La crónica cósmica. El amigo occitano

QUE VIVA LA RUTINA – Dijo que estaba desnuda, pero enseguida añadió riendo que se refería a la pared que tenía delante. Luego me contó que ella se masturbaba todas las noches. Decidí salir de aquel sueño que se estaba liando demasiado y, al despertar, comprobé que ya eran las siete de la mañana. Salté de la cama, pasé por la ducha y eché una mirada al descuidado jardín del amigo occitano; jardín que me gusta más desde que se ha convertido en una burbuja verde en la que pululan miríadas de insectos y muchos pájaros; pájaros de muchas razas, pero sobre todo urracas, que vienen atraídos por los frutos que nadie recolecta. Hay un manzano, dos perales, un cerezo, un avellanero y un ciruelo que actualmente cubre el suelo con sus pequeñas ciruelas lila. Le deseé los buenos días al dios Shiva, a mis queridos difuntos, al Sol, a la perra Chana (garbanzo en indostano), y al perro Ziggy (Stardust), un peludo pastor australiano multicolor con unos insólitos ojos azules.

Empecé mi paseo matinal por las solitarias calles de esta población francesa, que durante el mes de agosto parece una ciudad fantasma, habitada solamente por unos silenciosos gatos que me observaban desde los jardines. Gracias a las frecuentes lluvias que este verano han estado a punto de desbordar el río Ródano, por el momento seguía fluyendo el arroyo local Frayol, en cuyas sanas y limpias aguas viven unos peces tras los que iba una cigüeña gris. Lo crucé primero por un puente peatonal y, más tarde, por otro que tenía el aspecto de llevar allí varios siglos. Pasé junto a unos viñedos, saludé con un abrazo a un cedro que se encontraba en la parte más elevada de mi recorrido. A continuación, descendí hacia Melás entre edificios que fueron dañados por el terremoto del año 2019; un anciano, señalándolos, me advirtió del peligro que corría. Antes de regresar a casa me metí en un jardín de bambú, cuyas cañas son más finas y verdes que las del bambú asiático.

Empecé mis obligaciones domésticas sirviéndole un zumo de naranja al amigo occitano. La siguiente tarea fue comprobar el nivel de las bombonas de oxígeno que alimentan sus jodidos pulmones. Preparé el chai del desayuno con clavo, cardamomo, jengibre, te negro, y leche y agua en partes iguales. Luego se lo serví al amigo occitano acompañado de unas tostadas de pan con mantequilla. Igual que un oficinista, a las nueve en punto empecé a teclear en mi ordenador. Terminé de corregir la novela “Sin Asunto” y empecé inmediatamente la siguiente, que, habiendo desarrollado ya la trama en mi cabeza, he titulado “Viudas”. Como cada día, la mañana transcurrió en un santiamén y llegó la hora de la comida, que en esta ocasión corrió a cargo de un restaurante libanés que hay en este pueblo: témpuras de gambas con un delicioso arroz frito con verduras y anacardos.

Un poco de lectura de la novela “Un asunto demasiado familiar” de Rosa Ribas, y la obligada siesta. El ocio de la tarde incluyó el peliculón “En realidad nunca estuviste aquí”, con el gran Joaquim Phoenix dando lo mejor de sí. Puntualmente, a las seis me presenté en la habitación del amigo occitano con el tablero de backgammon. Como siempre, nos lo pasamos de maravilla sin que importase quien fuera el ganador. Luego, ya, mi “reunión” diaria con el señor “Havana Club” de siete años: dos cubalibres que me abrieron hambre para la cena.

VIDA SOCIAL SANA – El amigo occitano es un hombre muy popular en esta comarca y actualmente, debido a la reclusión que le impone su delicada salud, recibe visitas con mucha frecuencia. La más sorprendente e inesperada fue la de su amigo Jojó, hombre al que conocí hace veinticinco años y que no se había dejado caer por Le Teil en los últimos diez porque habitualmente reside en la lejana Nueva Caledonia. Él y el amigo occitano hicieron juntos su primer viaje a la India cuando tenían veinte añitos de nada. Posteriormente Jojó, que es enfermero, cruzó África de norte a sur y acabó en la isla La Reunión, al este de Madagascar, donde vivió varios años.

