La crónica cósmica. El verde abajo y el azul arriba

Yo ensucio estas páginas como si retocase el paisaje que intento plasmar sobre una tela que resulta tener la forma de tu imaginación; pero, invariablemente, tras pulsar el botón de “enviar”, mi sádica memoria empieza a recordarme datos y detalles que he olvidado mencionar.

A las imágenes de los búfalos cruzando el río, les faltaba mostrar a las madres protegiendo a los becerros con su cuerpo para evitar que se los llevase la corriente; y que, sabiendo lo que se traían entre manos, o mejor pezuñas, se echaban al agua calculando ya el lugar en que alcanzarían la otra orilla tras ser empujados por la fuerza del cauce.

Al comentar cuánto les gusta a los “sauraheños” casarse con occidentales, tenía que haber añadido que la desnutrida imaginación humana se alimenta con ejemplos, y que, tras observar a su alrededor, cuando los jóvenes aldeanos se plantean el camino a seguir (¿qué quieres ser de mayor, carpintero, bombero o sastre?), escogen comprensiblemente el braguetazo. Pero todavía no hemos terminado con el tema, porque éste quedaría incompleto si no comentase que esos jóvenes, según mi opinión, sufren un desorden mental (que he bautizado como “El Síndrome de Frankfurt” debido a que, de alguna manera, es parecido al “Síndrome de Delhi” que padecemos los occidentales al juntarnos con ellos), que se les desarrolla al convivir con nosotros, con nuestro dinero y le libertad que gozamos aquí.

También carece de algunos detalles la parte del paisaje “sauraheño” en que se muestra el jardín natural que rodea este lugar, donde, como sucede en la Selva Negra alemana aunque allí no haya un metro cuadrado llanero, cuando estoy sentado sobre la hierba solamente veo dos colores: el verde abajo y el azul arriba. Efectivamente, cuanto aparece ante mis ojos es de color verde; frente a mí, el verdor de la pradera se extiende alrededor de un kilómetro cruzando los dos ríos, y luego da paso al verde de la jungla; estas distancias se reducen a doscientos metros tanto a mi derecha como a la izquierda.

Al explicar el encuentro con el rinoceronte y el elefante, en realidad, y más que el hecho en sí, pretendía resaltar las curiosas emociones que me dominaron en aquellos momentos; unas que solamente brotan en soledad y que son provocadas por el contacto con esos habitantes del mundo salvaje que, por el momento, logran sobrevivir sin venderse. Son unas emociones que no tienen nada que ver con la indiferencia que siento, en el mismo sitio y frente al mismo animal, si se halla por los alrededores algún grupo de turistas con un guía que está preparado para defenderles de cualquier peligro (Rakesh era un buen guía, y le mató un rinoceronte al tratar de proteger a los turistas que iban con él). Anteayer sucedió exactamente así cuando regresaba bajo la hechizante luz del crepúsculo y, de pronto, me encontré con el rinoceronte jovenzuelo; él estaba dentro del río, con el agua hasta las rodillas, y se alimentaba glotonamente con la hierba tierna del fondo. Tras observar con incredulidad a uno y otro lado comprobando que efectivamente me hallaba a solas, me senté para gozar de tan excitante espectáculo hasta que oscureció.

Para terminar con estos “añadidos”, a las caricaturas de Raju y Shankar les hacían falta unos pocos trazos que definiesen al primero como un tipo listo y descontrolado, que, como guía, sigue representado el papel de héroe de la jungla que le ha permitido ligarse a docenas de turistas, aunque, con toda seguridad, las cambiaría por la única que haya seducido el simplón pero práctico Shankar, o sea su preciosa esposa, quien tiene una belleza clásica que te corta el aliento y sigue totalmente enamorada de él. Ambos ríen encantados mientras me cuentan como ella, con trece años recién cumplidos, se presentó a media noche en la habitación de Shankar asegurando que se quedaba allí, que estaba demasiado enamorada para pasar un solo momento más sin él; cuando se casaron, ella tenía catorce años, y parió al primer hijo poco después de cumplir los quince.

Imágenes: Lloviznaba, y la neblina matinal cubría el río mientras dos elefantes cruzaban el cauce pausadamente.

Amaba más al dinero que a su hija de quince años, y la vendió a una red de prostitución india por algo menos de cien dólares; pero, en Bombay, la muy desagradecida huyó de sus captores, regresó al Nepal, y denunció a su padre. Cría cuervos…. Otro listillo vendió a su cuñada por un precio parecido; pero esto ya es más comprensible (perdón por mi humor negro).

Envenenó al perro de su vecino porque siempre le ladraba, y cuando al poco se pegó la gran hostia en moto terminando en el hospital, ni él ni el propietario del chucho dudaron que se debiese a un castigo del karma.

Todos los elefantitos que nacen en Sauraha tienen padres salvajes que salen de noche de la jungla para echar un casquete con “las chicas fáciles de ciudad” (fáciles porque, aparte de tener el celo y chillar pidiendo marcha, están encadenadas).

Me cuenta un jinete que, cuando va por la jungla, su elefante levanta la trompa como si se tratase de un periscopio, y, de oler la presencia de algún tigre, intenta evitar tal dirección. Igual que sucede con los rinocerontes, que permanecen hundidos en el agua sacando solamente la punta del morro, a los elefantes les encanta estar sumergidos dentro del río con la trompa a flote.

Es oficial: los bilingües tenemos menos probabilidades de sufrir Alzheimer. Era mudo de nacimiento y, gracias a las artes mímicas de un rostro que se transformaba de forma extraordinaria según sus deseos, también era la prueba de que uno no necesita de la lengua para comunicarse.

Un cuaderno de ejercicios escolares perteneciente a la hija pequeña estaba abierto encima de la cama; al echarle un vistazo atrajo automáticamente mi atención un mapamundi (los nómadas somos adictos a los mapas) en el cual había marcado sobre cada continente y océano un número que el estudiante debía escribir junto al nombre correcto. La niña no había acertado ni por casualidad, pero el despiste geográfico se demostró general cuando, ascendiendo de edad, le pregunté primero a su hermana, luego al segundo de los hijo, y para terminar al mayor, que es el más inteligente y ya tiene doce años. Cómo he señalado en otras ocasiones, los indostanos y los nepaleses no saben si América es una ciudad, un país o una ensaimada. Sin embargo, cuando me quedo más atónito es al comprobar, además repetidamente, que, pongamos por caso, un ingeniero alemán que compite en el programa “Millonario” adolece de la misma incultura, y es incapaz de señalar, por ejemplo, qué países tienen frontera con Uruguay o Nepal.

En el Nepal se considera rico a quien tiene una motocicleta; y un buen coche ya es cosa de millonarios. Cuando hacen una broma o cuentan un chiste, lo repiten varias veces aunque no tenga la mínima gracia.

Al encontrarse los maoístas dentro de la coalición gubernamental, han disminuido notablemente las huelgas que paralizaban el país cada dos por tres y los servicios públicos funcionan mejor. La pregunta es si se escindirán los extremistas.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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