La crónica cósmica. Aquel tercer viaje a la India

¡QUÉ BESTIALIDAD! A mí, como amante de los animales, siempre me ha horrorizado la expresión: “los trataron como a animales”. Pues me parece una barbaridad la forma en que mucha gente trata a los animales, como si fuesen objetos y no unos seres vivos que tienen sentimientos, que padecen dolor, miedo y tristeza, y que a veces fallecen a causa del estrés que les provocan unas personas que, aparte de ser insensibles, en mi opinión son estúpidas y obtusas. Recuerdo una vez en que el amigo californiano vino a mi pueblo y se quedó anonadado cuando le mostré una cuadra umbría en la que una docena de caballos permanecían atados continuamente de cara a un muro esperando a que, con suerte, sus amos los llevasen de paseo una vez a la semana.

Los conejeros, o sea los habitantes de esta isla de Lanzarote, muchas veces tienen unos preciosos perros podencos a los que mantienen enjaulados en penosas condiciones, y solamente los sacan en contadas ocasiones para ir a cazar. Pero peor lo tienen los mastines canarios porque, al ser perros de presa muy peligrosos, pasan su triste existencia enjaulados. En un caso parecido se hallan los burritos que, exceptuando cuando los engalanan para asistir a cuatro determinadas festividades, están recluidos en pequeños cercados.

El propietario de esta casa en que resido actualmente tiene una perra joven y bonita, que podría ser una mezcla de pastor belga y alemán, que permanece encerrada continuamente en una jaula de cuatro metros cuadrados. En los contados casos que la sacan de allí, la atan con una pesada cadena, sin que jamás tenga la oportunidad de correr libremente por el campo, como sí lo hace la afortunada perrita Pirua, a la que mi paisano y anfitrión (que me recriminó que en la crónica anterior la llamase Pilula) lleva de excursión todas las tardes.

Ese hombre, que es hijo adoptivo de esta isla en la que ha estado viviendo tres décadas largas y la conoce muy bien porque le gusta explorarla sin asustarse de las dificultades del terreno volcánico (que es un auténtico martirio para el calzado), tengo que agradecerle que me haya mostrado muchas partes interesantes de ella.

A ambos nos lo parecen más por el simple hecho de ser solitarias, pues nos gusta la soledad y nos repelen las multitudes. También nos parecemos en que preferimos más la compañía de los animales que la de las personas. A él le agradezco asimismo que durante estas últimas semanas haya cocinado diariamente para mí sin tan siquiera darme opción de llevar a cabo mis habituales tareas de ayudante de cocina limpiando la vajilla y las cazuelas.

ANTEPASADOS – Los hallazgos arqueológicos de las Islas Canarias siguen dejando algunas dudas acerca de los orígenes de los guanches, sus antiguos habitantes. Aunque, como mencioné en una crónica anterior, los análisis de ADN han demostrado que eran beréberes y procedían del norte de África, los descubrimientos de unas tumbas de estilo romano han aclarado que quienes vivieron en Lanzarote y Fuerteventura en el siglo II habían sido romanizados y que quizás fuesen tribus rebeldes a las que deportaron.

Anteayer asistimos a la proyección del reportaje “Huellas”, realizado por el fotógrafo tinerfeño Tarek Ode y financiado por el Cabildo Canario acerca del arte rupestre que se ha hallado en todas las islas. Mientras que en Gran Canaria, Tenerife, La Gomera, El Hierro y La Palma hay muestras de la escritura líbico-beréber, que no tenía vocales, en las de Fuerteventura y Lanzarote es la escritura latino-beréber, que sí las tenía. De lo que no hay duda es que esos primeros habitantes vinieron con la intención de quedarse, pues trajeron con ellos ganado y semillas.

Para mi gusto, lo mejor de la proyección de “Huellas” es que se hizo en el impresionante auditorio de Los Jameos del Agua, una insólita gruta volcánica de la que, más que tratar de definírosla con palabras, os aconsejo echar una mirada a este vídeo. En Los Jameos del Agua se ha juntado la belleza natural de tan especial lugar con las buenas ideas del difunto artista local Cesar Manrique, a quien Lanzarote tiene que agradecer que la isla no se haya convertido en un gueto turístico faltado de personalidad.

