La crónica cósmica. Especiales energías que atraen a los artistas

REGRESO AL PASADO – En el aeropuerto de Alicante encontré una familia india, por supuesto numerosa, de la que de lejos ya adiviné cuales eran sus orígenes por su mímica y la ropa tradicional que vestían las mujeres: entre ellos me sentí como en casa. Al ir a facturar mi equipaje tuve delante a un hombre que llevaba en la espalda una mochila especialmente diseñada de la que asomaba la cabeza un feliz perrito, que me observó como si me preguntase adónde iba.

Durante el vuelo hacia Lanzarote no pude aprovechar debidamente mi asiento de ventanilla para gozar de los paisajes porque un mar de nubes cubría el mar de agua, así que dediqué las dos horas y media del vuelo a la lectura. En un principio había planeado hacer ese viaje por mar, pero desistí porque me salía cinco veces más caro.

Junto a mí iba sentado un joven fascista que llevaba una mascarilla en la que estaba estampada una gran bandera española con el águila franquista.

Como si la Oficina de Turismo canaria lo hubiese organizado así, las nubes sólo se abrieron cuando sobrevolábamos La Graciosa, islita que está pegada al norte de Lanzarote, la isla de mis amores en que pasé largas temporadas, especialmente durante la década de los ochenta.

En el aeropuerto de Arrecife me esperaba un paisano mío, diez años más joven que yo (o diez años menos viejo, ¡Ja!), que es hijo adoptivo de Lanzarote, con el que me une una profunda amistad desde hace cuatro décadas. Nos conocimos cuando yo hacía programas musicales de radio y él aparecía, primero, por la emisora, después por mi oficina y, al fin, incluso por mi alejada casa, a la que llegaba en bicicleta sin asustarse de las cuestas.

Aunque nuestra relación fue a veces tumultuosa y estuvo salteada de sonoras peloteras, es la persona con la que me he reído más, pues es un gran bromista y nuestro sentido del humor es muy parecido. Opino que él ha desaprovechado dos de sus dones naturales, que son la música, pues es una gran batería, y la literatura, ya que de joven escribía con mucho talento unas narraciones muy imaginativas: conservo un bloc con algunas de ellas.

Entre todas las experiencias que hemos vivido juntos, la más sonada fue el viaje de varios meses que hicimos a Brasil, país del que recorrimos la costa desde Río de Janeiro hasta Belem, para ascender después por el cauce del río Amazonas. Luego él regresó a Lanzarote y yo continué hacia Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela.

A pesar de que, por lo general, soy el guionista y director de la comedia de mi vida, ésta se convierte en una coproducción cuando convivo con un buen amigo como mi paisano.

Lanzarote es la isla de los volcanes, de los que hay más de trescientos; pero también es la isla de los cielos altos y del viento constante, que raras veces deja de soplar desde el Atlántico. También es la isla del silencio, que el escritor y Premio Nobel portugués José Saramago denominaba: “El silencio de Lanzarote”. Asimismo tiene unas especiales energías que atraen a los artistas, ya sean músicos, escritores, pintores o escultores; no obstante, posee una faceta “peligrosa”, pues fascina a los trotamundos que pasan accidentalmente por aquí y se quedan enganchados como si la isla crease adicción.

Mi paisano me ha alojado en su casa de Tinajo, como ya hizo la última vez que visité Lanzarote en el 2013. Ahora convive con una divertida perrita blanca y peluda, de tres años, llamada Pirua, a la que ha enseñado un espectáculo circense: él aparenta dispararle con una pistola, ¡Bang!, y la perra se deja caer, cierra los ojos y finge estar muerta. Gracias a que es muy inteligente y obediente (Pirua, no mi paisano, ¡ja!), he podido llevarla de paseo desde el primer día por los campos y volcanes que se encuentran detrás de la casa.

Entre los perros, los hay que ven lo que aparece en las pantallas televisivas y los que no (en la Selva Negra yo tenía uno de cada); Pirua es uno de los primeros, y gruñe a cualquier animal que sale en la tele, ya sea un toro, un caballo o un león. Pero, lógicamente, se mosquea con los perros; incluso se ladra a sí misma cuando aparece en algún vídeo de los que graba su amoroso amo.

Por cierto, no sé si sabéis que el nombre de Canarias proviene de can (canis), de los perros que los conquistadores españoles encontraron en Gran Canaria, que serían seguramente descendientes de los que abandonasen allí los antiguos exploradores fenicios o argelinos, de quienes, como se ha comprobado recientemente gracias al ADN, provenían los guanches que habitaban estas islas.

PASO A PASO – India, 1986. El lento tren llamado Haridwar Mail (ver crónica anterior) acabó llegando a su destino, o sea Haridwar, ciudad a la que durante aquella Kumba Mela habría visitado la escalofriante cifra de veinte millones de peregrinos. Hasta ese momento Frank y yo sólo habíamos visto sadhus (santones) de vez en cuando, uno por ahí y otro por allá, pero en cuanto descendimos del vagón creímos alucinar porque, por todos lados, parecía haber más sadhus que gente normal. Además, iban en grupos, distinguiéndose por la indumentaria y colores de sus akaras (escuelas). Aunque volveríamos a Haridwar para asistir a las fiestas, tomamos el primer autobús que nos llevase a Rishikesh, una ciudad más pequeña que se encontraba a veinticinco kilómetros, donde esperábamos conseguir habitación más fácilmente en alguno de sus muchos áshrams.

