La crónica cósmica. El follón de todos los años

Vaya, hombre, ya se ha armado el follón de todos los años con la llegada de la primavera, con los campos vistiéndose de verde, los árboles frutales cubriéndose de flores sobre las que pululan las felices abejas y las coloreadas mariposas, los pájaros cantado desde sus ramas y los pollitos de las urracas lloriqueando en los nidos, porque mamá tarda en traerles alguna lombriz para desayunar.

“Empeorando” las cosas, las temperaturas diurnas ya alcanzan los veintisiete grados. Y todo eso sin olvidar que la primavera la sangre altera a pesar de que ya tengas la edad de Matusalén, quien estoy seguro que no llegó a los setenta y un años como cumpliré yo dentro de un par de meses.

¡Adónde iremos a parar! ¡Ja! Ah, por cierto, que a principios de este año decidí darle un respiro a mi hígado, y ahora solamente me tomo unas copas los sábados. En realidad, tan sabia decisión tuvo que ver, más que nada, con mis neuronas, pues me harté de la amnesia que me provocaba el alcohol. Unos olvidos a los que mi difunto amigo Fredy denominaba la niebla del alcohol.

En mí fue un propósito que alimenté a través de los meses, e hice el cambio sin el menor esfuerzo cuando supe que había llegado el día adecuado. El resto de mi cuerpo sigue sin quejarse ni provocarme dolor o molestia alguna, a excepción de mis pulmones, a los que sigo castigando con el humo del tabaco salteado con un poco de maría.

Ayer, al pensar en la guerra del puto Putin, me pregunté si en los paquetes de cigarrillos que dan a los soldados también consta que fumar puede matar.

PASO A PASO – Tamil Nadu, India, 1986. El amigo de Badalona y yo llegamos a Tiruchchirappalli en autobús siguiendo a Pedro, el sevillano que se había convertido temporalmente en nuestro guía. Si el templo de Meenakshi Amman de Madurai, con sus cuatro altas torres, ya nos había parecido inmenso, el Sri Ranganathaswamy Mandir de Tiruchchirappalli, ciudad más conocida por Trichur, nos dejó atónitos y maravillados antes de llegar a su interior.

Como unos turistas en Nueva York, cruzábamos un portal tras otro bajo las siete murallas que lo encierran con la vista alzada hacia las veintiuna torres escalonadas, comprobando que la ciudad había crecido dentro de aquel templo que no parecía tener fin.

Pedro continuaba siendo nuestro maestro de la cultura indostana, en diferentes aspectos. Al visitar un comercio de tallas de madera, nos explicó que la mayoría de las esculturas, que el vendedor aseguraba que estaban hechas con madera de sándalo, en realidad solamente habían recibido un baño superficial de perfume, cuyo aroma perdería a los pocos meses: “Si fuesen de sándalo auténtico, dentro de muchos años todavía seguirían perfumando tu casa y ahuyentado a los insectos.

En cuanto a la tallas, para saber si son obra de un auténtico maestro, tenéis que observar la cara y las manos, porque en cada escultura trabajan diferentes artesanos; cada uno especializado en distintas partes, y el maestro, que es por supuesto el mejor de ellos, se dedica exclusivamente a lo más delicado, que son las facciones de la cara y los dedos”.

En Trichur nos hospedamos en una habitación de cuatro camas, en la pensión Vijay Lodge, que se hallaba junto a la estación de los autobuses. Al asomarme al balcón, sonreí observando el más ensordecedor espectáculo callejero que, de todos modos, no impedía que mis dos compañeros durmiesen tranquilamente la siesta gracias a la maría que habían fumado.

Frente a la pensión había un gran cartel publicitario de una clínica en la que se realizaban abortos por sesenta rupias (que al precio actual de la rupia sería menos de un euro), y recordé que en Bombay costaban setenta.

En otro comercio se ofrecía encontrarle el nombre adecuado a cada persona según la ciencia de la numerología.

Una pobre ternera recién nacida comprobaba lo “sagrada” que sería su existencia mientras permanecía atada a un poste junto al que pasaba el constante tráfico rodado.

Nuestro siguiente destino fue la ciudad de Thanjavur. Después de dejar nuestro equipaje en la pensión Ashoka Lodge fuimos a visitar un nuevo templo de grandes dimensiones: se llamaba Brihadisvara y en él destacaba la escultura del toro Nandi, que había sido cincelada sobre una roca negra, que tenía el tamaño de un camión.

