La crónica cósmica. La hora de señalar con el dedo al pecador

PUNTO Y APARTE – Como ya sabéis, soy un trotamundos nato que tiene el culo inquieto; pero, debido a mi avanzada edad (de setenta y un años), el tiempo transcurre gustosamente a una velocidad vertiginosa, y las semanas que he permanecido en Lanzarote se han desvanecido en un suspiro (no diré que pasaron en un santiamén porque a mi ateo corrector le repele todo lo que suene a religión).

Aunque sigo necesitando moverme como lo hacen las aves migratorias, en caso de poder escoger prefiero cambiar de campamento cada tres meses; o sea que, si un día de estos regreso a mi amada India, no me costará cumplir con las normas gubernamentales que te obligan a salir del país cada noventa días, aunque la duración de tu visado sea más larga.

Como hago siempre, partí de Lanzarote llevando en el equipaje un buen fajo de recuerdos de los que aquí van unas muestras. En primer lugar, claro, está la marchosa perrita Pirua (que en portugués brasileño significa golfa), a la que ahora echo un poco en falta; como también me sucede con su amo, el amigo conejero, personaje del que todo el mundo opina que tiene un gran corazón y un finísimo sentido del humor con el que te alegra (si no te amarga fotografiándote o filmándote viciosamente en todo momento).

Al gustarme andar y contemplar paisajes, recordaré siempre los paseos que hice con ambos, cuyas imágenes están salteadas de aves: perdices, hubaras canarias (que solamente se encuentran en Lanzarote y Fuerteventura y están en peligro de extinción), cuervos, algún buitre solitario y cernícalos (pequeños halcones que planean jugando con el viento y permanecen inmóviles en el aire).

En nuestras caminatas también pasamos por alguna hípica en la que pude saludar a unos caballos preciosos, que para mí son unos de los animales más bonitos. Umm, en realidad opino lo mismo de los leopardos, los antílopes, las cebras, las serpientes, los delfines, los tiburones y de un largo etcétera.

Aparte de mi reencuentro con el amigo conejero y el amigo beréber, también visité a la vieja amiga alemana, una renombrada pintora que reside en Lanzarote desde hace más de tres décadas, a la que han dedicado una calle del pueblo en que vive. Al contrario de otros destinos a los que van los turistas para colocarse e ir de fiesta, muchos de los que visitan Lanzarote son aficionados al deporte y, pongamos por caso, recorrerán la isla en bicicleta o haciendo senderismo; sirva de muestra un resort especializado en ello denominado La Santa Sport, y que todos los años se celebra una de las pruebas de Ironman.

La isla también es destino obligado de los mejores surfistas mundiales, que vienen a enfrentarse a la famosa ola “El Quemao”, que peta en la costa cercana a Tinajo, el pueblo en que vive mi amigo conejero, en la parte noroccidental de la isla, donde el cielo permanece muchas veces nublado mientras en el resto de Lanzarote luce el sol: este hecho se da en todas las Islas Canarias, en las que, sea cual sea su tamaño, y como si fuese cada una un país o un continente, el norte es lluvioso y el sur, árido y desértico.

UN VUELO INFERNAL – Supongo que, tal como están actualmente los transportes públicos, muchos de vosotros ya habréis vivido experiencias desagradables como la que tuve al partir de Lanzarote hacia Barcelona, aunque para mí fue una vivencia insólita porque, a pesar de haber volado docenas de veces en distintos países, nunca me había enfrentado a un descontrol parecido.

Siguiendo mi costumbre de llegar a los sitios con antelación, a las ocho menos cuarto de la mañana fui el primero en facturar mi equipaje para un vuelo que, en teoría, debería haber despegado a las nueve cuarenta y cinco. Pero, aparte de que no fue así, durante las siguientes cinco horas no apareció ningún representante de la compañía aérea que me informase de lo que sucedía y cuánto duraría el retraso.

Una chica que trabajaba en una tienda me acojonó diciéndome que con esa compañía sucedía siempre lo mismo y que el día anterior un grupo de mujeres octogenarias que tenían un vuelo matinal no habían podido partir hasta las nueve de la noche.

Mis temores empeoraron cuando vi que, en un vuelo que se dirigía a París y llevaba varias horas de retraso, dejaban en tierra a una docena de pasajeros. En mi caso ocurrió lo mismo, y cuando al fin se abrió la puerta de embarque nos comunicaron que, debido a un problema técnico del avión, treinta de los pasajeros no podrían volar.

Mientras la gente empezaba a ponerse histérica y tenían que llamar a la Guardia Civil para evitar que hubiese un motín, empezaron por embarcar a quienes se encontraban en malas condiciones (muletas, sillas de ruedas); a estos les siguieron los que viajaban con niños o tenían conexiones de la misma compañía.

Alcanzando ya el colmo del caos, la selección del resto de los pasajeros que podrían embarcar se hizo en plan lotería. Yo fui el último en subir a bordo dejando a mis espaldas a unos desesperados turistas que maldecían a esa compañía aérea y juraban que jamás volverían a volar con ella.

