La mariposa monarca es un bello lepidóptero que no conoce la violencia y todos los años se avienta una migración de hasta 5.000 kilómetros para hibernar y descansar en las templadas montañas de un país que está carcomido por la violencia.
Millones de estos insectos de alas naranjas con franjas negras y vuelo esponjoso huyen del invierno cada agosto o septiembre desde el sur de Canadá y el norte de Estados Unidos para arribar a su santuario salvaje y refugiarse en el cálido abrazo de las montañas de la Sierra Madre del Sur, en los estados de México y Michoacán.
Es impresionante verlas invadir y colorear la paleta gris de grandes moles de cemento como Monterrey y también los campos y las carreteras, por las que algunos conducimos a baja velocidad para matar a las menos posibles con el morro de nuestra prepotencia mecánica.
Pongo proa al estado de Sinaloa y disfruto del garabato de trazo imprevisible que me brindan con su anárquico vuelo al otro lado del parabrisas del carro. Bordeo el estado de Coahuila por su vertiente sur y atravieso las montañas de Durango, que en euskera significa “vega entre agua y montañas”.
México está plagado de carísimas autopistas de mentira solo al alcance de los más fresitas (pijos) del país. Muchas de ellas son carreteras de uno y medio: un carril de ida, otro de vuelta y los adelantamientos se hacen por el medio sobre la línea central, como en Sicilia o Vietnam aunque allí no son de pago.
Pero cuando se cruza de Durango a Sinaloa todo cambia, llegan las autopistas de verdad, con asfalto de tersa juventud, túneles y viaductos acrisolados y calzadas con sus dos carriles de ida y sus gemelos de vuelta.
Demos las gracias a Dios, que aquí todos son muy persignados, pero sobre todo démoselas al Chapo, a su familia y a su entramado “empresarial”, porque las infraestructuras, la gobernanza y la seguridad, como tantos otros muchos menesteres de responsabilidad pública, en el estado de Sinaloa los provee el cártel que ya todos conocemos a nivel mundial.
El narco que suple al Gobierno
Los gobiernos estatal y federal se limitan a pedalear en la comparsa, disfrutar de los réditos de su genuflexión y rezar para que no llegue otro narco y monte la guerra.
En la República de México hay 32 estados y a noviembre de 2022 se cuentan con sus husos horarios los que no sufren guerra entre grupos de crimen organizado.
Sinaloa atesora una de esas pocas excepciones, simple y llanamente porque ningún otro se atreve -todavía- a desafiar en su propio territorio a los herederos del ranchero de la amapola adormidera -de la que se extrae la morfina y la heroína- que fue extraditado a los gringos y pudrirá sus huesos en una cárcel de máxima seguridad.
No tardará mucho en acompañarle su hijo Ovidio Guzmán, en todo un gesto de reagrupación familiar pactado por Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y Joe Biden.
Juegos políticos con EEUU
La paz del narco de la que hemos disfrutado en Sinaloa ha saltado estos días por lo aires con la detención del líder de los Chapitos, una operación estratégicamente precipitada por el presidente mexicano a dos días vista de la llegada al país del estadounidense para la cumbre tripartita con el canadiense, el joven y apuesto Justin Trudeau.
Todo un gesto de buena entente entre las dos orillas de Río Bravo, que a la vez le vale a AMLO para calentar sus fogones internos en los que ya cocina la campaña electoral de las presidenciales con la elección de su sucesora o sucesor.
Y además para desquitarse del estigma de haber dejado en libertad al joven narco hace tres años después de que fuera detenido también en Culiacán, la capital de Sinaloa.
Pero basta ya de estos rollos político-festivos que tanto me gustan y vamos a centrarnos en las bellezas y peculiaridades del estado mexicano con más renombre internacional. Sinaloa se extiende por una franja alargada del noroeste del país bañada por las aguas del golfo de California, es un estado de ricas tierras agrícolas (le llaman el granero de México) y una potente flota pesquera que amamanta las bases de su excepcional gastronomía.
Sinaloa, insisto, es aún un estado tranquilo -ideal para recorrerlo en coche- y quizá en el que mejor se come de todo México, porque aquí sí se respeta la materia prima que esencialmente viene del mar.
Así lo piensa, porque lo ha podido catar a pie de campo después de un largo viaje sobre cuatro ruedas, este extremeño que retomó su periplo por todo México tras el parón de los cubrebocas.