Por cierto, en la última crónica os mencionaba la película de Pedro Almodóvar “Los abrazos rotos” de la que se filmaron algunas escenas en Lanzarote; ahora añadiré que cuando el director de la película decidió que el accidente mortal de tráfico en que muere uno de los personajes sucediese en la rotonda de Tahiche, lo hizo sin saber que Manrique había muerto precisamente allí, en un accidente de tráfico parecido.

PASO A PASO – Rishikesh, India, 1986. Las experiencias que viví durante aquel tercer viaje a la India me provocaron unos cambios personales muy trascendentales. El responsable indirecto de algunos de ellos fue un paisano trotamundos con el que me crucé accidentalmente en medio de las multitudes que asistían a la festividad de la Kumba Mela, pues, siguiendo su ejemplo, decidí dejar de beber agua embotellada y empecé a beber la misma que bebía la gente local. Agua que en Rishikesh era la del Ganges, muy fresca y sabrosa; de esa forma mi cuerpo se adaptó paulatinamente a las bacterias que hallase en cada lugar y las diarreas pasaron a ser historia.

A partir de entonces, y hasta hoy mismo, me negué a usar fármacos, y con ello desarrollé mi sistema inmunológico. El tercer cambio importante tuvo que ver con el calzado, del que me deshice y comencé a andar descalzo consiguiendo que mis deformes pies planos, que siempre me habían provocado problemas, como impedirme andar largos recorridos o bailar toda la noche, se transformasen permitiéndome caminar más de treinta kilómetros sin quejarse.

Ese paisano viajero me contó una aventura que me dejó acojonado: “En una ocasión, cuando cruzaba Afganistán, perdí por pocos minutos un autobús y terminé viajando en un camión que iba cargado de sacos de harina. Aquel era el tiempo en que había empezado la sublevación de las tribus Talibán, a quienes la Casa Blanca ayudaba con armamento y dinero para luchar contra los invasores soviéticos. Debido a la inseguridad, se viajaba en convoyes que iban protegidos por el ejército; pero las dificultades de la ruta y las terribles carreteras provocaron que nuestra caravana se desmembrase. Entonces los talibanes descendieron de las montañas, detuvieron el autobús en el que yo tendría que haber ido, lo volcaron y le prendieron fuego sin dejar salir ni a uno solo de los pasajeros.

De la misma forma que nunca vamos a olvidar las imágenes de esta Kumba Mela, en mi mente permanecerán siempre las de aquel vehículo, todavía en llamas y con todos los cadáveres carbonizados en su interior, entre los que yo podría haber estado”. En mi mente se dibujaron rápidamente aquellos increíbles y terroríficos hechos, y solamente pude comentar: “Este es otro de los ejemplos que Oriente nos regala para mostrarnos que bajo el cielo hay mucho más de lo que vemos y tocamos, y que por ahí tenemos a un angelito de la guarda que, sutilmente, logra que perdamos un autobús y salvemos la vida con ello”.

Mi paisano también me contó que las claustrofóbicas rejas que cubrían las ventanillas de los ferrocarriles indios eran algo nuevo: “Las instalaron para evitar que los pasajeros entrasen y saliesen a través de las ventanillas, porque antes, en las estaciones, se podían amontonar miles de personas sin tique o reserva que lograban abarrotar cada uno de los trenes. Incluso había unos culíes que, por unos pocos paisas (céntimos), te cargaban sobre sus hombros cuando el tren entraba en la estación y, corriendo por el andén, te introducían a través de una de las ventanillas antes de que se detuviese”.

Otra contertulia muy especial de Rishikesh era una mujer suiza de cuarenta años, charlatana, ruidosa, hombruna, de pelo corto y mal cortado y despreocupada de su aspecto. Ella había descubierto su gran fuerza interior en cuanto había puesto los pies en la India cuatro años antes. Era una fuerza que irradiaba de ella y que cualquiera podía notar.

