CON MOCHILA

La crónica cósmica. Elefantes recorriendo las calles

PASEANDO CON ELEFANTES – Sauraha, Chitwán, Nepal. Mientras llueve torrencialmente en una gran parte del Nepal provocando inundaciones y avalanchas que cortan carreteras, destruyen casas y hunden puentes, aquí en Chitwán estamos de momento teniendo unos monzones suaves, que se limitan a soltar un chaparrón de vez en cuando.

En esta época del año, la gente da un doble uso a los paraguas: si deja de llover y las nubes escampan, se protegen con él de los tórridos rayos solares. Los ciclistas, y sobre todo las ciclistas, pedalean sujetando el paraguas con una mano y el manillar de la bicicleta con la otra.

También los cornacas, montados en sus elefantes domésticos camino del río a cámara lenta, se resguardan de la lluvia y del sol bajo un paraguas.

Sauraha sigue siendo una localidad insólita en ese aspecto, pues no creo que existan muchas poblaciones en que haya elefantes recorriendo sus calles. Recuerdo que hace años me impactaba cruzarme de mañanita con una veintena de elefantes marchando en fila india a través de la niebla invernal.

Actualmente el número de elefantes domésticos en Sauraha se ha reducido mucho: antes había más de noventa y ahora sólo quedan cuarenta y cinco. La principal razón ha sido la concienciación de los turistas, que ahora se niegan a putear a los pobres paquidermos montándose sobre sus frágiles espaldas.

Pero los listos y emprendedores empresarios que se dedican al negocio turístico no se han quedado de brazos cruzados y han solucionado en parte ese inconveniente comercial organizando lo que denominan “Paseos con elefantes”, en los que los turistas hacen una excursión siguiendo a pie a los elefantes mientras pastan en la jungla y se bañan en el río Rapti. ¡Bien!

Por la noche, cuando regreso a mi cabaña después de jugar unas partidas de backgammon en la casa de mi amigo el Señor Tolstoi, al salir a la solitaria calle miro a uno y otro lado; en otros lugares lo haría para evitar que me atropellase un autobús, mientras que aquí, en Sauraha, tal prudencia es para asegurarme de que no haya ningún rinoceronte o elefante salvaje por los alrededores.

Según el periódico The Kathmandu Post, el número de personas muertas por animales salvajes en esta comarca donde se halla el Parque Nacional de Chitwán, durante el año fiscal 2024-2025 fueron once: a ocho de ellas las mataron los rinocerontes, a otras dos se las cargaron los elefantes y a la onceava se la zampó un tigre.

Me extrañaron estas cifra porque, durante las largas temporadas que he pasado aquí, las noticias de tales incidentes siempre han sido muy frecuentes.

Al comentárselo a mis amigos locales, opinaron que la dirección del parque recortaba sistemáticamente el número de víctimas para no alarmar a la población y a los turistas. Según ellos, durante los últimos meses los tigres habían acabado con la vida de cuatro personas, mientras que los elefantes habían matado a seis y los cocodrilos, a cuatro.

La semana anterior, un cocodrilo se comió a un pescador, y hoy, un tigre a matado a un campesino que recolectaba forraje.

Otro caso relacionado con los animales sucedió una noche cuando varios jóvenes, después de haber celebrado una fiesta en la pensión Tharu Lodge en que me hospedo, se disponían a volver a sus casas, pero se encontraron con un enfurecido elefante que, además de obligarles a regresar a toda prisa sobre sus pasos, estuvo rondando varias los horas la cabaña en que se refugiaron.

Hace un par de semanas hubo un incidente de esa índole que terminó peor cuando una noche un elefante machacó a un hombre frente a un hotel. El jardinero del establecimiento halló su cadáver por la mañana cuando se disponía a empezar la jornada laboral.

Aquí va una noticia bonita. Anteayer nació en Sauraha un encantador elefante que, en vez de trasladarlo al llamado jardín de infancia, lo han albergado junto con su madre en el patio de una vivienda y se ha convertido en una atracción turística.

Ya que menciono a los elefantes y a sus bebés, ayer fui testigo del tradicional ritual de buen agüero en el que un hombre cruzó cuatro veces bajo el vientre de un elefante doméstico llevando en brazos a su hijo recién nacido.

Cerraré esta sección dedicada a los paquidermos mencionando un video que vi en Tailandia en el que cinco elefantes salvajes embestían a un motorista que circulaba por una carretera de montaña. El hombre, en vez de abandonar la moto y salir por piernas, se plantó ante los animales y, juntando las palmas de las manos frente a él, les dedicó unas oraciones. Los animales, tras observarle por unos momentos, dieron media vuelta y se adentraron en la jungla sin dañarle. Valga aclarar que, por la razón que sea, los elefantes tienen mucha ojeriza a las motocicletas y es frecuente que alguno destruya a varias de ellas estando aparcadas.

PASO A PASO – Lago Titicaca, Perú, 1988. Continúa de la crónica anterior. Curiosamente, entre todos los líos económicos y sociales del Perú no parecía entrar el desempleo. Por todos lados, ya fuesen pueblos o ciudades, se veían de anuncios reclamando personal. En algunas calles no había una sola puerta que no tuviese colgado el cartelito pidiendo vigilantes, cocineros, camareros, jardineros o empleadas de hogar. Claro que los sueldos eran de ocho a doce mil intis mensuales, o sea bastante miserables.

