La crónica cósmica. Guwahati, la capital de Assam

CAMINO DE ORIENTE. Equipaje, ricchó, y otra estación ferroviaria, la de Mugal Sarai a quince kilómetros de Varanasi, en la que un moderno letrero electrónico anunciaba que el “Expreso del Nordeste” llegaría a la hora prevista, las seis de la tarde. O por lo menos fue de esa manera hasta que, torturándonos lenta y sádicamente, nos comunicaron su progresivo retraso: Una hora. Una hora y cuarto. Una hora y media. Y así hasta alcanzar las cuatro horas. Maté el tiempo (aparte del tiempo, sólo mato mosquitos y sanguijuelas) charlando con un francés que el día anterior se había hallado en una situación parecida esperando el mismo tren, y al fin lo había perdido al no apercibirse que lo habían cambiado de andén: Viajar por el Indostán es siempre una aventura sazonada de incertidumbre.

El “North-East Express” (¡24 vagones y casi 2.000 pasajeros!) resultó ser un buen tren a pesar de verse obligado a ceder el paso a los rápidos y lujosos “Shatabdi”, y el servicio de cocina no dejó de mandarnos continuamente toda clase de delicias compitiendo con una cantidad de vendedores ambulantes como no los había visto nunca sobre los raíles. Era tan exagerado como para que sacase el bloc y el bolígrafo y llevase a cabo mi propia estadística de cuánto me ofrecían (va por orden de aparición): Llaveros, linternas, teléfonos (ya va siendo hora que cesemos de llamarlos móviles, pues prácticamente lo son todos, ¿no?), chips, cacahuetes, fruta, libros, cortaúñas, garbanzos, encendedores, perfumes, relojes, muñecas, juguetes, cepillos y pasta de dientes, peines, sandalias, suelas para los zapatos, saris, mantas, chales, productos de artesanía, bolsos y monederos de señora, carteras, bisutería, destornilladores y otras herramientas, y conexiones eléctricas.

El trac-trac del tren siempre trae recuerdos curiosos, como la capa de excrementos que cubría los raíles de la estación, o la puerta recién pintada de los baños en la que todo el mundo se quedaba pegado, o el pordiosero que recogía uno a uno y se comía los cacahuetes que había en el suelo del sucio andén, o el anuncio de la salida del “Baraka Express” (¡¿Pero existe realmente un sitio llamado así?!). Lo mejor de este recorrido de 23 horas (1.093 kilómetros) estuvo en que no pasamos prácticamente por ninguna ciudad, y solamente vimos llanuras infinitas dedicadas al cultivo salteadas aquí y allá por idílicas aldeas. Un viaje resulta todavía más excitante cuando, como en este caso, desconoces el sitio al que te diriges; así que me negué a parpadear para no perderme detalle de los paisajes (¿Exagerado yo? ¡No!).

Si dais una mirada a un mapa del subcontinente indio comprobaréis que arriba, a mano derecha, y después de Darjeeling, las fronteras políticas de la India forman un embudo entre Bhutan y Bangladesh que en su punto más estrecho llega a medir solamente treinta y dos kilómetros. Ese es el portal de entrada a los estados orientales, y también la frontera natural entre unas culturas totalmente distintas que se han estado enfrentando a través de los siglos, donde los británicos evitaron poner los pies porque quienes lo hacían casi nunca regresaban ya fuese debido a las densas y peligrosas junglas o a las tribus “cazadoras de cabezas” que las habitaban. Cuando los convencieron que dejasen de matarse y comerse entre ellos (éxito de los misioneros cristianos que además lograron convertir a muchos de ellos), tuvieron problemas de sobrepoblación porque, al alcanzar (hasta ese momento) pocas veces la edad adulta, las mujeres parían una media de quince hijos. Tras la independencia, Nehru tampoco supo qué hacer con esos “salvajes orientales”, y los aisló cerrando sus fronteras para evitar, sobre todo, que se masacrasen con sus vecinos bengalíes, siempre empeñados en invadir estas tierras que ahora se han llenado de mezquitas debido a la inmigración ilegal desde Bangladesh (Bangladesh: país de Bengala, o “Bengalandia”).

Hasta hace muy pocos años a los extranjeros nos estaba prohibido venir por aquí, y todavía hay sitios en los que necesitamos un permiso especial. Arunachal Pradesh aun sigue cerrado a cal y canto. La única parte llana es el Valle de Assam por el que corre el impresionante Brahmaputra. ¡Pedazo de río, oiga! Te provoca el mismo sentimiento de humildad que las grandes junglas y las montañas más altas. Incluso antes de ver a sus gentes indo-mongoles, “kiratas”, (los primeros en llegar aquí antes que lo hiciesen los dravidianos, los austro-asiáticos, y los indo-arios), los paisajes ya te dejan claro que estás cambiando de país: Es un mundo acuático parecido al Sudeste Asiático, con arrozales y más arrozales, plantaciones de té y de piña, en el que predomina invariablemente el color del bambú.

