La crónica cósmica. Hay un momento en el cual…

ELUCUBRANDO EN COLORES – Kumaon, Uttarakhand, India. La cabaña en que me hospedo es blanca, tanto en su interior como en el exterior. Las florecillas de las plantas de chili, las prendas que visto y mi conciencia, también son de este color. Las grandes campanillas de la datura dulce que perfuman el aire, son de un amarillo delicado con toques de canela.

Pero todo lo demás, mire hacia donde mire, cuanto veo es verde gracias a los monzones, que aquí por el momento han sido suaves y no han causado desastres. Desde las rocas a los muros, desde los troncos de los árboles a cualquier estructura de cemento se han cubierto con el verdor de diferentes plantas, incluidos los musgos, que resultan especialmente peligrosos cuando han brotado porque son resbaladizos como el jabón.

He pensado en el tema de los colores mientras contemplaba el juego de dos perros que, a pesar de vivir en el mismo lugar, tienen una existencia totalmente distinta. Canes que me han recordado el título la divertida película Gato negro, gato blanco, del genial Emir Kusturica, porque son de estos tonos.

El perro blanco, que es de raza, permanece todo el día atado con una cadena, y debe de estar un poco loco como todos los seres privados de libertad (especialmente los humanos…). Imagino que sentirá envidia de su amigo porque éste, un chucho callejero, es completamente libre (ni tan siquiera lleva collar) y puede correr continuamente de un lado a otro.

Ellos mantienen una relación muy amistosa. Anteayer, el astuto chucho negro se las arregló para liberar al perro blanco y se dieron un gustoso garbeo de varias horas por los bosques de los alrededores.

En armonía con mi amor por todo lo relacionado con la naturaleza, me gusta mirar reportajes acerca de los animales, especialmente cuando muestran su empatía ayudando a alguno que está en aprietos, sin que importe que sea de otra especie o se trate de un humano.

A pesar de que me asquea la violencia, también me agrada ver reportajes en los que los machos (elefantes, jirafas, búfalos) se enfrentan a otros elementos para conseguir el liderazgo (y las hembras), porque al contrario de lo que sucede entre los hombres (no sé las mujeres), que son tan agresivos como para seguir pateando al perdedor cuando ya está en el suelo, el animal que es derrotado siempre tiene la opción de salir con la cola entre las piernas sin perder la vida.

La agresividad de nuestra especie, que con demasiada frecuencia prima más que nuestra supuesta humanidad, la expresamos también con la lengua.

Diferentes caracteres: conozco desde hace años a una mujer de este vecindario que, siempre que habla conmigo, critica negativamente a su marido, mientras que él no me ha hecho jamás un solo comentario acerca de su esposa. En realidad, ella pone a parir a todo el mundo, y yo, aunque mis compasivas emociones quieran hacerme creer lo contrario, doy por sentado que tampoco debo salir bien parado.

De todos modos, quiero añadir que es una mujer divertida y simpática con la que mantengo una buena relación. Ayer, sin ella saberlo, plagió a un personaje de la novela Leviatán de Paul Auster al decir, bromeando, que su marido sería maravilloso si fuese diferente. ¡Ja!

Lo recordé porque yo acababa precisamente de leer esa obra, en la que un escritor afirmaba: “Hay un momento en el cual un libro empieza a apoderarse de tu vida, cuando el mundo que has imaginado se vuelve más importante para ti que el mundo real”.

PASO A PASO – Morro do Sao Paulo, Brasil, verano de 1988. Continúa de la crónica anterior. En la cabaña de la Pousada Casa Rola que había junto a la que ocupábamos Rasta y yo, residía un joven francés al que acompañaba una muchacha brasileña.

El francés nos explicó la manera correcta de viajar por Brasil: “Al llegar a este país me ligo a una chica que estará encantada de conseguir unas vacaciones gratuitas de varios meses. Ella, a quien no pagaré un sueldo, compartirá mi cama, cocinará y, más importante, se encargará de las compras y los alquileres, con lo que no estaré soltando cruzeiros como un turista, sino pagando a precio local; y esto, al fin, me ayudará a amortizar el coste de dos personas en vez de una”.

Mientras el francés nos contaba su estrategia, la chica, vestida solamente con uno de los minúsculos bikinis que justo cubren los pezones y el pubis, estaba limpiando el pescado que había comprado en el mercado.

Nuestro vecino también nos aconsejó pasear por la selva del entorno. Y poco después, Rasta y yo nos adentrábamos bajo los árboles siguiendo un sendero.

En realidad, Rasta no tenía ganas de andar porque, debido al clima, ya sudábamos incluso estando sentados. Sin embargo yo, atraído cada vez más por el espectáculo de la naturaleza, le había obligado a seguirme argumentando que no podía regresar a Lanzarote habiendo conocido sólo los barrios bajos de un país renombrado por sus selvas. «Añádele a ello que así perderás unos kilos y recargas las baterías».

Al poco el sendero se bifurcó y seguimos por la derecha. En el siguiente cruce nos metimos por el camino que iba hacia poniente… Y pronto estuvimos totalmente perdidos en medio de una espesura que no nos permitía ver más allá de unos pocos metros.

Empezamos a ponernos nerviosos y a discutir. “¡Es la última vez que me lías! ¡A mí qué me importa la puta selva!”, se quejaba Rasta dando manotazos para alejar a un moscardón que se había encaprichado de él. “¡Sí, tú prefieres los sitios donde un día de estos te van a pegar una cuchillada!”, le espetaba yo al tiempo que intentaba orientarme; algo difícil cuando los árboles forman un techo verde que no deja ver la bóveda celeste.

Entonces, de pronto y de la nada, apareció ante nosotros un tipo cubierto sólo con unos raídos pantalones cortos aguantados a su delgada cintura por un cordel. Tenía el pelo enmarañado, la mirada de un loco, una barba de quince días y empuñaba un machete. Inmediatamente interrumpimos la discusión.

Rasta pensó: “¡Vaya, ya sólo nos faltaba encontrar a un asesino que nos corte en pedazos! Claro que nosotros somos dos. Si saltamos sobre él por sorpresa podemos desarmarle”. Mientras que yo me dije: “Este es un desquiciado de mucho cuidado y, si soltamos una palabra equivocada, nos matará. Quizás si nos arrodillamos e imploramos…”.

Así estábamos cuando el otro sacó un gran paquete del bolsillo y, sonriendo, rompió el silencio preguntándonos: “¿Queréis marihuana?”.

Las paranoias se nos difuminaron en un rápido instante. El desconocido resultó ser un encanto de persona a quien gustaba vivir en la selva apartado de los humanos, donde cultivaba aquella buena marihuana que vendía a un precio más que razonables. Además, en cuanto acabamos con la transacción, se ofreció a guiarnos hacia Gamboa; un pueblo que había cerca de allí donde podríamos coger una barca que iba hacia Morro do Sao Paulo.

Continuará.

MIRA LO QUE PIENSO

  • Sistemáticamente repito el “plato” que me gusta hasta que una conexión cósmica le da un giro al guión y elijo otro que también sea de mis gusto.
  • Qué y cómo. ¿Damos las gracias porque nos han dicho que debemos hacerlo así o lo sentimos realmente?
  • Los árabes están fichando deportistas de élite con sus petrodólares igual que hacen los occidentales con los africanos y los sudamericanos: donde las dan, las toman.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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