La última razón que alargó mi estancia en Puno fueron las fiestas patronales, que se celebraban precisamente cuando acabé mi convalecencia del mal de altura y regresé a la calle. Aunque las festividades empezaron sin demasiada expectación, pronto la ciudad se fue llenando de visitantes.

La dirección del Hotel Europa en que me hospedaba me trasladó a una habitación individual que había en la azotea. Además de ganar tranquilidad e independencia, me alegró gozar de buenas vistas, ya que desde allá arriba se veía el lago Titicaca. De esa forma, la azotea se convirtió casi en mi patio particular, donde tomaba el sol, hacía la colada o me bañaba a base de cubos que llenaba de un grifo.

Lo de que la azotea era casi particular es para aclarar que cualquier otro cliente avispado que se animase a subir las escaleras debería de tener el mismo derecho. Así lo supuso un simpático muchacho inglés llamado Rick, al que ya conociera en Arequipa, a quien me encontré una tarde lavando su ropa acompañado de una guapa compatriota.

Al enterarse la chica que yo era catalán, me sorprendió hablando perfectamente en mi lengua materna. “¡No me lo puedo creer˝, exclamé atónito. ˝¡Una británica defendiéndose en mi idioma!”. Ella me explicó que su madre era de Barcelona y que, a pesar de vivir invariablemente en Manchester, entre las dos hablaban siempre el catalán; la madre por una necesidad emocional, y ella para practicar el idioma.

Con las fiestas también parecieron llegar a Puno todos los carteristas del país. Las anécdotas acerca de los robos pasaron a convertirse en el tema de conversación cotidiano. Además, las víctimas eran tanto extranjeras como peruanas.

Un comerciante local me contó desesperado que, cuando se disponía a hacer unos pagos importantes, le habían mangado los ahorros de su vida.

Tal como me sucedió con la enfermedad de la altura que padecí tras dar por sentado que habría superado mi adaptación a la altitud de cuatro mil metros, cuando empezaba a creerme indemne a los carteristas, acabé sufriendo personalmente sus jugarretas.

Sucedió un mediodía en que me dirigía a mi restaurante favorito para almorzar. Acababa de hacer la colada y tenía el chaleco secándose, por lo que llevaba la cantidad justa de dinero para la comida en un bolsillo de los pantalones. Al llegar a la Plaza de Armas, mi camino lo interrumpió uno de los frecuentes desfiles de las fiestas. Me limité a esperar entre la gran multitud a que la calle se despejara.

De pronto, como si hubiese tenido un presentimiento, eché una mirada al bolsillo, y lo encontré vacío. A mi alrededor había cientos, sino miles de personas. Girando lentamente sobre mi mismo, fui observando al personal que entraba dentro de mi campo visual hasta que, a unos diez metros de distancia, y siempre atraído por las cosas exóticas, llamó mi atención el extraño bocadillo que estaba comiendo un hombre joven.

Mi memoria me mandó unas imágenes muy claras: aquel bocadillo había estado a mi lado pocos momentos antes. Quizás sólo lo había visto de reojo, pero la información mental se encontraba allí.

Sin un plan concreto, e impulsado más que nada por mis emociones, fui andando lentamente hacia el tipo del bocata hasta advertir que, entre el pan y la mano que lo sujetaba, había unos billetes de banco. La jugada seguía siendo muy incierta, pues en realidad no sabía si aquel dinero era el mío.

De todas formas, casi con timidez, acerqué mis dedos a los billetes hasta agarrarlos, y solté la excusa más tonta: “Perdón”.

En aquel momento los hechos podrían haber seguido muy diferentes caminos, puesto que si el peruano hubiese gritado, “¡Al ladrón!”, yo habría terminado en el cuartelillo. Otra posibilidad era que el tipo simplemente me pegase un par de hostias.

No obstante, sucedió simplemente lo más absurdo, ya que el peruano, que era efectivamente el ladrón, se quedó paralizado con la boca abierta y el exótico bocadillo en la mano, o sea aceptando su culpabilidad, hasta que yo, sonriendo con picardía, le espeté: “Al loro, papanatas, no sea que tropieces al pisarte los morros”.

Entonces, reaccionando al fin, el quinqui salió por piernas perdiéndose entre la multitud sin que yo intentara evitarlo. Continuará.

MIRA LO QUE PIENSO – En la interesante novela del autor barcelonés Sergio Vila-Sanjuán “Misterio en el Barrio Gótico”, uno de los personajes le pregunta a otro: “¿Te has tomado alguna vez unas vacaciones de tu propia personalidad?”.

En la novela “El asesinato de los Aosawa” de la escritora japonesa Riku Onda, una mujer dice: “Ahora entiendo que las tentaciones de ver cosas que no deberías ver es mucho mayor que la tentación de viajar para ver algo que quieres ver”.

Aquí va otro ejemplo de mis emociones contradictorias: me molesta, pero también me gusta, que mis amigos plagien mis ideas filosóficas.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba

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Nando Baba

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