La crónica cósmica. Ahora ya no camino tanto como antes

¡COMO PASA EL TIEMPO! – Kumaon, Uttarakhand, India. Una de las cosas de la infancia y la juventud que me desagradaban era la exasperante lentitud con que transcurrían los días. Pero al comprobar que el tiempo iba acelerándose constantemente, me adentré encantado en la edad adulta. Ahora, cuando ya me he convertido en un viejo que va camino de la ancianidad, me corro de gusto al comprobar que los días se desvanecen a una velocidad del vértigo.

De todos modos, este hecho a veces me angustia un poco porque tengo la sensación de estar descendiendo por una empinada pendiente en un coche sin frenos, como me ha sucedido en esta ocasión, pues los dos meses que he permanecido en estos bosques de las Colinas Kumaon parecen haber durado un periquete y ya estoy haciendo el equipaje: mañana me pongo de nuevo en marcha: ¡Vámonos, que nos vamos!

Hace más de tres décadas que descubrí este lugar, y rápidamente se convirtió en mi predilecto de la India. En mis repetidas visitas, mis amistades han ido creando unas tradiciones que incluyen fiestas de bienvenida, pero, sobre todo, apoteósicas despedidas regadas con ron y ambientadas con costo, como las que hemos celebrado durante esta última semana en la casa del Señor Lobo, en la del Señor Chacal y en la del Señor Jabalí.

Con mi anfitrión y con el Señor Oso nos hemos reunido varias veces en mi habitación, donde he comprobado de nuevo que puedo permanecer varias horas sentado en la posición del loto sin cansarme, como me ocurriría de haber estado en un asiento y una posición que vosotros consideraríais normal.

Por distintas razones que no vienen al caso, ahora ya no camino tanto como antes. Durante los dos meses anteriores sólo he recorrido unos cinco o seis kilómetros diarios. Y han tenido que ser los amigos que mencionaba antes quienes me sacasen de casa y me pasearan un poco en sus vehículos.

Con mi anfitrión hicimos varias excursiones montados en su motocicleta, por supuesto sin casco. Es una Bullet, de la emblemática marca Royal Enfield, que se compró recientemente. La adquisición incluyó una visita al templo preferido de la familia en la que, por decirlo de alguna manera, se santificó la motocicleta, que regresó a casa cubierta de guirnaldas de flores anaranjadas.

En el lago Naldamiental asistimos a una multitudinaria celebración religiosa en la que se representaba la vida de diferentes dioses con actores, cantantes, cinco bailarines y unos buenos músicos acompañados de un órgano. Tampoco faltaron las imprescindibles tablas y las palmas de un enfervorizado público en el que las mujeres permanecieron sentadas a la derecha y los hombres, a la izquierda.

Al terminar la velada nos obsequiaron con un dulce llamado jaula (halwa), que es uno de mis preferidos. En plan ecológico, nos lo sirvieron en un tazón de hojas secas y lo comimos con una cucharita de madera.

Otra excursión nos llevó al precioso lago Naukuchiatal y a la residencia de un amigo de la nobleza del Nepal: el doceavo en la línea sucesoria del trono. La finca se halla encerrada entre el lago y una colina cubierta de una densa jungla. Un atardecer descendimos hasta los lagos Pana, Ram, Sita, Laxman y Hannuman que dan nombre a este lugar.

El señor Jabalí, que es la amabilidad personificada, me invitó a cenar un sabroso curry de cabrito, que regamos con una ginebra artesana de primera calidad a la que acompañamos con un aceite de costo casero del mismo nivel. Pasada la medianoche despedimos la fiesta bebiendo la última copa y fumando un porrito junto al lago Pana, mientras escuchábamos los gruñidos de un leopardo.

