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Fukui podía esperar… al menos un día más

Pasaron tres días desde que nos encontramos con Aki (nuestro Couchsurfing en Kurashiki) en la estación de tren. Él nos llevó a recorrer y conocer el corazón de la ciudad. Paseamos por las calles del centro histórico, sus casas Machiya (casas de pueblo) y los jardines japoneses en los que sentarte un ratito y relajarte era obligatorio.

En medio de toda esa belleza, un canal atravesaba la ciudad dando lugar a los turistas a disfrutar de un paseo en barca. Los lugareños turistas y los no tan lugareños, alquilaban los trajes típicos para hacerse fotos en tan idílico lugar.

Posando con traje típico
Posando con traje típico

ETAPA 3: Kurashiki – Fukui

Kurashiki

Según nos contaba Aki, en este bello lugar en la época EDO, esta ciudad era conocida por la gran distribución que hacían de arroz por su río Kurashiki y la denominación del cual tenía también ese mismo nombre.

Repartían el arroz por almacenes colindantes, antiguos graneros que al día de hoy se puede observar que los han convertido en museos, cafés y bonitas boutiques. Toda esta zona la llamaron Bikan.

A Aki le teníamos fritos a preguntas sobre la cultura, gastronomía e historia y pareció ser recíproco porque a él también le surgían preguntas sobre nuestro país.

Aki nuestro CS de Kurashiki
Aki nuestro CS de Kurashiki

Subimos a una pequeña cima de la ciudad donde se podía divisar todos los tejados de aquellas casas milenarias y como dato curioso, elegían lo más alto del pueblo para que viviesen los samurais y la zona más baja para la gente de a pie, digamos que la clase social con más alto nivel vivían en la cima y el resto a los pies de ella.

Y ahora bien amigos, con toda esa información en la mochilas y haber compartido cenas y charlas durante tres días con nuestro amigo en una ciudad con mucho encanto, tocaba partir de nuevo, ya sabéis, mochila en la espalda y preparados para irnos de camping.

Objetivo: Fukui

La idea está vez era llegar a Fukui haciendo varias paradas en diferentes campings que había en la ruta por la que teníamos que pasar para llegar.

Salimos muy temprano del apartamento y nos dirigimos a un Lawson (los que habéis leído los anteriores artículos ya sabéis de que tienda estamos hablando), allí nos tomaríamos un café frío y listos para empezar, que contado así, suena bonito ¿verdad?, pues queridos amigos, ya llevábamos casi 4 kilómetros andados y no fue fácil para llegar hasta allí.

Situados en la salida del parking y pegados al carril de la carretera dirección Kawashiro Camping a la espera de nuestro vehículo, una pareja que salía de hacer sus compras del establecimiento nos invitó a subir en su coche, ellos nos acercarían hasta prácticamente la mitad del trayecto.

Movilizaron todas sus cosas (que casualmente también iban de camping) y pusimos nuestras mochilas entre ellas. Les dijimos el nombre del camping al que queríamos ir, nos contestaron que era un lugar muy bonito, pero que llegar hasta allí no era fácil. Ahí fue cuando nos cambió un poco la cara, pero bueno, habría que intentarlo… tampoco teníamos otros compromisos como para abandonar la misión.

Nuestros nuevos amigos nos dejaron en un área de servicio y antes de despedirnos nos preguntaron que si nosotros teníamos cocina para camping. Siendo nuestra respuesta afirmativa, nuestra sorpresa fue esta: ¡una cebolla gigante!

Nos regalaron una cebolla, que… ¿qué podía pesar? ¿medio kilo sin exagerar? Nos despedimos contentos porque habíamos recorrido una gran parte del trayecto y agradecidos por ese gran regalo.

A priori, ese área de servicio donde nos dejaron parecía tener muy buena pinta, ya que era una zona de mucho transito de vehículos, pero todo eso fue una ilusión… nos costó dos horas largas de espera.

La larga espera
La larga espera

Ese área de servicio tenía dos posibles salidas, pero parecía que todo el mundo iba en la otra dirección y mientras estábamos esperando con nuestro cartel en la mano donde ponía la dirección a la que queríamos llegar, paró un coche y nosotros con la emoción, pensamos… ¡bingo, por fin rumbo al destino!