La dieta de la población también es puramente asiática, e incluye insectos, serpientes, cerdos, monos y perros (les encantan las palomas). El alcohol va a mitad de precio que en el resto del país (¡Ay, ay, ay!), y, aparte de que hay más tiendas de licor que bibliotecas en una ciudad rusa, las mujeres beben junto con los hombres. Desconocen el costo, pero la maría es prácticamente legal. Como en tantas otras ocasiones, pues siempre voy a ciegas, la fortuna se ha encargado que yo viniese en la mejor época del año (finales de noviembre), en la única que prácticamente no llueve y no sufres una horrorosa y bochornosa humedad. Asimismo, y según me aseguran, hay menos mosquitos; pero de todas maneras los hay a montones. Es una de las partes más lluviosas de la Tierra en la que los monzones duran ocho meses.

Mi destino era la capital de Assam, Guwahati, que hace frontera con el estado de Meghalaya, y más concretamente el actual domicilio del amigo al que en estas crónicas doy el seudónimo de Señor Chacal, músico, escritor y artista variopinto a quien conocí en las Colinas Kumaon. Él llama a la casa en que vive, “Su cesta”, pues está completamente hecha de bambú. En la entrada consta: “The Reserch-Innovation Ashram and Café ltc. Learning to Cook”. Guwahati (pronunciado Guati) es una ciudad moderna sin el mínimo interés por la que el Señor Chacal me paseó con su motocicleta “Royal Enfield”. Al ponerme el casco y tratar de bajar la visera descubrí que los fabricantes chinos no habían pensado en las narizotas semíticas como la mía. ¡Ja!.

La sirvienta de mi amigo me contó un poco su vida, y me quede atónito al enterarme que sus padres la habían casado a los once años. Pero no habíamos terminado, y debido que ella hizo exactamente igual con su hija, ahora, a los treinta y cuatro años, ya tiene cuatro nietos.

Los hospitales indios no disponen de más servicios que los relacionados con la medicina, y están rodeados de pensiones en las que residen los familiares de quienes se hallan ingresados, ya sea para alimentarlos, lavarlos o comprarles los medicamentos en la farmacia.

El título del film de moda es “Mary Kom”.

PECULIARIDADES DE GUWAHATI

  • En los tranquilos barrios de casitas ajardinadas crees hallarte en Tailandia.
  • Venden pescado vivo a domicilio.
  • Pasa el ricchó de la basura.
  • Hay una señal de tráfico en la que aparece uno de esos “taxi-bici”, “Prohibido a los ricchó”.
  • Venden libremente la maría en paquetes de veinte rupias (¿25 céntimos de euro?).
  • El agua de los pozos (El Señor Chacal tiene tres) se halla a menos de un metro de profundidad.
  • Existe un mercado dedicado exclusivamente al bambú, y también arquitectos especializados en edificar con tal caña.
  • La mayoría de ciudadanos hablan entre ellos en inglés.
  • Las temperaturas en la época “fresca” (o sea ahora) rondan entre los 30º y 17º.
  • Acabaré con tanto dato (qué agobio lo de no limitarme simplemente a soltaros tonterías) explicando que la única razón por la que Guwahati fuese conocida en pasado es la colina llamada Kamakhya. Tal sitio está considerado el centro espiritual del Tantra porque, tachín, tachín, no se me asusten ustedes, fue allí donde cayó el coño de la Diosa Sati cuando Shiva, totalmente desquiciado debido a la muerte de la que era su media naranja, realizaba la más tétrica de sus danzas con el cadáver en las manos, y Vishnu, cumpliendo los deseos de los otros dioses, terminó con tal locura cortándolo en pedazos.

Al fin encuentro un hueco para contaros uno de mis MOMENTOS INOLVIDABLES. Sucedió en un parque nacional de Java que, debido a las lluvias, era imposible recorrer porque se había convertido en un auténtico cenagal (a veces peco de tozudo, y terminé de barro hasta las orejas). Yo era el único visitante, y por la noche me instalé en una cabaña dormitorio, limpia y moderna, en la que habría una veintena de literas. Todo funcionó de maravilla hasta el momento en que apagué la luz y, salidas de la nada, aparecieron en escena docenas de ratas grandes como conejos que corrían por todos lados armando un alboroto monumental. ¡Ja, terminé durmiendo con la familia que cuidaba de tal ratonera!

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
700 466 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

Artículos por : Nando Baba

Dejar una Respuesta

Start Typing

Preferencias de privacidad

Cuando visitas nuestro sitio web, éste puede almacenar información a través de tu navegador de servicios específicos, generalmente en forma de cookies. Aquí puedes cambiar tus preferencias de privacidad. Vale la pena señalar que el bloqueo de algunos tipos de cookies puede afectar tu experiencia en nuestro sitio web y los servicios que podemos ofrecer.

Por razones de rendimiento y seguridad usamos Cloudflare.
required





Utilizamos cookies propias y de terceros para mejorar nuestros servicios y mostrarte publicidad relacionada con tus preferencias mediante el análisis de tus hábitos de navegación. Si continuas navegando, consideramos que aceptas su uso. Puedes cambiar la configuración u obtener más información aquí