La crónica cósmica. Dice que va un terráqueo y…

LAS DIMENSIONES Y LAS DISTANCIAS – Kumaon, Uttarakhand, India. Los humanos terráqueos sois famosos en el Sistema Planetario por vuestro desmesurado, grotesco y cómico ego. Los marcianitos superamos esa debilidad hace incontables milenios.

Lo de dar por sentado que erais el centro del Universo y que miles de galaxias giraban alrededor de vuestro diminuto planeta, superó todo lo imaginable. En las tabernas galácticas todavía se cuentan chistes a vuestra costa: “Dice que va un terráqueo y …”. Es la misma sensación infantil de creerse el ombligo del mundo.

En armonía con tal jilipollez, también los europeos imagináis que vuestros respectivos países son inmensos. ¡Ja! Comparadlos con Canadá, Estados Unidos, Brasil o China. Ayer, mientras me rascaba la barriga en mi actual hogar al norte de la India, me dio por comparar las distancias que hay entre el norte y sur, y el este y oeste del subcontinente Indio.

Empezaré aclarándoos, por si no lo sabéis, que los kilómetros que dista Barcelona de Estocolmo son exactamente 2.784. Mientras que de Srinagar, la capital de Cachemira, a Kanyakumari, en el extremo meridional de la India en Tamil Nadu, hay 3.673 kilómetros. Y que de Rajastán hasta el estado oriental de Assam son 2.312.

Estas cifras me traen a la memoria las de la altitud sobre el nivel del mar: la cima más alta de Europa es la del monte Elbrús, 5.642 metros; y como ya sabéis, la más alta del mundo es el Everest, situada en el continente asiático, que alcanza los 8.848 metros. Lo que quizás no sepáis es que en Ladakh, una región al norte de la India habitada por una etnia tibetana, que hace frontera con el Tíbet (¡Free Tibet!), se han hallado fósiles marinos a 4.000 metros de altitud.

Os he soltado esta parrafada acerca del tamaño de la India al enterarme de la pobreza y la riqueza que están teniendo los monzones en distintas partes país. Entiéndase por pobreza escasez de agua y riqueza, ¡Agua va!.

En las colinas Kumaon, comarca en que me alojo, sigue lloviendo a cuentagotas y, caso insólito en esta época, el bochorno es tan húmedo que me obliga a usar el ventilador. Al mismo tiempo, en los estados de Gujarat y Andhra Pradesh sufren terribles inundaciones, con grandes porciones de tierras bajo el agua.

En realidad, sólo me entero de esas noticias porque me las cuentan mis amigos, pues, al contrario de lo que solía hacer, he dejado de leer mi periódico predilecto: The Times of India. Y debería hacer igual con la prensa occidental para no comerme el coco al enterarme de cómo está el patio.

Aunque el mundo “modelno” me parece muy interesante (pura ciencia ficción, oiga), también me provoca asco en ciertos aspectos, que no será necesario mencionar porque son de conocimiento general de quienes tenéis dos dedos de cerebro.

COSTUMBRES INDIAS – Entre los indios es normal, y no se considera rastrero, que alguien, por ejemplo un tendero o un taxista, trate de quitarle un cliente a su mejor amigo. También es del todo habitual que, en cuanto sale al mercado un producto que se venda bien (cigarrillos, chips, caramelos), aparezca rápidamente “un duplicado” (así los llaman los indios) de menor calidad que tendrá un envoltorio parecido o idéntico, e incluso el mismo nombre.

Otra costumbre es comprar a crédito en los comercios y saldar la cuenta cuando se cobra el salario. Con ello, claro, los pobres tenderos pierden mucho tiempo anotando las deudas y sumando las cuentas.

Hablando de pagar, en la India es sabido que, al dar propina, se le está deseando buena suerte al taxista o al camarero de turno. Pero todavía es mejor que esta gratificación sea, por ejemplo, de 21 o 51 rupias, porque sin esa rupia extra implicaría “hasta aquí llegaste, y nada más”.