Pero no fue así, el hombre que se había bajado del coche con todo el amor del mundo nos dijo que no iba en esa dirección que nosotros queríamos ir, pero que nos quería dar un pequeño regalo. Este señor, nos vio cuando entró en el parking, leyó nuestro cartel, fue a la tienda para comprar sus cosas y generosamente nos quería dar algo de comida y bebida que nos compró a nosotros también.

Aun sabiendo que no podría llevarnos su gesto de amabilidad fue intachable y al día de hoy todavía tenemos grabado en la cabeza la frase que nos dijo al entregarnos ese regalo: «no puedo llevaros porque mi dirección es otra, pero aquí tenéis esto para que la espera sea más agradable».

Y es que no nos cansamos de escribirlo en estos artículos, en Japón la hospitalidad de la gente no tiene límites.

Le despedimos con un super «Arigato» y brindamos por la gente que se nos estaba cruzando en el camino, esta vez, el brindis con té frío.

Parece que ese señor nos dio buena suerte y apareció un chico que nos avanzaría unos kilómetros más, la verdad que no tuvimos mucha conversación con él, ya que no hablaba nada de inglés y parecía bastante tímido.

Llegamos a un cruce donde nos dejó que estaba en medio de la nada, pero en la ruta, fue todo un acierto, en menos de cinco minutos, un coche súper pequeño paró, abrió el maletero para que acomodásemos nuestras mochilas y honestamente, cuando abrió el maletero y vimos todo lo que llevaba dentro, no entendimos muy bien en qué parte quería que las pusiésemos, ¡porque no había hueco!

El chico al ver que nosotros lo de el tema «tetris» no lo controlábamos, agarró parte del equipaje y no sabemos de qué forma pudo encajarlo, pero lo encajó, hasta pudo cerrar la puerta y todo.

El resto lo llevábamos nosotros encima de nuestras piernas que chocaban con los asientos delanteros y tocaban el techo tapando por completo nuestro campo de visión, así que, cada vez que nos hablaba teníamos que inclinarnos lateralmente sacando nuestra cabecita entre medias de los asientos del piloto y de el copiloto, ahí fue donde nos dimos cuenta y vimos que en ese último asiento iba sentada su hija pequeña.

Pues como si de una lata de sardinas se tratase, este papá con su hija, nos dejaron en la estación de tren donde supuestamente salían autobuses que pasarían cerca del camping donde queríamos pasar la noche.

Y si tuviésemos que ponerle un sonido al momento en el que salimos de ese mini coche para la despedida, sería como cuando abres un bote de cristal envasado al vacío, tal cual, quedando toda nuestra elegancia y experiencia al bajar de los vehículos, a la altura del betún.

Una vez llegados a la estación, miramos los horarios en el cartel de la marquesina, pero justamente el número del autobús que nos llevaba al camping no aparecía. Preguntamos al oficial de la estación, pero tampoco nos sabía decir.

El caso, que mientras pensábamos y no, había una chica aparcando su coche en el parking que entró en la estación y a su salida le preguntamos si sabía de este autobús.

Durante un largo rato y con su teléfono móvil buscó la ruta que recorría pero finalmente no le quedaba muy claro y decidió acercarnos personalmente, los 25 kilómetros de carretera de montaña hasta la misma puerta del camping, que precisamente no fue un camino de rosas, porque era un no parar de curvas y más curvas hasta llegar.

La chica con una sonrisa permanente nos hizo el camino que tan difícil les pareció a la pareja que nos habían regalado «el cebollón». Nos hicimos una foto y como muestra de agradecimiento les regalamos unas banderitas que teníamos de nuestro reciente viaje a Nepal para darle suerte.

Nuestro regalo de Nepal
Nuestro regalo de Nepal

Sólo faltaban dos horas para que el sol nipón nos diese la despedida, tiempo suficiente para buscar un rincón y montar nuestra tienda de campaña.

La cebolla

El camping, en pleno bosque, situado al otro lado de un río y que para acceder tenías que cruzar un puente de madera, era espectacular.