Tras decir el pecado, ha llegado la hora de señalar con el dedo al pecador: la caótica compañía aérea que consiguió que mi jornada empezase a las seis de la mañana y no terminase hasta las diez y media de la noche (porque, empeorando las cosas, el tren de cercanías con el que fui desde el aeropuerto del Prat hasta Barcelona también tuvo una avería), era Vueling.

PASO A PASO – Himachal Pradesh, India, 1986. Érase una vez en que el amigo californiano y yo trepábamos por las estribaciones de la cordillera del Himalaya en el más lento de los autobuses. A pesar de estar habituados a la velocidad de los transportes públicos indostanos, cuyo límite se hallaba en cuarenta kilómetros por hora, aunque, en realidad, por culpa de las vacas, los peatones y el descontrol general de las carreteras, tal número nos parecía mucho mayor, cuando dejamos a nuestras espaldas las llanuras y empezamos la ascensión hacia las tierras altas nos quedamos pasmados al comprobar que el promedio de nuestro “local bus” era, como máximo, de unos miserables quince kilómetros por hora. Tal “récord” se debía a que, aparte de las dificultades de la ruta, el vehículo se detenía constantemente para recoger o dejar pasajeros, quienes se negarían a andar veinte metros extra si podían evitarlo.

Nuestro viaje había empezado el día antes en el bochorno de Haridwar, desde donde habíamos ido en un abarrotado autobús hasta la menos indostana de las ciudades indias, Chandigarh, una moderna metrópoli diseñada por el arquitecto francés Charles-Édouard Jeanneret-Gris, más conocido como Le Corbusier, para que fuese la capital administrativa de los estados de Himachal Pradesh, Punjab y Haryana.

Esa ciudad no nos gustó porque sus infinitas avenidas y grandes distancias la convertían en una población que no estaba hecha en manera alguna para pasear.

Haciendo las veces de guía, el amigo californiano había escogido pasar la noche en Chandigarh, pensando que así partiríamos en dos el largo trayecto de doce horas y lograríamos recorrer de día tan interesantes tierras. Después de residir en habitaciones faltadas de todo mueble y comodidad y experimentar en Rishikesh la vida tradicional de Swarg Ashram y la Kumba Mela, la modernidad de aquella ciudad nos sorprendió constantemente durante las pocas horas que permanecimos en ella.

Siempre según los deseos del amigo californiano, nos hospedamos en uno de los nuevos, lujosos y caros hoteles que había frente a la estación de autobuses. Se llamaba Hotel Pankaj y el recepcionista sijh que nos atendió me observó críticamente de arriba abajo debido a mis pies descalzos (ver crónica anterior) y mi exótico aspecto; luego comprobó meticulosamente que mi pasaporte y mi visado se hallasen en regla.

Un poco más tarde, mientras yo gozaba del que era mi primer baño de agua caliente después de muchas semanas y remoloneaba en la inmensa bañera de aquella habitación cuyo precio por una sola noche superaba al de todo un mes en el áshram Vedniketán de Rishikesh, comenté: “Está ciudad pertenece a la India del año dos mil veinte”; y mi amigo añadió: “De no saber dónde me hallaba, al cruzar esta avenida llena de tráfico habría pensado que estaba en California”. “Durante los pocos minutos que hemos permanecido allá afuera”, continué diciendo yo, “he creído alucinar ante tres cosas: primero, dentro de la estación vi a un sadhu (santón) leyendo el New York Times; segundo, aquí abajo, me crucé con otro del mismo gremio que entraba en un restaurante de lujo y el maître le guiaba hasta la mejor de las mesas; y a continuación el viento trajo hasta mis pies una hoja de las páginas amarillas del listín telefónico de Houston”. “Definitivamente no parece que estemos en el mismo país que esta mañana”.

MIRA LO QUE PIENSO

  • Como ya he mencionado en otras crónicas, creo que he mejorado mi sistema inmunológico (pues nunca estoy enfermo) al evitar las vacunas y los fármacos, a menos que me halle en el punto límite cero. Cuando acepté que me pegasen dos chutes contra la COVID lo hice dando por sentado que sería imprescindible para poder viajar y cruzar fronteras; pero ahora, después de ver la poca efectividad de esas vacunas que, por lo visto, debería continuar recibiendo sin fin, he decidido que con dos ya tuve bastante.
  • Además, conozco a gente que han viajado durante el tiempo de la pandemia sin haberse vacunado y presentando simplemente un test de antígenos negativo, como una amiga canaria que reside desde hace varios años en Hawaii e hizo recientemente el viaje de ida y vuelta a España sin tener el menor problema.
  • En el ensayo “La ciudad total” acerca de Bombay, un productor cinematográfico dice: “Los espectadores indios piensan con el corazón”. Yo opino lo mismo de los indios en general.
  • No soy tan bueno ni tan malo como tú.
  • Soy especialmente comprensivo con quienes tienen vicios y debilidades que yo también tuve.
  • No quiero que aceptes mis deseos, porque ni tan siquiera quiero estar en deuda contigo de esa manera.
  • Domesticado: domado, sujetado, amansado, reducido.
  • Unas personas lo denominaban un don y otras, una enfermedad.
  • Hay países que destacan por la cantidad de gente inteligente, y otros por el alto número de listillos.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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