La crónica cósmica. Debido a la codicia de cuatro desquiciados

NOTICIARIO NO-DO DE FAUNÓPOLIS

El 5 de abril partieron de Chitwán los preciosos patos brahmini que habían pasado el invierno aquí. Lo sé con certeza porque los veía todas las mañanas cuando descendía hasta el Río Rapti, y ese día brillaron por su ausencia. Hasta el próximo año, y que tengáis un buen vuelo.

Tras la prohibición del medicamento DICLOFENAC, que acabase prácticamente con la totalidad de buitres de la India y el Nepal (morían al consumir los cadáveres de las vacas que habían sido vacunadas con ese fármaco destinado a los humanos), en el Nepal su población ha ido aumentando paulatinamente. ¡Bien!

Un cazador furtivo nepalés ha sido condenado a diez años de cárcel por haber matado un rinoceronte. ¡Bien!

Salman Khan, que es uno de los actores más famosos de Bollywood, terminó entre rejas debido a su afición cinegética, ya que fue arrestado por cazar a dos “blackbucks” (antílope cervicapra), antílopes protegidos que se hallan en peligro de extinción. Empeorando las cosas, ese gilipollas hizo tal barbaridad en los territorios de la etnia “Bishnoi”, nombre que significa “veintinueve” y tiene que ver con las veintinueve reglas con las que se rigen esas gentes del desierto; entre las que se halla, precisamente, la creencia de que los “blackbucks” son un avatar divino. De la forma que funciona la ley en la India, y gracias a que Salman Khan tiene dinero para parar un tren, es de suponer que únicamente permanecería cuatro días entre rejas, y que éstas tendrían la forma de un confortable hotelito con servicio de habitaciones: “¿El señor desea algo más?”.

No sé si recordaréis, niños y niñas, que dentro de los lindes del Parque Nacional de Chitwán habitan 70 especies de mamíferos, 554 de pájaros y 126 de peces; y que hay 645 rinocerontes y 120 tigres. Se calcula que en todo el mundo quedan solamente 3.890 tigres, y que entre el año 2000 y el 2015 fueron asesinados por los cazadores: 540 en la India, 186 en el Nepal, 6 en Bhután, 254 en Tailandia, 39 en Laos, 41 en Bangladesh, 3 en Myanmar, 162 en Vietnam, 8 en Camboya, 103 en Malasia, 175 en la China, 102 en Rusia y 39 en Indonesia.

La pregunta que se hará cualquiera es: ¿cómo carajo han de saber con tanta exactitud el número de tigres que mueren en manos de los cazadores furtivos dentro de la jungla? Otra información relacionada: entre los años 2000 y 2003 aumentó un 2% el número de granjas que crían tigres, y un 30% entre el 2013 y el 2015.

Creo haber mencionado en alguna otra ocasión que, entre los diferentes personajes que habitan en mi interior, el filósofo se avergüenza de los mismos hechos por los que se enorgullecen, pongamos por caso, el patriota o el ególatra. Umm, no os atemoricéis, pues no pretendo llenar esta página mencionando todas las cosas de las que me avergüenzo como hice con las que me gustaban (lo de enumerar lo que te gusta es parecido a un mantra de energía positiva que os recomiendo).

Como hombre me avergüenza que, debido a la codicia de cuatro desquiciados o al primitivo instinto depredador de los cazadores, sufran, mueran y se extingan unos portentos de la evolución como lo son las aves migratorias que vuelan miles de kilómetros, e incluso cruzan por encima de cordilleras como el Himalaya o desiertos como el Sahara.

Caso parecido al de las ballenas y demás fauna marina que recorren los océanos del mundo. ¡Qué maravilla! ¡Y qué pena el trato que les damos! Qué vergüenza, también, que por esas mismas razones (que no podrían ser más rastreras) se vayan al carajo unos animales que han desarrollado un olfato, una vista, una velocidad o un instinto prodigioso que roza lo milagroso. Extendiendo mis infinitos brazos cósmicos abarcaré en esa vergüenza como ser humano a lo que le estamos haciendo a la naturaleza en general y a todos sus habitantes, incluidas esas pobres tribus a las que una lotería diabólica ha enterrado petróleo, oro o diamantes en sus tierras.

Cada vez que charlo y juego un rato con alguno de los encantadores perros indios o nepaleses, pienso que todos los occidentales seremos recordados como los artífices del genocidio de los perros callejeros. ¡Qué vergüenza! No es país para perros, y pronto no lo será para los humanos. En las carreteras de Estados Unidos de América mueren atropellados diariamente más de un millón de animales, o sea 365 millones anualmente, de los que, aparte de otros mamíferos salvajes y de los pájaros, cinco millones cuatrocientos mil son gatos y un millón doscientos mil son perros. Pero la matanza no termina sobre el asfalto, pues los accidentes de tráfico marítimo se llevan por delante un promedio de diez ballenas todos los años.