En cuanto llegamos, Frank, más enterado, me guió hasta el barrio llamado Muni-Kereti, que se hallaba a las afueras, dejando a nuestras espaldas el ruidoso centro urbano. Al descender del ricchó, nos encontramos frente a un Ganges muy distinto del que habíamos conocido en Varanasi; aquí era un río joven que bajaba atronando desde las montañas en que acababa de nacer, y sus aguas eran limpias y frías. Ambos fijamos nuestras miradas atónitas en los edificios que veíamos en la orilla contraria, que resaltaban con sus extravagantes colores y formas. Según a quién preguntásemos, nos contaría que aquel exótico lugar se llamaba Ram Jhula, por el puente dedicado al dios Rama, o nos diría que se llamaba Swargashram debido al nombre del mayor de sus áshrams.

Era una ciudad peatonal dedicada a la espiritualidad y el yoga, que en Occidente se hizo famosa gracias a la visita de los Beatles. Normalmente sólo se podía llegar a ella a través de un hermoso puente colgante o en barca; pero en aquellos momentos, debido a las multitudes de la Kumba Mela, también llevaba hasta allí un puente de madera que había levantado el ejército.

Entonces se acercó a nosotros un occidental de unos treinta años, cara amable, rubio y alto, que se ofreció a acompañarnos al áshram en que se hospedaba: “Se llama Vedniketan y es aquel edificio grande, de color naranja, que queda a mano derecha”, dijo señalando hacía la orilla contraria. “Tú debes de ser norteamericano, ¿verdad?”, conjeturó Frank al escuchar su acento. El otro dijo que era de Arizona, pero que vivía en California.

Las orillas del Ganges estaban formadas por dos playas inmensas que, durante los monzones, desaparecerían bajo las aguas. Las amplias extensiones de arena blancogrisácea, limpia y fina, se hallaban salteadas por grandes rocas, ovaladas y pulidas, entre las que avanzaban cientos de peregrinos.

Mientras cruzábamos el puente de madera, nuestro nuevo amigo californiano comentó: “Creo que habéis llegado justo a tiempo, porque parece que ha empezado la gran oleada humana que, según dicen, llenará cada rincón de estos alrededores durante las últimas semanas de la Kumba Mela, provocando que los precios suban hasta las nubes y no quede una sola habitación libre”.

El nombre completo del áshram era Shri Ved Niketan Dham Vishwaguru Nagar International Yoga Training Centre. El gran edificio de dos plantas que se veía desde el exterior tenía una fachada que miraba al río y no mediría menos de cien metros de ancho. A su izquierda estaban construyendo otro áshram que, por sus dimensiones, también parecería una pequeña ciudad. A la derecha, y por detrás, se encontraba rodeado por la jungla.

Después de atravesar el patio frontal que daba a la playa llegamos al portal donde se encontraba la recepción. Un silencioso monje de cabeza afeitada, cara asiática y túnica anaranjada, apuntó nuestros datos en los dos inevitables grandes libros de registro que hay en todos los hoteles indios. Luego dijo: “Habitación veintinueve”.

Al abandonar las oficinas salimos a un gran jardín cubierto de césped, en el que se hallaba el templo y al que daban las habitaciones del interior. “Están edificando continuamente y no parecen seguir un plan determinado”, nos explicó el amigo californiano; “así que cada parte de la casa es distinta de las otras, y la calidad de las habitaciones cambia continuamente, habiéndolas miserables, muy miserables e incluso impresentables, como la mía”, bromeó.

La número veintinueve resultó ser bastante aceptable. Era cuadrada y medía unos cuatro metros de lado. Tenía estanterías empotradas en los muros, dos ventanas, un porche frontal y un patio posterior de unos diez metros cuadrados, que compartía con la habitación contigua, donde se hallaban el baño y un trastero que podría servir de cocina. Tal como era de esperar, no había ningún mueble, y me felicité por tener la colchoneta y el saco de dormir con los que creé la mejor de las camas. Frank usaba el sistema indostano de cargar con una gruesa manta, que tanto servía de colchón como de cubierta. Continuará.

MIRA LO QUE PIENSO

  • En memoria del griego Vangelis, que en mi opinión fue uno de los mejores músicos del Siglo XX.
  • ¿Das a los demás el mismo respeto que exiges para ti?
  • Me resulta interesante mirar películas antiguas que ya haya visto y leer diarios viejos para comprobar cómo me engaña la memoria.
  • Me jode pedir, pero más me jode recibir una negativa.
  • Los grafitis son frescos modernos que los ayuntamientos deberían promocionar como hacen en la ciudad malaya de Kuala Terengganu. Pero los creadores de ellos no son siempre artistas, pues también están los que se limitan a dañar una fachada pintando simplemente su nombre o sus iniciales en plan: “yo estuve aquí”. Uno de esos gilipollas destrozó la semana anterior el cartel centenario de estilo modernista de un comercio barcelonés llamado “Queviures Murrià”. ¡Idiotaaaaaaa!

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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