La crónica cósmica. El tiempo transcurre a un ritmo muy pausado

UN PERRO, UN TORO, DOS LEOPARDOS Y QUINCE MARTAS – Kumaon, Uttarakhand, India. Mis anfitriones, Sony y Uma, han montado una pequeña tienda en el extremo occidental del jardín en la que venden agua, refrescos, jabón, bidis, helados, aceite y otros productos por los que la gente paga un poco más para no tener que descender hasta el bazar el pueblo, que se halla a unos tres kilómetros.

Abren las puertas de la tienda a las ocho de la mañana y las cierran a las nueve de la noche; pero al ser este un vecindario de casas aisladas entre campos y bosques y que sólo aparece algún cliente en contadas ocasiones, Sony y Uma se dedican a sus quehaceres domésticos, ya sea en la casa o el huerto, y acuden a la tienda cuando el cliente de turno les llama: “¡Uncleji!” o “¡Auntyji!”.

Valga aclarar que en la India se saluda a los desconocidos llamándoles tío o tía en inglés (“uncle” o “aunty”), y han creado una nueva palabra juntándole el respetuoso “ji”.

Si Sony o Uma están liados con alguna labor, o Uma está sola porque Sony ha ido a llevar a sus hijos al colegio, los clientes tienen que esperar pacientemente, a veces cinco o diez minutos. Y lo hacen sin inmutarse, porque aquí el tiempo transcurre a un ritmo muy pausado y, además, el siguiente comercio más cercano se halla a más de un kilómetro en una u otra dirección.

Rocky, el pastor alemán negro de la casa, también se encarga de avisar con sus sonoros ladridos si ha llegado algún cliente. En realidad ladra a cualquiera que transite por la calle, especialmente a un toro pardo, gordinflón y holgazán, que vive por estos alrededores y anda a cámara lenta; animal al que, pesar de ser sagrado, Sony “anima” con un palo a seguir su camino para evitar que se cague frente a esta finca.

Aunque Rocky dispone de una amplia caseta de ladrillo (3 x 2 m) con tejado de zinc, se aburre un montón porque permanece la mayor parte del tiempo encerrado y solamente le permiten correr a su aire por la galería que hay en la planta superior de esta casa.

Sony y Uma lo hacen así por precaución, pues a los leopardos de esta zona les encanta la carne de perro. Aquí va un ejemplo que sirve para probar que no van de paranoicos.

Sony ha instalado en la tienda unas cámaras de seguridad, totalmente innecesarias porque en esta zona la criminalidad es nula. Las cámaras muestran la calle en ambas direcciones y, por la mañana, él acostumbra echar una mirada para comprobar qué animales han pasado por allí durante la noche.

Ayer vio maravillado como aparecía un precioso leopardo (y me lo mostró). Pero no habíamos terminado, pues, poco después, a éste le siguió una hembra de la misma especie, que sería su señora y andaría tras sus pasos para ver qué travesuras hacía en sus correrías nocturnas.

La presencia de esos lindos gatitos no se limita a estas colinas, y la semana anterior uno de ellos mató en pleno día a un niño de siete años en una avenida cercana a la estación de los ferrocarriles de Kathgodam, que se halla en las llanuras a treinta kilómetros de aquí.

La marta del Himalaya, uno de los animales más bonitos de esta comarca, es un terrible depredador y trepa por los árboles con gran facilidad. Esta mañana, durante mi paseo por el bosque, he gozado de un buen espectáculo natural al cruzarme con quince de ellas, que han detenido sus correrías para observarme con sus avispados ojos, con el mismo asombro que las miraba yo.

Se trataba de un caso insólito, pues normalmente van en parejas. ¿Mantendrían una reunión social?

Acabando de alegrarme el día, poco después he visto una bandada de cincuenta loros posarse en un árbol. El peculiar ruido que producen al aterrizar me desconcierta y me asusta un poco, hasta que, levantando la mirada, descubro que son esos simpáticos pájaros.

Tal como he repetido varias veces, el turista es el animal más estúpido de la Tierra: esta opinión se me confirmó de nuevo al leer que unos elefantes de un parque nacional de Sudáfrica habían matado a un español que descendió del vehículo y se acercó a ellos para fotografiarlos. Sin comentarios.

PASO A PASO – Porto Seguro, Brasil, verano de 1988. Continúa de la crónica anterior. El viaje de más de mil kilómetros desde Río de Janeiro hasta Porto Seguro nos salió a Rasta y a mí aproximadamente por el simpático precio de mil pesetas. De nuevo nos impresionó la amplitud y el confort de un autocar que, además, disponía de un amplio cuarto de aseo.

Yo opiné: “Las compañías europeas podrían aprender de las brasileñas, porque allí, aparte de mucho diseño moderno, no tienes el mínimo espacio y acabas envarado y claustrofóbico”.

Porto Seguro era un pueblo de veraneo que se levantaba frente a la playa de una pequeña bahía encerrada por los arrecifes y las exuberantes selvas que reinaban en la orilla contraria. Los edificios eran mayormente de planta baja y estaban pintados de atractivos colores pastel. Entre ellos había docenas de pensiones, restaurantes, bares y comercios dedicados a vender productos turísticos.

Alegrándome a mí, pero entristeciendo a Rasta, que seguía quejándose por la falta de sexo, la época de vacaciones había terminado pocos días antes y los miles de turistas de Río y Salvador que ocuparan Porto Seguro, lo habían dejado vacío.

Gracias a esas circunstancias no tuvimos problemas para conseguir alojamiento y fuimos los únicos clientes del cutre Hotel Brasilia, donde la habitación doble nos costaba tanto como doscientas cincuenta pesetas, aunque la teníamos que compartir con miles de mosquitos que gritaban su enfado tras las mosquiteras. La única ventana daba a una plaza cubierta de hierba en la que residían y jugaban un rebaño de felices caballos.

Al explorar la población estuvimos de acuerdo en que era un lugar delicioso porque en muchos de los bares tocaban buena música en vivo y en todos éramos recibidos con los brazos abiertos debido a la falta de otros clientes.

Además, descubrimos encantados que los brasileños eran unas gentes muy amables y simpáticas. En todos lados encontrábamos buen rollo y el mejor humor, resultando casi imposible entrar en un bar y tomar una cerveza a solas porque los ocupantes de otras mesas nos invitarían inmediatamente a juntarnos con ellos para compartir bebidas y charla. Continuará.

MIRA LO QUE PIENSO – He comprobado repetidamente que las personas de diferentes ideas, culturas, razas o creencias, por ejemplo los hindúes y musulmanes de la India, pueden mantener una buena amistad; pero jamás es así si son fanáticos.

A nadie le amarga un dulce, pero a veces empalaga, ¿verdad?

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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