La crónica cósmica. El pésimo mayordomo

Me parezco al Mahatma Gandhi (o él se parecía a mí: toma humildad) en que yo visto siempre de blanco, que soy pacifista hasta la médula y, sobre todo, en que tengo dos sobrinas que me cuidan de maravilla y se encargan de solucionarme la vida en diferentes aspectos. Lo hicieron así, por ejemplo, para conseguir que me vacunasen contra la covid-19 y después me hiciesen el test de antígenos cuando las circunstancias se encargaron de llevarme a Francia y el gobierno de ese país lo exigió para poder cruzar su frontera. También me consiguieron la pertinente reserva ferroviaria y la imprimieron en papel porque, como ya sabéis, sigo empeñado en comprobar si es posible sobrevivir en el mundo actual sin llevar un teléfono móvil en el bolsillo (claro que, al fin, lo hago usando el de los demás: o sea que peco de cínico e hipócrita).

Tras ese galimatías inicial, pondré el freno de mano para aclararos un poco de qué va todo esto y cómo he llegado hasta aquí, en una parte de la Francia meridional llamada Ardéche, y en la casa del hombre que menciono de vez en cuando en estas crónicas con el seudónimo del amigo occitano. Lo conocí en Varkala, al sur de la India, en el año 1992, y desde entonces hemos viajado juntos en muchas ocasiones por aquel país de nuestros amores. Además, me ha visitado repetidamente durante esta última década en que he permanecido casi siempre fuera de Europa. Igual que lo hiciésemos tantas veces en el pasado, en estos últimos años nos reunimos en las Colinas Kumaon (cercanas al Himalaya), en la sagrada Omkareshwar (que significa «La Isla con la Forma de Om» y se halla en el Río Narmada, en el estado indio de Madhya Pradesh), en Pushkar (en el desierto de Rajastán), en Konarak (junto a la Bahía de Bengala) y, por supuesto, en la nepalesa Sauraha.

La biografía del amigo occitano, que actualmente tiene sesenta y dos años, incluye también varios viajes a través del Sahara en automóviles de segunda mano que luego vendía ilegalmente en países subsaharianos (como Níger o Mali) de los que en algunas ocasiones tuvo que salir por piernas cruzando la frontera de noche. Al hablar de los trotamundos, siempre lo pongo de ejemplo a seguir porque nunca se queja de nada: trenes con retraso, calor agobiante, camas más duras que el hormigón, insectos a mansalva o lugareños pesados. En la crónica anterior os mencionaba que algunas veces yo había hecho de masovero para distintos amigos, cuidando de sus casas, jardines y animales cuando tenían que ausentarse; así lo hice con el amigo occitano cuando iba con su novia a los festivales de música que se celebraban en Ozora, en Hungría. Tras hacer esta especie de presentación oficial del amigo occitano, añadiré que está muy enfermo y en esta ocasión estoy en su casa para cuidar de él (corriendo con el rol de pésimo mayordomo) mientras su novia se halla ausente en Normandía por asuntos familiares. Dando muestra de su humor, cuando hace unos momentos le he pedido que me confirmase algunos de los datos que os acabo de apuntar, me ha preguntado si ya estaba escribiendo su necrológica.

La crónica cósmica. El pésimo mayordomo

El día en que su novia me propuso que les echase una mano, respondí afirmativamente sin dudarlo un instante a pesar de que las fechas solamente coincidían por los pelos, pues ella partiría el 23 de julio y yo iba a recibir la segunda vacuna de la covid-19 el día 20, me haría el test de antígenos el 21 y tomaría el tren el 22. Afortunadamente, todo salió al dedillo. La joven y simpática enfermera que me hizo el test tenía la piel del color de la miel; pero hablaba perfectamente catalán y, debido a la mascarilla, no adiviné su nacionalidad hasta que, al preguntarme ella si me había dolido, le respondí que ni, ni, ni, ni, y le expliqué que ya me lo habían hecho en otra ocasión en el Nepal, donde había pasado todo el año de la pandemia. Entonces ella me contó emocionada que era nepalesa y había sido adoptada por una familia catalana cuando tenía seis años. Yo creo mucho en las acertadas «Leyes de Murphy» y daba por sentado que, a pesar de las ordenanzas del gobierno francés, nadie me iba a pedir el certificado negativo del test, pero que sucedería lo contrario en el caso de no llevarlo conmigo, como les ocurrió a seis chavales catalanes a los que la policía sacó del tren en la estación de Perpiñán (el centro del Universo según Dalí) y los mandó de vuelta a casa.

Al ser yo un viajero compulsivo, me lo paso en grande incluso haciendo un corto recorrido en un tren de cercanías. Así que ya os podréis imaginar la alegría con que tomé el tren TGV francés que partió puntualmente de Barcelona (10’05h) y me llevó hacia el norte alcanzando a veces los trescientos kilómetros por hora. Mi asiento de ventanilla, que se hallaba en la planta superior del vagón, me permitió gozar de los espectaculares paisajes de la Francia meridional, como el mar interior o las playas de Port Bacares y la extensa laguna de Letang de Thau, que se veían a derecha e izquierda de las vías.

Aunque generalmente no acostumbro a consumir nada durante los viajes porque tras hacerlo me apetecería fumar un cigarrillo, cuando pasó una camarera ofreciendo bebida y bocadillos tomé un té para tener la excusa de quitarme un rato la puta mascarilla, que sigue pareciéndome insoportable. El tren recuperó el pequeño retraso que había provocado la larga parada en Perpiñán y llegamos puntualmente a la estación de Valence (16’32h), donde me esperaba la novia del amigo occitano, parisina con ancestros escoceses que de jovencita participó en algunas competiciones internacionales de vela e incluso visitó a los reyes de España en el Palacio de Marivent de Mallorca.

