La crónica cósmica. Hasta que pronunciaron la palabra mágica «Ganja»

PARECIDOS, PERO DISTINTOS. Y aquí estamos, de vuelta en Laos y bajo los monzones. Hasta hace un rato creía que el dios de la lluvia me protegía, porque una y otra vez esperaba a soltar toneladas de agua hasta que yo me encontraba a cubierto; pero esta mañanita me puso las cosas claras, “Aquí no hay enchufados, mamón”, y me dejó completamente empapado. En realidad, está lloviendo casi continuamente.

Cuando se trata de la llovizna que, como apuntaba en la última crónica, “no asusta” y el cielo no parece nublado, continúo andando sin apresurarme, o ni tan siquiera me levanto si estoy tomando una cerveza en el mercado nocturno. Pero ya es otro cantar si las que aparecen en escena son unas nubes negruzcas, porque éstas pueden convertir rápidamente las calles en auténticos ríos.

La banda sonora de los monzones corre a cargo de las ranas. ¿Las temperaturas?, perfectas, veintitrés grados de mínima y veintiocho de máxima.

Tailandia y Laos tienen muchas similitudes culturales porque antes formaban parte del mismo país, y en los casos que no es así supongo que son fruto de los tiempos modernos. La mayor diferencia se da seguramente en el tema de la prostitución, que en Laos está prohibida y un extranjero será inmediatamente expulsado si le cogen con los pantalones bajados.

Tras haberos mencionado “La conjura de los abstemios” que habían organizado en los transportes públicos tailandeses, posteriormente me enteré que ésta, la conjura, ya se hallaba en el siguiente nivel: Después de cruzar la frontera y entrar en Laos, y mientras yo esperaba en la diminuta, asilada y solitaria estación de autobuses de Huay Xai, en el televisor (y en un canal tailandés) empezaron a emitir una película de vaqueros; y me quedé boquiabierto al ver que habían difuminado las jarras de cerveza que los actores tenían en las manos y las botellas de licor de un “saloon” en el que, por supuesto, se disparaban y mataban los unos a los otros: ¡Asesinos sí, pero abstemios, oiga! En Laos, y en este aspecto, se hallan en el otro extremo, y como prueba de ello os traduzco literalmente lo que consta en la etiqueta de un horroroso licor local llamado Kongsaden: “El alcohol es una medicina tradicional. Kongsaden cura el dolor de los nervios, la espalda y la cintura. Mejora el apetito y ayuda a dormir bien. Apropiado para la gente mayor y la fatiga”. ¡Ja!

IMÁGENES. Las nubes que se pegan a las colinas como si fuesen de algodón. Automóviles y turistas completamente embarrados. Las mochilas con una envoltura de plástico. Las mujeres laosianas conduciendo sus pequeñas motocicletas con una mano mientras sujetan el paraguas con la otra. Nueve de cada diez automóviles son lujosos y modernos pick-up de cuatro puertas, nueve de cada diez vehículos son motocicletas, y nueve de cada diez motocicletas las conducen mujeres.

TELEDIARIO. Las noticias que veo en la tele acerca de los desastres que están ocasionando los monzones en otras partes de Asia me confirman que he escogido un buen domicilio; igual que hacen los periódicos en esta época, dedican gran parte de los noticiarios a mostrar inundaciones, avalanchas, derrumbamientos, árboles caídos, y demás calamidades. Un amigo de Chitwán me ha contado que el Río Rapti se ha salido de cauce provocando grandes inundaciones, y que las aguas normalmente verdosas del Lago Fewa de Pokhara ahora tienen el color del café con leche. Nuestro corresponsal nepalés también me ha informado que se han venido abajo muchos edificios que fueran dañados por el terremoto, y que en Langtang han encontrado veinte cadáveres más (del terremoto).

GUERRERAS. Unos personajes típicos del mercado nocturno son varias mujeres de una tribu que venden brazaletes, collares y cinturones artesanales de un estilo tan peculiar como la ropa que visten. Son feúchas, malcaradas, chiquitas, macizas, y tienen la piel parda; pero, sobre todo, son pesadas a matar porque ni tan siquiera logras quitártelas de encima si les compras algo. Umm, evidentemente éste no es mi caso, ya que no compro absolutamente nada que no me sea imprescindible. Desde el primer momento las mandé a paseo sin el mínimo tacto, “Vete al pedo”, pero ellas insistieron impertérritas como si yo fuese el único extranjero del lugar. Día a día, mientras llegaban y partían nuevos turistas, yo sufría los ataques de esas vendedoras sin perder la sonrisa. Se plantaban varias de ellas frente a mí y me maldecían en su lengua poniendo cara de asco. Daba la impresión de que me echaban mal de ojo. Fue una relación de odio a muerte hasta que una tarde pronunciaron la palabra mágica: “¿Ganja?”. Me quedé patitieso por doble razón, por un lado porque no comprendía cómo habría llegado a Laos un nombre indio como ganja, y por otro porque significa maría. ¡Ja, las muy pecadoras no se ganan la vida vendiendo quincalla, sino maría y opio! Ahora somos muy buenos amigos y aprecian que les consiga clientes entre “la turisma”.

