La crónica cósmica. Fui responsable de dos muertes accidentales

ACCIDENTAL – Cuando hice la mili obligatoriamente durante los tiempos del dictador Franco (en el cuerpo de Sanidad y teniendo como única arma la máquina de escribir en la que tecleaba unos absurdos listados que nadie iba a leer), todos los soldados estábamos de acuerdo en que salía más a cuenta estar bajo las órdenes de un oficial que fuese un hijo de puta inteligente, que no un buenazo gilipollas y acojonado que siempre terminaría dándote más problemas.

De forma parecida (aunque a vosotros quizás no os lo parezca), si alguien me empujase desde la cumbre de un precipicio (“El barranco sin fondo”, que decía mi padre), mientras yo cayese en picado y abajo me esperara la señora Muerte, “¡ahhhhhh!”, creo que preferiría que me hubiesen asesinado intencionadamente, y no accidentalmente, “¡oh, lo hice sin querer y no sabes cuánto lo siento!”, pues tal es la tirria que tengo a la estupidez.

La razón de esta parrafada es confesaros que, a pesar de ser incapaz de matar una mosca, hace unos días fui responsable de dos muertes accidentales. Os lo cuento.

En el salón de esta casa de la amiga parisina hay un hogar “modelno” que tiene una puerta de cristal protector, en el que a veces acaba metiéndose algún gorrión que ha caído por la chimenea. El protocolo a seguir cuando oigo ruido dentro del hogar es, primero, abrir las ventanas, y después la puerta de cristal para que el pajarito salga disparado hacia el jardín.

Aunque había llevado a cabo esa operación varias veces con éxito, una mañana olvidé abrir una de las ventanas y el gorrión de turno, una hembra muy dulce, se dirigió precisamente a ésta y, claro, se pegó la gran hostia. El pobre pájaro se partió la cabeza y falleció en mis manos: los marcianitos no tropezamos dos veces con la misma piedra como hacéis los terráqueos y os puedo asegurar que no me volverá a suceder.

La víctima de la segunda muerte accidental fue uno de los escarabajos (con cierto parecido a los saltamontes) que residen en mi cuarto de baño; al convivir con ellos, siempre hemos mantenido una buena relación e incluso los he sacado de algún que otro aprieto; así que la otra noche me desesperé cuando entré en el baño y, antes de encender la luz, pisé y espachurré al mayor de ellos. Me pregunté si sería un padre de familia que dejase una docena de huerfanitos. En este caso la principal responsable del accidente fue mi afición a moverme a oscuras.

Poco después me sucedió algo parecido, aunque sin que nadie acabase herido, cuando salí al jardín a fumarme “el último” y mi pie derecho chocó con algo que confundí con una pelota de tela con la que juega la perra Chana; entonces chuté automáticamente la supuesta pelota apartándola de mi camino antes de descubrir que era uno de los erizos que viven en el jardín de esta casa.

Valga aclarar que la oscuridad era total porque, como en muchas otras poblaciones francesas, aquí en Le Teil apagan el alumbrado público a partir de medianoche: menciono esto porque, según he leído en la prensa, los partidos políticos españoles de derechas se han puesto histéricos cuando el gobierno de izquierdas ha ordenado que, para ahorrar energía, los escaparates de los comercios no estén iluminados durante la noche.

Ya que he empezado esta crónica hablando de animales, seguiremos un poco más con ellos. Al saber que la longevidad de la perra Chana difícilmente superará los catorce años, me pregunto cómo le sentaría si le pudiese explicar que en el pasado cuidé de otros perros y que en el futuro también lo haré con otros.

Cuando paseamos por el bosque, Chana come moras, almendras y nueces que descascarilla hábilmente. Ahora esta simpática perra se pasa el día mirando a través de la verja del jardín a los nuevos vecinos que se están instalando en la casa que hay al lado contrario de este “impasse” (cul de sac), pues está interesadísima en los niños y en los tres gatos que tienen.

¿Sabíais que a las cucarachas no les gusta el olor de los pepinos y que abandonarán vuestra casa si mezcláis su zumo en el agua de fregar el suelo? ¿Sabíais que en Dinamarca han adiestrado a unos cuervos para que recolecten filtros de cigarrillos y los depositen en una obertura por la que luego sale como premio una tapita de su gusto?

PASO A PASO – India, 1986. Desde el momento en que partí de Naggar, en el Valle de Kullu (ver crónica anterior), me dediqué a reflexionar acerca de cuánto me había sucedido durante los últimos meses. Tal como ya comprobé en otras ocasiones recientes, era al terminar el viaje, igual que al salir de un cine, cuando podía saber lo positivos o negativos que habían sido los resultados y, en fin, comprobar lo que había aprendido y saber si valió la pena.

El “Superfast”, a pesar de ser un “local bus” de aspecto normal, fijándome mejor advertí que estaba completamente nuevo e igual sucedía con sus ruedas; en cuanto arrancó, el armonioso y afinado ruido del motor confirmó mis suposiciones. El conductor era un joven montañés que, ayudándose con alguna que otra dosis de paan con betel, conduciría a toda velocidad y sin descanso durante las siguientes doce horas para depositar de madrugada a sus pasajeros en Delhi sanos y salvos.