Otra conocida que se dejó caer por aquí recientemente fue una exnovia del amigo occitano a la que yo había conocido cuando ambos vinieron a pasar las Navidades en mi casa de la Selva Negra alemana. Hace pocos años que la pobre perdió una pierna en un accidente de motocicleta cuando un camión que se le echó encima; ahora camina con una prótesis. La parte positiva, que siempre la hay, es que recibió una cuantiosa indemnización que le permitió adquirir una casa en su lugar preferido del Ardéche, y que, además, cobrará de por vida una buena pensión.

En aquellas lejanas Navidades que he mencionado, también estuvo presente el amigo marsellés (le denomino así porque actualmente reside cerca de Marsella, pero en realidad nació en Perpiñán y comparte conmigo su segundo apellido: Puig). A este amigo, que es un trotamundos de cuidado, lo conocí en la India en el año 1987 y desde entonces nos reunimos en repetidas ocasiones, incluyendo unos inesperados encuentros cuando nos cruzamos en Katmandú circulando los dos en sendos ricchós. O cuando se presentó en la granja en que yo vivía en Naggar, a los pies del Himalaya, a dos mil metros de altitud: “¡Hombre tú por aquí!”. Sin embargo, últimamente no nos habíamos visto las caras, y cuando le llamé la semana pasada por teléfono me contó, riéndose de sus penas (siempre encuentra razones para desternillarse), que hará un par de años se había quedado paralizado desde el cuello hacia abajo durante cinco meses, y que los médicos habían alucinado cuando se recuperó completamente; aunque tuvo que aprender andar y a mover los brazos de nuevo.

Otra visita interesante que recibió el amigo occitano fue la de una mujer de apariencia muy exótica. Me aclaró su aspecto explicándome que la familia de su madre provenía de Tahití, lugar en el que ella, en una ocasión, permaneció cuatro meses. Aunque en un principio se había planteado la posibilidad de vivir allí permanentemente, cambió de opinión por diferentes razones: “Son unas islas diminutas que en conjunto no miden más de sesenta kilómetros cuadrados y se hallan en el fin del mundo, a más de cuatro mil kilómetros del continente más cercano (América del Norte). No hay una mínima actividad cultural, hace muchísimo calor y humedad y acabas harto del color azul del cielo y del mar. Otro detalle negativo son los precios, que son altísimos porque la mayoría de productos han de importarse”.

Otra curiosidad de Tahití que yo desconocía tiene que ver con la comunidad china: “Durante la Guerra de Secesión Norteamericana, alrededor del año 1860, cuando las plantaciones de algodón de ese país fueron arrasadas, unos empresarios quisieron plantar algodón en Tahití, pero los tahitianos les dijeron que lo de currar no iba con ellos: lo solucionaron trayendo a unos centenares de chinos, que posteriormente se mezclaron con la población local y actualmente todo el mundo come arroz; cereal que hasta entonces había sido desconocido en Tahití”.

Cuando ella terminó de detallarme sus orígenes explicándome que la familia paterna provenía de Armenia, le conté que yo, el día antes, había visto el reportaje “No estoy solo”, acerca de la revolución pacífica que en el año 2018 había llevado a cabo el opositor armenio Nikol Pashiyan, con la que consiguió que dimitiese el Primer Ministro Serzh Sargsyan, que pretendía emular a Putin y Endorgan y perpetuarse en el cargo. Nikol organizó una marcha a través de Armenia con la que terminó llegando a la capital. A mí, un amante de los animales, me emocionó ver que entre la gente que iba con Nikol se había juntado un chucho callejero de color tordo, llamado Chalo, que los acompañó hasta el final y fue adoptado por la familia de Nikol, quien declaró: “Chalo se ha hecho muy popular y creo que su fama supera a la mía”. ¡Ja! Ver “No estoy solo” y comprobar que a veces ganan los buenos me alegró el día, como me sucedió con aquel otro reportaje memorable titulado “Buscando a Sugar Man”.