El buen animal, siempre protegiendo la entrada de los templos dedicados a su señor, el dios Shiva, era una presencia imprescindible en aquel templo en el que había cientos de língams, la piedra ovalada y oscura que representa el símbolo divino del dios más antiguo del hinduismo, que la creencia de los devotos quiere verlo como una forma fálica y, así, de la fertilidad.

Como ya mencioné en la crónica anterior, Pedro demostraba sus habilidades escénicas transmitiéndonos información continuamente, pero sin aburrirnos ni caer en la pedantería.

Después de visitar Thanjavur fuimos a Chidambaram, donde Pedro nos explicó: “Aunque las gentes de la antigüedad habían adorado a Dios simbolizándolo simplemente en una piedra, el língam, posteriormente, y con el transcurso de los siglos y los milenios, el imaginativo pueblo indostano, necesitando alimentar su fantasía, dio diferentes sexos, nombres y formas a Dios, a pesar de saber que Éste era simplemente pura energía.

Así nació la colección de diferentes facetas que serían adoradas por distintos grupos sociales. Incluso al mismo Shiva le dieron diversos aspectos, dependiendo de su humor, de si iba en plan destructivo o creativo, si de buen esposo o de guerrero sanguinario, pero justiciero”.

En el gran templo de Chidambaram Thillai Nataraja se adoraba la versión shivaíta que era estéticamente la más atractiva, aunque también se podría decir sin exagerar que era la más hermosa imagen divina de todas las que la humanidad haya inventado. Me refiero a Nataraja, la apariencia de Shiva en la que realiza la danza cósmica, que la mayoría de las veces está representada en una escultura metálica encerrada en un círculo.

Rizando el rizo, en aquel templo tenían el más impresionante de los elefantes sagrados que hubiésemos visto, pues lucía unos colmillos y un cuerpo dignos de aparecer en alguna producción cinematográfica.

Sin duda alguna Pedro se había demostrado como un guía perfecto al completar la ronda y lograr impresionarnos hasta el último momento porque, cuando descendimos del autobús en la poco atractiva ciudad de Chidambaram, no esperábamos nada especial, mientras que, por el contrario, al visitar el templo aceptamos con beneplácito que el viaje había valido de nuevo la pena.

Gracias a que en nuestro trío se mantenía la buena armonía, cualquier tipo de actividad resultaba propicia a pesar de que solamente se tratase, pongamos por caso, de dar un paseo por un bazar poco distinto a otros.

Sentados frente a la entrada principal del templo con un vasito de chai en la mano, pensé que no podía haber una imagen más relajante que ver pasar muy lentamente frente a nosotros un gran carro de madera cargado con montones de sacas de paja. Sobre éstas iba placenteramente sentado un tamil de piel oscura e inmaculado lungui blanco. Tiraba del vehículo un buey blanco, limpio, sano y evidentemente bien alimentado, cuyos cuernos exageradamente largos estaban pintados de color índigo y coronados por unos cascabeles.

Antes de que el carro terminase de cruzar frente a nosotros, Pedro nos explicó: “Este buey, aunque lo hayan castrado y le toque currar, es casi tan sagrado como Nandi, y en la parte trasera del carro seguramente estarán talladas algunas frases copiadas de un libro religioso”.

Y así fue, pues en cuanto el carro nos mostró la parte posterior vimos que estaban cinceladas un par de líneas en la escritura tamil; y el siempre bien informado Pedro, nos contó: “Esta es la lengua viva más antigua de la India. De ella nacieron el malayalam de Kerala y otros idiomas de esta parte del subcontinente”.

MIRA LO QUE PIENSO

  • ¿Conocéis la existencia de una nueva droga llamada Fentadilo que en Estados Unidos de América ha causado más de cien mil muertos en los últimos doce meses?
  • En “La casa de papel” se dice: “Madurar, como envejecer, consiste en ir descartando sueños”. Y yo digo: empezamos a hacernos viejos cuando contamos repetidamente batallitas acerca de nuestra vida; pero no creo que la mayoría lo hagamos porque olvidemos que ya lo hemos dicho, sino porque nos importa un bledo insistir.
  • Creemos ser muy inteligentes, pero somos incapaces de entender a los animales y su simple lenguaje.
  • Los políticos de derechas que gobiernan el ayuntamiento de Madrid demuestran su baja calaña al negarse a honorar a la gran escritora Almudena Grandes.
  • Cuando tenemos un accidente, gracias a la adrenalina no sentimos inmediatamente el dolor, y a mí me ocurre algo parecido con las emociones, que me llegan con retraso después de recibir una mala noticia.
  • Los doce jurados de un juicio tendrían que ser abogados que comprendiesen las jugadas del fiscal y el abogado defensor.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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