Fueron seis meses pre-Covid y después otros tantos ya en 2022 (México te da como turista 180 días, el doble que la mayoría de los países) los que permiten armar un idea más o menos certera de cómo es y funciona nuestro querido país hermano.
Avanza el viaje camino del sur de Sinaloa dejando atrás las relajadas playas de Sayulita, Lo de Marcos, Chacala y el marinero San Blas, un bonito pueblo trenzado por múltiples canales de aguas salobres que van a morir al Pacífico. Aquí en el oeste me toca pasar, rebajado a temblor, el fuerte terremoto de magnitud 7,7 grados del 19 de septiembre en el centro del país.
Todos estos bellos y tranquilos destinos, que están en el pequeño estado de Nayarit, en la divisoria sur de Sinaloa y Durango, bien se merecen una semana de cadencioso relax al son de las olas del Pacífico que aquí nos regala sus aguas más cálidas.
Me despido del muelle de San Blas con unas frescas tostadas de atún marinado y enfilo la carretera federal número 15 camino de Mazatlán, la ciudad grande más bonita y turística del estado a la que la ola de inmigrantes chinos trajo el opio a finales del XIX y en los albores del siglo XX.
El mejor marisco de todo México
Pintiparado le viene el clima de Sinaloa al maíz, la papa, el frijol, el tomate, el chile y también a las amapolas y la marihuana. Se dice que los chinos pusieron las primeras piedras del andamiaje del narco en el oeste mexicano. Llegaron en busca de trabajo y un futuro mejor y se instalaron en los estados de Baja California y Sinaloa.
Al igual que en Perú dejaron su rica impronta gastronómica, con la creación de la cocina Chifa, aquí en las costas y montañas tropicales de México también introdujeron su comida y comenzaron a plantar opio (amapola adormidera) para consumo propio, como es tradición milenaria en su país.
Muchas décadas después, en los años 80, se empezó a forjar el gran negocio del narco primero en Sinaloa y posteriormente en sus vecinos Chihuahua, Sonora, Durango y Coahuila, corredores todos ellos en el tránsito de sustancias ilícitas desde Latino y Centroamérica hacia el gabacho, que es el sinónimo de gringo que en México se utiliza para referirse a Estados Unidos.
La heroína que salía de la goma de la amapola y la marihuana que se plantaban en estos estados iban directas a cruzar la frontera para que los gringos las pagaran a buen precio con su billete verde.
El corredor de la droga para el gringo
Pero no dramaticemos, porque Sinaloa es mucho más que eso y quiere superar esa fama internacional que para su desgracia ha acicateado Netflix con sus entre 200 y 300 series y documentales sobre narcos. Buena parte de los cereales y hortalizas y la mayoría del pescado y marisco que se consumen en México proviene de este lado del Pacífico.
Después llegó la cocaína que venía de Colombia y en los últimos años son la metanfetamina y el fentanilo (lo que se enchufó Prince para quitarse del medio) las drogas sintéticas que han reafirmado a Sinaloa como el principal proveedor de entretenimiento para el vecino del norte.
Me instalé unos días en Mazatlán y me dediqué a disfrutar de sus frutos del mar, de su marlín ahumado, del atún, el pulpo, los camarones (gambas), los ostiones, caracoles, jaiba, sardinas, pargo, tilapia, lobina, lisa y el huachinango, este último tan rico y auténtico.
Preparado en ceviches, cócteles, aguachiles, en tamales, en albóndigas marineras o en formato pescado zarandeado (a las brasas), así como en el más sencillo y natural ‘vuelta y vuelta, tuve la suerte de disfrutar de todos estos manjares, algo que no se puede hacer en la mayoría de los estados del país, donde día a día y a toda horas se come carne, carne y más carne.
Así que aproveché mi paso por Sinaloa para desquitarme, como en otras ocasiones he hecho en Baja California, Oaxaca o en Quintana Roo, y disfrutar de la frescura gastronómica de los productos del mar.
Y buenos paseos por su malecón y por su centro histórico, tan limpio, tan seguro, tan bien iluminado y con actividades culturales tan bien financiadas que ni su alcalde ni el gobernador del estado tendrían la más mínima objeción en reconocer en privado que es por obra y gracia de los narco-pesos.
Toda una gozada disfrutar también de El Fuerte, los Mochis y Topolobampo, otros destinos obligatorios si se viaja por este estado, si bien en este caso lo hice sobre las vías del tren Chepe (Chihuahua-Pacífico) atravesando las impresionantes Barrancas del Cobre desde las frías tierras tarahumaras de Creel.
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