Entrada del camping
Entrada del camping

No había mucha gente, unas familias jugando con sus hijos frente al río y un poco más alejado donde nosotros pusimos nuestra tienda un grupo de amigos que estaban haciendo una barbacoa con todo lujo de utensilios, menaje de camping y por supuesto su ropa de colores neutros a juego con la naturaleza perfectamente conjuntados, así son ellos cuando van de camping, igualitos que nosotros…

En cuanto les vimos supimos a quien le íbamos a regalar la cebolla de medio kilo, ¡ellos lo tenían todo para disfrutarla! Nos acercamos hacia ellos con la intención de deshacernos de tremenda hortaliza, dándoles a entender que nos la regalaron por el camino y que no podríamos cocinarla, pero la historia de todo esto, es que no entendieron nada, porque fue darles la cebolla y como si de un trueque se tratase, sacaron de su nevera una bandeja que contenían filetes de ternera marinados al estilo teriyaki, siendo su forma de agradecimiento por el detalle que habían recibido.

Cocinando nuestra gran cena
Cocinando nuestra gran cena

Nos resultó muy difícil decir que no a tremendo manjar y puesto que no aceptar un regalo en Japón se ve un poco feo, ahí nos fuimos con nuestros filetes marinados hacia nuestra tienda de campaña donde nos esperaría una gran cena.

Rumbo al camping de Wakasawada

A la mañana siguiente, sabíamos que nuestro día no iba a ser fácil, teníamos que continuar por la misma ruta donde nos dejaron el día anterior, era muy temprano y por allí no había mucho tránsito de vehículos. Durante 40 minutos sólo pasaron dos coches, el segundo sin pensárselo paró.

Era una pareja divertida, alegre y con un toque rockero, ellos serían los que marcarían nuestro día, les comentamos que nuestro objetivo era llegar a un camping en la costa por la zona de Wakasawada. Nos acercarían bastantes kilómetros casi la mitad del recorrido, eso sí, antes querían parar en su casa que quedaba de paso porque decían que el coche en el que íbamos era muy pequeño e incomodo.

Viva el rock
Viva el rock

Y ahí llegamos a una bonita casa, con un coche gigante en la puerta e hicimos el cambio de vehículo.

Esperamos unos minutos a que saliesen de la casa y cuando les vimos regresar, traían dos bolsas repletas de todo tipo de snacks y de noodles para nuestro días de acampada… nuestro día estaba siendo de diez.

Durante el trayecto íbamos escuchando música de rock japonesa y española, se creo tan buen rollo que no queríamos llegar al sitio donde nos dejarían finalmente, pero como nada es para siempre, llegó ese momento.

Situados en el parking de nuestro sitio favorito LAWSON y con las pilas cargadas de buenas vibras nos despedimos. Lo que no sabíamos en ese momento, es que la persona que nos llevaría los siguientes 45 kilómetros estaba en ese mismo lugar.

Nuestras mochilas y el cartel donde ponía el destino estaban apoyadas en la fachada del establecimiento mientras nos tomábamos un café. Frente a nosotros, una señora dentro de su coche que no paraba de mirar su móvil y a la vez miraba nuestro cartel. En un momento salió del coche y se acercó educadamente diciéndonos, que si el nombre que ponía en el cartel era el lugar donde queríamos llegar, estaba mal escrito y no existía.

Le señalamos en el mapa de su teléfono donde quedaba el camping al que queríamos ir y sin pensar mucho nos dijo…»soy jubilada y no tengo que ir a trabajar, también soy divorciada y no me espera nadie en casa, así que, prefiero ir con vosotros y formar parte de vuestra aventura».

Nuestra soltera aventurera
Nuestra soltera aventurera

Ya con las mochilas dentro del coche, nos fuimos rumbo a la costa. Un camino interesante y de reflexiones, porque es increíble como te pueden cambiar tu día en cuestión de horas, personas que no conoces de nada y como sin quererlo haces que viajando de esta manera, le puedas cambiar tu también el día a ellas.

Después de 45 kilómetros, ya habíamos llegado a la costa, nos hicimos un selfie en las que aparecen tres caras de felicidad y nos despedimos.

Montamos nuestra casita en el camping frente a la playa y lo que en nuestra cabeza iba a ser un día complicado de ruta, fue un día de diez con gente diez. Un baño en la playa, unas cervezas y un bonito atardecer, fue el detonante para que nos quisiésemos quedar allí varios días antes de llegar a Fukui.

Atardecer en Wakasawada
Atardecer en Wakasawada

Fukui podía esperar…

Recuerda

Dejarse llevar, por Lydia y Raúl
Dejarse llevar, por Lydia y Raúl
1400 933 Lydia y Raul

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