SÉ SINCERA, SINCERIDAD – Kumaon, Uttarakhand, India. Ya dije en otras ocasiones (“¡Se repite, se repite!”, grita míster Pastorius entre el público del auditorio) que quien se considere tu amigo tiene el derecho pero también la obligación de ser completamente sincero contigo.
Por ejemplo, advirtiéndote que estás haciendo el imbécil. ¡Algunos supuestos amigos hablan más de ti que contigo! Opino que el refrán que afirma, “quien dice las verdades pierde las amistades”, se refiere a unas amistades triviales, de segunda categoría y de poco peso. Ayer fui testigo de un fogoso enfrentamiento dialéctico entre la Señora Lobo y el Señor Chacal que terminó cuando se mandaron a paseo, como ya hicieron muchas veces en el pasado. Su amistad ha sobrevivido a enfrentamientos parecidos durante varias décadas.
Yo le daría el premio a la sinceridad a un tipo desconocido que, tras preguntarme la edad y responderle que tenía setenta y tres años, exclamó asombrado: “¡Había pensado que tendrías ochenta y cinco!”. ¡Ja, maldita sinceridad!
Al mencionar en una crónica anterior a mis amistades locales, olvidé al Señor Oso, con quien, durante más de treinta años, he gozado buenas juergas sazonadas con costo y mucho ron.
Nuestra relación se ha alterado un poco desde que di por terminada mi relación amorosa con el alcohol. Él es un gran bebedor que coge unas melopeas espectaculares. Cuando se deja caer por mi cabaña para fumar unos porros bromea preguntándome inútilmente si no me apetecería tomar un trago.
Una de las cosas positivas que me aporta la vida del trotamundos es conocer a personajes auténticos como el Señor Oso, granjero que vive en medio de la jungla y que frecuentemente se enfrenta a los leopardos que tratan de devorar a sus vacas y sus perros.
Aquí va una muestra de la relación que mantenemos: la semana pasada cazó un ciervo, que después cocinó y me trajo una buena porción para que lo saborease. ¡Estaba de rechupete! El Señor Oso acaba de cumplir sesenta años, pero su nieta ya le ha convertido en bisabuelo.
UNOS TRAZOS DE LA ACUARELA LOCAL – El 15 de agosto la India celebró el Día de la Independencia, en que el país se liberó del Imperio Británico en 1947. ¡Qué bien suena la palabra independencia, ¿verdad?! Todo el mundo colgó banderas de la India en sus casas. Igual hicieron docenas de motoristas que participaron en los desfiles que se organizaron en el bazar del pueblo. Las emisoras de radio también participaron emitiendo canciones patrióticas.
En esa festividad, mis anfitriones me dejaron solo en casa. Así pude gozar debidamente las energías de esta finca, que está aislada por un delicado muro del bambú, del que se planta en los jardines. Al jardín de esta casa le da sombra un extenso emparrado creado con las plantas de kiwi y de maracuyá.
A mi anfitriona le complació que le dijese que había engordado, pues los indios valoran esta observación como un elogio porque es una prueba de buena posición social. También le alegró que, gracias a la comida que me prepara, yo haya pasado de los cuarenta y nueve kilos que pesaba al llegar aquí, tres meses antes, a los cincuenta que peso ahora.
PASO A PASO – Morro do Sao Paulo, Brasil, verano de 1988. Continúa de la crónica anterior. El rápido crepúsculo dejó paso a una noche totalmente estrellada. Al norte, tras muchas millas de océano, las luces de Salvador parecían llamarnos a mi amigo Rasta y a mí. Por el sur se veían los relámpagos de alguna tormenta. Las antorchas de los pescadores de langostas iluminaban el arrecife mientras aprovechaban la marea baja para ganarse el sustento. Entonces, como en tantas otras ocasiones, se cortó la electricidad y el Morro do Sao Paulo se quedó mágicamente a oscuras.
Nosotros cenábamos en una de las mesas exteriores de un restaurante. El propietario, encantado de tener dos clientes, había sacado el televisor para que viésemos la película Sillas de Montar Calientes (título original, Blazing Saddles). “Obrigado, moito obrigado”, estaba diciendo Mel Brooks en el instante en que cayó la oscuridad mientras nosotros nos desternillábamos.
“Un ambiente muy romántico, ¿verdad, cariño?”, bromeó la voz de Rasta. “Así es, querido”, respondí.
A continuación, mientras fumábamos unos cigarrillos Mustang y terminábamos de beber unas cervezas Cerpa, vimos que los haces de luz de diversas linternas cortaban la penumbra, aquí y allá, trepando hacia la selva. “¿Qué hay por ahí?”, le pregunté al dueño del restaurante. “Allá arriba está la discoteca”, respondió el brasileño, sorprendiéndonos, pues no habíamos imaginado que pudiese haber una discoteca en tan rústico lugar.
Nos fuimos rápidamente del restaurante, pasamos por nuestra cabaña para coger las imprescindibles linternas y limitarnos luego a seguir a cualquiera que llevase aquella dirección. Unos senderos invisibles ascendían en zigzag cruzándose unos con otros. Teníamos que agacharnos todo el tiempo para evitar las ramas bajas. Cuanto más subíamos, más gente encontrábamos en nuestro camino.
El servicio eléctrico empezó a funcionar de nuevo cuando llegábamos arriba. Inmediatamente, empezó a sonar una ruidosa, pero armónica música brasileña, originada en la supuesta discoteca, que no pasaba de ser un chiringuito de madera, de escasas dimensiones, abierto a los cuatro vientos. Las bebidas se servían tras una pequeña barra. La música salía de un simple radiocasete. Cuatro bombillas se encargaban de la iluminación. Parecía que toda la estructura se vendría abajo debido a los muchos danzantes que se apretujaban allí.
La noche, sin ser larga, fue divertida, pues bailamos, reímos y, sobre todo, bebimos. El camino de regreso representó para nuestras enturbiadas mentes otra aventura selvática, aunque en esta ocasión fuese acompañada de grandes carcajadas.
Las vacaciones de Rasta tenían un tiempo limitado, razón por la que partiríamos pronto de Morro do Sao Paulo para continuar el viaje hacia el norte de Brasil.
En esos pocos días, aquel lugar paradisíaco habría dejado grabada en nuestras mentes una deliciosa acuarela que visualizaríamos durante las largas jornadas en autocar.
Esas imágenes incluirían a los chicos cabalgando sobre las olas haciendo surf; a los niños jugando a las palas sobre la arena, “clap” “clap” “clap”; a las grandes mariposas cuyas alas eran idénticas a hojas secas; al pequeño burrito limpiando de los platos el resto de los desayunos; a Rasta preparando un pastel de chocolate, siendo observado por media docena de pequeños buitres; al vecino francés que intentaba inútilmente ganarme a backgammon, usando tretas como emborracharme con cachaça; a las partidas de bolos con cocos y botellas vacías; a las tormentas sobre el océano y las luces de Salvador en el horizonte, a los martinetes sacado pececillos del agua, al suelo de nuestra cabaña, cubierto de arena, y a la playa, siempre la playa.
Continuará.
MI REFRANERO PERSONAL
- Piensa mal y… te amargarás.
- Quien a buen árbol se arrima… un rayo lo fulmina.
- Hombre precavido… malgasta su vida dudando.
- No dejes para mañana… lo que puedas perdonar hoy.
Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.
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