Durante aquel trayecto por unas carreteras infernales en el que se hicieron pocas paradas para echar una meada y tomar un chai, estuve sujetándome continuamente a las barras metálicas del asiento anterior para evitar salir disparado con los bandazos que daba el vehículo al trazar las curvas a toda velocidad. Me quedé más que sorprendido al comprobar que el resto de los pasajeros dormían tranquilamente. “Estos indostanos son capaces de dormir sentados sobre un palo en medio de una autopista”, me dije sonriendo sin dejar de fumar un bidi tras otro.

Quien ocupó inesperadamente el primer plano de mi mente fue el amigo californiano. Al pensar en él empecé a descubrir agradecido las muchas cosas que me había enseñado. Desde la historia de Texas a docenas de datos sobre la naturaleza, y también sobre el cuerpo humano, mi amigo siempre me había estado aleccionando con conversaciones que pocas veces eran insustanciales.

Sin ir más lejos, la noche anterior, cuando se preparaba para dormir, me había hablado de los pigmeos contando que los del Congo estaban considerados la raza más antigua de la humanidad, que no conocían la agricultura ni sabían trabajar los minerales y que todos sus utensilios eran de madera. A pesar de ser analfabetos, usaban habitualmente la telepatía, y se creía que sus orígenes se hallaban en las Montañas de la Luna, o sea donde había empezado la humanidad.

Curiosamente para un pueblo tan primitivo, su religión era monoteísta, y para ellos el peor pecado era putear a un niño; el segundo sería matar a alguien, después cortar árboles, cagar en el agua, y pegar a la esposa o al marido. Su historia y conocimientos se transmitían a través de cuentos y leyendas.

Una de ellas decía que se vieron obligados a abandonar las Montañas de la Luna debido a la erupción de un volcán que lo echó todo a perder. Entonces tuvieron que alejarse del paraíso e instalarse en la jungla con todos los inconvenientes que aquella incluía. Cuando iban a cazar monos, decían que se iban a la guerra. Entre ellos las mujeres tenían los mismos derechos que los hombres. En cuanto a los invasores, los blancos y los negros habían llegado al mismo tiempo a sus tierras; pero fueron éstos últimos, más altos y fuertes, los que les esclavizaron inmediatamente; y hasta hoy, si iban a cazar, tenían que darles parte de lo conseguido porque eran los otros quienes fabricaban las lanzas que usaban.

Mientras miraba a través de la ventanilla sin ver más que la oscuridad de la noche, vislumbré perfectamente el rostro serio del amigo californiano hablando de cosas serias.

MIRA LO QUE MIRO – Yo soy un cinéfilo y durante mis setenta y un años de vida habré visto muchísimas películas. Pero hay algunas que son mis predilectas y puedo verlas de nuevo en cualquier momento. Aquí van unos ejemplos:

  • Priscila, la reina del desierto (qué trabajo tan genial hacen sus tres actores principales y qué desnatada me pareció la versión que filmaron en Hollywood)
  • Lost in translation (con la finísima dirección de Sofía Coppola y la buena actuación de Bill Murray)
  • Big Fish (del gran contador de cuentos Tim Burton)
  • The Royal Tenenbaums (mejor, imposible)
  • Mujeres al borde de un ataque de nervios (con la que nunca dejo de reírme a gusto)
  • Trainspotting (la locura escocesa)
  • Un pez llamado Wanda (más risa a mansalva)
  • La vida de Brian (los Monty Python luciéndose de nuevo)
  • Gato negro, gato blanco (gracias por tan buenos ratos, Emir Kusturica)
  • Pulp Fiction, Kill Bill, Reservoir dogs y Érase una vez en Hollywood (gracias por esas geniales películas, señor Tarantino)
  • La noche del cazador (en la que Robert Mitchum se lució, y también, tal como dijo en una entrevista, se lo pasó de coña)
  • El imperio del sol (del maestro Spielberg)
  • El gran Lebowski (de los hermanos Cohen)
  • Sospechosos habituales (una trama finísima con un casting de lujo)
  • Érase una vez en América (en la primera ocasión la vi en turco)
  • Gandhi (cada vez que la veo tengo la sensación de haber viajado a la India)
  • Y, para terminar, la deliciosa Amelie (de Jean Pierre Jeunet y con la dulce Audrey Tautou).

Más cine: recientemente le dediqué una semana a mi admirado Woody Allen y vi películas como La Maldición del escorpión de jade, La rosa púrpura del Cairo, Match point e Irrational Man.

MIRA LO QUE PIENSO

  • Comencé este año montándome durante varios meses el número de abstemio para comprobar que podía hacerlo; pero la pura realidad es que mis días saben mejor si tomo un par de cubatas al anochecer, como hago ahora de nuevo, y sólo dejaré de hacerlo cuando no recuerde qué cené la noche anterior.
  • Me gustan mis acciones, pero todavía me gustan más mis reacciones.
  • ¿De verdad te consideras amigo de quienes vilipendias a sus espaldas? ¡Amistad es sinónimo de sinceridad! Habla sólo de quienes puedas hacerlo positivamente diciendo cosas buenas de ellos.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
1400 930 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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