DETALLES

  • El 30 de agosto se celebró la festividad Raksha Bandan, en la que se conmemora el amor y el deber entre los hermanos y las hermanas. Un ritual en el que ellas atan en la muñeca de su hermano un cordoncillo sagrado llamado rakhi y rezan para que tenga una larga vida.
  • El orgullo de los indios patrióticos se ha multiplicado con el éxito de la misión espacial de colocar una sonda en la Luna.
  • Imágenes de la alegría monzónica: estudiantes de ambos sexos y diferentes edades recorriendo las calles desternillándose bajo un diluvio torrencial. Imágenes de tristeza: una gran tortuga acuática metida en un barreño de insuficientes dimensiones para su tamaño en el que no podía moverse.
  • Los indios responden al teléfono como lo hace la gente de mi pueblo: “Bolo” (diga).
  • Normas prácticas en este país plagado de machismo: vagones de tren y asientos de autobús reservados a las mujeres.
  • Ciencia ficción: En el aeropuerto de Nueva Delhi me crucé con dos pasajeros que se desplazaban sentados en sus motorizadas maletas con ruedas.
  • ¿Unos precios? Euro: 88’93 rupias indias. Paquete de bidis: 10 rupias. Chai: 10 rupias. Menú completo de un almuerzo: 100 rupias. Zumo de sandía: 30. Y de uvas: 50.

PASO A PASO – Calcuta, Bengala, India, otoño de 1987. Continúa de la crónica anterior. El hotel Paragon se hallaba en una callejuela que giraba formando un ángulo recto, llegando por la derecha a la New School Street y, por la izquierda, daba a una calle estrecha llena de hoteles baratos que tenían nombres como “Pilton”, “Milton”, “Xilton” y “Silton”.

Tomé el camino de la derecha buscando con la mirada el edificio al que me dirigía mientras, a mis oídos, llegaban diferentes ofertas callejeras: “¿Smack, baba?”. “Mañana”. “¿Le limpio los zapatos, señor?”. “¿Qué zapatos?”. “¿Ricchó, sir?”.

Eché una mirada de sorpresa a aquel medio de transporte del pasado. Aunque me había servido muchas veces de los ricchó de bicicleta, era la primera vez que veía el sistema antiguo: el carrito de dos ruedas tirado por uno de los llamados “hombres caballo”, que corrían descalzos entre el denso tráfico de Calcuta, tragando el humo de los tubos de escape, y que pocas veces llegaban a vivir más cuarenta años.

La mirada amable del “ricchó wala” completaba una cara simpática. Su pelo empezaba a encanecer, vestía una camisa blanca y limpia, cubría sus caderas con un lungui azul y en el cuello llevaba un pañuelo que le servía para secarse el sudor de la frente al final de las carrera.

Decidí que en otro momento alquilaría sus servicios para ayudarle a ganar unas rupias, pero seguí mi camino a pie. Después de cruzar entre varios montones de basura, llegué a la calle que buscaba y, frente a la farmacia, el lugar donde tenía su consulta el médico que me habían recomendado.

No había cola, y cuando le mostré la infección que tenía en la planta de mi pie al joven doctor bengalí que me atendió, cambió repentinamente su sonrisa por una extrema seriedad, que incluía preocupación. Sin pronunciar una sola palabra me inyectó una antitetánica y me hizo tragar varias pastillas.

Luego me explicó: “Te has salvado por muy poco de sufrir una muerte rápida, pero extremadamente desagradable”.

MIRA LO QUE VEO

  • Al ser admirador del difunto autor Bruce Chatwin y del cineasta Werner Herzog me alegró descubrir que éste había filmado un reportaje acerca de aquél, titulado “Nomad: in the footsteps of Bruce Chatwin”, en el que me paseó por la Patagonia y, sobre todo, por Australia, donde se centraba su ensayo acerca de los aborígenes de aquellas tierras titulado “Los trazos de la canción”. Eché en falta que mencionara el lugar donde me hallo en las Colinas Kumaon, donde Chatwin escribió algunos capítulos de “Los trazos de la canción” en la casa de mi amigo Fredy, a quien mandó un ejemplar dedicado cuando se publicó el libro.
  • Una recomendación para los amantes de la literatura: la novela “Delirio”, de la autora colombiana Laura Restrepo, señora que acabo de descubrir y de la que me ha maravillado su insólita forma de redactar, aunque sea algo complicada de leer.

MIRA LO QUE PREGUNTO

  • ¿No cierto que las confrontaciones generacionales son inevitables porque, por lo general, los viejos son unos conservadores y no desean que cambien las cosas, mientras que los jóvenes son unos revolucionarios que exigen un cambio total?
  • ¿Existen ya los cazadores de drones?

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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