La crónica cósmica. Internet ha acabado con las guías de viaje

EN LA CIUDAD. Las insólitas circunstancias pandémicas van a conseguir, después de varias décadas sin tomar ni siquiera aspirinas, que me ponga en manos de la medicina para vacunarme. Además, tendré que agenciarme un teléfono móvil, pues así me lo exigirán para entrar, pongamos por caso, en Tailandia, con el fin de tenerme continuamente bajo el control de las autoridades (qué ilusión…).

Todo cambia, o como titulaba su novela el autor nigeriano Chinua Acheba, “Todo se Desmorona” (“Things Fall Apart”). No voy a negar lo útiles y prácticos que son esos teléfonos “modelnos”, a los que sólo les faltaría preparar café, pero al observar la adicción aborregada de los usuarios, me horroriza el control que tiene el gobierno sobre ti. La pregunta que me hacen continuamente, “¡¿Cómo, que no tienes teléfono?!”, mi coco de marciano la traduce como: “¿No eres esclavo del teléfono?”.

La crónica cósmica. Internet ha acabado con las guías de viaje

El teléfono móvil e internet han acabado con las guías de viaje impresas en papel que yo, siempre tozudo, me negué a usar. De ahí que haya visto cosas que no ha visto casi nadie y que, en cambio, no haya visto lo que ha visto casi todo el mundo. Mis guías fueron los trotamundos con quienes me cruzaba durante mis correrías por el mundo. El periplo sudamericano de nueve meses fue el mejor ejemplo, pues intercambiaba continuamente información con los viajeros que venían en sentido contrario.

Sin embargo, he comprobado repetidamente que no es práctico preguntar al respecto a la gente del país, porque te recomiendan sitios que valoran cegados por el patriotismo y te llevarás un chasco tras pasar varias horas en un autocar: sería comparable a aceptar las recomendaciones culinarias de un aficionado a los restaurantes de comida rápida.

En la otra cara de la moneda están los trotamundos que, como los amigos valencianos o el amigo occitano, han estado en docenas de sitios y, conociéndome mejor que mi madre (descanse en paz), me aconsejarán debidamente e incluso me advertirán que no vaya a tal o cual lugar, al adivinar por adelantado que no sería de mi gusto. Si se trata de un desconocido, la confianza que me inspiren sus palabras me convencerá de seguir sus consejos: “Este sabe de lo que habla”.

Un caso concreto fue una mujer que conocí en mi isla malaya predilecta, cuando me contó que había estado en las junglas de Taman Negara y me pintó una acuarela mental del plácido “Park Lodge” del amigo Jap, al que posteriormente fui varias veces.

Cuando nos referimos a una gran población, las expresiones más usadas son: “Es una buena ciudad” o “Es una ciudad de mierda”. Los sinónimos de esta última serían: moderna, fea y hecha para las máquinas; mientras que la buena ciudad que busca el visitante ha de ser histórica para poder viajar en el tiempo; pero, sobre todo, ha de estar hecha para pasear y poder perderte por los callejones y bazares de barrios como el de Gálata o Sultán Ahmed de Estambul, Kashi de Varanasi, la Medina de Fez, el Barrio Chino de Malaca o la ciudad antigua de la colombiana Cartagena de Indias.

Valga aclarar que si digo que me gusta una ciudad, me estaré refiriendo por lo general a una pequeña parte de ella, pues, si mi memoria no me engaña, la única que no tiene la menor mácula sería Venecia, la ciudad de los paseantes en que he gastado varias veces las suelas de mis sandalias.

Sin el menor patriotismo de por medio, opino que Barcelona es una buena ciudad y, tras tantos años de ausencia, cuando me dirigí a ella hace pocos días lo hice como un turista (el extranjero en casa). Fui en tren (“els catalans”, que recorren paisajes más bonitos que los de Renfe), y me asombró ver que habían renovado la mayoría de estaciones y que había algunas nuevas. Lo bueno ir en tren a una población es que te permite llegar al centro, que en el caso de Barcelona significa las Ramblas, una de las calles más carismáticas del mundo; o por lo menos así me lo pareció ahora gracias a la ausencia de las multitudes de turistas que la abarrotaban habitualmente antes de la pandemia.

La excepcional circunstancia me permitió recordar cómo habían sido antiguamente las Ramblas, cuando, en vez de los comercios dedicados a vender bodrios para turistas, solamente había floristerías, quioscos y tiendas de pájaros que alegraban el aire con sus cantos (pobrecitos).

Descendí hacia el mar y el monumento a Colón comparando los edificios modernos faltados de encanto con los históricos, como el Mercado de la Boquería, el Café de la Ópera, el Teatro del Liceo o la Casa de los Paraguas. También recorrí los callejones del Barrio Gótico hasta llegar a la Plaça Reial (hermanada con la Plaza Garibaldi de la capital mejicana), donde crucé por una especie de túnel peatonal que había debajo de un edificio construido en el año 1856.

Al llegar al puerto me fijé en “Las Golondrinas”, los barquitos con los que, de pequeño, iba con mis padres a comer mejillones al final del rompeolas; llamadme nostálgico, pero su diseño actual y moderno, al contrario que el antiguo, me pareció que no tenía el menor encanto. Mi paseo me llevó también a “Les Drassanes” (Atarazanas), donde había una exposición del genial Escher. Había estado allí con el amigo californiano cuando vino de visita a Barcelona, el año en que trabajó como fisioterapeuta en Algeciras. Después regresé hacia la estación ferroviaria por la Rambla del Raval.

