La crónica cósmica. Además de ver mundo

Continúo frente al Canal de la Mancha y en este pueblo de Normandía llamado Saint-Pierre-en-Port, que no tiene puerto alguno, pues tal nombre se lo dieron los romanos hace un par de milenios cuando construyeron un puerto que ahora se halla sumergido.

Durante la semana anterior nos hemos podido felicitar por el tiempo soleado que ha hecho en esta región cubierta de verdor, donde llueve con mucha frecuencia.

Además, el Canal de la Mancha, que también es famoso por su turbulencia, nos ha mostrado su faceta más calmada en la que resulta difícil distinguir dónde se juntan el horizonte y el cielo. De todos modos, la temperatura del agua y el aire sigue siendo bastante fría y alucino al ver algunos bañistas dándose un chapuzón.

Cuando baja la marea dejando al descubierto más de cien metros de rocas en las que se forman pequeñas charcas, la gente va hasta ellas con unas redes parecidas a cazamariposas, y pesca los mariscos y los peces que hayan quedado atrapados. Con ello, claro, raro ha sido el día en que no hayamos comido un poco de cada.

Otro dato gastronómico: la comarca de Camembert se halla aquí en Normandía y los quesos que he probado hasta ahora me han dejado boquiabierto y pidiendo más y más. Al pasear por la playa de guijarros me sorprendió encontrar varios manantiales de sabrosa agua dulce. En cuanto a los paisajes, la costa hacia el sur sigue durante muchos kilómetros formada por impresionantes acantilados blancos, parecidos a los que se levantan por encima de esta playa.

La expresión de llevar la casa a cuestas nunca fue tan literal como en el caso de una joven familia bretona (madre, padre e hijo) que apareció por aquí hace un par de días. Viajan en una camioneta con la que remolcan una cabaña de madera, que tiene ruedas como una caravana, y placas de energía solar en el tejado.

También cargan varias bicicletas y un kayak. Pero lo más sorprendente es que también llevan con ellos dos caballos pardos, dos vacas rubias, una vieja perra pelirroja, una cabra blanca, dos burritos negros y un cerdo y una gallina de ese mismo color. Lógicamente, al circular siguiendo el ritmo de estos animales, avanzan con mucha lentitud.

Al llegar a un lugar, buscan un buen prado, como el que hay frente a esta casa en que me alojo, y piden permiso al propietario para acampar. Como es de suponer, los animales de esa granja ambulante son la mar de felices, pues, además de ver mundo, pueden pastar en completa libertad.

Los caballos son un poco traviesos y de vez en cuando persiguen a las vacas o a los burritos, obligándoles a correr un rato.

Según le contó la mujer bretona a la amiga parisina, tienen planeado seguir hacia el norte, sin apartarse de la costa, hasta llegar a Dinamarca: con el ritmo que llevan, supongo que tardarán años en completar este largo periplo.

Hoy los he visto partir hacia su siguiente destino, el cercano pueblo de Sassetot–le–Mancorduit donde se halla el Château de Sissi en que esa emperatriz austríaca pasaba algunas temporadas; al frente de la comitiva marchaba la cabra, y a ésta le seguía la mujer llevando uno de los burritos del ronzal; los demás animales iban detrás a su aire, a excepción del cerdo, la gallina y la vieja perrita, que vendrían más tarde cuando el marido, que en ese momento cerraba el grupo en bicicleta, regresase para hacer el mismo recorrido con la camioneta y la cabaña sobre ruedas.

Hasta ahora, el único animal viajero que yo conocía era el gato malayo de los amigos valencianos, que antes de recalar en la costa alicantina ya había estado en media docena de países.

