es muy fácil entrar y encontrar un lugar, pero finalmente sus hijos y nietos nacieron en la necrópolis y lo tendrán muy difícil para salir.

La seguridad de las tumbas

Algunos podrían pensar que merece más la pena vivir en una pequeña casa en una barriada de Manila que en un cementerio. Pero no todo es tan sencillo. En muchos de los suburbios de Manila la criminalidad es elevada, y en las necrópolis la violencia es mínima. En la del sur, por ejemplo, a las 18 horas cierran las puertas y nadie puede entrar. Hay seguridad además que vigila el recinto. Incluso es muy difícil ver alcohol en toda la zona.

Niños cementerio Manila
Unos niños en el cementerio sur de Manila.

Durante la era de la guerra contra las drogas protagonizada por el ex líder del país Rodrigo Duterte la situación sí que era diferente. Y es que el consumo de metanfetamina no era en los cementerios tan elevado como en los suburbios, pero igualmente resultaba palpable. Y hace pocos años se produjeron redadas en el cementerio norte. Eso hizo que muchos de los allí residentes se movieran a Makati o a Pasay, donde las comunidades entre criptas son menores.

Un hombre descansa en el cementerio sur.

El Gobierno filipino dice siempre querer echar a las gentes que habitan en los cementerios. Pero no tienen ningún plan para ellos. Y los residentes en las tumbas lo tienen claro: nadie más quiere encargarse de los nichos. Y además no hay miedo a los espíritus. Es más, las gentes de las necrópolis no dudan de que sus antepasados les protegen en sus vidas atrapadas en la espiral de los cementerios de Filipinas.

A contrapelo, por Luis Garrido-Julve
A contrapelo, por Luis Garrido-Julve.
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