En una crónica lejana (si los horizontes pueden ser lejanos, por qué no las crónicas, ¿eh? Buen título para una película: “Crónicas Lejanas”) os conté que mi relación con la gente de cualquier país era más natural y de tú a tú que la de los turistas u otros trotamundos. Era (y es) así porque ya hacía tiempo que había dejado de tener conciencia de las fronteras políticas y las diferencias culturales; no es sólo mi opinión, sino también la de “ellos”, “los extranjericios de p’allá p’afuera” (expresión del amigo Enriquito, por supuesto), que me lo han comentado más de una vez.

Y ahora añadiré que también es de esta forma con los animales, a los que trato siempre con respeto, cariño y compasión, pero sobre todo los trato de tú a tú como a cualquier individuo; ocurre especialmente con los del vecindario, como las ranas enanas que se cuelan en mi baño y tengo que echarles una mano porque no encuentran la salida, o las hormigas gigantes y siempre solitarias de las que ya os expliqué que tienen muy mal carácter, y ellos lo notan.

Los meses que pasé a solas en una jungla de las Colinas Kumaon tenía de vecino un murciélago frugívoro al que le gustaba colgarse de la ventana para mirar lo que yo hacía y manteníamos largas conversaciones (bueno, él se limitaba a escuchar). ¿Sabíais que estos murciélagos son como unos perritos con alas a los que es muy fácil domesticar? ¿Y sabíais que son bastante ruidosos y su cháchara recuerda a la de los gatos peleones?

Otro recuerdo: en Pulau Kapas y en el restaurante del amigo holandés apareció un día una serpiente pitón jovencita (un par de metros). La pobre iba perdida, pero tuvo la suerte de caer entre gente civilizada que, en vez de ponerse histérica y machacarle la cabeza, la cogieron cuidadosamente en brazos y la llevaron de vuelta a la jungla.

Comida Rápida en el mismo restaurante: una espectacular mariposa nocturna aterrizó en la pared, un lagarto gecko salió disparado a por ella, y Leandro, el gato de la casa, se lanzó sobre el lagarto. Curiosamente, nadie salió malparado.

Entre la limitada fauna que corre por aquella isla hay unas gallinas que no pertenecen a nadie y van a su aire picoteando con total impunidad aquí y allá, ya sea en los restaurantes, ya en las cocinas, e incluso en tu cabaña si te olvidas la puerta abierta. En la mía cronometré el tiempo que tardaban en hacer acto de presencia las hormigas enanas tras dejar caer al suelo una gota de café con leche: dieciséis segundos.

Un espectáculo natural de la costa malaya que siempre me deja hechizado y sin poder apartar la mirada es el que se da cuando una bandada de peces grandes ataca a una de peces pequeños y las plácidas aguas del mar parecen hervir en la superficie donde se encuentran. Los pequeños son los que saltan más frecuentemente fuera del agua, pero si los que saltan son grandes, me pregunto cuál será el tamaño de su perseguidor. ¿Tiburones?

En la ciudad tomas una copa “mirando pasar a la gente”, y en la naturaleza miras pasar animales. Un día, mientras esperaba al Pirata en el puerto de Marang para regresar a Kapas en su barca, no me aburrí ni un momento porque había marea baja y tenía por debajo a docenas de cangrejos enanos corriendo de un lado a otro con la pinza erguida.

SUCESOS GATUNOS

Cuando estuve el año anterior en las Colinas Kumaon, Uma, la mujer que cuidaba de mí estómago, me contó que su marido acababa de ver dos leopardos en el sendero del bosque en que yo acostumbraba a pasear de mañanita. Tal como podréis suponer, me apresuré a ir hacia allí; pero el único animal con el que me crucé fue un ciervo que pastaba con toda tranquilidad dejándome claro que no sabía nada de aquel par de lindos gatitos.

En el pueblo nepalés de Baitadi, y a las cuatro de la madrugada, un leopardo entró en una casa y se llevó a una niñita de ocho meses mientras dormía en su cama. En otro pueblo llamado Tanahun un leopardo hirió a una niña de veintiún meses que jugaba en el jardín de su casa. También aquí en el Nepal, un leopardo se metió en una casa de Pokhara e hirió a tres personas, incluido un guarda forestal, cuando trataban de expulsarlo. Durante los dos últimos años, los leopardos han matado a nueve niños y herido a cinco en esa misma comarca.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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