“El choque definitivo lo recibí al aterrizar en Khajuraho”, nos contó mientras devoraba más que fumaba uno de sus continuos cigarrillos. “Instantáneamente supe que ya había estado allí, que en otra encarnación había nacido y muerto en aquel lugar, y recibí una descarga de energía que me mantuvo despierta durante más de una semana. No podía cerrar los ojos ni notaba cansancio alguno, y durante aquellos días y sus noches me dediqué a limpiar literalmente Khajuraho de arriba abajo, convenciendo a sus habitantes de que había enloquecido”.

Uno de los dones de la mujer suiza se hallaba en el tarot, del que movía e interpretaba las cartas de forma muy especial acertando siempre. A mí me contó toda mi vida paso a paso, y también me explicó: “En estos momentos te encuentras en el principio de una nueva etapa en la que el hombre puramente racional dejará paso al emocional y espiritual”. Insistió en que todo estaba cómo debía estar. Dijo que todos moríamos y renacíamos miles de veces, y que siempre acabábamos consiguiendo lo que realmente deseábamos, incluyendo el tipo de muerte.

Una pareja con la que hice amistad era la de un joven bengalí y una chica inglesa, que terminaron entre rejas porque la policía los cogió fumando un chílom de costo en una cafetería. Los muy inocentes no habían pensado que una vez terminada la Kumba Mela retornaría inmediatamente la prohibición del cannabis, y con ella la cárcel o la corrupción.

Otro personaje que conocí aquellos días era el más auténtico de los viajeros de la India: su visado había caducado mucho tiempo antes y había tirado el pasaporte, adoptando el nombre hindú de Hannumán. Era muy pobre y recorría descalzo el país de sus amores sin pensar en regresar a su Austria natal; además, ya conocía las cárceles indias: “El miserable gobierno de Delhi nos condena hasta a cinco años de cárcel por estar sin visado, pero cuando te cogen, si puedes pagar la fianza, sales a la calle sin que te permitan abandonar el país hasta que se celebre un juicio que puede tardar años; o sea que al fin nos conceden lo que deseamos, que es seguir en la India.

A mí me detuvieron en Rajastán y me encerraron entre rejas porque no tenía ni una rupia. En la cárcel conocí a un joven rajput que me entregó un buen fajo de rupias diciendo simplemente: “La vida en este agujero es bastante aburrida si no tienes dinero”. Desde aquel momento pude comprobar que, con los bolsillos llenos, las cárceles indias no estaban nada mal; ya que hacíamos lo mismo que aquí afuera, o sea beber chai, fumar chíloms (pipas) de costo todo el día y alimentarnos con el sabroso dhal (lentejas) y los chapatis que preparaba un cocinero privado, evitándonos tocar la horrorosa comida del penal.

A los pocos meses, y a pesar de no haber pagado ninguna fianza, me echaron a la calle en espera del juicio que nunca llegaría. Cuando fui a despedirme del rajput confesándole que no podía pagarle lo que le debía, él me dio la dirección de su pueblo pidiéndome que pasara a ver a su familia. En aquel lugar, que se encontraba en mitad del desierto de Thar, fui recibido como al mejor amigo, y salí de allí con un kilo de buen opio, que vendí en Goa a los turistas por un precio muy simpático.

Entonces regresé al desierto, pagué todas mis deudas y, todavía con los bolsillos llenos, continué viviendo como un rey”. Tal como hacían muchos occidentales, Hannumán ascendía hasta las montañas de Himachal Pradesh entre septiembre y noviembre, se instalaba en alguna cueva cercana a la mítica Malana, producía charas (costo) con el aceite de las plantas de marihuana silvestre que crecían por doquier, y cuando empezaba a nevar se desplazaba hacia el sur del país.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
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Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

Artículos por : Nando Baba
1 comentario
  • Si habéis echado una mirada a este vídeo del auditorio de los Jameos del Agua, donde en el año 1987 asistí a un concierto de Brian Eno (que por cierto es otro amante de Lanzarote), os recomiendo hacer lo mismo con el reportaje acerca de Cesar Manrique y Lanzarote que aparece a continuación.

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