El amigo occitano es un motorista nato que siempre ha preferido las dos ruedas a las cuatro. Curiosamente, se sacó el carnet de conducir en la ciudad india de Patna, dato que sigue constando en tal documento. En una ocasión viajé con él desde Le Teil hasta un pueblo de los Pirineos franceses. Íbamos en su “BMW” de 1.125 centímetros cúbicos y en algún momento llegamos a circular a ciento ochenta kilómetros por hora; al sumarse a esto que él mide más de un metro noventa, yo era incapaz de ver nada porque, si sacaba la cabeza por un lado, tenía la sensación de que el viento me la arrancaría. Recordé la novela “Zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta”, de Robert M. Pirsing, y me juré que una vez y nada más.

Tras hablaros de la personalidad motociclista del amigo occitano, añadiré que no me extrañó que otros de los amigos que aparecieron por esta casa fuesen dos motoristas. Sin embargo, lo que sí me pareció insólito fueron sus motocicletas, porque una de ellas era una auténtica “Enfield Bullet” india, y la otra una “BMW” de solamente 125 centímetros cúbicos, pues no sabía que esa marca alemana fabricase un modelo de tan pequeña cilindrada.
Aparte de jugar al backgammon, con el amigo occitano dedicamos una tarde a mirar sus viejos álbumes de fotos y pude ver por primera vez los “Peugeot” con los que él y sus amigos cruzaban el Sahara para venderlos en los países subsaharianos. Mi imaginación se llenó con imágenes de Argelia, Marruecos (¡Chef Chauen en el año 1985!), Mali, Níger, Burkina Faso, Senegal, Togo, Ghana y Benín. También había fotos de las tribus del opio al norte de Tailandia.

El amigo occitano

Al fin llegamos a la India y a la sección de recuerdos en las fotos del año 1993, en que ya aparecía yo junto con algunos amigos en la entonces paradisíaca playa de Varkala, en Kerala, y las que nos hicimos en la cabina cupé de primera clase del tren en que viajamos hacia el norte durante cuarenta y ocho horas, donde la puerta cerrada nos permitía vestir solamente un lungui (sarong) y fumar tranquilamente chíloms de charas, el buen costo del Himalaya.

Al hablar de ese remoto pasado, también lo hicimos del año 1992, cuando los esbirros de la organización hinduista “Vishva Hindu Parishad” demolieron en la población de Ayodhya la Mezquita de Babri. Más de dos mil personas murieron en los altercados que provocaron. Esta población se encuentra a corta distancia de Varanasi, ciudad en la que yo me hallaba y donde se decretó el toque de queda: en la India, este hecho no acostumbra a afectar a los turistas, pues se nos permite movernos sin correr el riesgo de ser apaleados como les sucede a los indios que se atreven a salir a la calle. Cuando partí de allí en un tren que iba prácticamente vacío, al acercarnos a la siguiente estación se oyó un griterío infernal y, al poco, el vagón se llenó hasta los topes con aquellos idiotas que habían destruido la mezquita. Yo tenía reservada una litera superior, que terminé compartiéndola con cuatro tipos más. Se ufanaban de la barbaridad que habían llevado a cabo, pero cambiaron de opinión al enterarse que al fin el gobierno había tomado cartas en el asunto y los iban a detener; entonces pararon el tren en medio de unos campos y salieron por piernas.

Mientras yo “gozaba” de ese incidente ferroviario, el amigo occitano llegaba a la ciudad de Ajmer, en Rajastán, en la que también se había impuesto el toque de queda. Él iba camino de la cercana Pushkar, y al encontrar las calles desérticas y sin ningún medio de transporte, partió a pie. Por no saber, no sabía tan siquiera lo que era un toque de queda, y cuando los soldados de un puesto militar le gritaron de lejos “¡There is curfew!”, siguió adelante sin comprender lo que querían decir. ¡Ja!

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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