EN EL CAMPO. A pesar de la facilidad con que me adapto a cualquier situación, al haberme asilvestrado me cuesta más hacerlo en las ciudades, y la siguiente excursión fue más de mi gusto porque me llevó a una parte de Cataluña en que la naturaleza continúa estando viva y rebosante de salud, que es sinónimo de diversidad. Me refiero a la comarca “La Garrotxa”, en la provincia de Girona, y al municipio de un pueblecito llamado Mieres. Mi destino era una finca escondida en medio de densos bosques desde la que se veían las cumbres de los Pirineos, que todavía conservaban una capa de nieve. Sentí la misma paz que siento en algunos valles solitarios de la Selva Negra alemana.

Me dio la bienvenida el buen amigo que vive allí a solas, un hombre de cincuenta años que, tras dar la espalda a la gran ciudad hace varias décadas, se retiró a ese lugar alejado del mundanal ruido. Aparte de limpiar el bosque y recuperar algunos prados en los que ahora pastan unas vacas muy felices, construyó con sus propias manos una casita encantadora. El servicio eléctrico corre a cargo de unas placas fotovoltaicas. El agua, cristalina, fresca y sabrosa, le llega desde un arroyo cercano. Cultiva un extenso huerto y tiene una variada cantidad de árboles frutales.

Observé que, debido a la diferencia de temperaturas, allí las cerezas todavía estaban verdes, mientras que cerca de Barcelona casi habían madurando y en Valencia lo habían hecho cuatro semanas antes. En cuanto a la fauna, mi amigo convive con un perro, un gato, una docena de gallinas y una pareja de gansos. Él llama a su finca “La Burbuja”, y de su boca escuché por primera vez las expresiones “Baño de bosque” y “Bosque maduro”. También mencionó la ONG catalana “Accionatura” y la británica “World Land Trust”, dedicadas ambas a la conservación de la naturaleza. Igual que lo haría un guía turístico, me mostró los árboles más espectaculares de los alrededores. Había un manzano gigantesco que, según consta en los archivos municipales, en el pasado había servido como “Árbol del Concejo” y bajo él se reunía la gente para hacer tratos, tomar acuerdos o dirimir litigios y discordias. En el arroyo había unas albercas de formación calcárea que me recordaron a las de Pamukale, en Turquía, aunque éstas eran blancas y aquéllas oscuras.

Encontramos un hito que marcaba la frontera entre el municipio de Mieres y el de Falgons; el primero, como ya he mencionado, en la comarca de la Garrotxa y el segundo en la del “Pla de l’Estany”. La mejor alegría de la mañana nos la dio un cabirol, el ciervo más pequeño de Europa, que se alejó sin prisas con la seguridad de que no representábamos amenaza alguna para él.

LA MARÍA. Cayó en mis manos un catálogo de la empresa “Soft Secrets” dedicada a los productos del cannabis y me hizo gracia cómo definían los efectos que provocaban los distintos tipos de maría que ofrecían. “Dark Cookie”: relajante y acogedor que se acentúa hasta dejarte KO. “El Dorado OG”: una sensación de calma equilibrada y relajada pero que conserva la claridad. “Gelato 242”: muy relajante y de bienestar físico y mental. “Jamaican Shark”: relajante y de larga duración. “Killer A5 Haze”: extraordinariamente potente, complejo, profundo y de larga duración. Inicio psicodélico que cambia por completo la percepción visual, auditiva y el tacto catapultando a psique a nuevas dimensiones donde no parece haber una realidad tangible. “Life Guard CBG”: clarificante de mente y relajante de cuerpo. “Mr. Black Banana”: produce el máximo efecto de relax que una planta de cannabis puede proporcionarnos. “Novarine Clásica THCV”: ligeramente psicoactiva. Gracias al THCV no da ataques de hambre. “Serious 6”: un efecto mental relajante, eufórico y feliz con el que seguro que no te aburrirás. “Sweet Zenzation”: efecto estimulante de la imaginación y la conversación.

Además del catálogo, la empresa “Soft Secrets” publica: el auténtico periódico de cannabis para cultivadores y fumadores, desde 1985 – www.softsecrets.com

Y también anunciaban: www.dutch-passion.com – “Seed Company – Amsterdam, established 1987”, y www.psycodelice.com que se dedica a la venta de setas mágicas de las siguientes variedades: “Albino”, “Amazonia”, “B+”, “Camboyanas”, “Colombianas”, “Ecuatoriana”, “Golden Teacher”, “Mazatapec”, “McKennaii”, “Mexicana”, “Moby Dick” y “Tailandesas”.

MIRA LO QUE PIENSO

  • Me rendiría ante el dolor, pero no creo que lo haga ante la muerte.
  • ¿Habéis pasado por la asquerosa edad en que todo os parecía asqueroso, ¡qué asco!, aunque en realidad no lo fuese? Yo no.
  • Desearía ser ballena en un mar sin balleneros, elefante en un mundo sin coleccionistas de marfil, pato migratorio sin hallar cazadores en mi ruta, árbol de un bosque sin leñadores y un planeta sin seres humanos.
  • Si quieres que tus hijos te cuenten su vida, sus sentimientos y emociones, háblales acerca de ti igual que lo harías con un amigo para animarle a confesarse.
  • Unos la llamaron la era del plástico y otros, la del cataclismo.
  • ¿Qué fue primero el campanario o el minarete?

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

Artículos por : Nando Baba

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