Cuando estás acostumbrado a reencontrarte con alguien en distintas partes exóticas del mundo (por ejemplo, con los amigos valencianos: India, Nepal, Vietnam, Malasia, Tailandia o Kenia), resulta extraño hacerlo en su domicilio habitual, aquí en Europa, como lo hice al llegar a la casa del amigo occitano. Aparte de estar en cama y llevar permanentemente una máscara de oxígeno, no tenía el mal aspecto que yo había temido. Para él se han terminado los cigarrillos, los porros, los bidis y los chíloms (las pipas indias); pero como prueba de que los fumadores somos unos auténticos kamikazes, al poco aparecieron otros colegas suyos y, dejando al enfermo a solas, nos sentamos en el porche para jodernos un poco más los pulmones con unos cigarrillos.

Uno de ellos al que yo no conocía, se presentó diciendo que trabajaba como freelance para varios periódicos franceses; y cuando supo de que yo era catalán, pero que había pasado los últimos años lejos de Europa, me dejó admirado al contarme que, en octubre de 2017, al enterarse de que los catalanes iban a celebrar un referéndum ilegal para independizarse de España, decidió desplazarse hasta allí con el fin de escribir un reportaje sobre el terreno siendo testigo directo de los hechos.

»El gobierno español llevó diez mil policías antidisturbios a Cataluña con el fin de impedirlo y fletó un barco para alojarlos; lo amarraron en el puerto de Barcelona y los estibadores se negaron a servirles el catering. Me hospedé en la casa de unos independentistas y vi como la policía derrumbaba la puerta de madrugada y esposaba a los padres y a los hijos en el suelo. Me salvé de recibir el mismo trato al mostrarles mi pasaporte francés. En una calle arrastraron a una vieja por el pelo y, tras arrojarla sobre el asfalto, la patearon. En otra casa encontraron unos petardos de verbena y acusaron a los propietarios de tenencia de explosivos.

»Los días anteriores la policía trató inútilmente de hallar las urnas y las papeletas que se usarían para votar. Cerraron las imprentas, pero la gente imprimía las papeletas en sus casas. Para transportarlas escondieron miles de ellas dentro de las ruedas de recambio de los automóviles como hacen los mafiosos con el dinero negro; pero también vi montones de ellas tras el altar de una iglesia en la que se celebraba misa. Cuando el presidente catalán Puigdemont se dirigía hacia su pueblo en coche para votar, fue seguido por un helicóptero de la policía al que despistaron en un túnel en el que cambió de vehículo.

»Lo más espectacular fue la posterior reacción de los catalanes, que fue pacífica y multitudinaria. Miles de ellos se dirigieron al puesto fronterizo de la Junquera que llevaba a Francia y cortaron la autopista; pero no iban a lo loco, pues había un servicio sanitario y todo el mundo aportó comida, sacos de dormir e incluso juegos de mesa para matar el rato. Además se organizaron conciertos y bailes. Cuando fueron a por ellos los policías de ambos países, vi como era arrestado y vapuleado un joven que iba en silla de ruedas, que resultó ser un famoso trotamundos escritor llamado Albert Casals. Más tarde, tras ser expulsados de la frontera, miles de independentistas se dirigieron a Barcelona andando por las autopistas. Gracias a mi profesión, yo he visto de todo; pero te juro que tus gentes me dejaron admirado con la tenacidad que perseguían pacíficamente sus sueños.

»Un hombre mayor que ya había sido encarcelado en los tiempos del dictador Franco, me contó unos días después: “Queríamos libertad de expresión y nos dieron censura, queríamos una solución pacífica y nos dieron brutalidad policial, queríamos democracia y nos dieron represión, queríamos dialogar y metieron entre rejas a dos líderes sociales y a siete miembros del parlamento catalán, mientras que otros siete tuvieron que exiliarse para no terminar igual. Excusándose en la antidemocrática y nefasta “Ley Mordaza”, más de veinte mil de nuestros activistas han sido multados, perseguidos o sentenciados a penas de prisión. ¿Acaso reciben porrazos los escoceses al llevar a cabo un referéndum de independencia? ¿Por qué se cruzaron de brazos los mismos gobiernos europeos que se manifiestan en contra del trato injusto que reciben en otros países los saharauis, los tibetanos, los kurdos, los sijs, los palestinos o los ciudadanos de Hong Kong?”».

El reportero freelance francés me preguntó si yo también era independentista, y le respondí: «Yo soy independiente y apátrida desde hace muchos años, pero opino que todos los seres vivos de un mundo civilizado deberían tener derecho a convertir sus sueños y deseos en realidad, y que el gobierno que se lo impida demostrará ser fascista, sea cual sea el color de la chaqueta que vista».

MIRA LO QUE PIENSO

  • Dígame, señor incrédulo, ¿acaso creería usted en la existencia del eco o de los espejismos si no supiese nada de ellos y alguien se los mencionase?
  • San Agustín dijo: «El mundo es un libro y aquellos que no viajan sólo leen una página».
  • La mayoría de las preocupaciones, como las alteraciones de la salud o los cambios de situación inesperados, se quedan en nada si evitas atemorizarte.
  • Me parece de maravilla que Asia se niegue a aceptar un día más la basura sintética europea, pero también pienso que Occidente tendría que devolver a China los electrodomésticos, los ordenadores y las impresoras de aquel país que están programados para dejar de funcionar a los cuatro días.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

Artículos por : Nando Baba
3 comentarios
  • I will tell you the first part of my life before we meet and you will be my official necrologist!! it’s better than to be a majordome!!

  • I will tell you the first part of my life,before we meet and you will be my official necrologist.it’s better than to be a majordome!!

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