ENSAYO DE LA SONRISA. Es raro el día en que no me pregunte si puede haber algo más bonito que una sonrisa natural y transparente, y algo más asqueroso que una sonrisa falsa, artificial y plastificada. Supongo que es una reacción parecida a la que tendré al comer un fruto que no sepa a nada o al escuchar el discurso de un político que mienta descaradamente. No es extraño que, aquí en el Sudeste Asiático, piense en ello con frecuencia porque veo continuamente las encantadoras y auténticas sonrisas de docenas de niños y docenas de perros. Las otras, las que me provocan náuseas, me llegan a través del televisor que hay en el restaurante donde almuerzo (caso parecido al de Kanchanaburi), y son las sonrisas de las modelos publicitarias y las locutoras tailandesas (en esta parte de Laos todo el mundo mira la tele tailandesa: es el inevitable imperialismo cultural del vecino que tiene mejores medios), de las que no puedo apartar la mirada con incredulidad (me sucede lo mismo con la gente exageradamente fea: cara cangrejo, cara cangrejo, la fiesta no es para feos…) al suponer que son del gusto de la gente.

En los noticiarios aparecen casi siempre dos locutoras y un locutor (que acostumbra a llevar la voz cantante), y me desternillo (para no llorar…) ante la colección de “máscaras” que usan ellas, a cuál más patética, dependiendo del tipo de noticia que esté dando su compañero, aquí un atisbo de sonrisita comprensiva y allá una de alegría exultante, que se parecen en su ridícula falsedad.

Estos días también pienso en la sonrisa debido al título de la historia que escribo, “La Sonrisa del Macaco” (estoy a punto de poner “Fin” cuando va por las noventa y cinco páginas), en la que sus héroes, a quienes denomino como “Los náufragos del ascensor”, (sí, los pobres siguen ahí metidos desde la vigilia de San Juan, pero no os horroricéis, porque para ellos no han sido seis semanas, sino unas pocas horas), charlan precisamente acerca de la sonrisa y, debido a que son cinéfilos, comparan las de diferentes actores. La destellante sonrisa de Julia Roberts. La sonrisa simpática de Bardem. La seductora sonrisa de Meryl Streep que te llega al corazón. La ridícula sonrisa de Ewan McGregor y la radiante de Rosario Dowson. La graciosa sonrisa de Reese Whitherspoon, chica que es al mismo tiempo guapa y cómica. ¡Ja, siempre me río al ver sonreír a Jack Nicholson! Para terminar, la sonrisa de Keira Knightley, que es como una original y encantadora mueca.

Keira alteró de forma chocante la imagen que yo tenía de “Ana Karenina” (¿pensó en el pobre Oblosky cuando se suicidó?). ¿No os parece que hay una cierta similitud entre este personaje literario y Lady Di? ¡Ah, sí, y la triste sonrisa de la pobre Diana! ¿Pero qué es esta locura? ¿A quién se le ocurre ensuciar toda una página “hablando” de la sonrisa?, (“Si por lo menos fuese la sonrisa vertical”. “¡Eh, Joe, que te he oído!”). Bueno, en realidad también “hablábamos” de cine, ¿no?, tema al que de niño ya dedicaba los recreos escolares en vez de jugar al fútbol, y del que podría estar paliqueando imparablemente gracias a la filmoteca “super deluxe” que llevo en el equipaje.

No obstante, apiadándome de este público al que tanto quiero a pesar de que pretenda empalarme, despediré rápidamente esta sección (como si os hiciese una declaración de principios), opinando (humildemente, eso sí) que la mejor banda sonora de una película la compuso Vangelis para “Blade Runner”, que la mejor actuación jamás llevada a cabo la hizo la encantadora Marion Cotillar en “La Vie en Rose”, que los actores más convincentes de Hollywood son británicos o australianos, que “Birdman” está al nivel de “Ciudadano Kane”, y que la afirmación más cortante (como el filo de una navaja), la soltó la actriz de “Ocho Apellidos Vascos” cuando el pobre sevillano le confiesa que ella le gusta: “¡A ti te gusto si yo lo digo!”. ¡Ja!

MIRA LO QUE PIENSO

  • Para un hombre es más fácil desabrochar unos sostenes que abrocharlos; supongo que es un problema parecido al de conseguir meter de nuevo al duende dentro de la lámpara maravillosa.
  • Me parece absurdo que a la gente no le guste lo mismo que a mí, y me pregunto cómo les pueden gustar esas otras cosas que les gustan.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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