Terminaré mencionando que el tulsi, la diosa encarnada en forma de planta, no se recolecta en domingo. Nada que ver con el cristianismo, sino referente a todos los dioses del hinduismo, a los que se le dedica a un día de la semana a cada uno de ellos.

PASO A PASO – Porto seguro, Brasil, verano de 1988. Continúa de la crónica anterior. Una mañana, después de cruzar la bahía de Porto Seguro en un pequeño transbordador, Rasta y yo tomamos un autobús que, tras recorrer veintiocho kilómetros de selva por una pista de tierra, nos llevó hasta la pequeña y aislada población de Trancoso, la que nos había recomendado el peruano Julio Alejandro.

Durante el trayecto, mientras yo gozaba del paisaje, un niño que ocupaba el asiento anterior lanzó un escupitajo a través de la ventanilla. Al ver, alarmado, que el gargajo, empujado por el viento, regresaba hacia él, demostró sus buenos reflejos agachándose; con ello evitó la traicionera flema, que pasó junto a su cabeza, y terminó en mi cara.

Por unos instantes tanto el crío como los pasajeros cercanos se quedaron paralizados y sin saber cómo reaccionar. ¿Se cabrearía el gringo? Pero yo, ante aquella ridícula situación en la que, evidentemente, no hubo ninguna mala intención, solté una sonora carcajada, a la que el crío se sumó aliviado. Y el autobús se convirtió en una fiesta.

Trancoso era una aldea compuesta de dos docenas de casitas de madera alineadas paralelamente, las unas frente a las otras, en un amplio prado rectangular, cubierto de hierba y encerado por la selva, que terminaba donde estaba la iglesia, que daba la espalda a un acantilado que caía sobre la playa y el mar. Comenté que aquel lugar era una delicia totalmente auténtica y alejada del mundanal ruido. Rasta se guardó su opinión, que habría sido: “Debe ser el rincón más aburrido de Brasil”.

Nos sentamos en un chiringuito y pedimos las obligadas cervezas. Poco después, a Rasta, la bebida le provocó ganas de mear. Al no ver un lugar adecuado, se levantó y dio un pequeño paseo. Al poco, acuciado por la vejiga, se metió entre dos casas y solucionó sus problemas en la parte de atrás. Pero cuando regresaba, un hombre negro de metro noventa, se cruzó en su camino insultándole: “Gringo asqueroso, ¿cómo te atreves a mear en mi jardín?”.

A pesar de que Rasta se disculpó de la manera que pudo y salió por piernas, el gigante africano, tal como le sucede a ciertas personas, con el transcurso del tiempo pareció enfurecerse más y más. Exactamente dos minutos y treinta y tres segundos después, mientras Rasta tomaba un trago de cerveza, llegó el negrazo soltando gritos, al tiempo que acariciaba la empuñadura de una daga que llevaba en el cinto, y le amenazó: “Si te vuelvo a ver, te mato”.

La experiencia fue definitiva, y en el momento en que decidí permanecer unos días en Trancoso, mi amigo me dijo que, cuando yo regresara a Porto Seguro, le encontraría en el mismo hotel en que nos hospedábamos.

Aquel incidente y las reacciones que éste comportó provocaron un giro tan inesperado como beneficioso en nuestra relación. Gracias a ello descubrimos que, aparte de recorrer juntos el país, no era necesario que pasásemos las veinticuatro horas pegados el uno al otro. Además, por separado, cada uno pudo dedicarse a las actividades que le fuesen más afines.

En cuanto Rasta regresó a Porto Seguro, se ligó a una preciosa princesa (así llaman a las chicas en Brasil) de piel blanca y cabello negro, con la que pasaría los días siguientes bailando lambada y follando como un loco. Asimismo, sin mi dominante presencia pudo liberar a su personalidad social e hizo montones de amigos, asistió a varios conciertos y metió las narices en todas las discotecas del pueblo. Continuará.

MIRA LO QUE PIENSO

  • ¡Cuánto me gusta escribir y cuánto disfruto seleccionando sinónimos!
  • Schopenhauer opinaba que el trabajo del novelista no era relatar grandes acontecimientos, sino procurar que los pequeños resultasen interesantes.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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