Los primeros días de nuestro viaje por Sri Lanka estaban siendo muy intensos en lo que a visitas a templos y ruinas se refiere; Anuradhapura, Mihintale, Aukana y Dambulla nos habían dejado exhaustos. Un cambio de aires nos iba a venir muy bien, así que aprovechando que Diana y Fede, los andaluces que habíamos conocido el día anterior, también querían visitar Sigiriya aprovechamos y fuimos los cuatro juntos en nuestro tuk-tuk.
Cuando uno empieza a planificar su viaje y a buscar información de la isla, una de las imágenes que más aparecen en el navegador es la de la Roca del León, destino muy popular entre los viajeros y además patrimonio de la humanidad. Formado por los restos de magma de una erupción, este enorme pedrusco que erige sus casi 200 metros de altura en medio de un paisaje completamente plano ofrece unas vistas espectaculares cuando se alcanza su cima. En la roca se pueden observar los restos del que fue el palacio del rey Kasyapa, dotando al lugar además de un pasado histórico.
De buena mañana, y tras un buen desayuno en Benthoka Bake House previendo lo que iba a ser la jornada, partimos montados en Motoret en dirección a Sigiriya. Apenas 20 kilómetros separaban Dambulla de nuestro destino y el trayecto no se hizo muy largo. Cuando llegamos, y para darnos la bienvenida, un enorme nubarrón cubría el cielo custodiando la enorme roca y desde allí uno ya podía ir empezando a admirar su enorme tamaño y también a ir sintiéndose diminuto.
Tras comprar las entradas, botellas de agua y algunas chocolatinas para la subida, dimos los tickets en la entrada y nos dirigimos a los jardines que preceden la subida. En esta gran extensión que sirve de entrada y recibe a los viajeros, los verdaderos protagonistas, para variar, son los macacos. Estos pequeños primates son los reyes de los jardines y conseguir una sola foto sin su presencia es prácticamente misión imposible.
Después de las primeras fotos de rigor y de entretenernos con los monos cruzamos los jardines y llegamos a la base. Más de mil peldaños nos separaban de la cima de la roca, a la que se accedía por una escalera que empezaría tallada en la piedra y que más tarde se transformaría en una de hierro que bordeaba uno de los costados.
Aunque empezamos a subir a buen ritmo, este solo duró unos minutos pues las paradas para hacer fotos y para respirar fueron necesarias enseguida. Poco a poco uno veía los jardines y el resto de paisaje de su alrededor más lejanos y la distancia con el suelo más vertiginosa.
Finalmente llegamos a las escaleras de hierro adheridas al lateral de la montaña, aunque la monótona subida cambió cuando unas escaleras de caracol nos llevaron de lleno dentro de unas cuevas cuyas paredes estaban pintadas con imágenes de mujeres de torsos desnudos. Esta galería, de más de 1600 años de antigüedad, llegó a cubrir una área de 5600 metros cuadrados con más de 500 retratos de aquellas mujeres con grandes pechos que aún hoy no se sabe a quién representaban.
Minutos más tarde llegábamos a una explanada en medio del camino en la que la gente aprovechaba para descansar un rato. En las escaleras de piedra que seguían hacia arriba se encontraban las tan famosas garras esculpidas en la roca, lugar en el que no podíamos dejar de hacernos fotos, “La Puerta del León”. Las extremidades del animal y la escalera son todo lo que queda de una puerta de entrada, en su día colosal, construida con forma de un león de esfinge en cuclillas.
Estábamos un poco cansados, pero la verdad es que el cielo nublado había hecho que soportáramos mejor la subida, y el último tramo que se hizo más pesado no fue tan malo como podría haberlo sido un caluroso día soleado. Las vistas que se abrían paso siempre ofrecían un premio a nuestro subir y subir escalones.
Cuando finalmente llegamos arriba la espectacular panorámica de 360 grados hizo que olvidara completamente el esfuerzo realizado para llegar hasta allí. Mirara hacia donde mirara, el campo de visión era infinito y la estampa terminaba cuando el cielo y la tierra se unían a lo lejos en la línea del horizonte. Semejante espectáculo hizo que no prestase atención a todo lo que había allí en la cima hasta unos minutos más tarde.
Allí estaban las ruinas de lo que fue el palacio y sus piscinas, unas cuantas piedras amontonadas que a decir verdad fascinan más desde una vista aérea que desde allí, pues no podíamos apreciar en perspectiva aquella inmensa roca o lo que fue en su día este palacio por el mal estado de las estructuras.
De todo el complejo del palacio solo la piscina que hizo de reserva de agua parecía todavía cumplir su cometido, almacenando una buena cantidad de agua aunque ya no hubiese nadie que la fuese a utilizar. Después de la acalorada subida no hubiese estado mal darnos un buen baño en ésta.
Aunque el grado de conservación del palacio no sea su fuerte merece mucho su visita y más cuando ves todo este complejo en una foto aérea de las muchas que podemos encontrar por internet. Simplemente espectacular.
Pronto empezó a caer la tormenta que las nubes llevaban amenazando toda la mañana y como no nos extrañó y estábamos preparados para correr en cualquier momento el descenso empezó inmediatamente. Otra vez nos tocaba hacer el mismo recorrido por las escaleras de hierro que en un principio habían hecho sufrir un poco a nuestro amigo Fede pero que luego bajó en un santiamén.
La bajada por las escaleras de piedra fue muchísimo más rápida de lo que había sido la subida, pues el agua y las pocas ganas de mojarnos parecía que nos empujaban hacia abajo y en pocos minutos llegamos a la parte del jardín.
Ahora llovía con mucha más fuerza y alcanzar el tuk-tuk sin empaparnos de arriba abajo sí que fue imposible. Pese a que el último trozo íbamos corriendo y nos dimos prisa en poner los toldos del vehículo, ya no sirvió de nada…
De camino a Dambulla, cuando el tiempo nos lo permitió y después de visitar una especie de pantano o lago, paramos a comernos unas deliciosas mazorcas hervidas y tostadas en uno de los centenares de puestos que había en las carreteras de Sri Lanka. Y allí mismo, en el modesto y destartalado chiringuito del señor, nos sentamos a saborearlo y a comentar la visita a Sigiriya.
Y ya para finalizar el día, tras un descanso en el hostal, decidimos ir a cenar a un hotelito que había cerca para darnos un pequeño homenaje tras el esfuerzo de aquella mañana y el largo día que habíamos tenido. Entre risas y anécdotas decidíamos si el día siguiente iríamos o no a ver Polonnaruwa. ¿Aguantaríamos otro día más de visitas a templos?
Unas fotos increíbles!!!! Qué vistas más maravillosas, enhorabuena por las tomas :). Me encanta leer vuestras entradillas de viaje, dan unas ganas de viajar.. Si seguís así pronto estaremos todos trotando el mundo ;). Saludos!!