Gracias a que esta casa en que resido no tiene conexión a internet ni televisor, estoy escribiendo y leyendo más. También tengo más tiempo para pasear por los bosques y los prados de los alrededores, o para recabar información acerca de este plácido pueblo de seiscientos habitantes, entre los que se encuentra gente de mucha cultura. En el pasado vivieron aquí algunos artistas y escritores famosos. Anoche nos invitaron a cenar en una antigua granja donde hace años se hospedó Yul Brynner; y este actor de cine, que también era un gran dibujante, le estuvo dando lecciones de dibujo al padre de la amiga parisina.

El difunto padre de la amiga parisina, al que tanto me habría gustado conocer, resulta que fue un gran navegante que compitió en regatas internaciones; afición que también heredaron sus dos hijas y su hijo. A corta distancia de la casa de mi amiga se encuentran la de su hermana, la de unos tíos y la de otro tío cuya madre era española.

Por si algún día os interesara dejaros caer por aquí, recordad que también hay una casita, más parecida a un estudio, que es pequeña por dentro pero grande por fuera, pues tiene unas vistas extraordinarias: la alquilan a los turistas por cien euros diarios y casi siempre está ocupada.

PASO A PASO – Varanasi, India, 1986. Esta ciudad, que junto con Aleppo y Damasco se jactan de ser las más antiguas de la humanidad (de las que siguen vivas), también se ufana de ser la más sagrada para los hindúes. Recibió su primer nombre de los dos ríos que allí desembocan en el Ganges: el Varún y el Asi; de esa forma nació el apelativo de Varanasi, que los invasores mogoles cambiaron por Benarasi y los británicos por Benares.

El tren en que el badalonés Josep, el suizo Frank y yo habíamos viajado durante treinta y seis horas desde el sur de la India, llegó de noche a esa población. Aunque yo era el único de los tres que había estado allí con anterioridad, fue Frank quien hizo de guía y fijó el precio con el conductor de un triciclo taxi (auto-ricchó) para que nos llevase a la rotonda de Godolia.

El mundo indostano se iba a la cama en cuanto anochecía, y nosotros cruzamos varios kilómetros de una ciudad absolutamente dormida hasta llegar a Godolia, que era el único lugar donde el ajetreo continuaba las veinticuatro horas.

Desde allí seguimos a pie unos cien metros por la calle principal, que descendía hacia el Ganges, y antes de llegar al río, y torciendo a la izquierda, nos adentramos por el laberinto de callejuelas que formaban el barrio varias veces milenario de Kashi: la parte más antigua de la ciudad.

En un instante, con andar unos pocos metros, e igual que nos sucediese al entrar en la jungla de Periyar, habíamos cruzado el umbral de un mundo totalmente distinto, en este caso con callejones que, como mucho, llegaban a medir dos metros de ancho, pero que frecuentemente eran bastante más estrechos, y pocas veces seguían en línea recta durante veinte metros.

Eran unos lugares mal iluminados, que transcurrían entre edificios que alcanzaban hasta cuatro pisos de altura, y por los que debíamos andar con atención si queríamos evitar la mierda de vaca, los charcos y los agujeros. En aquellas tardías horas no nos cruzamos con un solo transeúnte.

De todas maneras, debido a la certeza de que cualquiera de los muchos peregrinos y extranjeros que llegaban allí perdería fácilmente sus pasos en tal laberinto, por doquier se veían carteles señalando la dirección de los diferentes ghats (las escalinatas que bajaban hasta el Ganges), de los templos más importantes, y de las pensiones. Nosotros seguimos las indicaciones de varios de estos nombres, por ejemplo, el que guiaba hasta la pensión Yogi Lodge, donde invariablemente nos recibieron con la misma respuesta: “Completo. No hay habitaciones”.

Ya empezábamos a estar tan cansados como cabreados cuando les dije a mis dos amigos: “Fue una gilipollada coger un tren que llegaba a medianoche. No se debe venir nunca a una ciudad grande después de que haya oscurecido”. Pero cuando ya empezábamos a resignarnos a pasar la noche de vivac, en la Trimurti Guest House nos ofrecieron, en la parte alta del edificio, un dormitorio con veinticuatro camas y dieciséis ventanas, que estaba casi vacío. Desde allí se distinguía todo el barrio de Kashi a vista de pájaro y, como vecino, teníamos el templo hindú más importante de la ciudad: el de Kashivishwanat.

La más sagrada de las ciudades nos recibió con temperaturas que, en aquella época primaveral del año, poco se diferenciaban de las del sur del país, aunque por la noche refrescase lo suficiente para permitirnos dulces sueños; pero también nos provocó las diarreas habituales y la infección de cada pequeña herida o rasguño que, durante semanas, se abrirían y cerrarían sin llegar a cicatrizar.

Sin embargo, no nos podíamos quejar porque en Varanasi íbamos a saborear los mejores lassi: el yogur para beber que preparaban por doquier, sazonado con un poco de agua de rosas.

El barrio de Kashi también era el reino del bhang, la crema de maría que todo el mundo tomaba, incluso las amas de casa y los pujari, asegurando que con tal delicia entre pecho y espalda no se decían malas palabras: era fácil aceptar tal afirmación porque, sin ninguna duda, el colocón de bhang, que subía lentamente durante horas, lograba alegrar el humor del más deprimido.

Esta deliciosa crema se vendía en todos lados, y también en varias tiendas del gobierno donde se podía conseguir en pastelitos y galletas junto con buen opio del Rajastán. El bhang que se ofrecía en las docenas de chiringuitos que había frente a Godolia, donde lo preparaban para los policías que permanecían allí acantonados debido a los constantes disturbios entre hindúes y musulmanes, era de menor calidad y, sobre todo, menos higiénico.

Por la calle nos ofrecían continuamente tanto morfina como heroína a precios irrisorios. Evidentemente, tal mercado iba paralelo con la gran cantidad de adictos occidentales que residían en aquel mundo en el que, difícilmente, se podía controlar la situación legal de la población.

En aquellos momentos Varanasi tenía el inconfundible aspecto que conllevaba el Joli (Holi). Por norma esta festividad sólo dura una mañana, pero en ciertos sitios de la India continuaba toda una semana, durante la cual el personal estaba permanentemente colocado, sobre todo con bhang, aunque con cada año transcurrido aumentase el consumo de alcohol. Con ello, tanto las paredes, como las vacas, los perros, los burros, las cabras, y, por supuesto, la ropa y la gente que la vestía, se encontraban cubiertos con un indescifrable cóctel de colores. Continuará.

MIRA LO QUE LEO. Por si conserváis la sana costumbre de alimentar vuestras neuronas con la lectura, aquí van unos cuantos libros que os recomiendo.

  • La trilogía de Pierre Lemaitre: “NOS VEMOS ALLÁ ARRIBA”, “LOS COLORES DEL INCENDIO” y “EL ESPEJO DE NUESTRAS PENAS”.
  • En “EL COLOQUIO DE LOS PERROS” del maestro Cervantes se dice: “La venganza pensada arguye crueldad y mal ánimo”. “Me acogí a sagrado como hacen aquellos que dejan los vicios cuando no pueden ejercitarlos”.
  • Para los amantes de los animales y la naturaleza como yo: “MI FAMILIA Y OTROS ANIMALES”, de Gerald Durrell, situada en la exótica isla griega de Corfú.
  • En la interesante novela de Joseph Conrad “LÍNEA DE SOMBRA”, se dice: “Uno de los efectos de la perspectiva del recuerdo es mostrarnos las cosas mayores de lo que son”.
  • En un catálogo de libros ¿se calificaría a la BIBLIA de ensayo o de ficción?
  • “ESTE LIBRO TE SALVARÁ LA VIDA”, de A. M. Homes, sorprende con lo que yo denominaría escritura rápida, que es comparable a las imágenes de las películas modernas: “Ben se levanta, se ducha, come una tostada, bebe agua”.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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